Las familias numerosas eran como los pueblos. No había ninguna duda. Como los clanes de las Highlands sobre los que estaba leyendo. Según la investigación del profesor, los Buchanan siempre se estaban entrometiendo. Parecían saber todo lo que hacían los MacKenna, y hasta el último detalle los enfurecía. Jamás olvidaban un desaire. Jordan no entendía cómo podían tener presentes todos los conflictos existentes.

Tenía un montón de papeles esparcidos por la mesa. Estaba intentando descifrar unas anotaciones que el profesor había hecho en los márgenes. No tenían sentido: números, nombres, signos del dólar y otros símbolos escritos al azar. ¿Era eso una corona? Algunos números podían ser fechas. ¿Había ocurrido algo importante en 1284?

Oyó que Jaffee se reía y alzó los ojos justo cuando salía de la cocina. Lo seguía un hombre que llevaba un plato con un pedazo grandísimo de tarta de chocolate. Tenía que ser Dave Trumbo.

Era un hombre corpulento, y se acercó a ella con aspecto de estar muy seguro de sí mismo. Su expresión era dura, como si tuviera las facciones talladas en piedra. Era ancho de hombros, y por la forma en que iba vestido (camisa blanca almidonada, corbata de rayas, pantalones gris oscuro y mocasines negros), supo que dedicaba tiempo y esfuerzo a su aspecto. Trumbo era lo que su madre llamaría un hombre pulcro. Se quitó las gafas de sol de diseño y se rio de algo que Jaffee había dicho.

Tenía una sonrisa encantadora y unas maneras agradables. La miró directamente a los ojos mientras le estrechaba la mano y le decía que estaba encantado de conocerla. Madre mía, qué zalamero era. No tuvo que preguntarle si había vivido en Tejas toda su vida. El pulcro Dave tenía acento tejano. Noah era de ese estado y de vez en cuando hablaba de esa forma, sobre todo cuando flirteaba.

– Jaffee me ha explicado que tiene problemas con Lloyd, y lamento mucho oírlo. Si quiere, podría hablar con él. Le diré qué podemos hacer si no coopera. Puedo remolcar su coche hasta Bourbon para que uno de mis mecánicos se lo arregle. Es una pena que no pueda cambiarlo por un coche nuevo. Tengo en oferta un Chevy Suburban nuevo que le iría muy bien.

– Su coche es de alquiler, Dave -le recordó Jaffee.

– Ya lo sé -asintió-. Por eso he dicho que era una pena que no pudiera cambiarlo. Debería quejarse a la empresa que le ha alquilado el vehículo. No es correcto trabajar así.

Jaffee le comentó que Jordan era de Boston, y Dave se interesó por esta ciudad porque no había estado nunca en ella y quería llevar a su familia de vacaciones.

– Dave tiene un hijo y una hija -intervino Jaffee.

– Sí -asintió éste-. Por eso tengo que trabajar tanto. Será mejor que me coma la tarta en la cocina, no vaya a ser que mi mujer aparezca por aquí. Esta tarde iba a venir al pueblo para hacerse algo en el pelo. Está perfecta como está pero, según dice, le gusta ir a la última moda, como ve en las revistas. Si me pilla comiendo esta tarta, le dará un ataque. Me ha elaborado una dieta baja en carbohidratos, baja en grasas y baja en sabor. -Se dio unas palmaditas en el estómago-. Estoy echando algo de tripa, pero por esta tarta vale la pena hacer unos kilómetros más en la cinta de andar.

No se lo veía con nada de tripa, sino en plena forma. Aunque no se conservaría así si seguía comiendo tanto azúcar. Jordan observó que, del bolsillo de la camisa, le asomaba lo que le pareció la punta del envoltorio de una chocolatina. Realmente, a Dave le gustaba el chocolate.

Jaffee se volvió para mirar por la ventana.

– Eli está estacionando la furgoneta en la acera de enfrente -comentó-. Parece nueva.

– Este mes tendrá un año -aclaró Dave-. Por eso va a cambiarla. Eli puede permitirse el coche que quiera, y Dios sabe que he intentado que se compre un sedán de lujo, pero todos los años me sigue pidiendo la misma furgoneta, sólo que nueva. Ni siquiera cambia de color. Siempre la quiere negra.

Jordan vio al ranchero cruzando la calle. Eli Whitaker era un hombre atractivo: alto, moreno y, sin duda, guapo. Se había imaginado que llevaría botas y sombrero téjanos, pero llevaba vaqueros, un polo y zapatillas deportivas.

Le dirigió una amplia sonrisa cuando Jaffee la presentó.

– Es un placer -dijo mientras le estrechaba la mano. Jaffee le informó rápidamente de la razón por la que estaba en el pueblo-. Lamento la mala suerte que ha tenido, pero no podía elegir mejor sitio para quedarse tirada. Los habitantes de Serenity son de lo más acogedores. Dígame si puedo hacer algo por usted.

– Gracias -dijo Jordan-. Todo el mundo ha sido muy amable. Mañana debería tener el coche a punto para irme.

Los tres hombres siguieron charlando de pie junto a su mesa unos minutos más, aunque ellos eran básicamente los que hablaban y ella, la que escuchaba.

– Bueno, ha sido un placer conocerte -comentó por fin Dave Trumbo-. La próxima vez que estés por aquí, ven a Trumbo Motors. Nadie vende más barato que yo -se jactó, y puso una mano en el hombro de Eli-. ¿Te apetece un pedazo de tarta, Eli? Volvamos a la cocina y dejemos que Jordan siga con sus deberes.

¿Deberes? ¿Acaso creía que estaba en una escuela de verano?

– No son deberes, Dave -le corrigió Jaffee-. Son historias que está leyendo sobre sus parientes de Escocia. Historias muy antiguas. Ha venido hasta aquí para leer estos papeles, que pertenecen a un profesor. ¿No es verdad, Jordan?

– Sí, exacto. Es la investigación del profesor MacKenna.

Dave miró por encima de su hombro lo que estaba leyendo.

– ¿Entiendes todo eso? -quiso saber.

– Lo estoy intentando -rio Jordan-. A veces no está demasiado claro.

– A mí me parecen deberes. Te dejaré trabajar tranquila. -Se volvió, con la mano aún en el hombro de Eli, para dirigirse a la cocina, seguido de cerca por Jaffee.

El tiempo pasó volando, y eran casi las cuatro cuando Jordan recogió los papeles de la mesa. Jaffee, desde el umbral de la cocina, observó cómo guardaba el portátil en el maletín.

– Verás, sobre esos comandos… -dijo mientras se rascaba la nuca.

– ¿Sí?

– No van. Aquí, en Serenity, no sabemos nada sobre informática, pero estamos intentando ponernos a la altura del resto de Tejas, y del mundo. Todos los niños aprenden a utilizar el ordenador en el colegio, pero todavía no en Serenity. El pueblo está empezando a crecer y se acaba de construir el primer instituto de secundaria, de modo que esperamos tener pronto buenos profesores. Tal vez puedan enseñar también a algunos adultos. Tengo un ordenador estupendo en la trastienda, pero no obedece ninguna de las instrucciones que me has dado. Hice algo… No sé qué, y me lo cargué.

– ¿Te lo cargaste? -sonrió Jordan-. Si no le das un mazazo, es difícil cargarse un ordenador. Le echaré un vistazo encantada.

– Te lo agradecería. He llamado a varios técnicos informáticos de Bourbon, pero no hay forma de que vengan.

Había sido tan amable con ella al dejarle quedarse tanto rato en el restaurante que era lo mínimo que podía hacer. Tomó el bolso y lo siguió a la cocina. La oficina de Jaffee era un cuartito situado junto a la puerta trasera. El ordenador era arcaico para los estándares del momento. Había cables en todas direcciones, en su mayoría, innecesarios.

– ¿Cómo lo ves? -quiso saber Jaffee-. ¿Puedes recuperarla y conseguir que vuelva a funcionar?

– ¿Hablas del ordenador en femenino?

– A veces lo llamo Dora -admitió avergonzado.

Jordan no se rio. Vio que se había puesto colorado, y sabía que le resultaba embarazoso admitir que había humanizado la máquina.

– Déjame ver qué puedo hacer.

Pensó que tenía tiempo de sobra para volver a la aseguradora y acabar de fotocopiar los documentos de la última caja. No le quedaban demasiados, de modo que, aunque la aseguradora cerrase, podría terminar por la mañana.

Jaffee volvió a la cocina, y ella se dedicó a recuperar el ordenador. Quitó todos los cables, eliminó dos y desenrolló y colocó bien otros dos. Una vez hecho eso, no le costó nada de tiempo poner el ordenador en marcha. A continuación, se ocupó de los programas que había instalados. Eran demasiado antiguos. Jaffee intentaba ejecutar tres distintos, y todos ellos eran complicados. Si hubiese tenido el tiempo y el equipo necesarios, le habría instalado uno nuevo. Y se habría divertido haciéndolo. Por Dios, ¿qué decía eso de ella? En aquel instante, se juró a sí misma que si alguna vez humanizaba y bautizaba sus ordenadores, lo dejaría.

Como no podía instalar programas nuevos, decidió intentar simplificar los existentes.

La siguiente vez que Jaffee se asomó para comprobar cómo le iba, se puso muy contento al ver la pantalla azul.

– Has conseguido que vuelva a funcionar. Oh, gracias a Dios. ¿Pero qué es ese galimatías que estás tecleando?

Sería demasiado largo de explicar, así que optó por decir:

– Dora y yo estamos charlando un poco. Cuando haya terminado, te será más fácil trabajar con el programa.

Jaffee cerró el restaurante después de que el último cliente se marchara a las ocho y media, y se sentó con ella para que le contara los cambios que había introducido.

Se pasó una hora ayudándole a familiarizarse con el ordenador mientras apuntaba muchas cosas en notas autoadhesivas que iba pegando en la pared. Jordan ya le había programado la dirección de correo electrónico para que le pudiera enviar preguntas si estaba en un apuro, pero Jaffee le pidió que le diera también el número del móvil por si no lograba hacer funcionar el correo electrónico.

Cuando Jordan creía que había terminado, Jaffee le pasó un montón de direcciones de correo electrónico y le suplicó que se las introdujera en la agenda. La de Eli Whitaker era la primera de la lista. A continuación estaba la de Dave Trumbo. Jordan sonrió al leer el nombre: PeligrosoDave. La añadió sin comentar nada y pasó a la siguiente.

Una vez estuvo todo terminado, Jaffee insistió en acompañarla a pie hasta el motel.

– Ya sé que no está lejos y que tenemos farolas, pero te acompañaré igualmente. Además, quiero estirar un poco las piernas.

En la calle seguía haciendo calor, pero la temperatura había bajado un poco al ponerse el sol. Cuando llegaron al camino que conducía hasta la entrada del motel, Jaffee le dio las buenas noches y siguió calle abajo.

Jordan entró en el edificio pensando que iría directamente a su habitación. Pero el vestíbulo estaba lleno de mujeres.

Amelia Ann fue rápidamente a recibirla a la puerta.

– Qué bien que haya podido venir.

– ¿Perdón? -dijo Jordan.

Candy, la hija de Amelia Ann, estaba sentada en la recepción. Escribió el nombre de Jordan en una etiqueta rosa y se la pegó sobre el corazón.

– Estamos muy contentas de contar con usted -exclamó, feliz, Amelia Ann.

– ¿Para qué? -preguntó Jordan a la vez que sonreía a todas las mujeres que la contemplaban.

– Nos hemos reunido para darle los regalos de boda a Charlene. ¿Se acuerda de Charlene? -susurró-. Le dejó fotocopiar los documentos en la aseguradora donde trabaja.

– Sí, claro. -Jordan repasó los rostros sonrientes en busca del de Charlene-. Son muy amables por invitarme, pero no me gustaría molestar.

– Tonterías -protestó Amelia Ann-. Estaremos encantadas con su presencia.

– Pero no tengo regalo -le indicó Jordan en voz baja.

– Eso es fácil de solucionar -aseguró Amelia Ann-. ¿Qué le parece una pieza de la vajilla? Charlene eligió una preciosa. De Vera Wang.

– Sí, me encantará… -empezó a decir Jordan.

– No se preocupe por nada. Mañana me encargaré de ello y se lo añadiré a la cuenta. ¿Candy? Prepara otra tarjeta de regalo y ponle el nombre de Jordan.

Jordan se reunió con las veintitrés mujeres y agradeció que también llevaran etiquetas con su nombre. Se pasó la hora siguiente viendo desenvolver regalos mientras tomaba ponche dulce, caramelos de menta y pastelitos glaseados.

Cuando volvió a su habitación, estaba en pleno subidón de azúcar. Y se durmió.

Pasó muy buena noche, devolvió todas las llamadas telefónicas a la mañana siguiente, y no dejó el motel hasta pasadas las diez. Había planeado ir a pie hasta la aseguradora para fotocopiar el resto de los documentos, regresar con ellos al motel e ir después al taller para esperar a que Lloyd acabara de arreglarle el coche. Y se iría de allí con la cafetera arreglada aunque tuviera que quedarse de pie detrás de ese hombre e ir achuchándolo con una llave inglesa. Estaba segura de algo: no iba a tolerar más retrasos ni sorpresas.

Pero su plan no funcionó. Charlene le dio la mala noticia.

– Se han llevado la fotocopiadora una hora después de que Steve le dijera al vendedor que no iba a comprarla. ¿Te faltaba mucho?

– Unas doscientas páginas -respondió Jordan.