– Será puta -espetó J.D.

– Súbete al coche, J.D. -ordenó su hermano-. Maggie, quiero hablar contigo en privado.

– No se mueva de aquí -dijo la jefa a Jordan-. Vigiladla, chicos -gritó a los sanitarios mientras se dirigía deprisa hacia el sheriff.

Desde donde estaba Jordan observó cómo los dos hablaban. La jefa se acercó todo lo que pudo al sheriff y asintió varias veces con la cabeza, para mostrar su acuerdo con lo que éste le estaba diciendo.

«Mala señal -pensó Jordan-. Muy mala señal.»

Pasaron un par de minutos hasta que, por fin, los hermanos Dickey se subieron al coche y se marcharon.

– Voy a averiguar qué está pasando -aseguró la jefa Haden, que parecía indignada-. ¿Qué ha hecho para irritar al sheriff?

– Nada -replicó Jordan.

La jefa prosiguió como si Jordan no hubiese hablado.

– Va a decirme por qué el sheriff quería llevarla con él para interrogarla. ¿Qué sabe sobre usted?

Antes de que Jordan pudiese decirle que no tenía la menor idea de lo que había en las mentes retorcidas de los hermanos Dickey, y que no tenía ninguna intención de averiguarlo, el forense, con gafas de sol y una gorra de los Dallas Cowboys, llegó al estacionamiento en un descapotable rosa.

Del sujetó a Jordan por el brazo.

– Venga a la ambulancia y espere con nosotros -le dijo.

Jordan acompañó al sanitario pero no perdió de vista a la jefa Haden, que estaba junto al coche de alquiler charlando con el forense. Cuando estuvo preparada para irse, metió a Jordan en el asiento trasero de su coche patrulla, pero no se molestó en esposarla. Arrancaron y se detuvieron en la esquina. Haden llamó a su ayudante y le pidió a su mujer que lo buscara y le dijese que se presentara en la comisaría de policía lo antes posible.

– Dile a Joe que estoy investigando un homicidio.

Jordan se estremeció por dentro al oír la alegría que reflejaba su voz. Después, la jefa arrancó de nuevo y recorrió a toda velocidad el pueblo con la sirena puesta.

Capítulo 10

La comisaría de policía era muy pequeña. A Jordan le recordó el escenario de una vieja película del Oeste. Había dos mesas con una barandilla alta de madera entre ellas y una puerta de vaivén que daba al sanctasanctórum, con una diminuta oficina para el jefe en el fondo de la sala. Una puerta situada a la izquierda daba a un pasillo que conducía a un cuarto de baño y a una única celda.

Sólo había una persona en la comisaría, una mujer joven que lloraba sentada delante de un ordenador. Cuando la jefa y Jordan entraron, se secó las lágrimas con el puño de la blusa y agachó la cabeza. Jordan oyó cómo la jefa maldecía entre dientes.

– ¿Todavía tienes problemas, Carrie?

– Ya sabe que no lo soporto.

– Claro que lo sé -afirmó la jefa-. No has hecho más que quejarte desde que aceptaste este empleo.

– Yo no lo acepté -murmuró Carrie-. Me lo impusieron. Y tampoco me he quejado tanto.

– No discutas conmigo delante de una sospechosa.

– ¿Soy sospechosa? -preguntó Jordan.

Esperaba que la jefa le confirmara que lo era. Después de todo, el cadáver estaba en su coche. La jefa le leería entonces sus derechos y ella pediría un abogado.

No pasó nada de eso.

– ¿Es sospechosa? -repitió la jefa. Ladeó la cabeza y frunció el ceño como si no pudiera acabar de decidirse-. Lo decidiré después de interrogarla.

Jordan creyó que bromeaba, pero la expresión de su cara indicaba que, en realidad, hablaba en serio. ¿Creía que Jordan iba a responder encantada a todas sus preguntas y se incriminaría para que pudiera detenerla? Le pareció irreal. Todo lo que estaba pasando era irreal.

Pero la celda era real. Estaba a un lado de la sala principal de la comisaría.

La jefa llevó a Jordan hasta ella y, acto seguido, salió y cerró la puerta.

– Voy a dejarla aquí dentro para que no se vaya mientras regreso para hablar con los de la científica. También me llevo la llave -añadió-. Por si alguien viniera y quisiera llevársela.

Jordan no dijo nada. No podía. Estaba sin habla. Tenía que tranquilizarse y recobrar el dominio de sí misma, así que se sentó en la cama con la espalda erguida, las manos en las rodillas, palmas arriba, y la mirada fija en la pared de piedra que tenía delante. Pasados unos minutos, cerró los ojos y procuró recordar algunos de los ejercicios de yoga que hacía para conseguir lo que su profesora denominaba «paz interior». De acuerdo, la paz interior era imposible, pero si podía lograr que su corazón y su respiración recuperaran el ritmo normal, quizá podría dejar de estar asustada por dentro.

Pasaron dos horas enteras y algo más de tiempo antes de que la jefa volviese a la comisaría. Abrió la celda y entró con una silla. Jordan podía oír a la auxiliar, que murmuraba en la otra habitación, pero no distinguía qué estaba diciendo.

– ¿Está llorando su auxiliar? -preguntó.

– Claro que no -aseguró, tensa, la jefa-. Sería una falta de profesionalidad.

Se oyó un sollozo.

– He debido oír mal -dijo Jordan.

– Voy a grabar esta conversación -anunció Haden mientras mostraba una pequeña grabadora y la dejaba encima de la cama.

La jefa de policía era de lo más inepto. Jordan quería preguntarle si había investigado algún homicidio antes, pero esa pregunta sólo serviría para enojarla, sobre todo si Jordan le indicaba que no le había leído sus derechos.

– Tengo unas preguntas para usted. ¿Está dispuesta a contestar con sinceridad? -No esperó a que Jordan respondiera-. Dígame cómo es posible conducir un coche sin saber que se lleva un cadáver dentro.

Su tono acusador no le gustó nada a Jordan.

– Ya se lo he dicho, recogí el coche en el taller y no miré en el maletero hasta que estuve en el supermercado.

– Y ese amigo suyo, el profesor MacKenna, se ve con usted un día, aparece muerto dos días después, y usted no tiene idea de cómo ha sucedido, ¿es así?

– Creo que si va a seguir con estas preguntas, debería haber presente un abogado -comentó Jordan con educación.

La jefa Haden fingió no haberla oído.

Así que Jordan decidió seguir su ejemplo, y fingió no comprender nada de lo que le preguntó a partir de entonces.

Al final, la jefa paró, frustrada.

– Creía que podríamos mantener una conversación amigable -dijo.

– Me ha encerrado en una celda y está grabando todo lo que digo -replicó Jordan, que había ladeado la cabeza para examinar a la mujer-. No me parece una actitud demasiado amigable.

– Escúcheme bien. A mí no me va a intimidar como a los hermanos Dickey con todo eso del FBI y del Departamento de Justicia. Podrá tener abogado cuando yo le diga que puede, y será mejor que sepa que, como no está colaborando, se ha convertido en sospechosa de la investigación de este homicidio.

Apagó la grabadora y se decidió por fin a leerle los derechos a Jordan. Luego, sacó la silla de la celda y cerró la puerta de golpe.

Una hora después asomó la cabeza y dijo:

– Aquí tiene una guía telefónica. Puede buscar en ella un abogado. Puede incluso elegir uno del este si así lo desea, pero se quedará en esta celda hasta que conteste a mis preguntas. No me importa lo que tarde. -Le pasó el listín a través de las rejas-. Avíseme cuando quiera hacer su llamada.

¿Podían condenarla injustamente por asesinato? Si supiese la hora aproximada en que había muerto el profesor, podría decir dónde estaba y si alguien la había visto. Esperaba que no lo hubieran matado por la noche, porque no podría demostrar que había permanecido en la habitación del motel. Podrían decir que había ido corriendo a casa del profesor y lo había asesinado. Pero, en ese caso, ¿cómo había metido el cadáver del profesor en el maletero de su coche, que estaba encerrado en el taller de Lloyd? ¿Y qué móvil tenía? ¿Se inventarían uno?

Eso no la llevaba a ninguna parte. No tenía información suficiente para preparar ninguna clase de defensa… ni coartada. Ni siquiera sabía cómo habían asesinado al profesor. Se había quedado demasiado atónita al verlo metido en una bolsa como si fuese las sobras de la cena.

Estaba totalmente fuera de su ambiente… o fuera de su burbuja, como diría Noah. Decidió que era culpa suya por haberle señalado lo aburrida que era su vida. Ella estaba feliz sin percatarse de ello. Ahora se sentía impotente. Para sobrevivir, el cuerpo necesitaba agua y comida, pero Jordan también necesitaba un ordenador y un teléfono móvil. Sin ninguno de sus artilugios tecnológicos, estaba perdida.

Detestaba la sensación de no controlar la situación. Cuando saliese de allí… si es que salía… se tomaría un par de años y volvería a la facultad de derecho. No se sentiría tan vulnerable si conociese las leyes, ¿no?

La jefa interrumpió sus lamentaciones.

– ¿Va a llamar a un abogado o no?

– He decidido esperar a mi hermano.

La jefa resopló.

– ¿Va a seguir con ese cuento? Sólo pretende ganar tiempo. Pero pronto cambiará de parecer, porque no le voy a dar nada de comer ni de beber hasta que empiece a colaborar. No me importa lo que tarde. La mataré de hambre si es preciso -la amenazó.

– ¿Es eso legal? -preguntó Jordan con dulzura.

Haden tenía una vena realmente perversa.

– Puedo hacer lo que quiera en este pueblo, ¿comprende? -aseguró mientras se daba unos golpecitos en el pecho-. No soy tan blanda como parezco.

Jordan no pudo resistirse a replicar.

– Nadie podría considerarla blanda.

Había logrado fastidiarla.

– Me gustaría saber lo descarada que sería si decidiese entregarla a los hermanos Dickey -soltó la jefa, roja de ira.

Señaló con el dedo a Jordan, y cuando iba a amenazarla de alguna otra forma, Carrie la interrumpió.

– ¿Maggie?

– Te he dicho que me llamaras jefa Haden -bramó.

– ¿Jefa Haden?

– ¿Qué quieres?

– El FBI está aquí.

Capítulo 11

– ¿Dónde está? -preguntó Nick.

– La investigación es cosa mía -dijo la jefa Haden-. El FBI no tiene nada que hacer aquí.

Nick y Noah habían entrado en la comisaría de policía esperando tratar con un agente de la ley competente. Se habían equivocado. Y ninguno de los dos estaba de humor para aguantar tonterías sobre cuestiones territoriales.

– Le he hecho una pregunta -vociferó Noah-. ¿Dónde está?

– Eso no le importa -replicó Haden-. Como le he dicho, la investigación es cosa mía. Usted y su amigo deberían irse de mi comisaría.

Nick ya le había informado de que Jordan era su hermana, y le había mostrado su identificación y sus credenciales. Ahora le tocaba hablar a ella. E iba a tener que contestar a sus preguntas.

La jefa Haden habría dado un paso atrás para alejarse de él, pero estaba justo delante de la barandilla, que se lo impedía. Sabía que había empezado con mal pie, pero no iba a echarse atrás. Cuanto antes se diesen cuenta de quién estaba al mando, mejor.

El hombre que se había identificado como el agente Nick Buchanan era intimidante y temible, pero no resultaba tan aterrador como el otro agente. Había algo en sus penetrantes ojos azules que le advertía que no se interpusiera en su camino. Sabía que no haría falta demasiado para que saltase, y no quería que lo hiciera sobre ella. Su única opción era atacar primero.

Cuando Nick estaba a punto de perder los estribos, la joven que estaba sentada delante de una pantalla de ordenador sin imagen metió baza.

– Su hermana está en una celda que hay ahí detrás. Está bien, pero esperen a verla. -Se estaba enroscando un mechón de su largo pelo rizado en un dedo y sonriendo a Noah cuando ofreció esa información.

– ¿Mi hermana está encerrada en una celda? -se sorprendió Nick.

– Exacto -contestó la jefa después de fulminar con la mirada a la joven.

– ¿De qué se le acusa?

– Todavía no voy a darles esa información -contestó la jefa-. Y no van a ver a su hermana ni a hablar con ella hasta que haya terminado con ella.

– Nick, ¿ha dicho hasta que haya terminado con ella? -exclamó Noah. Parecía divertido.

– Eso ha dicho -confirmó Nick sin apartar los ojos de la jefa.

– Están fuera de su jurisdicción -aseguró la jefa con los ojos entrecerrados y el labio inferior sobresaliendo.

– La jefa cree que puede meterse con el gobierno federal -observó Noah.

Haden estaba furiosa. Los dos agentes la estaban presionando. Cruzó la puerta de vaivén y se situó cerca de la puerta que daba al pasillo para impedirles el acceso a la celda.

Consideraba que esos agentes del FBI eran arrogantes e insolentes. Los dos eran unos engreídos que creían que podían ningunearla. Pero no sabían con quién estaban hablando. El hecho de que siendo mujer hubiese llegado al cargo de jefe de policía de Serenity, en Tejas, debería haberles indicado que no estaba ahí de adorno. Aunque Serenity era un pueblo de mala muerte, había tenido que esforzarse mucho en joder, tanto figurada como literalmente, para llegar a donde había llegado. Dos hombres musculosos con placa y pistola la habían puesto nerviosa un momento, pero ahora había recuperado el control y no iban a decirle qué hacer. Que se fueran a la mierda. Era su pueblo y eran sus normas. Allí, ella ostentaba el poder.