– Está encerrada en una celda, aquí al lado -explicó Nick.
Max hizo la pregunta evidente.
– ¿Y eso por qué?
– La he detenido -respondió Noah.
Jordan pensó que Max no parecía nada sorprendido, pero, claro, como abogado, seguro que sabía ocultar sus reacciones.
– Comprendo -dijo Max-. ¿Y cuál ha sido la causa de su detención?
Nick se lo explicó y, cuando hubo terminado, Max se rascó la mandíbula y soltó:
– ¿Hay alguna otra sorpresa que queráis mencionarme?
– ¿Te ha contado el doctor Morganstern por qué necesitaba un abogado? -inquirió Jordan.
– Sí. Me ha explicado que encontraste algo en el maletero de tu coche.
Carrie hizo un gesto a Jordan para captar su atención.
– Tengo en espera al ayudante Davis -anunció-. ¿Quién quiere hablar con él?
– Ya lo hago yo -dijo Noah, que se acercó a la mesa de Carrie y tomó el auricular de su mano.
Max echó un vistazo al pasillo que conducía a la celda.
– Voy a intentar hablar con la jefa -dijo.
– ¿Por qué? -preguntó Nick.
– Quiero saber qué información tiene.
– Vas a perder el tiempo.
La conversación de Noah con el ayudante duró menos de un minuto. Después de que se identificara, Noah le dijo que su jefa estaba detenida y que tenía que presentarse en la comisaría lo antes posible.
La conversación de Max con Haden duró mucho más, aunque no empezó con buen pie. Jordan hizo una mueca al oír el vocabulario grosero de la mujer, pero al cabo de dos minutos Haden había dejado de gritar, y sospechó que Max la había persuadido de algún modo.
– ¿Qué opinas? -preguntó Nick-. No se oye nada.
– A lo mejor Max la ha convencido de que sea razonable -sugirió Jordan.
– No importa -dijo Noah-. Está perdiendo el tiempo.
– No la dejará salir, ¿verdad? -preguntó Carrie, preocupada, a Jordan.
En aquel momento, Max salió a la sala principal de la comisaría.
– La jefa de policía no quiere los servicios de ningún abogado y está de acuerdo en que sería prudente colaborar con el FBI. También ha accedido a permitirnos salir y mantener nuestra entrevista para que, cuando terminemos, nos reunamos con ella.
– Ni hablar -se negó Noah.
– ¿Y qué te parece lo de soltar a la jefa? -preguntó Max a Nick sin hacer caso del comentario de Noah.
Antes de responder, Nick dirigió una mirada a Noah. A Jordan le dio la impresión de que a su hermano le había hecho algo de gracia la pregunta. ¿Esperaba Max que actuara en contra de la opinión de Noah?
– Mi compañero acaba de decirte que ni hablar, y eso significa que ni hablar -comentó Nick, y antes de que Max pudiera replicar, añadió-: El ayudante viene de camino. Jordan y tú podéis hablar con él.
Max se volvió hacia Noah.
– El doctor Morganstern me advirtió sobre vosotros dos -aseguró-. Dijo que me daríais problemas.
– No causamos problemas -lo contradijo Noah a la vez que se encogía de hombros-, pero cuando hay que pasar de las palabras a los empujones, empujamos. Logramos resultados.
Max asintió y puso una mano en el hombro de Jordan.
– ¿Vamos afuera?
– Jordan -dijo Nick mientras abría la puerta-, ahora que tu abogado está aquí, iré a Bourbon a echar un vistazo al cadáver. -Y le comentó a Noah-: ¿Te puedes encargar de todo?
– Sí -le aseguró su compañero.
Max tomó el maletín y salió con Nick y Jordan. Noah los siguió y cerró la puerta tras él.
El aire sofocante dejó a Jordan sin aliento. No creía que pudiera acostumbrarse nunca a un calor así.
Después de que Nick se hubo marchado, Max se sentó a su lado en el banco. Abrió el maletín, sacó un bloc de notas y un bolígrafo, y cuando cerraba de golpe la cartera, Noah empezó su interrogatorio.
– ¿Dónde estudiaste derecho?
– En Stanford. Cuando terminé, me incorporé a un bufete de la Costa Oeste, donde trabajé hasta hace cuatro años.
– ¿Por qué lo dejaste?
– Me apetecía un cambio.
– ¿Por qué?
– Me cansé de defender a los chicos de Silicon Valley que estaban desvalijando a sus empresas punto com -sonrió Max-. Decidí volver a casa y empezar de cero.
Las respuestas de Max eran tan rápidas como las preguntas.
– Agradeceré cualquier ayuda que puedas prestarme -dijo Jordan, con lo que interrumpió el interrogatorio de Noah.
– Haré lo que pueda -contestó con afecto el abogado y, acto seguido, alzó los ojos hacia Noah-. Necesito hablar a solas con mi clienta.
Tras analizar la situación un segundo, Noah se volvió para regresar al interior de la comisaría.
– Si necesitas algo, llámame -le dijo a Jordan.
– De acuerdo -prometió la joven.
A diferencia de Noah, el abogado no la acribilló a preguntas. Sólo le pidió que repasara con él los hechos, empezando por la boda a la que había asistido y el momento en que había conocido al profesor.
Max escuchó atentamente y tomó notas mientras Jordan relataba lo que había hecho esa mañana. Cuando llegó a la parte de la agresión de J.D. Dickey, el abogado arqueó una ceja.
– Le dije a la jefa Haden que quería denunciarlo -explicó Jordan-. Pero se negó.
– ¿Te dio alguna razón para no detenerlo?
Jordan sacudió la cabeza y le explicó lo que había oído sobre la relación entre Haden y los hermanos Dickey.
– Hablaré con el ayudante Davis cuando llegue -aseguró Max-. Te aseguro que se pueden presentar cargos en contra de J.D. Dickey. Puede que tengas que quedarte en Serenity algo más de tiempo de lo que pensabas…
– No lo sé -vaciló Jordan-. Creo que debería dejarlo correr, irme del pueblo y olvidarme de toda esta pesadilla.
– Te comprendo -dijo Max. Le dirigió una mirada comprensiva y le tocó la mano-. Sólo tienes que decírmelo, y el señor Dickey pagará por lo que te hizo.
Noah observaba la conversación entre Jordan y Max por la ventana. Jordan tenía la cabeza gacha, con los ojos puestos en sus rodillas, e imaginó que estaría recordando los detalles del día. Max García tomaba notas en el bloc y de vez en cuando le dirigía una mirada afectuosa.
– Abogados -murmuró Noah con cierta repugnancia.
De repente, llegó un automóvil, y un hombre vestido con vaqueros azules y una camisa escocesa bajó de él, se acercó a Max y a Jordan, y les estrechó la mano.
Carrie miraba por otra ventana.
– Es Joe -anunció.
Joe Davis era un hombre joven, pero ya tenía unas marcadas arrugas de preocupación en la frente. Vio de inmediato que Noah iba armado cuando salió para reunirse con ellos.
– ¿Es usted el agente con quien he hablado por teléfono? -preguntó Joe-. Clayborne, ¿verdad?
– Exacto -respondió Noah, y dio un paso adelante para estrecharle la mano-. Espero que no sea como la jefa, porque si lo es, tenemos un problema.
– No, no me parezco en nada a ella -le aseguró Davis-. Menudo lío. Estaba en el rancho de un amigo y mi mujer no ha podido ponerse en contacto conmigo hasta que he vuelto. He recibido una llamada de cada uno de los tres concejales. El alcalde llegará de un momento a otro.
– ¿Por qué? -quiso saber Max.
– Quiere despedir personalmente a la jefa Haden. Estaban buscando un motivo para deshacerse de ella, y ahora, con la detención falsa y la imposibilidad de presentar cargos, diría que los tienen de sobra. Este último año han recibido quejas constantes sobre ella. Y los últimos dos meses, las quejas han aumentado muchísimo.
– Está usted al mando, entonces -concluyó Noah.
– Le he dicho a los concejales que me encargaría de todo hasta que encontrasen un sustituto -asintió y, acto seguido, se dirigió a Max-: ¿Está su clienta preparada para hablar conmigo?
Jordan asintió. Y las preguntas volvieron a empezar.
Capítulo 13
J.D. estaba histérico. Sabía que necesitaba estar un rato solo para dominar su furia antes de hacer algo que después lamentaría. Iba a toda velocidad por un camino de tierra en una zona aislada de las afueras de Serenity con las manos aferradas al volante mientras derrapaba en una curva tras otra a punto de perder el control de la furgoneta. El vehículo levantaba una nube de tierra a su paso, y apenas podía ver por dónde iba debido a la suciedad que cubría el parabrisas. Casi se precipitó por un barranco, pero giró a la derecha sobre dos ruedas y volvió a incorporarse al camino. Entonces, frenó, bajó de la furgoneta y empezó a dar puntapiés a la puerta mientras maldecía su propia estupidez.
Estaba tan asustado que le costaba pensar con claridad. Sabía que había metido la pata, pero no podía hacer nada al respecto. Era demasiado tarde. Randy estaba muy enojado con él, pero le había prometido que trataría de suavizar las cosas.
Controlar los daños. Era lo único que podía hacerse ya.
Sabía que eso era lo que le diría Cal si conociera la terrible situación en la que se encontraba. Su compañero de celda en la cárcel le aconsejaría que asumiera la responsabilidad de su error y que intentara averiguar qué había ido mal. «Aprende de tus errores. Cuando algo sale mal, es imprescindible averiguar qué se ha torcido antes de emprender otra cosa.» Eso lo sabía cualquiera. Sí, eso es lo que Cal le diría. Era un hombre muy inteligente.
¿Y qué había aprendido J.D.? Había aprendido que había sido demasiado codicioso. Estaba muy contento con su nueva fuente de ingresos hasta que había llegado el profesor y había despertado su ambición.
No había querido que esa vida tan bonita se acabara y, desde luego, no quería volver a la cárcel y acabar tal vez condenado a la pena capital por asesinato premeditado.
No había tenido suerte, eso era todo. Había vuelto dos veces a la habitación de Jordan Buchanan pero no había podido entrar. La primera vez, Amelia Ann estaba fuera pasando la aspiradora. La segunda, había una pareja de electricistas instalando unos focos delante de su puerta.
Dejó de dar patadas a su furgoneta nueva y se dejó caer sobre el guardabarros. Se secó el sudor de la frente y procuró concentrarse. Esa puta lo había estropeado todo. No, eso no era verdad. Le había complicado la vida, pero no se la había arruinado. Todavía podía arreglar las cosas. Decidió que, además, le ajustaría las cuentas. Sí, eso haría.
Pero primero, lo más importante. Tenía que terminar el trabajo, y eso significaba que Jordan Buchanan siguiera en el pueblo hasta que pudiera averiguar qué sabía. ¿Qué posibilidades había de que supiera por qué había sido necesario hacer callar al profesor? Imaginaba que entre cero y ninguna.
Aun así, tenía que asegurarse.
Capítulo 14
Por fin, la terrible experiencia de Jordan había terminado, y a las siete y media de esa misma tarde habían retirado todos los cargos en su contra. En cuanto el nuevo jefe de policía había recibido la hora oficial de la muerte (con un margen de tres horas de error), y había comprobado su coartada, la había dejado en libertad.
Jordan había explicado dónde había estado cada momento de la noche anterior. Se dio cuenta entonces de la suerte que había tenido de no haber estado nunca sola hasta que se fue a dormir. A esa hora, ya hacía rato que el profesor MacKenna había fallecido.
El alcalde insistió en despedir a Maggie Haden mientras todavía estaba entre rejas. También insistió en que el jefe Davis no dejara salir a la mujer hasta que él se hubiese ido de la comisaría.
Maggie no se tomó bien la noticia de su cese.
– Tendrías que habértelo imaginado -le indicó Davis.
Su reacción fue, como era de esperar, infame, y mientras recogía sus objetos personales y los echaba en una caja de cartón, soltó una diatriba sobre discriminación sexual.
– La gente se ha quejado de mí al Ayuntamiento porque soy mujer. Tú jamás has podido soportar que me dieran a mí el cargo en lugar de a ti. No has parado de pinchar a los concejales para que me despidieran.
– ¿No vas a asumir ninguna responsabilidad por lo sucedido hoy? -preguntó Davis.
– Voy a buscarme un abogado y a denunciaros a todos. No tendréis dónde caeros muertos cuando acabe con vosotros.
– Oye, no deberías amenazarnos. Me ha costado mucho convencer al agente Clayborne para que te retirara el cargo por agresión. Todavía podría cambiar de opinión.
– Era un cargo inventado.
La caja que había llenado ocupaba el centro de la mesa. Bajó los ojos para mirar su contenido, la levantó y la lanzó contra la pared.
– No necesito esta basura -dijo Haden.
– Tienes que irte de aquí. -Davis intentó sujetarle un brazo.
– No te acostumbres demasiado a mi silla -soltó mientras se apartaba de él-. No serás jefe de policía mucho tiempo. Mi abogado obligará a los concejales a devolverme mi puesto. Volveré a llevar la placa y el arma antes de que te des cuenta. Y entonces estarás oficialmente acabado. Lo primero que haré será librarme de ti.
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