– Lo recuerdo. Me alegro de volver a verte, Steve.

– Me encanta la vajilla, Jordan. Muchas gracias -prosiguió Charlene.

– De nada. Espero que la disfrutes.

– ¿Vajilla? -le susurró Noah.

– De Vera Wang -sonrió Jordan.

Jaffee giró una silla para sentarse a horcajadas en ella.

– Muy bien, ya hemos esperado bastante. Queremos saber qué pasó.

– Hemos oído lo que pasó. Todo el mundo en el pueblo lo comenta -indicó Angela-. Pero no conocemos tu versión. ¿Qué sentiste al ver ese cadáver?

– Fue asqueroso -contestó Candy por ella.

Todo el mundo empezó a hacer preguntas a la vez. A Noah le pareció interesante que Jordan no tuviera que contestar ninguna. Siempre había una o dos personas en el grupo que ya conocían la respuesta y estaban encantadas de darla en su lugar.

El teléfono de Noah sonó a mitad de la sesión de preguntas y respuestas. Todos dejaron de hablar para poder oír lo que decía.

– Espera aquí, Jordan -pidió Noah pasados unos segundos-. El agente del FBI que nos ha traído el coche está delante de la puerta con él. Sólo tardaré un minuto.

Charlene esperó a que Noah hubiera salido del restaurante para comentar:

– Es muy atractivo.

– Es amigo de Jordan -anunció Angela.

– ¿Un amigo especial? -quiso saber Amelia Ann.

Las mujeres observaron expectantes a Jordan.

– Sólo un amigo -les aseguró ésta.

– ¿Te quedarás en el pueblo esta noche? -preguntó Amelia Ann.

– Sí.

– ¿Él también?

– Sí -contestó de nuevo.

– ¿En tu habitación o en otra parte? -prosiguió Amelia Ann en un susurro.

– En otra parte.

– Pero en mi motel, ¿no?

– Supongo que sí… si tienes una habitación libre -indicó Jordan.

– Te diré qué haré -comentó Amelia Ann-. Te ayudaré porque tengo habitaciones disponibles.

– ¿Cómo vas a ayudarme? -se extrañó Jordan.

– Lo instalaré en la habitación que se comunica con la tuya.

Charlene le guiñó un ojo a Jordan.

– Tú verás si quieres dejar abierta la puerta interior.

– ¡Charlene! -susurró Candy enojada-. Ese hombre podría estar saliendo con alguna mujer… en plan serio.

«Más bien con muchas», pensó Jordan.

Charlene le dio un codazo juguetón.

– Lástima que no esté aquí Kyle Heffermint -aseguró-. Esta mañana parecía muy interesado.

– Si habéis acabado de avergonzar a Jordan con vuestras tonterías sobre su alojamiento, me gustaría saber qué ocurrió cuando despidieron a Maggie Haden. -Fue Keith, el prometido de Charlene, quien hizo la pregunta.

Todo el mundo especuló y explicó lo que había oído.

– Tu amigo, el agente del FBI, le prometió a Joe Davis que iba a quedarse -dijo Keith entonces.

– ¿Por qué le prometió eso? -preguntó Charlene.

– Joe le pidió que echara un vistazo a la casa del difunto. Como tiene experiencia y todo eso, Joe creyó que quizá podría hacerle algunas sugerencias, o tal vez ver algo en esa casa que sirviera para que Joe encontrara al asesino.

Amelia Ann se llevó una mano a la garganta.

– No puedo creer que haya un asesino en Serenity -soltó-. Quienquiera que asesinara a ese hombre tuvo que ser un forastero. Aquí somos demasiado agradables para matar a alguien.

– Si tan agradables somos, ¿no te parece extraño que ninguno de nosotros conociera a ese tal MacKenna? -preguntó Jaffee.

– Eso es porque él guardaba las distancias -aseguró Keith-. Me han dicho que tenía alquilada una casa a un kilómetro de aquí.

– No vino nunca a comer al restaurante -dijo Jaffee-. Ni una sola vez. Ni siquiera entró a probar mi tarta de chocolate.

– Jordan me contó que antes era profesor de universidad.

– ¿Conseguiste fotocopiar todos los documentos de la investigación? -preguntó Jaffee a Jordan.

– No -contestó la joven-. Todavía me falta una caja.

– Ahora que el hombre está muerto podrás llevarte las cajas, ¿no? -supuso Candy-. Él ya no va a quererlas.

– Ahora ese material forma parte de la investigación -aclaró Jordan a la vez que negaba con la cabeza-. Y también forma parte del patrimonio del profesor MacKenna. No puedo llevarme las cajas.

– Tal vez puedas leer esta noche el resto de los documentos -sugirió Jaffee.

Jordan pensó que era un detalle que se preocupara por su proyecto. Pero dudaba poder leer demasiado esa noche. Estaba agotada después de un día largo y estresante, y sabía que se quedaría dormida en cuanto su cabeza tocara la almohada.

Noah volvió a entrar en el restaurante, pero Steve Nelson y otro hombre lo detuvieron. Steve era quien más hablaba y parecía ansioso. Jordan se preguntó si estaría intentando venderle un seguro a Noah. Éste asentía de vez en cuando. Poco después se había formado un grupo a su alrededor, y la discusión se había vuelto más animada. Oía cómo bombardeaban a Noah con preguntas y le ofrecían sus conjeturas. Noah parecía tomárselo con calma, y escuchaba pacientemente el punto de vista de cada persona. En un momento dado, la miró y sonrió. Era evidente que Serenity no había vivido momentos tan apasionantes en años. También le pareció evidente que Noah era muy complaciente. Querían hablar y él estaba dispuesto a escuchar.

Capítulo 15

Los buenos ciudadanos de Serenity siguieron comentando los acontecimientos que habían conmocionado de repente a su pueblo, pero pasada una hora, Noah se disculpó e insistió en que él y Jordan tenían que irse. Seguía haciendo calor y bochorno cuando salieron. Noah conectó el aire acondicionado del nuevo coche, y Jordan soltó algún que otro «¡Oh!» de placer al notar el frescor del aparato.

Vio el bolso en el asiento trasero y se volvió para recuperarlo. Después, quiso hacer lo mismo con el portátil, pero no estaba. Miró en el suelo del coche. Nada.

– ¡Oh, no! -exclamó.

– ¿Qué pasa? -preguntó Noah.

– Me falta el portátil. -Se giró hacia delante y miró debajo de su asiento-. Estaba en el coche de alquiler esta mañana.

– ¿Viste que se lo llevara alguien en el estacionamiento del supermercado? -dijo Noah.

– No. Cuando la jefa Haden me llevó a la comisaría de policía no me permitió sacar nada del coche.

– Mañana haremos algunas llamadas para enterarnos -le aseguró Noah.

Aparcó el sedán en el fondo del patio del motel. Accedieron al vestíbulo, donde los estaba esperando Amelia Ann con una llave para Noah. Éste no comentó nada cuando vio que su habitación era contigua a la de Jordan. Abrió la puerta, se dirigió hacia la puerta interior que comunicaba las dos habitaciones, la abrió y, a continuación, siguió a Jordan a su habitación.

– Ten esta puerta abierta de par en par -indicó, y esperó a que ella asintiera.

– Muy bien, pero no quiero sorpresas -lo pinchó Jordan-. Tú te quedas en tu habitación, y yo en la mía.

– No tienes que preocuparte por eso -rio Noah mientras se dirigía a su cuarto.

A Jordan le sorprendió lo mucho que le dolieron esas palabras. Si Noah se hubiese molestado en mirarla, se lo habría visto en los ojos. Por suerte, no lo había hecho. Su reacción la desconcertó. No tenía sentido. No quería atraerlo, ¿verdad?

No, claro que no. Sólo tenía esas ideas extrañas y disparatadas porque estaba cansada y estresada. Eso era todo.

No podía dejarlo correr. Noah había dicho que no tenía que preocuparse. ¿Por qué no? ¿Por qué no tenía que preocuparse? ¿Qué tenía ella de malo? Según se decía, Noah intentaba ligar con casi todas las mujeres con las que estaba en contacto, y no tener que preocuparse porque lo intentara con ella sólo podía significar que no le interesaba. ¿Pero por qué no le interesaba?

Se metió en el cuarto de baño, se miró en el espejo y se encogió de hombros. Bueno, tenía que admitir que no era ninguna reina de la belleza, y desde luego, esa noche no lucía su mejor aspecto. Tenía los ojos irritados por haber llevado las lentillas demasiado rato, el pelo enmarañado de modo que le caía sobre la cara, y la tez sin el menor color salvo el enorme cardenal situado bajo el ojo.

Se acabó. No podía hacer nada por mejorar su aspecto, por lo menos esa noche. Además, si quería leer algo, sería mejor que intentara reanimarse.

Quitarse las lentillas y darse una larga ducha fue bueno. Se lavó el pelo, pero no dedicó demasiado tiempo a secárselo y rizárselo. Seguía húmedo cuando se lo peinó hacia atrás. Se puso una camiseta de algodón gris y un pantalón corto a rayas grises y blancas. Después de cepillarse los dientes, se puso las gafas con la montura de carey y se miró de nuevo en el espejo.

Estupendo, parecía el anuncio de una pomada para la psoriasis. Se había frotado la cara con tanta energía que se le había quedado totalmente colorada.

Se rio de sí misma. Sí, estaba de lo más sexy, pero por lo menos ya no tenía sueño. Quizá podría leer un poco después de todo.

Volvió a la habitación, retiró la colcha, la dobló y la dejó en un rincón, junto a la mesita de noche. Extendió bien la sábana de arriba, tomó de la tercera y última caja un montón de documentos sin fotocopiar, y se sentó a leer en medio de la cama de matrimonio.

Dirigió la mirada a la habitación contigua, pero Noah no estaba a la vista. Tenía la cama en paralelo a la suya, lo que significaba que, si quisiera, podría verlo dormir. Se obligó a concentrarse en la investigación y tomó el primer papel.

Volvía a tener anotaciones en el margen. Y había, por segunda vez, un número que ya había visto antes: 1284. Algo importante debía de haberles ocurrido ese año a los Buchanan y los MacKenna. ¿Pero qué? ¿Fue entonces cuando se inició la enemistad o cuando se robó el tesoro? ¿Qué pasó en 1284?

Su frustración aumentó. Si hubiese tenido portátil y hubiese podido acceder a Internet, habría podido empezar su propia investigación en ese mismo momento. Como no lo tenía, tendría que esperar a estar de vuelta en Boston.

– Muy bien -susurró, después de suspirar profundamente, y empezó a leer-. ¿Qué han hecho los Buchanan esta vez?

La historia transcurría en 1673. Lady Elspet Buchanan, la única hija del despiadado terrateniente Euan Buchanan, asistía a la fiesta anual cerca de Finland Ford. Por casualidad, conoció a Allyone MacKenna, hijo favorito del justo y honorable terrateniente Owen MacKenna. Más adelante, los Buchanan acusaron a Allyone de entrar a hurtadillas en su campamento para hechizar a la joven doncella, pero los MacKenna sabían con certeza que había sido la mujer, Elspet, quien había embrujado al hijo de su terrateniente.

Fuera como fuera, la suerte quiso que apenas un par de miradas bastaran para que Elspet se enamorara locamente de Allyone. Al fin y al cabo, el joven era, según los descendientes del clan MacKenna, el guerrero más atractivo del mundo.

Como estaba hechizado, Allyone amaba a Elspet tanto como ella a él, pero ambos sabían que jamás podrían estar juntos. Aun así, no podían separarse. Elspet le suplicó a Allyone que abandonase a su familia, renunciase a su posición y a su honor, y huyera con ella.

La noche antes de su encuentro en el bosque para escaparse juntos, el terrateniente Buchanan se enteró de los planes de su hija. Enfurecido, la encerró en la torre de su castillo y reunió a sus guerreros para que encontraran y mataran a Allyone.

Elspet, aterrada porque su padre sabía dónde la estaría esperando Allyone, estaba decidida a avisar a su enamorado, pero cuando bajaba los resbaladizos peldaños, perdió pie y sufrió una caída mortal.

Estaba escrito que murió susurrando su nombre.

Cuando Jordan leyó que la pobre Elspet había fallecido llamando a su enamorado, empezaron a saltársele las lágrimas. Quizá fuera porque estaba exhausta. No era propio de ella emocionarse así.

– ¿Qué diablos…? -La voz de Noah la sobresaltó. Alzó los ojos y vio que estaba en la puerta con el ceño fruncido. Era evidente que acababa de salir de la ducha. Llevaba puestos los vaqueros y nada más-. ¿Qué ha pasado? -preguntó mientras entraba en su habitación pasándose una camiseta blanca por la cabeza.

– Nada. -Jordan se giró y tomó una caja de pañuelos de papel de la mesita de noche.

– ¿Te encuentras mal?

Jordan intentó dejar de llorar, sin conseguirlo. Tiró de un pañuelo de papel y se secó las mejillas.

– Me encuentro bien.

– Entonces, ¿qué diablos te pasa, Jordan?

Se pasó los dedos por el pelo y se quedó ahí parado, mirándola, unos quince segundos sin moverse. Finalmente se sentó en la cama y la acercó hacia él.

– Es sólo que…

– Cuéntamelo -insistió.

– Es sólo que… -Dejó de hablar para sacar otro pañuelo de papel de la caja-. Fue tan…

Noah creía haber adivinado cuál era el problema y se agachó hacia ella.

– No pasa nada, cariño. Sé que has tenido un día terrible. Debes de estar reaccionando. Adelante, llora. No te lo quedes dentro. Sé que ha sido horroroso.