Jordan empezó a darle la razón, se detuvo y exclamó:

– ¿Qué? No, no estoy reaccionando. Pero fue tan triste…

– ¿Triste? Yo no diría eso. Más bien diría que ha sido duro.

– No… la historia…

Le estaba acariciando el brazo y eso la distraía. De repente, se le ocurrió que estaba tratando de consolarla. ¿No era adorable? Y tierno, y cariñoso… y… vaya.

Oh, Dios mío, estaba empezando a gustarle, y no del modo aceptable en que a una le gusta un buen amigo. Noah podía ser sensible. No se había fijado nunca en eso. Recordó lo amable que había sido con Carrie esa tarde en la comisaría de policía. Le había hecho sentirse importante y bonita. Jordan comprendió que ahora estaba intentando hacer que se sintiera mejor y no tan sola.

– ¿Crees que podrás dejar de llorar pronto?

Alzó la cara hacia él y le sonrió tímidamente. Estaba a pocos centímetros de sus espectaculares ojos… de sus labios…

Jordan se apartó de golpe y desvió la mirada.

– Ya está -anunció-. ¿Lo ves? Ya no lloro.

– ¿Ya está? ¿Y qué son entonces esas lágrimas que te salen de los ojos?

– Deja de ser amable conmigo -le pidió a la vez que le daba un golpecito cariñoso en el hombro-. Me pone nerviosa.

– ¿Sabes qué? -rio Noah-. Cuando te vi llorando en la boda, creí que era algo esporádico, pero ahora vuelves a hacerlo. Aquí eres distinta -concluyó.

– ¿Distinta?

– Cada vez que te he visto en Nathan's Bay, estabas concentrada en un libro o en un ordenador. Siempre muy seria.

«Y aburrida», añadió Jordan en silencio por él.

– Bueno, puede que aquí también tú seas distinto -replicó en voz alta.

– ¿En qué sentido? -quiso saber Noah.

– No lo sé. Supongo que pareces un poco más… dulce. Puede que sea porque estás cerca de tu casa. Creciste en Tejas, ¿no?

– Mi familia se mudó a Houston cuando yo tenía ocho años. Antes estuvimos viviendo en Montana.

– Tu padre era abogado.

– Exacto.

– Y tu abuelo y su padre…

– Procedo de una larga dinastía de juristas -admitió Noah.

Empezó a acariciarle otra vez el brazo, pero ahora no la distraía. Le gustaba.

– Nick me contó que siempre llevas encima una brújula que era de tu tatarabuelo.

– Se llamaba Cole Clayborne, y era abogado en Montana. Mi padre me dio la brújula cuando empecé a trabajar para el doctor Morganstern.

– Para que no pierdas nunca el rumbo. Me lo dijo mi madre.

– ¿Ah, sí?

– ¿Sabes qué más me dijo de ti? -preguntó Jordan.

– ¿Qué?

– Que es la única mujer en el mundo que puede decirte qué hacer.

– Tiene razón -rio él.

Una llamada a la puerta de la otra habitación los interrumpió. Noah se fue a su cuarto para abrirla y se encontró a Amelia Ann con un cubo que contenía varias botellas de cerveza sumergidas en cubitos de hielo.

– Hola -dijo Amelia Ann tras vacilar un segundo-. Esto… Sé que ha tenido un día muy largo… con el viaje y todo eso… y… he creído que podía tener sed. -Le alargó la cubitera.

Noah se la tomó de las manos y le dirigió una sonrisa afectuosa.

– Es muy amable por su parte. Gracias.

– Si quiere, podría preparar unas palomitas de maíz o algo para picar.

– No, gracias. Pero le agradezco mucho la cerveza. -Empezó a cerrar la puerta-. Buenas noches -dijo.

Amelia Ann inclinó la cabeza para asomarse por la rendija que dejaba la puerta.

– Si puedo hacer algo más… lo que sea… llame a recepción.

– Lo haré. Gracias -aseguró Noah, y cerró la puerta.

Cuando volvió a la habitación de Jordan, desenroscaba el tapón de una cerveza.

– La mujer que dirige el motel… ¿cómo se llamaba? -dijo.

– ¿Amelia Ann? -le ayudó Jordan.

– Eso, Amelia Ann. Nos ha traído unas cervezas. Qué amable, ¿no te parece? ¿Quieres una? -ofreció.

– No, gracias -contestó Jordan-. Y no creo que quisiera ser amable con los dos.

– Todavía no me has contado por qué llorabas -le recordó después de dar un trago.

– Es una tontería.

– Dímelo igualmente.

– Leí esta historia que el profesor había transcrito y me afectó. ¿Te gustaría que te la leyera? Así me entenderás.

– Claro. Adelante -dijo Noah mientras se sentaba en la cama.

Jordan empezó a leer de modo claro y conciso, pero cuando llegó al final de la trágica historia, le tembló la voz y se le volvieron a saltar las lágrimas.

Noah se rio de ella. No pudo evitarlo.

– Eres una cajita de sorpresas -comentó mientras le pasaba los pañuelos de papel-. No lo habría dicho nunca.

– ¿El qué?

– Que fueras romántica.

– Eso no tiene nada de malo, ¿sabes?

Jordan volvió a los papeles de la investigación y leyó otro relato ridículo sobre los bárbaros y sanguinarios Buchanan. Esta leyenda no era nada romántica, sino una detallada descripción de una cruenta batalla que, según el profesor MacKenna, originaron los Buchanan.

– Qué sorpresa -murmuró Jordan.

– ¿Has dicho algo?

– Ese hombre enseñaba historia, por el amor de Dios. Historia medieval. Su clase tendría que haberse llamado «fantasías», porque eso era lo que enseñaba.

Noah sonrió. Cuando Jordan se apasionaba por algo, se le iluminaba la cara. ¿Cómo era posible que no se hubiera fijado antes?

– ¿Y cómo constaría en el currículum? ¿Fantasías de primero? -preguntó Noah.

– No, yo lo llamaría «Vamos a contar mentiras» de primero.

– Yo me apuntaría -rio Noah-. Los exámenes estarían chupados. ¿Hay alguna parte de la investigación que sea fidedigna? -quiso saber. Dio un trago a la cerveza y se recostó en la cabecera de la cama.

– No lo sé -contestó Jordan-. Cuanto más retrocede en el tiempo, más disparatadas se vuelven las leyendas. Pero mencionan una y otra vez el robo de un tesoro.

– Ya sabes lo que dicen.

Jordan alargó la mano para tomar la botella que sostenía y beber un poco de cerveza.

– ¿Qué dicen?

– Que cuando el río suena, agua lleva -formuló Noah-. ¿Alguna referencia al contenido del tesoro?

Jordan tomó otro sorbo de cerveza y le devolvió la botella antes de contestar.

– Se menciona varias veces en diversas historias una corona adornada con piedras preciosas, pero también se hace mención de una espada adornada asimismo con piedras preciosas.

Le tomó la botella de nuevo, la vació de un largo trago y se la devolvió. Noah no dijo nada. Se limitó a levantarse y a regresar con dos botellas más.

– Hazme sitio, cariño -dijo cuando se dejó caer a su lado.

Jordan se apartó enseguida y cuando le ofreció una botella, sacudió la cabeza.

– No, gracias. No estoy de humor para tomar cerveza.

– No me digas.

Jordan ordenó los papeles para volverlos a meter en la caja.

– Aunque la investigación del profesor es muy sesgada, estaba realmente convencido de que había un tesoro. Estoy segura de que creía que los Buchanan se lo robaron a los MacKenna.

– Y tú, ¿crees que había un tesoro?

– Sí -asintió Jordan aunque le daba vergüenza admitirlo, y se apresuró a agregar-. Me he dejado cautivar por todo este asunto. Puede que esté haciendo volar la imaginación. -Se recostó y extendió las piernas en la cama-. Pero algunas de las historias… resultan muy entretenidas porque son tan… auténticas.

– ¿De veras? Cuéntame una historia auténtica para dormir. -Noah dejó la botella de cerveza intacta en la mesita de noche junto a la que le había ofrecido a Jordan, cruzó los tobillos y cerró los ojos-. Adelante, cariño. Érase una vez… Léeme algo sangriento.

Jordan revolvió los papeles hasta que encontró un relato especialmente cruento. Era muy detallado, y es probable que ésa fuera la razón de que a Noah le gustara tanto. Cuando terminó, le contó otro sobre otra batalla.

– La leyenda describe cómo dos ángeles descienden a la Tierra para acompañar a un guerrero al cielo. Su muerte se produjo durante un combate encarnizado. En su día se aseguró que todos los guerreros de ambos bandos que estaban en el campo de batalla vieron llegar a los ángeles. De repente, el tiempo se detuvo. Algunos guerreros tenían la espada en alto, otros iban a disparar las flechas o a asestar un golpe con las mazas, pero se habían quedado inmovilizados en esas posturas. Observaban paralizados cómo los ángeles elevaban al guerrero hacia el cielo.

– ¿Qué pasó después?

– Supongo que recobraron el movimiento y siguieron con la batalla.

– Me gustan estas historias. Léeme otra -pidió.

– ¿Quieres oír una romántica o una sangrienta?

– Deja que me lo piense -comentó sin abrir los ojos-. Estoy en la cama y tengo a mi lado a una mujer ligera de ropa que necesita desesperadamente algo de acción…

– No voy ligera de ropa -replicó Jordan tras darle un golpecito amistoso en el costado-. Llevo puestos un pantalón corto y una camiseta. Esto no es ir ligera de ropa.

Noah siguió con los ojos cerrados pero sus labios esbozaban una sonrisa burlona.

– Pero resulta que sé que no llevas nada debajo de ese pantalón corto y esa camiseta.

Jordan bajó de inmediato los ojos hacia su pecho. La tela no transparentaba nada, gracias a Dios.

– Sólo tú pensarías en algo así.

– Cualquier hombre lo haría -admitió él.

– No me lo creo -se mofó Jordan.

– Es lo que hacemos -se rio Noah.

Jordan trató de taparse con la sábana, pero estaba atrapada bajo las piernas de Noah.

– ¿Por qué no dejas de pensar en eso?

– ¿Que no lo piense? -soltó él con un ojo abierto.

– ¿Quieres oír otra historia o no?

– Ah.

– Ah, ¿qué? -suspiró Jordan.

– No has negado que necesitases un poco de acción.

Ahí la había pillado.

– No me ha parecido necesario contradecir una suposición tan incorrecta. ¿Qué historia te gustaría oír?

La había sulfurado de nuevo. Noah no sabía por qué le gustaba tanto indignarla, pero lo cierto era que le encantaba.

– ¿Te estoy molestando, cariño?

«Vaya», pensó Jordan con los ojos entornados.

– No me estás molestando en absoluto. Voy a guardar estos papeles -advirtió.

– Perdona. Es que eres una chica muy fácil de…

– Sí, todos los hombres me lo dicen -lo interrumpió Jordan.

– Ya. Pero ¿se te da bien?

– ¿Tú qué crees? -Los ojos de Jordan brillaron con picardía.

Noah no contestó. Se quedó mirando sus increíbles ojos azules y perdió el hilo.

Noah siempre había dominado las bromas sexuales pero, de repente, no sabía qué decir. Imaginarse a Jordan sin la camiseta ni el pantalón corto, haciendo el amor, lo había dejado sin habla.

Tomó las botellas de cerveza de la mesita de noche y se dirigió a su habitación.

– Creo que será mejor que me largue -respondió por fin con brusquedad.

Capítulo 16

Sonaron dos teléfonos a la vez.

El ruido procedente de la otra habitación despertó a Jordan, que se dio media vuelta en la cama, abrió un poco los ojos y escuchó cómo Noah contestaba el timbre de lo que parecía su móvil. Oyó que pedía a la «bonita» que esperara un momento, y después contestaba al otro timbre. Era evidente que no le gustaba lo que le estaba diciendo la persona que lo llamaba porque su voz se endureció. Y, entonces, empezó a dar órdenes. Le oyó explicar en un tono que indicaba que no debían contradecirlo que esperaba tener los resultados a mediodía.

Unos minutos después cruzó la puerta que daba a su cuarto.

– Era Joe Davis, que… -empezó a decir.

– Antes que me cuentes lo que te ha dicho, quizá quieras hablar con la «bonita», si todavía sigue esperando.

– Ay, caramba… -soltó mientras regresaba rápidamente a su habitación.

Oyó cómo se disculpaba con la persona que lo había llamado mientras regresaba. Se dejó caer en la cama de Jordan, le sujeto la punta de la camiseta cuando ella intentó levantarse y dijo:

– Espera, que te la paso. -Le entregó el móvil-. Sidney quiere hablar contigo.

No se creyó que su hermana estuviera al otro lado del teléfono hasta que la saludó.

– ¿Cómo es que tienes el número de Noah? -inquirió.

– No lo sé. Siempre lo he tenido. Eso no importa ahora. Theo me ha contado lo que ha pasado. ¿Habías visto el cadáver cuando hablamos ayer?

– ¿Ayer? No me acuerdo -contestó Jordan-. ¿Sabe todo el mundo lo que ha pasado?

– Dylan y Kate no lo saben, pero están de luna de miel, de modo que a Alec no le ha parecido oportuno preocuparlos. Dime, Jordan: ¿estás bien?

– Sí -le aseguró a su hermana-. La policía lo aclaró todo, y mañana volveré a casa. Ya te explicaré los detalles entonces. Te lo prometo. Sidney… -empezó a decir.

– ¿Sí?

– ¿Saben mamá y papá lo que ha pasado?

– Nick llamó y habló con los dos.

– No debería haberlo hecho -se quejó Jordan-. Se preocuparán, y ya tienen mucho en lo que pensar en este momento, con lo del juicio y todo eso.