– No, lo siento. Tengo planes con Noah. Pero gracias por pedírmelo.
Esta vez no insistió.
– He oído lo que te pasó, Jordan, y debo decirte que no sé qué haría si encontrase un cadáver en mi coche. Y tú, en cambio, has encontrado dos cadáveres, Jordan. Debe de ser alguna clase de récord, ¿no crees, Jordan? -preguntó con una ceja arqueada.
Mientras Kyle hablaba, Noah había apoyado el brazo en el respaldo de la silla de Jordan y le tiraba de un mechón de pelo cada vez que el hombre decía su nombre.
– Agente Clayborne, puede que tenga información para usted. Resulta que la otra noche pasaba en coche por delante del taller de Lloyd y observé que había luz en su oficina. Pensé que era muy extraño que hubiera alguien en ella tan tarde porque Lloyd no se quedaba nunca pasado el horario de cierre.
– ¿Viste a Lloyd? -preguntó Jordan.
– Vi la sombra de un hombre, Jordan, pero no creo que fuera Lloyd. Sólo lo vi uno o dos segundos. La sombra no parecía ser tan grande como Lloyd. -Arqueó las cejas para preguntar-: ¿Le resulta útil esa información, agente Clayborne?
– Sí, gracias -respondió Noah.
– De verdad que me encantaría volver a verte, Jordan. Hay un…
Noah lo interrumpió antes de que pudiera añadir otra palabra.
– Tiene planes conmigo -sentenció.
– Gracias, Kyle -dijo Jordan para intentar suavizar la rudeza de Noah. Y, en cuanto Kyle se marchó, susurró-. Has sido muy grosero con él. ¿Qué te ha pasado?
– Nada, Jordan. Nada en absoluto, Jordan.
– Ya te había dicho que le encanta decir los nombres de la gente -rio.
– Le gustas -soltó Noah muy serio-. De hecho, parece que le gustas a la mitad de los hombres que has conocido desde que llegaste a Serenity.
Alargó la mano y le apartó un mechón de pelo que le caía sobre la cara de modo que le rozó suavemente la mejilla al hacerlo.
Jordan contuvo el aliento. Apenas la había tocado, y había reaccionado. Siempre se había creído inmune a sus encantos, pero le estaba empezando a preocupar no serlo.
– ¿Yo? -preguntó incrédula-. Tú eres la gran atracción y no yo. En la comisaría de policía, Carrie ya no sabía qué más hacer para llamar tu atención. ¿Y qué me dices de Amelia Ann con sus botellas de cerveza y sus bollos de canela? Está loca por ti.
– Ya lo sé -admitió Noah con una sonrisa de oreja a oreja-, pero creo que tú también.
– Por favor. No todas las mujeres se hincan de rodillas ante ti.
No se dio cuenta de lo que había dicho exactamente hasta que ya era demasiado tarde. Y sabía con certeza que Noah no lo dejaría pasar.
– ¿De veras? Es una bonita fantasía. ¿Crees que tú…?
– Nunca -aseguró sonrojada.
A Noah, su rubor le pareció encantador. Le encantaba avergonzarla porque entonces mostraba otra cara; la cara que era vulnerable, tierna e inocente. Era hermosa, de eso no había ninguna duda, y todos los hombres de Serenity parecían darse cuenta.
¿Por qué le molestaba eso? No era celoso. Y, desde luego, no tenía ningún motivo para estar celoso. Jordan era una buena amiga, nada más. ¿Por qué le inquietaba estar cerca de ella entonces? No tenía respuesta a esa pregunta. ¿Cómo podía explicar lo que no entendía? Pero sabía algo: no le gustaba que otro hombre se acercara a ella.
La deseaba, caray.
Capítulo 19
Mientras almorzaban, Jordan repasó el registro de las llamadas telefónicas del profesor.
– Creía que tenías hambre -comentó Noah-. Apenas has tocado la comida.
– Esta hamburguesa podría alimentar a seis personas. Ya no tengo más apetito. -Cambió de tema para hablar de asuntos más importantes-. Yo llamé al profesor MacKenna cuando llegué al pueblo. Éste no es el número al que llamé. Y recuerdo que Isabel me contó que el profesor y ella hablaban a menudo sobre el clan MacKenna. Su número de teléfono tampoco aparece aquí.
– Me apuesto lo que quieras a que sólo utilizaba desechables -dijo Noah-. Imposibles de rastrear.
– La vida del profesor es imposible de rastrear desde que se mudó a Serenity. -Tomó una patata frita y, cuando iba a darle un mordisco, cambió de opinión. Señaló con ella a Noah-. ¿Y por qué se mudó a Serenity? ¿Por qué eligió este pueblo? ¿Porque está tan aislado? ¿O porque está cerca de algo ilegal en lo que estaba involucrado? Sabemos que lo que estaba haciendo era ilegal. ¿Quién obtiene noventa mil dólares en efectivo? -Noah le quitó la patata frita y se la comió. -Jordan prosiguió-: Es evidente que quienquiera que matara a esos dos hombres está decidido a retenerme aquí -comentó después de valorar las diversas posibilidades-. ¿No te parece? -Antes de que Noah pudiese contestar, dijo-: ¿Por qué, si no, habría puesto los dos cadáveres en mi coche?
A Noah le encantaba observar la cara de Jordan mientras pensaba en voz alta. Se sentía animada, entusiasmada. Sabía que el último par de años se había vuelto muy cínico, pero en su trabajo, curtirse sólo era cuestión de tiempo. Había aprendido a no implicarse demasiado y a no esperar nada, pero todavía no había averiguado cómo desconectar del trabajo.
– ¿Sabes qué necesitamos? -preguntó Jordan.
– Un sospechoso -asintió él.
– Por supuesto. ¿Se te ocurre alguien?
– J.D. Dickey es el primero de mi lista -indicó Noah.
– Porque sabía que el cadáver estaba en mi coche.
– Sí -corroboró-. Le pedí a Street que lo investigara, y J.D. cumplió una condena larga.
Le contó lo que había averiguado sobre J.D. Cuando terminó, aseguró que si Joe Davis no localizaba pronto a J.D. y lo llevaba a comisaría para interrogarlo, le quitaría el asunto de las manos.
– ¿Significa eso que te quedarás en Serenity, Noah?
– Significa que los agentes Chaddick y Street se harán cargo de la investigación. Estamos en su distrito -aclaró, y le pareció oportuno añadir-: Y tú y yo nos largaremos de aquí.
– ¿Volverás directamente a trabajar para el doctor Morganstern o te tomarás unos días de fiesta e irás a casa?
– No tengo casa a la que ir -explicó Noah-. Vendí el rancho tras la muerte de mi padre.
– ¿Y dónde vives? -quiso saber ella.
– Aquí y allá -sonrió Noah.
– Vaya -soltó Jordan-. Aquí vienen.
Jaffee y Angela se dirigían a su mesa. Jordan sabía qué querían: los detalles escabrosos del hallazgo del cadáver de Lloyd en el maletero. Por suerte, se ahorraron tener que responder mil preguntas porque Noah recibió una llamada del jefe Davis.
– Tenemos que irnos -se excusó y pagó rápidamente la cuenta.
Cuando salían del restaurante, Angela captó la atención de Jordan y levantó el pulgar en señal de aprobación.
– ¿Todavía no se ha dado cuenta de que puedo verla reflejada en el cristal de la ventana? -comentó Noah con una carcajada.
– ¿Vamos a encontrarnos con Joe ahora? -preguntó Jordan, que aceleró el paso para alcanzarlo.
– Ha dicho que estará a veinte minutos. Eso nos da tiempo suficiente para llevar las cajas de la investigación del profesor MacKenna a su casa.
– ¿Por qué allí?
– Es donde Joe quiere que las dejemos. Puede que sea porque la comisaría es muy pequeña. No hay sitio para guardarlas hasta que él pueda revisarlas.
– No sé qué espera encontrar -comentó Jordan-. Sólo es una investigación histórica.
– Sigue siendo necesario que las revise.
– ¿Te importaría si nos detenemos un momento en el supermercado de camino a casa del profesor?
Noah no se opuso, y mientras llevaba las dos primeras cajas al coche, Jordan metió las últimas doscientas y pico páginas que tenía que fotocopiar en el maletín y cargó la caja vacía.
En la tienda no tuvo que hacer cola. En cuanto entró, los compradores se alejaron deprisa de ella. Se apiñaban en grupos y se la quedaban mirando mientras susurraban. Oyó cómo una mujer decía: «Es ella.»
Esbozó una sonrisa y siguió avanzando hacia la fotocopiadora. La cola, formada por una mujer y dos hombres, se dispersó en cuanto la vieron llegar. Jordan se moría de la vergüenza. Noah, por su parte, encontraba muy divertida la situación. Pero ella, no. Después de todo, no había hecho nada malo. Se lo comentó cuando volvieron a estar en el coche.
– Bueno, la gente tiende a morirse a tu alrededor -indicó Noah.
– Sólo dos personas -suspiró Jordan-. Oh, Dios mío. ¿Has oído lo que he dicho? ¿Sólo dos personas? Me he vuelto insensible a la muerte de dos seres humanos. ¿Qué ha sido de mi compasión? Antes la tenía.
Terminó de separar los originales del profesor de las copias y le entregó los primeros a Noah.
– ¿Te importa meterlos en la caja vacía, por favor?
– Te da miedo abrir el maletero, ¿verdad, Jordan?
– No, claro que no. Hazlo, por favor.
Se dijo que era verdad que no tenía miedo. Sólo estaba algo nerviosa. Pero no quería admitirlo. Guardó las fotocopias en el maletín, lo dejó en el suelo y se recostó.
De repente, se sintió mal, cansada.
– Nick ya debería estar de vuelta en Boston -comentó cuando Noah subió al coche.
– Estoy seguro de que llamará cuando llegue a casa -contestó Noah después de poner el motor en marcha.
– Y cuando lo haga, ¿le vas a contar lo de Lloyd? -preguntó y, acto seguido, respondió ella misma-. Claro que se lo vas a contar.
– ¿No quieres que lo haga?
– No me importa. Sólo que no quiero que tome otro avión para volver. También sé que se lo explicará al resto de la familia, incluidos mis padres, y ellos ya tienen…
– Suficientes preocupaciones -terminó Noah por ella-. Jordan, no pasa nada porque se preocupen por ti de vez en cuando.
No comentó nada. En lugar de hacerlo, observó por la ventanilla el desolado paisaje. Los jardines de la calle que estaban recorriendo no habían soportado bien el calor. Todos los céspedes tenían zonas quemadas con hierbajos marrones y tierra.
Se preguntó qué había ido a buscar a Serenity. Su hermano y Noah la habían desafiado a salir de su burbuja, pero no habría prestado atención a ninguna de sus sugerencias si no hubiese estado tan descontenta consigo misma.
Su vida estaba tan regulada, era tan organizada… tan mecánica. Sabía lo que quería: el factor sorpresa. El problema era que no existía. Por lo menos, no para ella. Necesitaba volver a casa y dejar de pensar cosas tan disparatadas. Tenía una vida planificada. Estructurada. Así había sido siempre, y era lo que necesitaba. Cuando volviese a estar en Boston, todo volvería a la normalidad.
Sólo había un pequeño problema.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Noah, que había observado su expresión de desánimo.
– No voy a salir nunca de este pueblo, ¿verdad?
Capítulo 20
El profesor MacKenna había vivido en una tranquila calle sin salida, aproximadamente a un kilómetro y medio de la calle principal. Era un lugar deprimente. No había árboles, arbustos ni hierba que adecentaran las feas casas de estilo parecido, que, en su mayoría, necesitaban reparaciones urgentes.
El jefe Joe Davis estaba esperando a Noah y a Jordan. Tenía la parte delantera de la camisa empapada. Cuando Jordan y Noah llegaron a la puerta principal, el jefe se sacó un pañuelo del bolsillo y se secó la nuca.
– ¿Hace mucho que esperas? -preguntó Noah.
– No, sólo un par de minutos. Pero qué calor que hace, joder. Perdona por el taco, Jordan. -Abrió la puerta-. Os lo advierto, dentro hace más calor aún. MacKenna tenía todas las ventanas cerradas y las persianas bajadas, y que yo sepa, jamás ponía el aire acondicionado. Hay un aparato instalado en una ventana, pero no estaba enchufado. -Sujetó la puerta abierta y avisó-: Cuidado por donde pisáis. Alguien ha destrozado la casa.
Jordan tuvo arcadas al entrar en el salón. Un olor a pescado recocido mezclado con algo metálico impregnaba el ambiente.
La superficie total de la casa no debía de superar los setenta y cinco metros cuadrados. Había pocos muebles. En una pared, frente a un ventanal cubierto con una sábana blanca, había un sofá de cuadros escoceses en tonos grises, tan destartalado que Jordan pensó que el profesor lo debía de encontrar tirado en alguna calle. Delante del sofá, había una mesa de centro cuadrada de roble, y a un lado, una mesita redonda con una lámpara con la pantalla desgarrada. En el rincón, sobre un cajón, había un viejo televisor Philips.
No podía ver si había o no alguna alfombra en el salón. El suelo estaba cubierto de periódicos, algunos amarillentos por el paso del tiempo, y también había libretas rotas y libros de texto hechos trizas por codas partes. En algunos sitios, el montón de papeles tenía unos treinta centímetros de altura.
Avanzaron entre la basura para llegar al comedor, situado a un lado de la casa. El único mueble que lo ocupaba era un gran escritorio. El profesor había utilizado una silla plegable de madera, pero alguien la había lanzado contra la pared, y yacía rota en el suelo.
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