– Y me están ayudando -aseguró el jefe-. Ahora mismo están peinando dos condados en busca de J.D. Podría estar escondido en unos mil sitios, pero lo seguirán buscando hasta encontrarlo y lo llevarán a comisaría para interrogarlo.
Los vecinos del profesor MacKenna tenían muchas ganas de contar lo que sabían pero, por desgracia, ninguno había visto nada fuera de lo normal. Una mujer se había fijado en una furgoneta de limpieza de moquetas que pasaba por la calle, pero estaba bastante segura de que había seguido su trayecto hacia la manzana siguiente.
La señora Scott tenía información, pero cada vez que Joe intentaba hablar con ella, le daba la espalda y alzaba los ojos al cielo. Decidieron que lo mejor sería que Noah la conquistara, lo que sólo le costó un par de sonrisas y una mirada de compasión cuando soltó una perorata sobre sus flores.
– El caso es que vi a alguien -afirmó-. Ese cantamañanas de Dickey atajó hoy por mi jardín trasero. Lo vi clarísimamente. Yo estaba sirviéndome mi zumo de cereza junto al fregadero de la cocina porque me gusta tomármelo mientras veo mis programas. -Se detuvo para fulminar a Joe con la mirada antes de proseguir-: Entonces vi cómo Dickey pasaba a hurtadillas. Llevaba algo que tenía un asa grande, como una lata de gasolina. Empecé a abrir la puerta trasera para gritarle que saliese de mi propiedad, pero iba tan deprisa que antes de que pudiera descorrer el segundo cerrojo ya se había ido. Apenas cinco minutos después, oí que gritaban que había un incendio y empezaron a llamar a la puerta principal, así que me levanté de la butaca y subí el volumen del televisor para poder oír mis programas. -Volvió a fulminar con la mirada a Joe.
– ¿Está segura de que era J.D.? -preguntó éste.
– No estoy hablando con usted -espetó la mujer-. Si me lo preguntase este joven tan amable, le diría que sí, que era Julius Dickey. Vi perfectamente ese cinturón con la hebilla enorme que siempre lleva puesto. Era él.
Joe y Noah les dieron las gracias a los diversos vecinos y bajaron la calle. Jordan se quedó rezagada para hablar con algunas de las mujeres. Al darse cuenta de que no estaba con él, Noah se volvió y vio que la señora Scott señalaba con un dedo acusador a Jordan. Así que se le acercó para decirle que tenían que irse.
– ¿Nos vamos de aquí o de Serenity? -quiso saber Jordan después de despedirse de los vecinos.
La verdad era que Noah no lo sabía. Aunque tenía muchas ganas de sacarla del pueblo y embarcarla en un avión rumbo a Boston, Jordan estaba en medio de aquella locura, y hasta que supiese por qué el asesino estaba empeñado en involucrarla y en retenerla en Serenity, no iba a dejarla sola ni un segundo.
Se le ocurrió que no quería separarse nunca de ella.
Sacudió la cabeza para intentar aclararse las ideas.
– ¿Sabes cómo se ha dirigido a mí la señora Scott? -le comentó Jordan.
– ¿Cómo? -Noah redujo la marcha.
– «Oye, tú.»
– ¿Y? -sonrió Noah.
– Lo ha dicho justo antes de preguntarme por qué había venido a Serenity.
– ¿Y qué le has contestado?
– Para hacer estragos -dijo Jordan.
– Buena respuesta.
– Asegura que Serenity antes era un sitio tranquilo.
– Hasta que llegaste tú -completó Noah.
– También quería saber cuándo me iba a ir. Creo que planea encerrarse en casa con llave hasta que yo me haya largado.
– Pronto -prometió Noah tras soltar una carcajada-. En un par de horas estaremos en la carretera. Joe me ha pedido que esperase a que lleguen Chaddick y Street. Está nervioso. Es un caso importante, y no quiere meter la pata. Sé que estás lista para marcharte…
– Tengo sentimientos encontrados -soltó ella, algo vacilante.
– ¿Ah, sí? ¿Y eso?
– Quiero irme, pero también quiero averiguar quién, qué y por qué. Y tengo la extraña sensación de que la respuesta está delante de mis narices.
– Podrás leer toda la historia en los periódicos cuando este asunto se termine -apuntó Noah.
Lo de leer la trajo algo a la memoria a Jordan, pero era tan vago que no consiguió descifrar qué era.
– ¿Volverás al pueblo después de dejarme en el aeropuerto?
– No voy a dejarte en ninguna parte, cariño.
Cuando la llevó hacia el coche, Jordan volvió la cabeza y vio a Joe en mitad de la calle, hablando con un bombero.
– ¿Cuál es el plan entonces? -quiso saber.
– Voy a acompañarte hasta Boston, así que no, por mucho que me gustaría ayudar, no voy a volver al pueblo. De todas formas, ésta no es mi zona. Chaddick es quien está al cargo ahora, o lo estará en cuanto me devuelva la llamada, y sabe muy bien lo que hace. Lleva tiempo en ello y tiene mucha experiencia.
Cuando llegaron al vehículo, le dio las llaves.
– ¿Por qué no pones el motor en marcha y conectas el aire acondicionado? Enseguida vuelvo.
Jordan se sentó al volante, giró la llave en el contacto, y ajustó el aire acondicionado. Observó a Noah por el espejo retrovisor. Él y Joe hablaban entonces con el bombero. Joe sacó el móvil e hizo una llamada mientras Noah regresaba al coche. Sacudía la cabeza con aspecto frustrado. Se dirigió al asiento del copiloto, pero Jordan se deslizó hacia ese lado y le hizo señas para que condujera él. Como vio que el sudor le resbalaba cuello abajo, movió la rejilla de salida del aire acondicionado para que le soplara directamente a él.
– ¿Por qué no quieres conducir? -preguntó.
– Por el tráfico -respondió Jordan-. No soporto conducir cuando hay tráfico.
Tardó un segundo en darse cuenta de lo que había dicho.
– ¿Qué tráfico hay en Serenity? -rio Noah-. ¿Tres o cuatro coches delante del tuyo?
– De acuerdo, no soporto conducir. -Y, antes de que Noah pudiese comentar nada, le preguntó-: ¿Qué ha pasado con Joe?
– Va a conseguir una orden para registrar la casa de J.D. Ahora mismo está hablando con un juez de Bourbon.
– Voy allí contigo -soltó Jordan-. Porque me apuesto algo a que encontraré mi portátil. Y si lo encuentro…
– ¿Qué? ¿Qué harás?
– Algo -aseguró-. Contiene todos mis archivos, todas mis cuentas…
– ¿Te preocupa que alguien obtenga información privada?
– No. Está codificada, Noah. Nadie podría acceder a mis archivos.
– Entonces, ¿por qué te preocupa tanto?
– Sé que con toda la información y todos los datos adecuados puedo resolver este asunto.
Noah estaba mirando por la ventanilla.
– Me gustaría saber cuánto tardará Joe en meterse en el coche y dirigirse a casa de J.D.
– Diría que unos cinco segundos. -Lo dedujo a partir del hecho de que Joe corría hacia ellos.
– Ya la ha firmado -le gritó a Noah-. Pero podríamos haber entrado de todos modos. Acaba de llamar un vecino. La puerta principal de la casa J.D. está abierta de par en par.
Un momento después, iban de camino.
– ¿No debería llamar alguien al sheriff Randy?
– Eso se lo dejo a Joe -respondió Noah a la vez que se encogía de hombros.
– El sheriff ha cambiado totalmente de actitud. -Jordan se movió incómoda en su asiento-. En la comisaría de policía fue casi… humilde. Pero recuerdo que cuando llegó al estacionamiento con su hermano y vio cómo J.D. me pegaba, fue bastante odioso.
– Hace lo que puede para evitar que su hermano se meta en problemas. Sabe que…
– ¿Qué sabe?
– Que J.D. es una causa perdida. Pero comprendo su lealtad. Es su hermano.
– ¿Tiene J.D. esa clase de lealtad? Me apuesto lo que quieras a que no. Al sheriff Randy le irían mejor las cosas si su hermano estuviera en la cárcel. -Jordan se frotó los brazos como si de repente hubiese tenido un escalofrío-. Si J.D. está en su casa, ve con cuidado. Había cierta locura en su mirada. No sé cómo explicarlo. Era odioso… y espeluznante.
– Me muero de ganas de conocerlo. Yo también puedo resultar de lo más odioso.
– Recuerda que es inocente hasta que se demuestre lo contrario -indicó ella.
– Te golpeó. Eso es lo que recuerdo.
Joe detuvo su coche en el camino de entrada de la casa de J.D., y Noah estacionó el suyo detrás.
– Espera aquí. Cierra las puertas con el seguro -le indicó a Jordan.
Se movió deprisa. Se sacó el arma de la pistolera, se la llevó a un costado y se reunió con Joe en la puerta principal.
– Adelante, tú primero. Yo te sigo.
A Jordan le dio un vuelco el corazón al ver cómo Noah entraba en la casa con el arma en la mano. Se dijo que todo iría bien. Era un agente federal, entrenado para protegerse. Había oído historias sobre algunas de las situaciones terribles en las que había estado, y tenía las cicatrices que las corroboraban. Sabía lo que estaba haciendo. Sabría cuidarse. Asintió para dar énfasis a la idea. Aun así, había accidentes, y a veces, sorpresas inesperadas… algunas de ellas, malas.
Como diría su madre, se estaba poniendo nerviosa ella sola. Y, en aquel momento, Noah salió y todo se acabó. La casa de J.D. era tan pequeña que sólo les había llevado unos minutos cerciorarse de que no había nadie en ella.
Jordan quitó el seguro de la puerta del conductor.
– Parece que J.D. se fue a toda prisa y no cerró bien -le informó Noah tras abrir la puerta-. Espera a ver…
– ¡Han encontrado a J.D.! -lo interrumpió Joe, que salió corriendo de la casa hacia ellos.
Capítulo 28
Y ya eran tres.
J.D. Dickey apareció entre las cenizas. Los bomberos encontraron lo que quedaba de él bajo un montón de escombros que aún ardían cerca de lo que había sido la puerta trasera de la casa del profesor MacKenna. Detectaron sus restos cuando estaban empapando los últimos rescoldos del incendio. Supieron con certeza que se trataba de J.D. gracias a la llamativa hebilla de su cinturón. Tenía los bordes fundidos y ennegrecidos, pero todavía podían leerse las iniciales talladas.
Jordan estaba sentada en el coche delante del humeante edificio en ruinas contemplando a Noah, que hablaba con el agente Chaddick y con Joe en el jardín delantero, mientras esperaban a que llegaran los agentes de la científica del FBI. De vez en cuando, Noah la miraba para asegurarse de que estaba bien.
Tres cadáveres en una semana. El profesor MacKenna. Lloyd. Y ahora, J.D. Dickey. La teoría de que Serenity era un lugar seguro y tranquilo donde vivir se había ido al carajo. Y el pueblo culpaba de ello a Jordan Buchanan. Después de todo, ella era la única relación entre los asesinatos y el incendio. No le sorprendería nada que los vecinos se presentasen en su habitación del motel con horcas y antorchas para echarla del pueblo.
Todavía podía oír las acusaciones de la vieja señora Scott. No había habido ningún asesinato antes de que ella llegara al pueblo… no había habido nunca ningún incendio como el que había consumido la casa del profesor MacKenna. Oh, y no habían tenido nunca maleteros llenos de cadáveres… antes de que Jordan hiciera presencia en el lugar.
Las estadísticas no engañan. No era una simple racha de mala suerte. Era una maldición de proporciones bíblicas. Hasta ella misma quería huir de la evidencia. Jordan sabía que esa superstición carecía de lógica, pero su situación actual no tenía nada de lógico. Sólo había una cosa segura: desde que había conocido al profesor, se había convertido en una plaga humana.
Era imposible predecir qué iba a pasar a continuación, pero mientras esperaba a Noah, intentó hacerlo. Era frustrante, porque no disponía de datos suficientes, y las espantosas imágenes de los últimos días no dejaban de acudirle a la cabeza. Para volver a pensar con claridad, tenía que borrarlas de su mente. Alargó la mano hacia el asiento trasero para tomar una carpeta de la investigación del profesor MacKenna y empezó a leer.
Noah le dirigió una mirada y vio que estaba con la cabeza gacha repasando un papel. Le había dicho que se quedara en el coche, que no quería que viese los restos incinerados de J.D. Creía que no iba a olvidar nunca su reacción. Se había quedado pasmada y le había preguntado en voz muy baja qué le hacía pensar que querría ver un cadáver carbonizado.
Sí, qué. Era algo horrible. Y aunque no le afectaba a Noah y ni a Chaddick en lo más mínimo, Joe tenía dificultades para aguantar el tipo. La cara del jefe había adoptado una tonalidad gris que Noah no le conocía, y no dejaba de tener arcadas.
– Te sentirás mejor si no lo miras -se compadeció Noah.
– Sí, pero es como un accidente automovilístico. No quiero mirar, pero lo hago de todos modos.
– Es policía -le recordó, Chaddick, exasperado-. Si hay un accidente, tiene que mirar, ¿no?
– Ya sabe a qué me refiero.
Uno de los bomberos voluntarios le hizo gestos desde el jardín delantero. Se llamaba Miguel Moreno, y era un bombero jubilado de Houston que había decidido comprarse un rancho al terminar su vida laboral. Había entrenado a los voluntarios, y ésa era la razón de que estuvieran tan bien organizados, reaccionaran tan deprisa y fueran tan eficientes. Desde que estaba al mando, ninguno de sus hombres había sufrido ningún daño. Había recorrido varias veces los escombros y ya estaba preparado para decirle a Noah lo que pensaba.
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