– No hay ninguna duda de que J.D. provocó el incendio, pero me apuesto lo que quiera a que no dominaba un acelerador tan volátil. Si lo hubiese hecho, no lo habría encendido cuando todavía estaba en el interior de la casa.
– Podría haber prendido fuego demasiado pronto sin quererlo -sugirió Joe mientras se alejaba del cadáver-. Tal como yo lo veo, entró y lo empapó todo muy bien con la idea de salir por la puerta trasera por donde había entrado para, una vez fuera, lanzar algo para prender fuego, como un trapo sumergido en queroseno o un papel enrollado y encendido.
– Es posible -asintió Moreno-. Bastaba una chispa para obtener una llamarada.
– Cualquier cosa pudo hacer saltar una chispa -dijo Joe, ansioso por exponer su teoría-. Quizá cuando abrió la puerta para salir, la fricción de sus botas en el umbral de metal hiciera saltar una chispa… que habría prendido fuego.
– Sólo un experto puede indicar qué pasó con exactitud -comentó Moreno-. ¿Ha pedido que venga alguno a Serenity, agente Chaddick?
– Por supuesto -respondió el agente-. ¿Cree que podrá encargarse de esto con Moreno, Davis? ¿Podrá mantener la zona precintada hasta que lleguen mis hombres? Me gustaría ir a casa de Dickey con Noah.
– Puedo encargarme -le aseguró Joe-. ¿Ha encontrado algo interesante el agente Street?
– Lo sabré en cuanto llegue.
– ¿Tienes un segundo, Noah? -pidió Joe en un aparte.
– Dime.
– ¿Crees que los agentes querrán que me mantenga al margen ahora que han asumido el caso? -preguntó en voz baja-. No quiero entrometerme pero… -terminó la frase encogiéndose de hombros.
– ¿Por qué no lo averiguas ahora mismo? -dijo Noah a la vez que señalaba a Chaddick con la cabeza.
Joe parecía incómodo al planteárselo al agente. Chaddick, que era muy diplomático, dirigió una mirada a Noah antes de responder.
– Estoy seguro de que ha oído historias sobre cómo nos imponemos y dejamos de lado a los agentes locales cuando nos hacemos cargo de un caso, y es probable que la mayoría de esas historias sean ciertas -añadió con una sonrisa enorme-. No nos gusta que los agentes locales interfieran, pero Noah me ha contado que esta situación es distinta. Street, usted y yo trabajaremos juntos en el caso.
– Se lo agradezco -dijo Joe tras asentir de inmediato-. Es una gran oportunidad de aprender de los expertos.
Una vez solucionado el problema, Noah volvió a su coche. Las ventanillas estaban bajadas, y pudo ver que Jordan leía algunos papeles mientras tomaba sorbos de una botella de lo que, sin duda, sería agua tibia. La pobre Jordan lo había esperado una eternidad, pero no se había quejado ni había intentado apresurarlo.
Jordan le vio acercarse y recogió rápidamente los papeles que había extendido en el asiento. Tenía tanto calor que tuvo la sensación de que iba a sufrir una insolación en cualquier momento. No había querido tener el motor en marcha tanto rato para disfrutar del aire acondicionado, así que lo había apagado y había esperado que soplara algo de viento para no pasar demasiado calor.
Antes, a pesar de las órdenes de Noah, había salido un momento del coche para sentarse a la sombra de un nogal, pero las miradas de las personas que se habían congregado al otro lado de la calle la habían intranquilizado. No le quitaban los ojos de encima mientras susurraban entre sí. ¿Qué estarían diciendo? Quizás algo sobre emplumarla o quemarla en la hoguera.
Cuando ella y Noah habían ido de la casa de J.D. a la del profesor, se había ofrecido a regresar al motel para esperarlo allí. Sólo tendría que llamarla y volvería a recogerlo en el coche, pero Noah no había querido oír hablar del asunto. No quería perderla de vista, y por la firmeza de su voz, supo que no tendría sentido discutir.
Noah se sentó al volante, puso en marcha el motor y conectó el aire acondicionado. Luego, se volvió hacia ella. Jordan tenía la cara colorada. Se había recogido el pelo, pero tenía húmedo el vello de la nuca. La ropa se le pegaba al cuerpo y le marcaba las formas, y le brillaba la piel. Se veía preciosa y desfallecida a la vez. Hizo que se sintiera culpable por lo que iba a hacer.
– ¿Cómo lo llevas? -preguntó.
– Bien -contestó Jordan-. Estoy bien.
– Detesto pedirte esto, pero tengo que volver a casa de Dickey. Quiero registrarla para…
– No te preocupes -lo interrumpió ella-. No tienes que explicarme nada. Tienes que hacerlo, y yo estoy bien, de verdad.
No le presionó para que la llevara de vuelta al motel porque sabía que volvería a negarse. Había insistido en que se quedara con él, y si eso le facilitaba el trabajo, iba a colaborar.
Noah no vio la hora que era hasta que estuvo estacionando delante de la casa de J.D. El día estaba llegando a su fin. No podía creerse que hubiera estado tanto rato en casa del profesor MacKenna, y sabía que pasaría el mismo tiempo, puede que más, registrando la casa de J.D.
– Puede que tengamos que pasar otra noche aquí -insinuó tras aparcar detrás del coche de Chaddick.
– Ya lo sé.
– ¿No te importa?
– No -le aseguró Jordan-. Podemos irnos a primera hora de la mañana. -¿Cuántas veces había pensado eso?
– Esto te va a encantar -gritó Chaddick, que ya llevaba un rato dentro, desde la puerta principal de la casa.
Noah lo saludó con la cabeza antes de hablar de nuevo con Jordan.
– Puedes entrar si quieres, pero no toques nada.
Capítulo 29
Noah no había visto tanto equipo de vigilancia junto desde que estuvo en Quántico.
– Por lo que me habían contado de este individuo, lo tenía catalogado de idiota -comentó el agente Street, asombrado-. Pero ahora… -Recorrió con la mirada los equipos de espionaje que ocupaban la habitación-. Hay aparatos muy sofisticados y difíciles de utilizar. Por lo que se ve, diría que sabía lo que hacía.
– ¿Y qué hacía exactamente? -Jordan observaba desde la puerta los artilugios que Chaddick había sacado de una caja y depositado en el suelo.
Street le lanzó un par de guantes a Noah mientras respondía la pregunta de Jordan. Señaló lo que parecía una pequeña antena parabólica.
– Eso es un micrófono parabólico. Te permite oír conversaciones a unos trescientos metros de distancia.
– Lleva una grabadora incorporada y una toma de corriente -dijo Noah, después de acercarse para observarlo mejor.
– Me gustaría saber cuántas conversaciones privadas escuchó -comentó Jordan.
– No se limitaba a escuchar -explicó Street-. Esperad a ver su colección de videos. Tenía cámaras instaladas en una habitación de ese sórdido motel que dirigía y grababa a los clientes con sus chicas. Seguramente encontraremos cámaras en los detectores de humo o en las lámparas del techo.
– ¿Has visto algún video? -quiso saber Chaddick después de asentir a modo de conformidad.
– Sólo uno -contestó Street-. Buena calidad. La imagen no tenía nada de nieve. -Hablaba con mucha frialdad-. Material gráfico.
– Qué bonito -susurró Jordan, que tenía la impresión de poder pillar algo por el mero hecho de estar dentro de la casa de J.D.
– Mirad estos prismáticos. -Noah los levantó para examinarlos-. Llevan un amplificador incorporado. Es alta tecnología.
– Sí -coincidió Chaddick-. J.D. podía ver y oír a la vez.
– Y grabar -añadió Street-. Parte de este equipo es totalmente nuevo. Las pilas todavía están envueltas. Diría que se estaba preparando para trabajar en serio. Es evidente que se dedicaba a chantajear. Y, con todo este equipo, debía de tener una lista de clientes, ¿no? ¿Cómo, si no, sabría quién pagaba qué y cuándo?
– Puede -contestó Chaddick-. ¿Has encontrado alguna libreta o algún documento?
– Imagino que lo guardó todo en su ordenador -dijo tras negar con la cabeza.
– ¿Tenía ordenador? -exclamó Chaddick, que parecía sorprendido-. ¿Dónde está?
– En el estudio que hay detrás de la cocina. ¿No lo has visto?
– Me he quedado mirando estos artilugios.
Jordan no prestaba demasiada atención a la conversación. Estaba pensando en los ingresos en efectivo que J.D. había hecho en su cuenta bancaria. El profesor también ingresaba grandes cantidades en metálico en su cuenta, pero J.D. jamás ingresó más de mil dólares de una sola vez. ¿Acababa de empezar su negocio? ¿Y de dónde había sacado el dinero para comprar esa clase de equipo? Tenía que ser caro.
Se acercó a la ventana y echó un vistazo a la calle mientras intentaba deducir la relación que habría entre el profesor y J.D.
Después de haber registrado la última caja, Noah se incorporó y le preguntó a Street si había tenido tiempo de revisar la información del ordenador.
– Lo he puesto en marcha, pero no he podido ver ningún archivo. Son de acceso restringido. Tendremos que llevárnoslo y pedir a uno de nuestros técnicos que lo revise. Nos llevará tiempo.
– Quizá no -sonrió Noah, y se volvió hacia la ventana-. Jordan, ¿te importaría entrar en un ordenador por nosotros?
– Lo haré encantada -respondió Jordan, contenta de poder ayudar-. No será un portátil, ¿verdad?
– ¿No habíamos quedado que lo dejarías correr, cariño?
– Sólo preguntaba -sonrió Jordan, que no había podido contenerse.
– ¿De veras crees que puedes hacerlo? -quiso saber Street.
– Sí.
Siguió a Noah al estudio. El ordenador era un modelo nuevo, lo que impresionó a Jordan. Carrie le había dicho que en la cárcel le habían ofrecido hacer cursos de informática pero no le había interesado. Puede que el centro donde J.D. había cumplido condena le hubiera ofrecido los mismos cursos. Si era así, parecía que había prestado atención.
Noah le acercó una silla al teclado.
– Adelante -pidió.
Sólo tardó un segundo en recuperar los archivos de J.D. Abrirlos le llevaría más tiempo.
– Llámame cuando lo tengas -le pidió Noah.
Volvió al salón con Chaddick. Street se quedó con Jordan, viendo cómo sus dedos volaban sobre el teclado. La pantalla se llenó de símbolos y de números. No sabía qué estaba haciendo Jordan, pero lo estaba haciendo, y eso era lo único que importaba.
Jordan se concentró tanto en la tarea que tenía entre manos que perdió la noción del tiempo. Por fin, lo consiguió.
– ¡Lo tengo! -exclamó.
– ¿Qué has encontrado? -Noah le puso las manos sobre los hombros justo cuando abría una carpeta.
– Una lista -contestó. Se inclinó hacia la pantalla-. Llevaba un registro.
Se levantó para que Street pudiera sentarse. Tenía la espalda tensa, y observó que estaba oscureciendo. ¿Cuánto rato se había pasado ahí sentada? Se echó hacia atrás para estirarse.
Chaddick se apoyó en un lado de la mesa.
– ¿Hay algo?
– Diría que sí -respondió Street-. Sólo tengo los nombres de pila, sin fechas pero con días de la semana, hechos, pagos y algunos sitios. -Se echó a reír-. ¿Sabéis qué os digo? Si toda esta gente vive en Serenity, este pueblo es un hervidero de actividad.
– ¿Quién aparece en la lista? -preguntó Noah.
– Tengo a una tal Charlene que le pagó cuatrocientos dólares un viernes en una compañía aseguradora.
– ¿Charlene? ¿Por qué le pagó cuatrocientos dólares a J.D.? -se extrañó Jordan.
– Tenía un video de ella en la cama con alguien -sonrió Street.
– ¿Con su prometido?
Los tres agentes la miraron, y se dio cuenta de lo estúpida que había sido su pregunta. Si Charlene apareciese acostándose con su prometido, J.D. no la habría estado chantajeando.
– Bueno, estoy cansada -se excusó-. Engañaba a su prometido. -De repente, se indignó-. ¡Le regalé piezas de una vajilla! ¡De Vera Wang!
– Llevaba cierto tiempo pagando -indicó Chaddick tras dirigir de nuevo la vista hacia la pantalla.
– Llevaba cierto tiempo acostándose con alguien -añadió Street-. Supongo que no le importaba pagar.
– ¿Con quién se acostaba? -preguntó Jordan-. No, no me lo digas. No quiero saberlo. Sí que quiero. ¿Quién era?
– Alguien llamado Kyle…
Jordan se llevó una mano a la garganta.
– ¡No me digas que era Kyle Heffermint!
Noah encontró cómica la reacción de Jordan. Se acercó ella y la rodeó con un brazo.
– Es ese individuo que no paraba de decir tu nombre, ¿verdad? E intentaba ligar contigo.
– El mismo -confirmó Jordan.
– Hay un tal Steve N. -prosiguió Street.
– Podría ser Steve Nelson -sugirió Noah-. Lo conocí en el restaurante. Dirige la compañía aseguradora.
– Es el jefe de Charlene -le indicó Jordan.
– Es algo más -sonrió Street.
– ¡Por favor, no se estaría acostando también con Steve! No, no me lo creo.
– ¿Quieres ver el video?
– ¡Oh, Dios mío, sí lo hacía! Y Steve está casado.
– Sí -comentó Noah con ironía-. Por eso pagaría para mantener el asunto en secreto.
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