Noah se levantó cuando ella lo hizo.

– ¿Quién es Dora? -quiso saber.

– El ordenador -contestó Jordan-. Enseguida vuelvo. Acábate la bebida.

– Yo le haré compañía -prometió Angela-. ¿Quieres otra cerveza?

– No, gracias. ¿Cuándo empieza el póquer?

– En unos quince minutos. Los jugadores empezarán a llegar de un momento a otro. Ah, mira. Dave Trumbo está bajando de su Suburban, y lo acompaña Eli Whitaker. Siempre son los primeros en llegar. Son muy buenos amigos -añadió-. Eli es el hombre más rico de Serenity. Hay quien dice que podría ser el más rico de todo Tejas. -Inclinó un poco la cadera y se llevó una mano a la cintura-. Te estarás preguntando de dónde sacó tanto dinero. Nadie lo sabe con certeza, pero a todos nos gusta especular. Yo creo que tal vez lo heredara. Pero nadie se atreve a preguntárselo. No viene mucho por el pueblo, le gusta guardar las distancias. Es muy tímido, y Dave es todo lo contrario. Dice que jamás ha conocido a nadie que le caiga mal.

– ¿Hay alguna jugadora de póquer en el pueblo? -preguntó Noah.

– Sí, pero no jugamos con los hombres. Son demasiado competitivos, y no les gusta hacer visitas como a nosotras. Así que tenemos nuestra propia noche de póquer. Ahora llega Steve Nelson. No recuerdo si lo conociste o no la otra noche. Dirige la única compañía aseguradora de la zona.

Jordan estaba sentada delante del ordenador de Jaffee sin saber que los jugadores de póquer estaban llegando. En su mesa, Noah se preguntaba si podía oír el barullo. El restaurante no tardó demasiado en llenarse.

Jordan resolvió enseguida el último problema de Jaffee, que había confundido dos órdenes distintas. Mientras oía voces en el restaurante, siguió con la ardua tarea de ayudar a Jaffee a entender qué había hecho mal para que no repitiese el error.

– Recuerda que Dora no muerde -le dijo.

Jaffee, que se estaba secando las manos con una toalla, asintió.

– Pero si tengo algún problema… -comentó.

– Puedes enviarme un e-mail o llamarme -lo tranquilizó Jordan.

Le hizo algunas sugerencias para la resolución de problemas, pero cuando vio la expresión vidriosa de los ojos de Jaffee, supo que no entendía una sola palabra de lo que le estaba diciendo. Tuvo la impresión de que iba estar cierto tiempo recibiendo llamadas diarias de ese hombre. La idea le hizo sonreír al regresar a su mesa. La noche estaba resultando relajante. Su mayor dilema en ese momento era el postre. ¿Tomaría o no? El ruido interrumpió sus pensamientos, y cuando vio el local lleno de gente, se paró en seco en la puerta.

Noah vio cómo entraba en el comedor y le pareció que la expresión de su cara no tenía precio.

Se hizo un silencio, y todos la siguieron con la mirada mientras se dirigía despacio hacia él.

– ¿Qué está pasando? -susurró Jordan.

– Hay partida de póquer.

– ¿Aquí? ¿Juegan aquí al póquer? ¿Por qué no he pensado que…? Suponía que… ¿Crees que podríamos irnos ahora?

– Lo dudo.

– Podríamos escabullimos por la parte trasera.

– Imposible -negó Noah con la cabeza.

Lo comprendió cuando se volvió. Todos los hombres estaban de pie, y los que no la conocían todavía, esperaban para ser presentados.

Jaffee hizo los honores. Había tantos que no recordó la mitad de los nombres. Todos ellos la saludaron con un «hola» y, acto seguido, la bombardearon con preguntas.

No sólo querían que les hablara del incendio y de la terrible muerte de J.D., sino que también querían que les resumiera cómo había encontrado el cadáver del profesor y de Lloyd en su coche. No le habría sorprendido que alguno de ellos le pidiera una reconstrucción detallada de los hechos. Contestó a todas las preguntas, algunas un par de veces, para satisfacer su curiosidad morbosa. Logró reír en algunos momentos, y entre pregunta y pregunta, Dave, vendedor innato, intentó que le comprara un coche.

Noah también tuvo que responder algunas preguntas.

– ¿Cree Joe que J.D. fue quien mató a esos dos hombres? -preguntó directamente Jaffee.

– Es muy listo -intervino Dave-. Seguro que sí.

– Me contaron que J.D. había desaparecido -comentó un hombre llamado Wayne.

– ¿Tenía Joe suficientes pruebas para detenerlo? -quiso saber Dave.

– Eso ya no importa; está muerto -recordó Steve Nelson al grupo-. Diga, agente Clayborne, ¿han registrado usted y Joe la casa de J.D.?

A Noah le resultó difícil no sonreír. Sabía qué quería saber Steve. Quería averiguar si J.D. llevaba algún registro.

– Sí, la registramos. Dos compañeros del FBI se lo han llevado todo, aunque no había gran cosa.

Steve no sabía poner cara de póquer precisamente. Noah captó el alivio en sus ojos, y supo por qué. Había visto su nombre en la lista no sólo por acostarse con Charlene sino por algunas prácticas dudosas con los seguros.

– ¿Cree que llegaremos a saber algún día por qué J.D. mató a esos hombres? -preguntó Dave.

– Joe nos informará cuando sepa algo -afirmó Steve.

– A mí me da pena Randy Dickey. Ha resultado ser un buen sheriff. Esto será un duro golpe para él. Creo que J.D. era su única familia -comentó Dave.

Noah observó que Eli Whitaker estaba entre los demás hombres del grupo. Escuchaba la conversación pero apenas hablaba.

– ¿A qué se dedica, Eli? -le preguntó.

– A la cría de caballos y de ganado vacuno -contestó.

– ¿De qué raza?

– El ganado es básicamente de la raza longhorn -respondió-. Parece ser el que resiste mejor en esta parte del país.

Noah le hizo un par de preguntas más sobre su negocio, y poco después los dos estaban separados de los demás, charlando sobre la cría de ganado.

– No había visto nunca a Eli hablar tanto con un forastero -dijo Dave, complacido.

Los demás hombres del grupo se fijaron y asintieron a modo de confirmación.

– Sé que no lleváis demasiado tiempo aquí -le dijo Steve a Jordan-, pero no parecéis forasteros. Habéis animado mucho la vida del pueblo. ¿Cuándo os iréis de Serenity?

– Mañana -indicó Jordan.

– Ha sido un auténtico placer conoceros -aseguró Dave.

– Creo que ya han contestado bastantes preguntas por hoy -dijo Jaffee a todo el mundo-. ¿Por qué no vais a buscar las bebidas a la barra y ocupáis vuestros asientos?

Mientras la mayoría de los hombres se dispersaba por el local, Dave, Eli y Jaffee se acercaron a Jordan para despedirse de ella.

– Voy a echarte de menos -comentó Jaffee-. Y siento mucho que perdieras los documentos de la investigación. Sé que tuviste que dejarlos en casa del profesor. Te tomaste la molestia de hacer fotocopias para acabar viendo cómo las llamas acababan con ellas.

– Es una verdadera lástima. ¿No nos contaste que habías venido desde Boston para ver esa investigación? -preguntó Dave.

– ¿Se quemó todo? -exclamó Eli en voz alta.

– Tengo las fotocopias -aclaró Jordan, que pudo intervenir por fin-. No estaban en el lugar del incendio, y ya había enviado la mayoría por correo a casa antes de que se destruyeran los originales. Si Joe y los dos agentes encargados de la investigación quieren verlas, tendré que enviárselas de nuevo.

– Qué buena noticia -aseguró Jaffee-. Tu viaje no ha sido en vano. Esta noche invita la casa, y no se te ocurra negarte. Dora y yo agradecemos de todo corazón tu ayuda. Espero que vuelvas algún día a vernos.

La abrazó y le estrechó la mano a Noah para despedirse.

– Si alguno de los dos necesita un coche nuevo, pensad en mí. Os lo llevaré a Boston -se ofreció Dave.

– Lo hará encantado -corroboró Eli mientras se dirigía hacia su mesa.

Noah dejó una generosa propina para Angela y llevó a Jordan hacia la puerta en medio de un coro de despedidas.

Ninguno de los dos dijo una palabra hasta que estuvieron a una manzana de distancia.

– Ummm… -soltó Jordan-. Noche de póquer. No lo he visto venir.

– No había visto nunca esa expresión en tu cara… -rio Noah-. La que has puesto al ver a tanta gente.

– La noche no ha estado tan mal. Hemos tenido una cena estupenda sin interrupciones, y hemos conocido a unos cuantos hombres encantadores -dijo Jordan-. Encantadores… e interesantes -añadió.

– ¿Sabes qué otra cosa es interesante?

– ¿Qué?

– La mitad de esos hombres encantadores estaba en la lista.

Capítulo 31

Jordan cayó en la cuenta cuando estaba en la ducha, librándose del calor del día y enjabonándose el pelo con un champú con fragancia de albaricoque. No quería volver a casa. Borró inmediatamente ese ridículo pensamiento de su mente. Claro que quería volver a casa.

Quería recuperar su organizada vida, ¿no? Cuando vendió su empresa, había obtenido unos beneficios asombrosos, pero ahora tenía que decidir qué hacer con ellos. Había barajado la idea de invertir parte del dinero en el desarrollo de un nuevo procesador informático que fuera tan rápido que permitiera ejecutar varios programas multimedia complejos a la vez. Hasta había imaginado el diseño y el prototipo. Su gran plan para conmocionar de nuevo a los gigantes de Silicon Valley sólo tenía un problema: no quería llevarlo a cabo. Que fuera otra persona quien creara un diseño que hiciese girar el mundo más y más deprisa.

No querer volver a su trabajo no fue la única revelación sorprendente que tuvo. Ya no tenía prisa por salir corriendo a comprar otro portátil y otro móvil. Antes, eran apéndices suyos, pero ya no tenía la sensación de depender del portátil, y le estaba resultando de lo más agradable no tener que contestar al móvil cada cinco minutos. Sin duda, estar ilocalizable tenía sus ventajas.

– Me estoy empezando a asustar a mí misma -susurró.

¿Qué le estaba sucediendo? Era como si se estuviera transformando en una persona totalmente distinta. Quizás estar sentada a más de cuarenta grados mientras esperaba que Noah examinara los restos del incendio le había afectado al cerebro. Tal vez el calor se lo había derretido. O puede que todas las duchas que se había dado desde que había llegado a Serenity le hubiesen diluido las neuronas.

Estaba deshidratada debido a su exposición al sol. Era eso.

Se puso la camiseta y el pantalón corto, y se cepilló los dientes. Con el cepillo en la boca, quitó el vapor del espejo y se miró. Tenía la piel llena de manchas y pecas. Qué pinta tenía, especialmente con ese pijama unisex.

Dejó el cepillo de dientes, tomó un tarro de la loción corporal especial de Kate y abrió la puerta. Jamás le había preocupado su aspecto, pero ahora todo andaba patas arriba.

Sabía cuál era el auténtico problema. Hasta ese momento, se había negado a admitirlo. Noah. Oh, sí, él era el problema. Él lo había cambiado todo, y Jordan no sabía qué hacer al respecto.

Preocuparse no mejoraría la situación. Una mujer inteligente saldría corriendo lo más rápido que pudiera en sentido contrario, pero sospechaba que ella no lo era porque, en aquel momento, lo único en lo que podía pensar era en acostarse otra vez con Noah.

Tenía que quitarse el sexo de la cabeza. Decidió que se acurrucaría en la cama con los papeles de la investigación del profesor y leería otro relato horripilante sobre derramamientos de sangre, decapitaciones, mutilaciones y supersticiones. Eso debería servirle para apartar cualquier imagen de Noah.

¿Dónde estaban sus gafas? Creía haberlas dejado junto al estuche de las lentillas en el cuarto de baño, pero no estaban allí. Cruzó el dormitorio hacia el escritorio y se dio un golpe en el pie con la pata de una silla. Entre gemidos, hurgó en su bolso a la vez que saltaba a la pata coja.

– Noah -preguntó-, ¿has visto…?

– Están en la mesa -dijo él desde el otro lado de la puerta abierta que comunicaba sus dos habitaciones.

¿Cómo había sabido qué quería? ¿Leía el pensamiento? Las gafas estaban donde había dicho.

– ¿Cómo has sabido…?

– Ibas con los ojos entrecerrados -contestó antes de que pudiera terminar la frase-. Y te has tropezado con una silla.

– No miraba por dónde iba.

– No veías por dónde ibas -dijo Noah, divertido.

Jordan notó que tenía las gafas sucias y volvió al cuarto de baño.

Le pareció oír que alguien llamaba a su puerta y gritó:

– Noah, ¿podrías abrir, por favor?

Unos segundos después, oyó la voz de una mujer procedente de la habitación de Noah. La llamada había sido en su puerta, no en la de ella. Llena de curiosidad, limpió rápidamente las gafas, se las puso y salió a su cuarto. Oh, estupendo. Noah estaba recibiendo servicio personalizado: le estaban abriendo la cama, y Amelia Ann hacía los honores. Noah estaba apoyado en la puerta mirándola, pero cuando oyó a Jordan, volvió la cabeza hacia ella y le guiñó el ojo. Le encantaba el trato preferente. A Jordan, no.