Y ahí estaba, sentado en el coche estacionado con una buena vista de las puertas del hospital. Si tenía suerte, el juez cruzaría esas puertas en cualquier momento acompañado de su hija.
De repente, Paul se enderezó. ¿Era ella? Sí, Jordan Buchanan salía del hospital.
Pruitt tomó la pistola para esperar el momento adecuado.
Al salir de urgencias para dirigirse al estacionamiento, Jordan cogió el móvil y llamó a información para pedir el número de Jaffee. Tras consultar el reloj y restar una hora, había deducido que Jaffee estaría en el restaurante.
Sabía que la operadora le conectaría la llamada, pero quería anotar el número por si tenía que volver a llamar a Jaffee. Buscó en el bolso un pedazo de papel y un bolígrafo y, con el teléfono sujeto entre el hombro y la oreja, esperó con el bolígrafo preparado para cuando le dieran el número. Había dos bancos, uno a cada lado de una columna de hormigón. Los dos estaban vacíos. Empezó a caminar hacia el que quedaba más lejos de la entrada. Los fluorescentes brillantes situados sobre las puertas correderas de cristal le molestaban a los ojos, y uno de los tubos parpadeaba y zumbaba de modo fastidioso.
Mientras la operadora recitaba el número de Jaffee, salieron dos celadores hablando en voz alta con un conductor de ambulancia, por lo que Jordan tuvo que pedirle a la operadora que le repitiera el número. Lo anotó deprisa.
Se sentó en el banco mientras esperaba a que le contestaran.
– ¿Diga? -Era Angela. Jordan se tapó la oreja con la otra mano para aislarse del ruido de fondo.
– Hola, Angela.
– ¿Jordan? ¡Hola, Jordan! ¿Cómo estás? Jaffee estará muy contento de tener noticias tuyas. Está realmente preocupado por Dora.
– ¿Tenéis mucho trabajo ahora en el restaurante? ¿Tal vez sería mejor que llamara en otro momento?
– Lo tenemos cerrado. Hoy hemos hecho horario reducido. Jaffee ha preparado una tarta de chocolate enorme y la ha llevado a casa de Trumbo en Bourbon. Su mujer, Suzanne, celebra su velada mensual de bridge.
– Siento no haber encontrado a Jaffee. Por favor, dile que le llamaré mañana.
– Oh, no -dijo Angela-. No esperes hasta mañana. Puedes encontrarlo en casa de Trumbo. La mujer de Jaffee es una de las jugadoras de bridge, de modo que Jaffee la acompaña con el coche a Bourbon y espera allí para traerla de vuelta a casa. Cada mes hace lo mismo. Lleva una tarta de chocolate enorme a Suzanne para que la sirva y una botella de whisky irlandés Bailey's a Dave, para que lo añada al café. Como tiene que conducir al regresar a casa, se asegura de que él se bebe el café solo. Sin whisky. Estará sentado en la cocina de Dave Trumbo, así que puedes llamarlo al teléfono fijo de la casa de Trumbo. Sé que le sabrá mal que no lo llames hoy. -Jordan prometió que llamaría a Jaffee enseguida. Trató de colgar, pero Angela no estaba dispuesta a despedirse aún de ella-. ¿Ya te has enterado? Dicen que J.D. Dickey fue asesinado.
– Sí, ya lo sé -respondió Jordan.
– No puedo decir que lo lamente. Pero la gente está actuando de una forma muy extraña desde que se supo la noticia. Normalmente, cuando en el pueblo ocurre algo así de importante, el restaurante está abarrotado. Todo el mundo quiere venir para comentar el asunto… como pasó cuando tú encontraste a ese profesor y a Lloyd, ¿te acuerdas? Entonces vino muchísima gente al restaurante. Pero nadie ha venido a hablar sobre J.D. Es como si todos estuvieran escondidos en su casa.
– Seguro que están asustados. Hasta que detengan a alguien…
– Sé qué quieres decir -señaló Angela-. Hasta entonces, hay un asesino suelto en el pueblo y, por supuesto, todo el mundo está muerto de miedo. Pero, hay algo más.
– No sé muy bien a qué te refieres.
– De repente, nadie me mira a los ojos. Es como si les diera vergüenza o algo. Estaba en el supermercado comprando algunas cosas para el restaurante y vi a Charlene. Me acerqué a saludarla y sé que me vio. ¿Pero sabes qué hizo ella? Dejó el carrito lleno de cosas en medio del pasillo y se marchó a toda velocidad de la tienda. Y se puso coloradísima, además. Luego, hablé con la señora Scott, y a ella le pasó algo parecido en la ferretería, sólo que en su caso fue Kyle Heffermint quien no la miró a los ojos y salió pitando de la tienda. Me gustaría saber qué está pasando -suspiró Angela.
Jordan sabía que todo se debía a las cintas. Era evidente que Charlene y los demás de la lista todavía no sabían si alguien más del pueblo conocía sus pecados. Oh, no había duda de que estaban asustados.
– Es muy extraño -dijo Jordan.
– A mí también me lo parece -corroboró Angela-. Bueno, cuelga y llama a Jaffee… Oh, pero antes me gustaría saber algo.
– ¿Sí?
– Estaba pensando en ti y en Noah, y en la buena pareja que hacéis, y quería saber si habías decidido quedarte con él.
– Pues… -La pregunta había pillado a Jordan totalmente desprevenida-. No lo sé.
– Noah es un buen partido. Pero tú también, no lo olvides. Jaffee dice que está seguro de haber visto tu fotografía en una revista local.
¿Era un cumplido? ¿Una revista local? ¿Creía Jaffee que había salido en la portada de Semanario del leñador?
– ¿Estás segura de que Jaffee no dijo haberme visto en Glamour? -rio Jordan.
Ella bromeaba, pero Angela hablaba en serio.
– Eres del tipo Ralph Lauren, ¿sabes?
– Gracias, pero…
– Sólo estoy diciendo la verdad -la interrumpió Angela-. No cometas el mismo error que yo, Jordan. No esperes dieciocho años a ningún hombre. Si él no se da cuenta de lo que tiene delante ahora, no lo sabrá nunca.
Dicho eso, Angela colgó por fin. Jordan encontró otro pedazo de papel en blanco en el bolso y llamó de nuevo a información. Pensó en lo que le había comentado Angela mientras esperaba a que la operadora le diese el número de teléfono de Dave Trumbo que le había pedido.
Las puertas de cristal se abrieron detrás de ella. Una mujer salió con una cesta llena de flores marchitas. Jordan miró a su alrededor y vio cómo su padre salía del ascensor situado al fondo del vestíbulo, seguido de Noah.
– Me aparecen dos Dave Trumbo -indicó la operadora-. Dave Trumbo Motors, en el número 9818 de Frontage Road, y Dave Trumbo, en el número 1284 de Royal Street.
– Quiero el de su domicilio… Espere. ¿Podría repetirme la segunda dirección, por favor? ¿Ha dicho el número 1284 de Royal Street?
– Sí, exacto. El número es…
Jordan estaba tan estupefacta que se le cayó el móvil en el regazo. Dave Trumbo, el vendedor nato, vivía en el número 1284 de Royal Street.
«¡Espera a que Noah se entere de esto!» Jordan recuperó el teléfono, se lo guardó en el bolso y se puso de pie de un salto. Un coche se puso en marcha. Fue un ruido sonoro y penetrante. De repente, cerca de ella, saltó un pedazo de hormigón de la columna. Se giró instintivamente para esquivar los fragmentos que habían salido disparados. El coche petardeó de nuevo, y Jordan notó un empujón terrible desde detrás. Unos neumáticos chirriaron, y vio vagamente cómo un automóvil pasaba veloz a su lado. Pudo vislumbrar al conductor con el rabillo del ojo justo antes de que le fallaran las piernas.
Todo pasó a cámara lenta: Noah empujó a su padre, corrió hacia ella gritando y sacando el arma de la pistolera.
Los ojos de Jordan se cerraron cuando su cuerpo golpeaba el suelo.
Capítulo 38
El hospital estaba cerrado. Nadie podía entrar ni salir hasta nueva orden. La policía controlaba todas las entradas, y las urgencias se desviaban temporalmente a otros centros médicos. Asimismo, la policía estaba registrando a fondo el estacionamiento y el edificio planta por planta para asegurarse de que no hubiera ningún otro tirador escondido en su interior.
El intento de asesinato de un juez federal era una noticia importante, y había equipos de televisión apostados en todos los costados del hospital compitiendo para entrevistar a cualquiera que pudiera contarles lo que había ocurrido.
Se dijo que la hija del juez Buchanan estaba en estado crítico. Una periodista especuló (en antena nada menos) que si Jordan no hubiera estado a pocos segundos del personal de urgencias, habría muerto desangrada.
Era algo que la familia Buchanan no necesitaba oír. Estaban todos reunidos en la sala de espera susurrando y caminando arriba y abajo mientras esperaban a que Jordan saliera del quirófano.
Dos policías hacían guardia frente a la puerta y habían dejado muy claro que no iban a perder de vista al juez Buchanan hasta que llegaran sus guardaespaldas. Dos de ellos iban ya de camino al hospital.
El juez Buchanan había envejecido veinte años desde que había visto caer a su hija al suelo. Noah lo había lanzado contra una pared para alejarlo de la línea de fuego. El juez le había oído gritar «¡Al suelo! ¡Agáchese!» mientras corría hacia Jordan. Jamás olvidaría la expresión de la cara de Noah cuando se arrodilló junto a su hija. Parecía destrozado.
La madre de Jordan estaba sentada al lado de su marido y le tomaba la mano. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas.
– Hay que llamar a Sidney -indicó-. No quiero que se entere por las noticias. ¿Ha llamado alguien a Alec? ¿Y a Dylan? ¿Dónde está el padre Tom?
– Está volviendo a Holy Oaks -le respondió el juez.
– Hay que llamarlo. Querrá saberlo. Y necesitamos un sacerdote.
– No se va a morir -gritó enojado Zachary, el más joven.
Noah se había separado de la familia. No quería hablar con nadie. En aquel momento, no podía hablar. Estaba de pie, al otro lado de la habitación, y miraba por una ventana la oscuridad de la noche. Le costaba respirar, le resultaba imposible pensar. Estaba furioso. Sangre… había habido tanta sangre. Había sentido que la vida de Jordan se le escapaba entre las manos.
Esa espera era horrible. Recordaba que cuando le habían disparado a él, le había dolido muchísimo, pero ese dolor no tenía punto de comparación con el que sentía ahora. Si la perdía… Dios santo… no podía perderla… no podría vivir sin ella…
Nick había bajado en ascensor para ir a contarle a Laurant lo que había sucedido. Pero su mujer dormía profundamente, y decidió no despertaría. Antes de marcharse, desenchufó el televisor de la pared y le pidió a la enfermera de guardia que no mencionase el tiroteo. Ya se enteraría al día siguiente de la mala noticia.
Cuando volvió a la planta donde operaban a su hermana, Nick vio a Noah solo. Fue hacia él y se quedó de pie a su lado.
Y la espera continuó.
Veinte minutos después, el cirujano, el doctor Emmett, entró en la sala. Se quitó el gorro, sonriente. El juez Buchanan se acercó rápidamente a él.
– Todo ha ido bien -explicó el médico-. La bala le ha atravesado la caja torácica, ha perdido algo de sangre, pero espero una recuperación total.
El juez estrechó la mano del médico y le dio las gracias efusivamente.
– ¿Cuándo podremos verla? -preguntó.
– Ahora está en recuperación, y ya se está despertando de la anestesia. Puede entrar una persona, pero sólo un minuto. Necesita descansar. -El cirujano se dirigió hacia la puerta-. Si quiere seguirme…
– ¿Noah? -dijo el juez, que no se movió de su sitio.
– ¿Señor?
– Si está despierta, dale besos de nuestra parte.
Nick tuvo que darle un empujón para que fuera. El alivio que sintió al saber que Jordan iba a recuperarse lo había dejado sin fuerzas. Siguió al médico pasillo abajo.
– Sólo un minuto -ordenó el doctor Emmett-. Quiero que duerma.
Jordan era la única paciente en la sala de recuperación. Había una enfermera que estaba comprobando el gotero intravenoso y, cuando vio a Noah, se apartó para dejarle sitio.
Jordan tenía los ojos cerrados.
– ¿Sufre? -preguntó Noah.
– No -aseguró la enfermera-. Hay momentos en que recupera la conciencia.
Noah se quedó junto a la cama. Se conformaba con verla dormir. Puso una mano sobre la de ella, y sintió su calidez. Vio que el rostro de Jordan recuperaba el color.
Se agachó y le besó la frente.
– Te amo, Jordan -le susurró a continuación al oído-. ¿Me oyes? Te amo, y no te dejaré nunca.
– Noah… -dijo Jordan en un tono muy bajo y ronco. No abrió los ojos al pronunciar su nombre.
Noah no estaba seguro de que Jordan lo hubiera oído, así que intentó tranquilizarla.
– Te amo. Te vas a poner bien. Ya has salido del quirófano y estás en recuperación. Ahora tienes que descansar. Duerme, cariño. -Jordan trató de levantar la mano, y frunció el ceño-. Duerme -susurró Noah a la vez que le acariciaba con suavidad el pelo.
– Me disparó. -Aunque débil, su voz era sorprendentemente clara.
– Sí, te han disparado, pero te pondrás bien.
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