Tachó la segunda línea. ¿Se estaría pasando? Angela parecía tragárselo.
– No, Jordan no habló con él. Habló conmigo. -Angela soltó un grito ahogado-. Es probable que yo sea la última persona con quien habló. Parecía feliz y animada. Me dijo que iba a llamar a Jaffee, pero no lo hizo.
– Sí -corroboró Noah-. Debió de ser cuando ocurrió. El hombre que le disparó quería matar a su padre, pero Jordan se puso en medio. Y yo me culpo por ello -añadió con tristeza.
– ¿Por qué diablos te culpas? -se sorprendió Angela.
– Jordan me estaba esperando, pero me encontré con unos conocidos y perdí la noción del tiempo. Íbamos a volver a su casa. Estaba impaciente por enseñarme… -Se le volvió a quebrar la voz.
– ¿Qué quería enseñarte? -lo animó Angela.
– ¿Sabes todos esos papeles que había fotocopiado?
– Sí. Me explicó que contenían información histórica.
– Exacto -afirmó Noah-. Pero me contó que, al comprobar parte de la información con su ordenador, había encontrado algo que quería que yo viera, algo que no tenía nada que ver con la historia, pero no me dijo qué era.
Tachó otro tema y siguió hablando.
– Pensé que tal vez se lo habría dicho a Jaffee, pero como no llegó a hablar con él, tendré que ir a su casa en algún momento para buscarlo en el ordenador. Pero ahora no. No puedo irme del hospital. No estuve a su lado cuando le dispararon, pero voy a estarlo cuando se despierte, por mucho que tarde en hacerlo. Ella misma me enseñará la información que contiene su ordenador cuando se mejore. Sea lo que sea lo que Jordan averiguó, tendrá que esperar.
Cuando su conversación terminó, Noah colgó el teléfono y se volvió hacia Nick.
– Ya ha empezado a correr la voz.
– ¿Cuánto tardará Pruitt en enterarse?
– Una hora. Puede que dos como mucho.
La red estaba tendida. Dos agentes vigilaban la entrada al edificio de pisos de Jordan y otros dos, la puerta trasera. Los cuatro estaban bien escondidos. Pruitt podría pasar junto a cualquiera de ellos sin verlo.
Noah y Nick estaban en un extremo de la manzana, sentados en el coche de Nick, y dos agentes más vigilaban también desde su coche, estacionado en el extremo opuesto de la manzana. Un tercer vehículo con otros dos federales en su interior estaba estacionado en un callejón entre dos edificios. Cuando Pruitt apareciera por la calle, lo tendrían rodeado.
Si aparecía.
Llevaban esperando más de dos horas. Nick estaba presionando para cambiar posiciones y esperar en el interior del piso de Jordan.
– Podríamos atraparlo cuando esté frente al ordenador -dijo Nick-. Podríamos tenerlo todo preparado y abalanzarnos sobre él. ¿No te gustaría pasar un par de minutos a solas con ese individuo? A mí me encantaría.
– No es buena idea. -Noah rechazó su plan.
– Muy bien. Podríamos abalanzarnos sobre él en cuanto abra la puerta.
– No saldría bien. Tampoco es buena idea.
– ¿Por qué? -suspiró Nick-. Te estoy diciendo que podríamos abalanzarnos…
– ¿Qué te pasa con lo de abalanzarte? -bromeó Noah.
– Un elemento de sorpresa -explicó Nick con cara de pena.
– Muy bien. Por mucho que entienda la necesidad que tienes de abalanzarte sobre Pruitt, no dejaré que lo esperes ahí arriba.
Nick se sacó una manzana del bolsillo. La limpió con la manga y le dio un mordisco.
– ¿Te conté lo del incendio en la casa del profesor MacKenna? -preguntó Noah.
– Dijiste que se quemó -contestó Nick con la boca llena tras dar otro mordisco.
– No sólo se quemó, Nick. Ese incendio fue nuclear. Tendrías que haberlo visto. Fue como si la casa hubiese implosionado. Quedó incinerada en un par de minutos. Aunque siguió ardiendo sin llamas mucho rato.
– Qué pena habérmelo perdido.
– Pruitt provocó ese incendio, Nick. Domina los productos químicos.
– Habéis evacuado a los vecinos de Jordan, ¿verdad?
– Sí -respondió Noah.
Pasaron varios minutos en silencio. El único sonido era el ruido de Nick al masticar la manzana.
– Lástima que no podamos abalanzarnos sobre él -dijo.
– Se acerca alguien. -Noah y Nick oyeron el susurró nervioso de un agente por los auriculares.
– Lo veo. Es él -aseguró otro.
– ¿Estás seguro de que es él? -preguntó el primero.
– Un chándal negro con la capucha puesta… en el mes de agosto. Es él. Anda muy despacio.
La figura dobló la esquina y Noah pudo verla. Se inclinó sobre el volante para poder observar bien al hombre.
– ¿Lleva algo? Sí, lleva algo. ¿Qué es? -soltó Nick. Miró a Noah-. ¿Estará tramando otro incendio?
El hombre subió los peldaños del edificio de pisos de Jordan.
– No podemos dejar que entre. Tenemos que atraparlo en la calle -dijo el agente más cercano al hombre-. ¡Adelante! -gritó.
– Esperad -ordenó Noah, pero era demasiado tarde. Tres entusiastas agentes ocuparon la calle con las armas preparadas. Dos apuntaron con ellas a la cara del hombre, mientras que el tercero sujetaba la caja que el hombre dejaba caer.
Noah y Nick se acercaron a toda velocidad.
– No es él -gritó Noah, enojado.
– ¿Qué están haciendo? Yo no he hecho nada malo -tartamudeó el hombre, que apenas era un adolescente. Iba sin afeitar, y su pelo tenía el aspecto de no haber visto el champú en un mes-. Tengan cuidado con la caja. Contiene algo delicado. No hay que zarandearla. -El chico estaba tan asustado que apenas podía hablar.
– ¿Qué hay en la caja? -le espetó uno de los agentes.
– No lo sé. Un hombre me dio cien pavos para que se la entregara a su novia. Tenía que dejársela en la puerta. Oigan, les aseguro que yo no he hecho nada malo.
Noah se giró y volvió corriendo al coche.
– Llamad a los artificieros -gritó Nick a los agentes mientras corría pegado a Noah-. ¿Entendido?
– Sí, señor.
Cuando Nick entró en el coche, Noah ya lo estaba poniendo en marcha.
– Llama al hospital y comprueba cómo está Jordan -gritó Noah-. Para asegurarnos.
Dobló la esquina sobre dos ruedas. Sin quitar el pie del acelerador, puso la sirena.
– ¿Crees que Pruitt sabía lo que habíamos tramado? -preguntó Nick mientras recorrían las calles de Boston a toda velocidad.
– Es imposible saberlo. Pruitt podría haber enviado a ese chico a hacer el trabajo sucio mientras él va camino a Tejas, o podría tener algo más en la manga. Sea cual sea su plan, tenemos que asegurarnos de que Jordan no forma parte de él.
Capítulo 44
Tenía que ajustar bien el tiempo. En cualquier momento, el mensajero que había pagado estaría dejando la caja envuelta para regalo en la puerta de Jordan. Fuego líquido; así era como él pensaba en su mezcla especial. Había funcionado de maravilla en casa del profesor MacKenna. Y volvería a hacerlo. La caja contenía suficientes productos químicos como para hacer saltar hacía la estratosfera la planta superior del edificio de pisos y reducir a cenizas lo que quedara. Era posible que fuese una destrucción excesiva, pero así no tendría que preocuparse por que el ordenador de Jordan Buchanan pudiera seguir operativo de algún modo.
Había puesto un temporizador y tenía exactamente una hora antes de que explotara. Tenía que acabar con Jordan antes de ese momento. En cuanto su piso saltase por los aires, la policía y el FBI acudirían al hospital como moscas. Sabrían entonces que ella había sido el objetivo de los disparos. Pero si Pruitt podía acabar ese día con ella, nadie sabría nunca por qué.
Menos mal que en el pueblo la gente cotilleaba. Cuando acababa de volver al motel con la destructora de papel en las manos, Pruitt recibió la llamada telefónica de su mujer, Suzanne. Lily, la mujer de Jaffee, le había contado que Angela le había contado que la vida de Jordan Buchanan pendía de un hilo. Era tan triste que algo así de trágico le ocurriera a una chica tan joven, y tan simpática. ¿Adónde iríamos a parar? Habían asesinado a tres personas en Serenity y, después, esa joven encantadora, que ya había quedado lo bastante traumatizada, volvía a Boston para que le disparara un loco que pretendía vengarse de su padre. Y ese agente tan atractivo del FBI, Noah Clayborne, que estuvo con ella en Serenity, resultó ser algo más que un simple amigo. Había llamado a Angela y apenas podía hablar de lo desconsolado que estaba. Angela le había dicho que ella había recibido la última llamada telefónica que Jordan hizo antes de recibir ese balazo. El pobre hombre parecía estar totalmente desorientado. No había demasiadas probabilidades de que Jordan sobreviviera pero intentaba no perder las esperanzas. Intentaba tener pensamientos positivos; planear el regreso de Jordan a casa desde el hospital. Lo último que Jordan le había dicho era algo sobre esos documentos que había ido a buscar a Serenity. Estaba impaciente por enseñarle una información sorprendente que había guardado en su ordenador; algo que había encontrado en los papeles que el difunto profesor le había entregado. Según todo el mundo, esa chica era una especie de genio de la informática. Pero quizá Noah no sabría nunca lo que Jordan quería decirle. Era todo tan triste…
Suzanne siguió parloteando, pero Pruitt había dejado de prestarle atención. ¿Qué otra información habría encontrado Jordan en las notas del profesor MacKenna? ¿Qué habría en su ordenador? Quizá ya lo había deducido todo.
Entró en el hospital sin que nadie se diera cuenta. Se miró los pies por si las cámaras de seguridad lo estaban enfocando. No temía que lo reconocieran. La policía buscaba a unos gángsters relacionados con el caso de crimen organizado del que se había encargado el juez Buchanan, ¿no? Y aunque Jordan pudiera identificar a Dave Trumbo, no lo vería de cerca, no hasta que fuera demasiado tarde.
El personal de seguridad tampoco se fijó demasiado en él. No había ninguna razón para que lo hiciera. Se había parado en un supermercado donde podía comprarse de todo, desde pasta de dientes a piezas de recambio de un automóvil o uniformes profesionales. Había elegido un par de guantes quirúrgicos. El hospital era un enorme complejo médico, y había tantos médicos y enfermeras que iban y venían que nadie le prestaría ninguna atención.
El ascensor se abrió en cuanto pulsó el botón, y subió solo hasta la quinta planta, mientras repasaba mentalmente lo que diría si una enfermera lo detenía. Al salir del ascensor, echó un vistazo a los números que había junto a las puertas en busca del que le habían dado cuando llamó a recepción. Una flecha indicaba que la habitación de Jordan Buchanan estaba en el pasillo que iba a la derecha después de la esquina. Dobló la esquina y se detuvo. Había un policía uniformado delante de la puerta. Pruitt cambió de dirección, y también tuvo que cambiar de planes.
No había previsto que habría un guardia, lo que había sido un descuido por su parte. Era lógico que su padre quisiera reforzar la seguridad.
De nuevo en el ascensor, consultó el directorio del hospital que estaba grabado en la pared. Pulsó el botón de la segunda planta para dirigirse a radiología. Cuando salió al pasillo vacío, no había nadie a la vista. Sólo tuvo que hacer un par de llamadas con el móvil para conseguir el nombre del cirujano y del internista de Jordan Buchanan. A continuación, llamó a la quinta planta y le dijo a la enfermera que el doctor Emmett había ordenado que se hicieran más radiografías a la paciente.
Por su voz, la enfermera debía de ser joven e inexperta. No hizo preguntas. Se limitó a colgar el teléfono para llamar de inmediato a radiología y transmitirles las órdenes verbales del médico.
Pruitt oyó cómo el celador atendía la llamada. Por suerte, era una noche tranquila y el departamento de radiología estaba vacío. Aun así, Pruitt tuvo que esperar diez minutos antes de que el auxiliar rubio tomara lentamente el ascensor para ir a buscar a Jordan. Con un iPod en el bolsillo de la camisa y los finos cables de los auriculares colgándole de las orejas, tarareaba una canción irreconocible.
A Pruitt le gustaba la soledad de su escondrijo. Había habitaciones oscuras, pasillos más oscuros aún y una recepción vacía. No tenía que preocuparse por que nadie lo interrumpiera.
Echó un vistazo a la planta de radiología y encontró el sitio perfecto en un cubículo situado tras la puerta de vaivén de la sala de rayos.
¿Acompañaría el guardia a Jordan? Era lo más probable. Tendría que encargarse de él primero. Golpearlo con fuerza desde detrás. Y mientras cayera al suelo, se apoderaría de su arma. A no ser que el auxiliar del iPod estuviese por ahí. Pruitt esperaba poder dejar a Jordan inconsciente e ir entonces a por el técnico radiólogo. En caso contrario, también tendría que encargarse antes de él. No sería difícil, y no haría ningún ruido. Seguía recordando las técnicas que utilizaba para someter a sus antiguos clientes. Era curioso cómo esas cosas no se olvidan nunca.
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