Pasada la puerta de vaivén, había varios vestuarios, donde los pacientes se cambiaban para ponerse una bata antes de hacerse las radiografías. Todos tenían puertas que cerraban de golpe. Dentro de cada vestuario, había un estante con un montón de batas limpias y ¡vaya!, una barra de metal con perchas de plástico.

Había pensado que tendría que forzar el armario de material para encontrar algo que pudiera utilizar para golpear al guardia, pero la barra de metal ya le valía. Tardó unos minutos en desatornillarla con una moneda. La barra, de unos veinticinco o treinta centímetros de longitud, tenía el peso perfecto para lo que la quería. Y el grosor ideal para sujetarla bien con la mano.

Tiró de la puerta del vestuario hacía él y la dejó un poco entreabierta para ver cuándo llegaba Jordan en silla de ruedas. Habría algo que lo avisaría antes. Había observado que cuando se pulsaba el botón desde el otro lado de la puerta de vaivén para que se abriera, en ése lado se encendían las luces.

Se le habían adaptado los ojos a la oscuridad. No sabía cuánto rato pasó antes de que se oyeran voces. Un minuto después, las luces parpadearon, y oyó el ruido sordo de la puerta que se abría despacio hacia dentro.

Se tranquilizó para no apresurarse. Tenía que atacar en el momento preciso.

Y ahí estaban. Primero vio a Jordan y, después, al auxiliar que empujaba la silla de ruedas. El guardia los seguía de cerca. Qué suerte había tenido. El guardia iba el último, pero sería el primero en caer.

Con la barra en la mano, Pruitt empujó despacio la puerta y salió. El guardia no le oyó acercarse. Pruitt le sacudió con fuerza en la nuca, y le quitó el arma cuando cayó al suelo.

El auxiliar logró oír el ruido por encima de la música y se volvió, confundido.

– ¿Pero qué…?

Eliminado. La barra le había acertado en la cara, justo encima de la oreja. Ocurrió tan deprisa que no tuvo tiempo de agacharse. El auxiliar cayó sobre Jordan, y la tiró de la silla de ruedas al suelo.

Pruitt dio un puntapié a la silla para apartarla de su camino y levantó el arma. Su mirada era fría y diabólica. Jordan se preguntó si sería lo último que vería antes de morir. Gritó y se acurrucó para intentar protegerse.

De repente, Noah cruzó con estrépito la puerta. Pruitt apenas tuvo tiempo de volver la cabeza antes de que una bala del arma de Noah le atravesara el hombro. Hizo un movimiento para intentar alcanzar a Jordan, pero Noah le disparó entonces en el pecho, y Pruitt cayó al suelo con una expresión de sorpresa en su cara agonizante. Trató de levantar el arma, pero Noah disparó de nuevo. La detonación fue ensordecedora y retumbó por el pasillo vacío.

Jordan se desmayó al oír su eco.

Capítulo 45

Jordan estaba acurrucada en el sofá de la terraza interior, fingiendo que estaba dormida para que su madre dejara de mimarla. Ya la había tapado con una manta de punto y la estaba amenazando con ir a buscar otra de más abrigo.

Las ventanas estaban abiertas y una encantadora brisa refrescaba el ambiente. Oía el bonito rumor de las olas en la playa. La residencia de sus padres en Nathan's Bay estaba rodeada de agua por tres partes. En invierno, el cristal de las ventanas estaba recubierto por una capa de hielo. En verano, una brisa fresca del mar permitía sobrellevar mejor los escasos días húmedos o calurosos.

Le encantaba estar allí de visita, pero ya estaba lista para volver a su casa. Tenía la impresión de ser motivo de constante preocupación para su madre. Y extrañaba su cama. Extrañaba su asiento junto a la ventana.

Y, sobre todo, extrañaba a Noah. Lo había extrañado desde aquella terrible noche en el hospital, cuando la había cargado en brazos para llevarla a su habitación.

Él y Nick estaban trabajando en un caso fuera de la ciudad. Laurant le había dicho a Jordan que Nick la había llamado todas las noches. Se había marchado hacía cuatro días y tenía previsto regresar al día siguiente. Jordan no le preguntó por Noah. Eso se había terminado, y él había vuelto a su vida normal. Lo que había pasado en Serenity…

Suspiró. Si no se levantaba e intentaba hacer algo, se echaría a llorar. Era lo último que le faltaría a su madre. Entonces la mandaría a la cama y contrataría a una enfermera para que la cuidara las veinticuatro horas del día.

Todavía le dolían las costillas, e hizo una mueca al levantarse. El ama de llaves, Leah, preparaba platos en la cocina.

– Ya lo haré yo -se ofreció Jordan.

– No, no. Usted descanse.

– Leah, sé que tiene buenas intenciones, pero estoy harta de que me digan que descanse.

– Perdió mucha sangre. La señora Buchanan dijo que no debía cansarse demasiado.

Jordan se fijó en la cantidad de platos que había preparado Leah y la siguió al comedor. La mesa rectangular ocupaba la mayor parte del espacio, con seis sillas a cada lado y dos en cada extremo.

– Vamos a ver. Vendrán Laurant y Nick -contó Leah-. Con la pequeña -añadió-. Traeré la trona después de haberla limpiado bien. Y Michael estará en casa. Y Zachary, claro. Alec y Regan vendrán el fin de semana que viene.

– ¿Sólo estará la familia? -quiso saber Jordan.

– Como Zachary siempre trae a alguien de la universidad a casa, tengo por costumbre poner platos de más en la mesa.

Jordan preguntó otra vez qué podía hacer para ayudar, y cuando Leah se la quitó de encima, subió a su antiguo cuarto. En la actualidad, sus padres lo utilizaban como habitación de invitados.

Había tenido noticias de Kate y Dylan. Habían vuelto a Carolina del Sur, y Kate quería que Jordan fuera allí a recuperarse. Jordan todavía no había decidido si iría o no. Se sentía mal e inquieta.

Se pasó lo que quedaba de tarde en su antiguo cuarto, leyendo. Afortunadamente, la policía había encontrado intactas, en el asiento trasero del coche de alquiler de Pruitt, las páginas de la investigación del profesor MacKenna que había fotocopiado en Serenity. Y ahora que tenía acceso a las fuentes de la investigación, podría comprobar la validez de las historias del profesor.

Al atardecer, Michael subió a buscarla. De hecho, sugirió bajarla en brazos.

– Mi periodo de recuperación ha terminado oficialmente -anunció durante la cena-. Y ya no quiero que me miméis más.

– Muy bien, cielo -dijo su madre con voz suave-. ¿Has comido suficiente?

– Sí, gracias -se burló Jordan.

– Nick está en la terraza interior. ¿Por qué no vas a saludarlo?

Se dirigió hacía allí, pero se detuvo al oír unas carcajadas. Conocía esa risa. Noah estaba con su hermano.

Retrocedió, se detuvo, reflexionó un instante y dio otro paso hacia atrás. De repente, se percató de lo silencioso que se había quedado el comedor. No era de extrañar. Cuando se volvió, vio que todos los miembros de su familia estaban inclinados hacia delante para observarla atentamente. Tendría que entrar en la terraza interior a saludar. Inspiró hondo.

Nick estaba tumbado en el sofá. Noah, sentado en un sillón. Los dos bebían cerveza.

– Hola, Nick. Hola, Noah.

– Hola -la saludó Nick.

– Hola, Jordan. ¿Cómo estás? -dijo Noah.

– Bien. Estoy bien. Supongo que ya nos veremos. -Se volvió para irse.

– ¿Jordan? -soltó Noah.

– ¿Sí? -preguntó ella tras girarse de nuevo.

Noah dejó la cerveza en la mesa de centro, se levantó y se dirigió hacia Jordan.

– ¿Recuerdas nuestro acuerdo?

– Sí, por supuesto.

– ¿Qué acuerdo? -quiso enterarse Nick.

– No importa -respondió Jordan-. ¿Qué pasa con el acuerdo? -le preguntó a Noah.

– ¿Qué acuerdo? -repitió Nick.

– Cuando nos fuimos de Serenity, Jordan y yo acordamos seguir caminos distintos -contestó Noah.

– ¿Tenías que contárselo? -dijo Jordan, contrariada.

– Sí, bueno, lo ha preguntado.

– Si me perdonáis -se excusó Jordan, que empezó a volverse de nuevo.

– Jordan -soltó Noah.

– ¿Sí? -Se había detenido una vez más.

– Como te estaba diciendo… -explicó Noah, que seguía acercándose despacio a ella-. Sobre ese acuerdo… -Se detuvo delante de ella-. No se va a poder mantener.

Jordan abrió la boca para replicar, pero no sabía qué decir.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó por fin.

– Que no hay acuerdo, eso quiero decir. Que no seguiremos caminos distintos.

– Será mejor que me vaya -comentó Nick a la vez que se levantaba del sofá.

– No es necesario -insistió Jordan.

– Sí lo es -la contradijo Noah.

– ¿Por qué?

– Porque quiero estar a solas contigo para decirte lo mucho que te amo.

Jordan se quedó petrificada.

– ¿De veras? No, espera. Tú amas a todas las mujeres, ¿no?

Nick salió y cerró la puerta tras de sí.

Noah estrechó a Jordan entre sus brazos y le susurró todas las palabras que había guardado en su corazón. Le levantó con suavidad el mentón y la besó.

– Tú también me amas, ¿verdad, cariño?

– Sí -contestó ella, indefensa.

– Cásate conmigo.

– ¿Y si lo hiciese?

– Me harías el hombre más feliz del mundo.

– Noah, si me casase contigo, no podrías salir con ninguna otra mujer.

– Ya estamos -dijo Noah-. Siempre tienes que ponerte así. No quiero a ninguna otra mujer. Sólo a ti.

– Puedo reducir algo mi trabajo, pero no voy a dejar del todo la informática -advirtió Jordan.

– ¿Por qué crees que querría que lo hicieras?

– ¿Por lo de mi burbuja? -apuntó Jordan-. ¿Recuerdas ese sermoncito?

– Sí, ya lo sé. Te sacó de tu casa, ¿no?

– Y me metió en tu cama -comentó Jordan-. ¿Sabes qué he decidido? Crearé un programa que pueda entender un niño de cuatro años. Luego, encontraré una forma de instalar ordenadores en escuelas y centros comunitarios que no puedan permitirse comprarlos. Si un niño empieza pronto a utilizar un ordenador, se convierte en algo natural para él. Disponemos de la tecnología, y quiero utilizarla para escribir el futuro con ella.

– Es un buen comienzo -asintió Noah-. Un programa sencillo. Estoy seguro de que a Jaffee le encantará oírlo.

– Y hablando de Jaffee, ayer hablé con Angela. Dice que el restaurante ha estado abarrotado desde que se enteraron de lo de Trumbo. La noticia ha conmocionado al pueblo.

– Les han pasado muchas cosas últimamente. Según me cuenta Chaddick, esta bomba ha eclipsado la lista de J.D. Él y Street están a punto de cerrar el caso.

Jordan compartió un par de ideas más con Noah y después lo escuchó mientras él le hablaba sobre su trabajo. Era muy estresante, pero si lograba resolver un caso, marcaba la diferencia. Sus fracasos suponían un duro golpe para él. Quería y necesitaba compartir eso con ella.

Se sentó en el sofá y la colocó en su regazo.

– ¿Tengo que ponerme de rodillas? -preguntó.

– Amarte no es nada fácil -sonrió Jordan.

– Cásate conmigo.

– Eres arrogante y egoísta… -Se detuvo-. Y dulce, cariñoso, divertido, encantador…

– ¿Te casarás conmigo?

– Sí, me casaré contigo.

Noah la besó apasionadamente y, cuando se dio cuenta de lo poco que deseaba terminar ese beso, se separó de ella.

– Supongo que querrás un anillo -comentó.

– Sí.

– ¿Qué tal una luna de miel? -preguntó Noah.

Jordan le acarició el cuello con la nariz.

– ¿Te refieres a antes o a después de la boda?

– A después -contestó Noah.

– Escocia -dijo Jordan-. Tenemos que pasar la luna de miel en Escocia. Podríamos hospedarnos en el Gleneagles e ir después a las Highlands.

– ¿Y buscar tu tesoro?

– No tengo que buscarlo. Sé dónde está.

– ¿Sí? ¿Has averiguado lo de la enemistad?

– Sí -se jactó Jordan.

– Cuéntamelo -pidió Noah.

– Todo empezó con una mentira… -empezó a contar Jordan.

Julie Garwood

Julie Garwood nació y se crió en Kansas City (Missouri), en el seno de una gran familia de origen irlandés.

Comenzó a escribir cuando el tercero de sus hijos entró en el colegio. Después de publicar dos libros para jóvenes-adultos, Julie se pasó a la novela histórica romántica, con la publicación de Gentle Warrior (Amor y Venganza), desde entonces ha escrito más de una veintena de novelas (las últimas, dando un nuevo giro a su carrera, hacia el género suspense-romántico), que invariablemente han sido un éxito de ventas en todo el mundo, convirtiendo a Garwood en una de las grandes reinas de la novela romántica.

Ella atribuye gran parte de su éxito a su herencia irlandesa. «Los irlandeses son grandes cuentistas a quienes les gusta obtener todos los detalles y matices de cada situación. Agregue el hecho de que soy la sexta de seis hermanos. Temprano en la vida aprendí que la expresión personal tenía que ser fuerte, imaginativa y rápida.»