El camino de entrada era un foso de grava que conducía hasta cada una de las unidades. Había ocho en total, situadas unas junto a otras como las cajas de un almacén. Tenían la pintura blanca desconchada, y la única ventana de cada una de ellas estaba recubierta de mugre. No quería imaginar lo horrendas que debían de ser las habitaciones. Hasta las chinches huirían de un lugar así. No tenía la categoría suficiente para ellas.
Pero podría soportarlo una noche, ¿no?
– No -dijo en voz alta.
Seguro que encontraría algo mejor; un lugar donde no le diera miedo ducharse.
Jordan no se consideraba una niña mimada ni una esnob. No le importaba que el motel fuese un poco ruinoso, pero lo quería limpio y seguro. Y ese sitio no cumplía ninguno de esos dos requisitos. Como no tenía intención de pasar la noche en él, no necesitaba ver las habitaciones.
Detuvo el coche y se asomó por la ventanilla para echar un buen vistazo al restaurante situado en la acera de enfrente. Cometió el error de apoyar el brazo en el borde caliente de metal. Dio un respingo y metió el brazo de golpe en el coche.
The Branding Iron le recordó un tren porque el edificio era largo y estrecho, y tenía el techo cóncavo. Junto a la calle había un rótulo con una herradura de neón púrpura. Supuso que quería ser un hierro de marcar en referencia al nombre del local, que significaba eso en inglés.
Ahora que ya se había orientado y que sabía dónde estaba el restaurante, salió del estacionamiento y siguió adelante. Estaba casi segura de que la empresa de alquiler de automóviles no tenía ninguna sucursal en Serenity, lo que significaba que tendría que apechugar con esa cafetera hasta llegar a una ciudad más grande, y la más cercana estaba a más de ciento cincuenta kilómetros de distancia. Decidió que en cuanto se hubiese registrado en un motel, llamaría a la agencia de alquiler, buscaría un mecánico para que le arreglara el radiador y compraría diez litros de agua antes de marcharse del pueblo. La idea de conducir un coche que tenía problemas mecánicos en medio de la nada la ponía nerviosa. Se dijo que primero iría al mecánico. Y, después, decidiría. Podría dejar el coche allí y tomar el tipo de transporte público que existiera. Seguro que habría autobuses de línea o trenes, o algo.
Pronto llegó a un puente de madera con una señal que anunciaba que estaba cruzando Parson's Creek. El riachuelo no contenía una sola gota de agua, y cuando recorría el puente, leyó un aviso colocado en la barandilla que indicaba que el paso estaba prohibido cuando el río estaba crecido. Pensó que ese día no había de qué preocuparse; el riachuelo estaba tan vacío como parecía estarlo el pueblo.
Al otro lado del puente, la saludó una señal de madera pintada de verde bosque con unas llamativas letras blancas: BIENVENIDOS A SERENITY, CONDADO DE GRADY, TEJAS. POBLACIÓN: 1,968 HABITANTES. En letras más pequeñas, pintadas a mano, se leían las palabras: «Nueva ubicación del Instituto "Bulldogs", del Condado de Grady».
Cuanto más al este conducía, más grandes eran las casas. Se paró en una esquina, oyó risas y gritos de niños, y se volvió hacia el origen del sonido. A su izquierda había una piscina.
«Por fin», pensó. Había dejado de sentir que estaba en un cementerio. Había gente, y ruido. Las mujeres tomaban el sol mientras sus hijos retozaban en el agua, y el vigilante, achicharrado, estaba sentado en su puesto de observación, medio dormido.
La transformación después de cruzar el puente de un condado a otro era asombrosa. En este lado del pueblo, la gente regaba el césped. El área estaba limpia, las casas bien conservadas, las calzadas y las aceras, nuevas. Había signos evidentes de comercio, con tiendas abiertas a ambos lados de la vía pública. A la izquierda, una tienda de belleza, una ferretería y una aseguradora, y a la derecha, un bar y un anticuario. Al final de la manzana, el restaurante Jaffee's Bistro tenía mesas y sillas fuera, bajo un toldo verdiblanco, pero Jordan no se imaginaba que nadie quisiera sentarse en ellas con el calor que hacía.
El cartel de la puerta anunciaba «Abierto». Sus prioridades cambiaron al instante. En ese momento, las palabras «aire acondicionado» sonaban a gloria, lo mismo que una buena bebida fresca. Ya encontraría después un mecánico y un motel.
Estacionó el coche, tomó el bolso y el maletín con el portátil, y entró. La ráfaga de aire fresco hizo que le temblaran las rodillas. Fue una sensación maravillosa.
Una mujer que enrollaba cubiertos con servilletas alzó los ojos al oír abrirse la puerta.
– La hora del almuerzo se ha acabado, y todavía no servimos cenas. Le puedo preparar una buena taza de té helado si quiere.
– Sí, por favor. Eso sería estupendo -respondió Jordan.
El lavabo de señoras estaba en un rincón. Después de lavarse las manos y la cara, y de pasarse un peine por el pelo, volvió a sentirse humana.
Había unas diez mesas con manteles a cuadros y cojines a juego en las sillas. Eligió una mesa en el rincón. Podía mirar por la ventana, pero el sol no le daba en la cara.
La camarera regresó un minuto después con una taza de té helado, y Jordan le preguntó si tenía una guía telefónica.
– ¿Qué está buscando, preciosa? -preguntó la mujer-. Quizá pueda ayudarla.
– Necesito encontrar un taller mecánico -explicó-. Y un motel limpio.
– Eso es bastante fácil. Sólo hay dos talleres en el pueblo, y uno de ellos está cerrado hasta la semana que viene. El otro es el taller de Lloyd, y está a sólo un par de manzanas de aquí. El hombre tiene un carácter algo difícil, pero trabaja bien. Le traeré la guía para que busque su número.
Mientras esperaba, Jordan sacó el portátil y lo puso en la mesa. La noche anterior había tomado algunas notas y preparado una lista con las cosas que quería preguntarle al profesor, y pensó que podría repasarlas.
La camarera le trajo una delgada guía abierta por la página donde figuraba el taller de Lloyd.
– Me he tomado el atrevimiento de llamar a mi amiga Amelia Ann, que dirige el Home Away From Home Motel -explicó-. Le está preparando una habitación.
– Ha sido muy amable -dijo Jordan.
– Es un sitio encantador. El marido de Amelia Ann murió hace unos años y no le dejó nada, ni un triste seguro de vida, así que ella y su hija Candy se trasladaron al motel y empezaron a llevarlo. Lo han dejado muy acogedor. Creo que le gustará.
Jordan llamó al taller mecánico desde el móvil y le informaron con brusquedad que nadie podría echar un vistazo a su coche hasta el día siguiente. El mecánico le indicó que lo llevara a primera hora de la mañana.
– Faltaba más -soltó Jordan con un suspiro mientras cerraba el móvil.
– ¿Está de paso o se ha perdido? -quiso saber la camarera-. Si no le importa que se lo pregunte -se apresuró a añadir.
– No me importa. He venido a ver a alguien.
– Oh, preciosa. No será ningún hombre, ¿verdad? Espero que no haya venido siguiendo a ningún hombre. Dígame que no. Es lo que yo hice. Lo seguí desde San Antonio. Pero no duró, no mucho por lo menos, y se largó y me dejó. -Sacudió la cabeza a la vez que chasqueaba la lengua-. Y ahora estoy atrapada aquí hasta que reúna el dinero suficiente para volver a casa. Me llamo Angela, por cierto.
Jordan se presentó y estrechó la mano de la mujer.
– Encantada de conocerte. Y no, no he venido siguiendo a ningún hombre. Voy a reunirme con uno para cenar, pero es por un asunto de negocios. Me va a entregar unos documentos y cierta información.
– ¿Nada romántico entonces?
– No. -Se había imaginado al profesor y casi se había estremecido.
– ¿De dónde eres?
– De Boston -dijo Jordan.
– ¿De veras? No tienes acento de por ahí, por lo menos no mucho.
Jordan no sabía si el comentario era bueno o malo, pero Angela sonreía. Tenía una sonrisa encantadora y parecía una persona agradable. Jordan supuso que, en su juventud, habría adorado el sol, porque tenía unas arrugas muy marcadas en la cara, y su piel recordaba un poco al cuero.
– ¿Hace mucho que vives en Serenity?
– Cerca de dieciocho años -contestó Angela. Jordan pestañeó. ¿Llevaba ahorrando dieciocho años y todavía no había conseguido reunir el dinero suficiente para regresar a su casa?-. ¿Dónde vas a cenar con ese hombre de negocios? No tienes que decírmelo si no quieres. Es sólo curiosidad.
– Vamos a cenar en The Branding Iron. ¿Has comido alguna vez allí?
– Oh, sí -aseguró-. Pero la comida no es tan buena como la de aquí, y está situado en una zona del pueblo nada recomendable. Sigue abierto porque es una referencia local, y trabaja mucho los fines de semana. No es un sitio seguro después del anochecer. Tu hombre de negocios debe de ser de aquí, o alguien de aquí le habló sobre ese local. Nadie que no fuera de Serenity sugeriría The Branding Iron.
– Se llama MacKenna -dijo Jordan-. Es profesor de historia y va a entregarme los documentos de una investigación que ha llevado a cabo.
– No lo conozco -comentó Angela-. No conozco a todos los del pueblo, claro, pero diría que debe de haber llegado hace poco. -Se volvió para marcharse-. Te dejo sola para que disfrutes del té. Todo el mundo piensa que hablo demasiado.
Jordan supo que la camarera esperaba que expresara su discrepancia.
– Yo no lo pienso.
Angela se volvió con una sonrisa enorme en los labios.
– Yo tampoco. Sólo soy amable, eso es todo. Es una lástima que no puedas cenar aquí. Jaffee está preparando su plato especial de gambas.
– Creo que el profesor sugirió ese restaurante porque está justo delante de un motel que me recomendó.
– ¿El Excel? -dijo Angela con las cejas arqueadas-. ¿Te sugirió el Excel?
– ¿Es así como se llama el motel? -sonrió Jordan.
– Antes había un rótulo luminoso enorme -asintió la camarera-. La palabra «excelso» parpadeaba toda la noche. Pero las dos últimas letras ya no se encienden, y por esta razón la gente lo llama Excel. Trabajan mucho por la noche… toda la noche, en realidad. -Y, tras una pausa, añadió casi en un susurro-: El individuo que lo regenta cobra por horas, no sé si me entiendes. -Debió de parecerle que Jordan no la seguía porque se apresuró a explicarse-: Es un prostíbulo, eso es lo que es.
– Comprendo -aseguró Jordan para que no creyera que tenía que explicarle qué era un prostíbulo.
Angela apoyó una cadera en la mesa para acercarse más a ella y seguir hablando en voz baja.
– Además de ser muy peligroso si hubiese un incendio, si quieres que te lo diga. -Miró rápidamente a un lado y a otro para comprobar que no hubiese entrado nadie en el restaurante vacío sin que se hubiera dado cuenta y pudiera escuchar lo que decía-. Deberían haberlo derribado hace años, pero lo dirige J.D. Dickey, y nadie se atreve a meterse con él. Creo que también es el chulo de algunas de las prostitutas, ¿sabes? Ese tipo da miedo de verdad. Es un hombre perverso.
Angela era un pozo de información, y no le daba ningún apuro contar todo lo que sabía. Jordan estaba fascinada. Casi envidiaba la franqueza y la sinceridad de esa mujer. Ella era todo lo contrario. Se guardaba las cosas dentro. Estaba segura de que Angela podía dormir por la noche. Ella, en cambio, llevaba más de un año sin disfrutar de una buena noche de descanso. Siempre le daba vueltas a la cabeza, y había noches en las que caminaba arriba y abajo por su casa, preocupada por algún que otro problema. Por la mañana, ninguna de esas preocupaciones parecía tan importante, pero en mitad de la noche adquirían dimensiones descomunales.
– ¿Por qué los bomberos o la policía no han cerrado el motel? Si hay riesgo de incendio… -se preguntó en voz alta.
– Oh, ya lo creo.
– Y la prostitución es ilegal en Tejas…
– Sí que lo es -corroboró de nuevo Angela, antes de que Jordan pudiese proseguir-. Pero eso no importa demasiado. Tú no comprendes cómo van las cosas por aquí. A cada lado de Parson's Creek el pueblo pertenece a un condado distinto, y las cosas funcionan de modo tan diferente como la noche y el día. En este momento, estás en el condado de Grady, pero el sheriff que está al mando en el condado de Jessup es uno de esos que cree que puede hacer la vista gorda. ¿Sabes a qué me refiero? Vive y deja vivir; ése es su lema. En mi opinión, le da miedo enfrentarse con J.D. ¿y sabes por qué? Yo te lo diré: El sheriff del condado de Jessup es hermano de J.D. Sí, señor. Su hermano. ¿Qué te parece?
– ¿Y tú? -preguntó Jordan-. ¿Le tienes miedo a ese hombre?
– Mira, preciosa. Cualquiera con dos dedos de frente se lo tendría.
Capítulo 6
J.D. Dickey era el matón del pueblo. Poseía un talento natural: no tenía que esforzarse demasiado para lograr que la gente lo detestara. Ganarse fama de perverso le producía un placer infinito, y sabía con certeza que había logrado su objetivo cuando bajaba la calle principal de Serenity y la gente se apresuraba a alejarse de él. Su expresión lo decía todo. Le tenían miedo, y para J.D., el miedo significaba poder. Su poder.
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