– Me niego a decirlo.

– 0 lo dices o te despido.

Se miraron fijamente los dos. Ninguno estaba dispuesto a ceder. Shelley no iba a dejar que ganara. Estaba dispuesta a prescindir de él durante la competición si fuera necesario. Se preguntó si Rafe la desafiaría, si la obligaría a llevar a cabo su amenaza. Le latía el corazón con fuerza. Era el momento cumbre del fin de semana, porque de su respuesta dependía que siguieran adelante con el proyecto o que se deshiciera el grupo.

Rafe seguía mirándola, intentando leer su pensamiento. Probablemente se preguntaba si Shelley sería capaz de llevar a cabo su amenaza. De pronto, algo cambió en su mirada. Ella no pudo descifrar su significado, quizás estuviese pensando en la carrera de coches de esa misma tarde y eso le llevase a la conclusión de que Shelley era capaz de muchas cosas, más de lo que él pensaba. Su cara se relajó y sonrió.

– Muy bien -dijo mirando a todos-. Digámoslo juntos de nuevo: «Shelley Sinclair es la jefa».

Shelley pudo respirar de nuevo. Se sentía muy aliviada y tenía la sensación de que ése había sido el último intento de Rafe por imponerse. No creía que fuera a enfrentarse a ella de nuevo, al menos no sobre el mismo tema.

– ¿A que ahora os sentís mucho mejor? -preguntó Shelley.

Todos rieron con ganas. Probablemente pensaran que todo había sido una broma. Esperaba que no se dieran cuenta de que el antagonismo entre ellos dos era real y venía de mucho tiempo atrás. Un enfrentamiento que no se había suavizado a pesar de los últimos y accidentados encuentros como el del coche. El beso había sido inolvidable, pero sus desavenencias seguían presentes a pesar de todo. Habían superado la última discusión, pero Shelley sabía que habría muchas otras en el camino, así que tendría que tener cuidado.

Trabajaronn en la representación toda la tarde. Repitieron las escenas mil veces, mejorando cosas, colaborando como un equipo de verdad. Shelley estaba muy satisfecha con los avances que estaban logrando. Rafe la trató con educación y respeto, pero también con jocosa camaradería. Todo un alivio para ella que hizo que las cosas funcionaran bien por fin.

Después se retiraron a sus habitaciones antes de quedar de nuevo para cenar en el restaurante. La cena fue fantástica, muy divertida. Todo el mundo estaba de buen humor. No pararon de charlar y reír y la cena se alargó hasta muy tarde. Comenzaron a levantarse tras los postres y Rafe, caballeroso como nunca, se acercó a retirarle la silla a Shelley.

– ¿Qué hacemos esta noche? -le murmuró Rafe al oído.

CAPÍTULO 6

SHELLEY se giró confusa para mirar a Rafe. Seguro que había adivinado que tenía pensado salir a buscar a Quinn otra vez. No había forma de ocultarle nada.

– ¿Quién te ha dicho que puedes venir conmigo? -le preguntó burlona.

– Yo mismo -contestó sonriente, demasiado cerca para el gusto de Shelley-. He decidido pegarme a ti como un adhesivo.

– ¿Por qué? -preguntó Shelley, queriendo conocer sus verdaderos motivos.

– Porque te dedicas a meterte en unos vecindarios de lo más peligrosos y necesitas a alguien que te proteja -explicó con una sonrisa-. Así que me ofrezco voluntario.

Se dirigieron hacia la salida del hotel. El vestíbulo estaba repleto de personas que volvían de cenar fuera o que buscaban un buen restaurante que aún estuviera abierto.

– Así que vas a ser mi guardaespaldas -dijo ella-. Y mientras tú me proteges de la gentuza que haya por ahí, ¿quién me va a proteger de ti?

Rafe le pasó un hombro por la espalda para guiarla y esquivar fácilmente a la multitud.

– ¿Por qué crees que necesitas ayuda para protegerte de mí? -dijo acercándose a su oído-. ¿Qué crees que voy a hacer?

Sentir su aliento en la piel le dio un escalofrío y le hizo desear cosas que no quería admitir.

– No lo sé -contestó ella divertida y algo atrevida-. ¿Venderme al mejor postor?

– No, nunca intentaría deshacerme de ti de esa forma -dijo atrayéndola más cerca de su cuerpo.

– ¡Ah! ¿No? ¿Y de qué manera te gustaría librarte de mí?

Rafe sonrió y se puso pensativo.

– Así que venderte al mejor postor… Pues a lo mejor no es tan mala idea.

– ¡Rafe! -exclamó Shelley.

– ¡Vale, vale! Sólo bromeaba. Tú has empezado y tenía que seguirte el juego. ¿Qué podía hacer?

– ¿Qué podías hacer? Decir algo bonito para variar. ¿Nunca se te ha pasado por la cabeza?

Ya habían llegado fuera. El aire era fresco, mucho más que dentro del hotel. Toda la calle estaba llena de luces, parejas y grupos de personas paseando y disfrutando de la noche. Les llegó a los oídos la música de un bar al otro lado de la calle.

– ¿Qué definición tienes de lo que es bonito? -le preguntó Rafe.

– ¿Tan bajo has caído que ya no te acuerdas de lo que significa bonito? ¡Qué vida tan triste! -preguntó burlona, mirándolo con fingida preocupación.

Rafe se paró y pensó durante unos segundos, considerando su comentario en serio. La llevó hasta una zona alejada de la multitud por unas cuantas palmeras.

– Bonito -dijo pensativo-. Creo que me acuerdo de esa palabra -añadió mirándola con ojos burlones-. ¿Bonito como un gatito recién nacido? ¿Como cuando sale el sol tras un día de lluvia?

Acarició la cara de Shelley con su dedo índice.

– Como mirar a una mujer preciosa -añadió despacio y con voz ronca.

Shelley lo miró y el estómago le dio un vuelco. Pensó en decirle que la dejara sola, que tenía que volver a su habitación del hotel. Pero no pudo. Respiró hondo y lo intentó de nuevo, pero no encontró las palabras. Era tan agradable estar con él allí… No podía resistirse.

No entendía qué le pasaba. Conocía a ese hombre de toda la vida. Mejor que a ninguna otra persona. Había luchado contra él, lo había odiado, le había gastado bromas, había sufrido sus continuas torturas… Recordaba verlo jugar con sus hermanos y ser cariñoso con sus hermanas y su madre. Pero nunca había sido bueno con ella.

Por eso no entendía qué era lo que estaba haciendo allí y a dónde la llevaría esa situación. Tampoco comprendía por qué no hacía caso de su subconsciente, algo le decía que huyera, que no podía ser verdad que Rafe Allman fuera amable con ella.

Pero Shelley no quería ir a ninguna parte y no había nada más de qué hablar. A pesar de que sabía que estaba siendo una tonta. Se sentía como cuando Jason McLaughlin le contaba mentiras y ella fingía que lo creía. Había estado tan ofuscada tratando de encontrar a alguien a quien querer y que la quisiera que se había convertido en algo que ella misma despreciaba. No entendía por qué se arriesgaba a pasar otra vez por algo parecido. «¿Por qué soy tan débil?», pensó.

– ¿Quieres más ejemplos? Pues te demostraré lo que he querido decir.

Se inclinó sobre ella, mirando con detenimiento su cara, valorando cada facción, cada parte de su rostro. Dejó los hombros de Shelley deslizando sus manos hasta tomar su cara, con la delicadeza de quien sostiene un valioso tesoro.

– No sé cómo lo has hecho, pero tienes los labios más apetecibles del mundo -dijo con suavidad.

El corazón le dio, un brinco aunque intentó continuar calmada. Sus músculos se quedaron sin fuerza, apenas podía sostenerse en pie. Cada parte de su cuerpo lo deseaba, pero no podía dejar que Rafe se diera cuenta y fingió indiferencia.

– ¿Qué quieres decir? ¿Crees que me he inyectado colágeno o algo así? Pues no. Todo es natural. 0 los tomas o los dejas, pero el caso es que no han cambiado…

– Los tomo -la interrumpió él sin soltar su cara.

– ¿Qué? -preguntó Shelley con una voz que sonó más como un susurro.

Las fuerzas le estaban flaqueando. Necesitaba ayuda urgente, pero ésta no llegaba.

– Me has dado una opción y he elegido. Los tomo.

_¡Ah!

Deseaba con todo su ser que la besara, pero también sabía que no podía dejar que sucediera. Buscó la fuerza necesaria en su interior para no dejarse llevar por la sensualidad que la inundaba en ese instante. Se apartó de él e intentó encontrar motivos para estar molesta con él.

– Es imposible hablar contigo -dijo con satisfacción al recobrar la firmeza perdida-. ¿Lo sabías? Todo es un juego para ti. ¡Me vuelves loca!

Rafe agarró su brazo y la atrajo de nuevo hacia sí.

– ¿Loca de deseo? -preguntó esperanzado.

Pero sus ojos ya no reflejaban ese mismo deseo. Ahora estaba jugando. Shelley se sintió aliviada, pensando que quizá Rafe se hubiera dado cuenta también de que habían estado peligrosamente cerca de caer en un abismo. Y aún estaban a tiempo de dar marcha atrás y pretender que no había pasado nada.

– No -dijo ella mientras colocaba sus manos en el pecho de Rafe para evitar que se acercara más-. Loca de pura irritación.

Rafe la miró fijamente. Parecía algo confuso, sin saber muy bien qué camino tomar. Shelley intentó permanecer en su sitio y conseguir así convencerlo con su determinación.

– De acuerdo -contestó finalmente mientras se apartaba de ella con rapidez-. ¿Por qué no me cuentas entonces qué planes tenemos?

– Eh… -comenzó Shelley intentando centrarse de nuevo-. Nada apasionante, estaba pensando en ir a una discoteca que se llama El Sótano Azul.

– Suena a típico garito de mala muerte.

– No está tan mal. Solía quedar allí con amigos cuando me mudé a San Antonio tras terminar la carrera.

– ¿Crees que vamos a encontrar a Quinn allí?

– No lo sé. Pero al menos puede que vea a algún viejo amigo común que pueda darle un mensaje de mi parte.

– Muy bien. Vámonos.

Pasearon hasta el local, que se encontraba a tan sólo tres manzanas de allí. No dejaron de bromear ni un momento como lo harían dos viejos amigos, no dos enemigos. Shelley llegó a pensar que quizás incluso fueran mucho más que amigos. Era una locura, pero esa idea empezaba a gustarle.

Los dos se habían cambiado para la cena y llevaban su ropa más elegante. Por la manera en que la gente los miraba, Shelley sabía que además hacían buena pareja. El traje de Rafe resaltaba su esbelta figura y ella llevaba un sedoso vestido que se arremolinaba alrededor de sus rodillas con cada paso que daba.

Estaba disfrutando mucho de la velada, pero esperaba mantener la cabeza fría en lo concerniente a Rafe. Se empeñó en intentarlo con todas sus fuerzas. Había tenido muy poca suerte en sus pasadas relaciones y no estaba dispuesta a sufrir de nuevo.

Había un montón de gente esperando a entrar en la discoteca. El portero los vio y les hizo una señal para que dejaran la cola y pasaran dentro.

– ¿Por qué nosotros? -le preguntó a Rafe en un susurro mientras veía las caras de envidia a su alrededor.

– No lo sé. A lo mejor cree que somos famosos -dijo riéndose con ganas y pasando un brazo por la espalda de Shelley-. 0 que estamos enamorados.

Esas palabras la sacudieron como una descarga eléctrica. Y ella no fue la única sorprendida. La cara de Rafe reflejaba su propia sorpresa por lo que acababa de implicar. Se miraron en silencio, pero entonces la puerta se abrió y entraron.

El interior parecía una oscura cueva. El ambiente estaba muy cargado. Sortearon como pudieron a la multitud que llenaba la sala hasta llegar a una pequeña mesa a un lado del local. El escenario era tan pequeño como un sello de correos. Una cantante larguirucha y enfundada en un vestido de seda salió y comenzó a cantar en voz baja canciones francesas mientras se movía encima del piano. Tras su actuación, llegó el momento del pianista, que les deleitó en solitario con algunas extrañas composiciones en busca de la melodía perdida. Más tarde fue el turno de un joven que tocó, acompañado por su guitarra acústica, algunas canciones de inspiración española.

– Ofrecen de todo un poco, ¿no? -comentó Rafe con sequedad-. Pasan de lo sublime a lo ridículo sin ton ni son.

– Solía ser un club de jazz cuando yo venía por aquí. Pero la mayor parte de la gente sólo venía a ver y ser vistos. Supongo que eso no ha cambiado.

– Seguro que no -asintió él mientras observaba a la gente que los rodeaba-. ¿Ves a alguien conocido?

– No -contestó mirando a su alrededor.

No veía a nadie conocido. Volvió la mirada hacia Rafe para encontrarlo observándola con interés.

– ¿Qué haces?

– Estudio tus facciones.

– ¿Para?

Rafe se llevo la mano al pecho como el que hace un solemne juramento. Se puso serio, aunque los ojos lo delataban.

– Voy a llevar siempre tu imagen en mi corazón como estándar de belleza. A partir de ahora, cuando conozca a una mujer y me sienta atraído por ella, la compararé con tu imagen para ver si está a la altura de ese estándar.

No sabía si sentirse abochornada o halagada por sus palabras. No sabía si lo hacía para pillarla desprevenida o porque estaba intentando ser agradable con ella.