– Rafe, si no dejas de burlarte de mí me levanto y me voy.

– ¿Por qué crees que me estoy burlando? -preguntó, sorprendido con su reacción.

– ¿No lo haces?

– Claro que no.

Fuera verdad o no, Shelley creyó sus palabras.

– ¿Bailamos? -sugirió él.

– No sé. Hay tanta gente… -dijo, agarrándose a su copa como a un salvavidas.

– Mejor aún -contestó él tomando su mano libre y besándole los dedos-. Así te tendré más cerca, querida.

– Hablas como el lobo feroz -repuso ella sonriente, dejando que Rafe la ayudara a levantarse-. Y eso no me tranquiliza en absoluto.

– No tengo nadó de feroz. Soy un lobo muy bueno -contestó Rafe mientras la rodeaba con sus brazos y comenzaba a moverse al ritmo de la música.

Shelley no lo ponía en duda. Cerró los ojos y se dejó llevar por la sensación de tener su firme y cálido cuerpo sosteniéndola y guiándola en el baile. No le costaría trabajo acostumbrarse a algo así. Pensó en lo fabuloso que sería enamorarse de un hombre como él, en la emoción que esa relación llevaría a su vida. Durante unos segundos se dejó llevar por ese sueño.

Pero entonces abrió los ojos y recordó dónde estaba. No podía dejarse arrastrar por la tentación. Eso la llevaría a hacer alguna estupidez y no podía permitírselo. Tenía que permanecer con la mente clara y evitar mezclar los sentimientos. No podía dejar que fuera su corazón el que la guiara.

Intentó pensar en cómo salir de esa situación. Lo mejor sería entablar conversación con él, pero el único tema en el que podía pensar era en él, en Rafe Allman y en lo bien que se sentía entre sus brazos. Hasta que recordó por qué estaban allí: la competición empresarial.

– Me siento culpable. Nosotros aquí bailando y el resto del equipo preparando los carteles y editando el vídeo -dijo con una voz demasiado inundada aún por el deseo para sonar normal.

– Eso es porque no conoces aún las normas básicas de una buena dirección. Por ejemplo ésta: «No dejes nunca que los subordinados hagan que te avergüences de nada».

– ¿Es ésa una de las pautas que rigen tu vida?

– No, pero a lo mejor te viene bien a ti. Por lo menos durante esta noche -contestó con una mueca.

– ¿Sugieres que me convierta en una jefa arrogante y autoritaria?

– ¿Por qué no? No vas a ser muy popular, pero podrás conseguir lo que quieras.

Estaba a punto de seguir preguntándole sobre las distintas filosofías para la dirección de empresas cuando le pareció ver a alguien que conocía en una de las mesas.

– ¡Dios mío! ¡Es Lindy! Y esos dos chicos que están con ella también me suenan. ¿Cómo se llamaban?

– ¡Fenomenal! Vamos a saludarlos.

Cruzaron la sala sorteando las otras mesas. Rafe sostuvo todo el tiempo su mano. Un simple gesto que la llenaba de seguridad y confianza.

Al llegar a la mesa, sonrió a la chica gordita y a los otros dos hombres, ambos con barba y pelo largo.

– ¡Hola a todos! ¿Os acordáis de mí? Soy Shelley Sinclair.

– ¡Shelley! -exclamó Lindy saltando de su silla para darle un abrazo-. ¡Cuánto tiempo! ¿Te acuerdas de Henry y Greg, ¿verdad? -añadió mirando a los otros dos jóvenes.

– ¡Claro! -dijo saludándolos-. Y éste es mi amigo Rafe A11man. ¿Podemos sentarnos un minuto?

Lindy se mostró encantada, pero los otros dos tipos llevaban ya demasiadas copas consumidas para intentar disimular la poca gracia que les hacía la nueva compañía. Rafe encontró dos sillas para ellos y se sentaron.

– Así que sois amigos de Shelley de cuando ella vi vía aquí, ¿eh? -comenzó Rafe para romper el hielo.

– ¡Eso es! -dijo Greg levantando su copa-. Éramos muy amigos. Salíamos juntos todo el tiempo, ¿verdad Shelley?

Intentó contestarle, pero Greg siguió hablando.

– Hasta que empezó a quedar con sus amigos pijos y se olvidó de nosotros. No éramos lo suficientemente buenos para ella, supongo -espetó de repente-. Después andaba todo el día metida en limusinas y nos saludaba desde la ventanilla como si fuese la reina de Inglaterra o algo así.

– ¡Sí! -asintió Henry con mirada triste-. ¿Quién era ese tío con el que estuviste viviendo en el edificio de lujo? ¿No era tu jefe o algo así?

Shelley se alegró de que la sala fuera lo suficientemente oscura como para que no notaran su rubor.

– ¡Qué importancia tiene eso ahora! -dijo Lindy dándole una patada bajo la mesa-. Nos alegra verte de nuevo. ¿Cómo estás?

Charlaron durante algunos minutos y poco después Shelley sacó a colación el motivo de su visita.

– ¿Seguís viendo a Quinn Hagar?

Si a Shelley no le traicionó la imaginación, todos se quedaron fríos ante su pregunta.

– Alguna vez -contestó Lindy-. ¿Por qué?

– Lo estoy buscando. Quería hacerle un par de preguntas sobre su hermana, Penny. Las dos compartimos piso durante la carrera y llegamos a ser buenas amigas. Quería volver a entablar relación con ella, pero no sé cómo localizarla.

El silencio se hizo de nuevo en la mesa. Era muy extraño y Shelley sospechaba que le estaban ocultando algo.

– Así que si veis a Quinn este fin de semana le decís que necesito hablar con él. Que es importante. ¿De acuerdo?

Les dijo dónde se alojaba y les dejó una tarjeta con su número de habitación.

No obtuvo ninguna respuesta a sus palabras. Lindy parecía un poco avergonzada. Escondía algo. Shelley no sabía si debía mantenerse callada o poner las cartas sobre la mesa. No contaba con mucho tiempo y decidió arriesgarse.

– ¿Os acordáis de Penny?

Henry frunció el ceño y siguió concentrado en su copa. Greg estaba mirando a las musarañas. Lindy les dio una ojeada y volvió su mirada hacia Shelley.

– Recuerdo haberla visto un par de veces. Era muy maja.

– Sí. Fue genial compartir apartamento con ella. Nos lo pasamos muy bien.

– Así que… Así que quieres volver a verla, ¿no?

– Sí. ¿Tienes alguna idea de dónde puedo encontrarla?

– La verdad es que no -contestó Lindy de forma evasiva y algo nerviosa.

– ¡Qué pena! Me dijeron que tuvo un niño, ¿lo sabías?

Lindy la miró sorprendida.

– No, no tenía ni idea.

Shelley asintió con la cabeza. La inocente reacción de Lindy era creíble, pero sólo conseguía hacer que sus otras respuestas resultaran aun más cuestionables. Estaba claro que todos sabían más de lo que contaban.

– Ayer vi a Ricky Mason en el Café de Chuy, aquel sitio donde siempre desayunábamos los sábados. ¿Te acuerdas? Me dio la dirección de Quinn y hoy fui a visitarlo, pero en cuanto me vio salió pitando. Fuimos buenos amigos, no puedo creer que intentara evitarme de esa manera. ¿Sabes por qué haría una cosa así?

Los miró a los tres hasta que empezaron a retorcer se en sus asientos.

– A lo mejor piensa que le vas a pedir dinero -ofreció Greg finalmente, encogiéndose de hombros.

– ¿Por qué iba a pensarlo? -dijo ella con una mueca.

– Porque es lo que todo el mundo hace -dijo Henry con la dificultad que da el alcohol-. Se ha metido en algunos… eh… en algunos problemillas financieros. Pidió unos préstamos y ahora tiene a gente persiguiéndolo para que pague. Eso es lo que he oído.

– Entonces -intervino Rafe-, dile que tendrá una recompensa monetaria si da la cara y consigue responder a las preguntas de Shelley.

– Os agradecería muchísimo que pudierais decírselo -les dijo a los tres, mirando además a Rafe con agradecimiento.

Pero Lindy sabía algo más. Evitaba mirar a Shelley a los ojos. Se quedaron hablando con ellos un poco más. Shelley esperaba que Lindy se decidiera a contarle lo que sabía, pero no ocurrió. Así que se despidieron y volvieron a su propia mesa. Rafe pidió otras dos copas y se sentaron en silencio.

Minutos después, Rafe tomó su mano y la estrechó con firmeza.

– Así que llegaste a vivir con Jason McLaughlin. Bueno, no pasa nada.

– ¿Qué te hace pensar que eso es lo que me preocupa? -contestó con una sonrisa algo forzada.

– Porque vi la cara que ponías cuando ese tipo lo mencionó, Shelley. Pero no pasa nada.

Shelley tomó aire y lo soltó poco a poco.

– Sí, sí que pasa -dijo ella, preguntándose si conseguiría que Rafe la entendiera-. Porque ese simple hecho me recuerda todas las pésimas decisiones que he tomado en mi vida.

– No eres la única que toma malas decisiones -le dijo con una sonrisa amable y comprensiva-. Todos lo hacemos al madurar. Y aprendemos de nuestros errores.

– Sí, pero yo he tenido demasiados.

Rafe permaneció callado unos segundos y luego se inclinó hacia ella.

– Pero, Shelley, no puedes culparte. No se puede decir que tuvieras un hogar ni una familia en condiciones. Tu madre estaba siempre demasiado ocupada tratando de sacar adelante el restaurante como para ocuparse de cubrir tus necesidades.

– Ya lo sé -dijo Shelley sintiendo de pronto ganas de llorar-. ¡Pobrecilla!

– ¿No le guardas rencor?

– ¿A mi madre? -preguntó con sorpresa-. No, claro que no. Es la mujer más trabajadora que conozco. No fue culpa suya que mi padre nos abandonara. Además -prosiguió ella, deseando quitarse un peso de encima-, la verdad es que la hice sufrir mucho acercándome a tu familia.

– ¿Qué quieres decir?

Shelley se encogió de hombros, arrepintiéndose de haber sacado el tema.

– Bueno… El caso es que ella sentía que yo os había elegido a vosotros para sustituirla. Recuerdo que un día, cuando estaba en el instituto, nos quedamos hablando hasta bien entrada la noche y, de pronto, rompió a llorar. Sentía que había renunciado a verla a ella como mi madre y que había acudido a la familia Allman buscando lo que no encontraba en mi casa. Y la verdad es que no pude negarlo -agregó con voz temblorosa-. Sé que le hice mucho daño, pero era la verdad.

– Recuerdo que siempre estabas por casa. Un día, estaba tan enfadado contigo que le pregunté a mi padre si ya te habían adoptado.

Lo miró y sonrió. Pero sus ojos brillaban llenos de lágrimas.

– ¿Estabas enfadado conmigo? Pero si yo era un angelito.

– ¿En serio? Entonces, debo de haberte confundido con otra Shelley Sinclair que casi vivía en mi casa.

– Eso debe de ser.

Rafe le sonrió con la mirada. Era una mirada que conseguía derretirla, una mirada que parecía rodearla y arroparla con una calidez que nunca antes había sentido.

– ¿Cambió entonces tu relación con tu madre? ¿Después de que hablarais esa noche?

– Un poco. A partir de entonces intenté hacerle ver lo importante que era para mí -comentó con una sonrisa triste-. Pero me fui de Chivaree tan pronto como pude.

Rafe entrelazó sus dedos con los Shelley.

– ¿Y ahora qué tal?

– ¿Ahora?

– Sí, estás viviendo con ella, ¿no?

– Así es. Y también le echo una mano en el restaurante cuando tengo tiempo. Intento darle un poco más de espacio. Me encantaría ganar lo suficiente como para que pudiera vender el local y retirarse para disfrutar un poco de la vida. Ha llegado el momento de que sea yo la que me encargue de ella y no al revés.

– Eres una buena hija -le dijo apretando su mano.

– ¿Tú crees? Yo no estoy tan segura.

Poco después, volvieron a salir a la pista para bailar y Shelley comprobó que Lindy y sus amigos se habían largado. Buscó entre el resto de la gente, pero no reconoció a nadie más.

Decidieron irse. De vuelta al hotel, había mucha menos gente que antes. Una fresca brisa llegaba procedente del desierto. Era muy agradable y ninguno de los dos quería dar por terminada la velada. Se quedaron abajo, entre los árboles, hablando de todo un poco hasta que Rafe se puso serio.

– ¿Por qué no me cuentas de qué trata todo esto? ¿Es por el bebé? -preguntó.

– ¿Eh? -contestó sorprendida-. ¡Ah! Sí, parece ser que Penny tuvo un bebé.

– ¡Ah! -dijo él esperando una explicación que no llegaba-. ¿Así que eso es lo que estás buscando?

– Sí.

Esperó y al ver que Shelley no añadía nada más a su monosilábica respuesta, la miró exasperado.

– ¿Es que tengo que conseguir las respuestas con un sacacorchos? Vamos, Shelley. A mí puedes decirme la verdad.

Shelley suspiró. Era verdad que no parecía tener sentido ocultarlo por más tiempo, y sabía que Rafe tenía razón. No lo habría afirmado veinticuatro horas antes pero, ahora que lo conocía un poco mejor, sabía que podía confiar en él.

– De acuerdo. Te lo cuento.

Decidió contarle todo excepto el pequeño detalle de que era para Matt, su hermano, para quien estaba haciendo todo aquello. No tenía su permiso para decírselo a nadie y por eso lo mantuvo en secreto.

– Un amigo mío, que es para quien estoy haciendo esto, supo hace poco que su antigua novia, Penny Hagar, había tenido un bebé poco tiempo después de que dieran por terminada su relación. No sabía que estaba embarazada. Supone que es su hijo y quiere saber qué ha pasado con el bebé. Saber que hay un bebé por ahí que es suyo y no lo conoce le está haciendo la vida imposible. Se siente responsable y quiere ayudar en lo que pueda para que esté bien criado y atendido. Sobre todo si Penny está pasando por un mal momento económico.