– Nada. Tiré la mayor parte de sus cosas, que no eran muchas. Si quieres puedes buscar entre lo que aún conservo. ¡Pobre Penny!

Se quedaron todos en silencio unos segundos, recordando a una mujer que murió demasiado pronto.

– ¿Fue niño o niña?

– No lo sé, Matt. Lo siento -confesó Quinn.

Shelley tosió. Odiaba tener que hacerlo, pero se estaba haciendo tarde y tenían que volver al hotel.

– Lo siento mucho, pero tenemos que volver para el ensayo general.

Matt se volvió hacia ella. Ni siquiera recordaba que estuviera allí.

– Muy bien -dijo dándole las llaves de su coche a Rafe-. Id vosotros dos. Yo aún tengo que conseguir algo más de información. Seguro que a Quinn no le importa llevarme luego al hotel, ¿verdad?

– Claro que no -contestó Quinn.

Rafe frunció el ceño. No le hacía gracia dejar a su hermano allí, pero no tenían otra opción. Habló con Matt en privado un minuto y luego se dirigió con Shelley hacia el coche. Lo miró a la cara y Rafe tenía una enorme sonrisa.

– ¿Qué es lo que-te hace tanta gracia?

– La vida misma -explicó él-. Aparece Matt y las cosas empiezan a encajar. Siempre ha sido así. ¡Es un tipo increíble!

Shelley lo miró asombrada. No parecía haber nada de envidia en sus palabras y no conseguía entenderlo. Era verdad que Matt siempre destacaba por ser un ganador, un gran líder y una buena persona. Pero ella se estaba dando cuenta de que Rafe era casi igual.

Lo cierto era que Rafe nunca había sido reconocido por esas cosas y, aún así, parecía no sentir resentimiento.

– Siempre ha sido tu héroe, ¿verdad?

– Sí.

Shelley suponía que era normal. Casi todos los chavales sentían admiración por sus hermanos mayores, pero Rafe ya no era un niño y la vida le había dado suficientes razones como para que ya no fuera así.

– Seguro que David te ve a ti de la misma manera.

– Lo dudo mucho.

– ¿Por qué?

Rafe hizo una mueca de disgusto. No estaba disfrutando con la conversación.

– Te mereces que te vea también como un héroe -continuó ella con firmeza.

– Para ti todo es color de rosa, ¿verdad? ¿Aún no te has dado cuenta de que normalmente no conseguimos lo que nos merecemos? ¿Que la mayoría de tus sueños se acabarán desplomando? -prosiguió él mientras observaba el tráfico-. Sólo te tienes a ti mismo. Es mejor no contar con los demás porque no tienes ninguna garantía de que no te vayan a fallar.

Se quedo quieta y callada. Por fin la verdad había salido a la luz y le daba la razón. Había un poso de rencor en el corazón de Rafe. Y, aunque intentara ocultarlo a toda costa, era un persona normal con sentimientos normales.


El ensayo general fue un auténtico desastre. Nadie recordaba bien sus textos. Algunas piezas del decorado se cayeron y el reproductor de vídeo no funcionó y, cuando lo hizo, todas las imágenes estaban fuera de lugar. Candy se acercó al micrófono para comenzar su intervención, pero tropezó y cayó al suelo tirando varias sillas. Al caer se agarró del mantel y tiró todo lo que tenían expuesto sobre la mesa. Dorie, tratando de salvar esas cosas, cayó también.

– ¿Por qué se caen todos? -dijo Rafe sacudiendo la cabeza-. A lo mejor deberíamos tener una ambulancia aquí durante la representación de mañana.

– Cuando el ensayo general va mal es porque el estreno va a ser un éxito, ¿no es eso lo que dicen? -dijo Shelley desesperada.

– ¡Claros Y Ratoncito Pérez te trae dinero cuando se te cae un diente -contestó él con escepticismo-. Ya veremos lo que pasa.

Todo el mundo estuvo muy apagado durante la cena. Matt no se unió a ellos, no tenía apetito, y Shelley lo entendía perfectamente. Ella, de haber podido, se habría escaqueado también. Pero era la jefa y tenía que estar allí.

Tras la cena, volvieron a la sala de conferencias para hablar de todos los problemas que habían surgido durante el ensayo. Eran casi las diez cuando dieron por concluida la reunión y se dirigieron finalmente a sus habitaciones. Shelley y Rafe subieron juntos en el ascensor.

– ¿Qué crees? -le preguntó ella-. ¿Aún hay esperanza?

La miró fijamente, pero no dijo nada.

– Estoy tan cansada… -dijo ella soltando una carcajada y cerrando los ojos-. Me siento como si los últimos días hubieran durado unos siete años.

– Lo entiendo.

– Eso de ser el jefe no es tan bueno como parece, ¿verdad?

– Tiene sus más y sus menos. Pero en general, prefiero estar al cargo de todo que tener que hacer lo que me digan otros.

Shelley abrió los ojos y lo miró. No estaba segura de si a ella le pasaba lo mismo. Llegaron a su planta y salieron del ascensor. Rafe la acompañó a su habitación.

– Ya sé que aún crees que deberíamos haber usado tu idea -reconoció ella-. Y quizás estuvieras en lo cierto. Si las cosas no salen mañana como esperamos, te debo una gran disculpa.

– No digas tonterías -contestó frunciendo el ceño-. Ahora estoy tan comprometido con tu idea como cualquiera. Va a funcionar, ya verás. Es muy buen tema. Sólo tenemos que intentar que Candy no destruya el escenario.

Shelley se rió con ganas. Habían llegado a su habitación y se giró hacia él para despedirse.

– Bueno, hasta mañana, que hay que madrugar. Me voy a la cama.

– ¿Puedo pasar? -le preguntó directo, mirándola con sus grandes ojos, negros como la noche.

– Rafe… -comenzó sorprendida.

– ¡Eh! -dijo él tocándole la barbilla-. Sólo quiero estar un rato contigo. Sin compromisos. Sólo quiero que hablemos y aclarar algunas cosas.

Lo miró a los ojos y supo que no podía negarle nada. Pero lo iba a intentar de todas formas.

– Somos viejos amigos, ¿no? -insistió él.

– Viejos enemigos -rectificó ella.

– Amigos, enemigos… Con el tiempo pasan a ser una misma cosa.

– ¿Eso crees? -dijo abriendo la puerta y rindiéndose a lo inevitable.

Rafe entró y el corazón de Shelley comenzó a galopar. Era tan atractivo y tan masculino… «Una combinación de lo más peligrosa», pensó ella. Sabía que podría enamorarse de él en cuestión de segundos, pero no iba a dejar que eso sucediera.

– ¿Te apetece algo del mueble-bar? -sugirió ella-. ¿0 prefieres un poleo?

– ¿Un poleo?

– Sí, me he traído mi propio equipamiento. Sólo tengo que conectar la jarra y en cuestión de un par de minutos tengo agua caliente para el té.

– Suena bien.

Shelley siguió charlando de tonterías mientras preparaba las infusiones y las servía. Cuando terminó miró alrededor. No había demasiados sitios donde sentarse que no fueran embarazosos para los dos.

– ¿Salimos al balcón?

– De acuerdo -asintió él.

Lo miró mientras salían. Parecía relajado y sereno. Estaba siendo muy agradable, no parecía el Rafe Allman que ella conocía. Sólo dos días atrás, Rafe le llevaba la contraria en todo y ahora era como un gatito, siempre intentando agradar a su dueña.

Se estaba bastante fresco en el balcón, pero ella llevaba un jersey de algodón y él una camisa gruesa de manga larga. Se sentaron en las sillas de madera que rodeaban la pequeña mesita. Desde allí llegaban todos los sonidos de la calle. En algún sitio tocaba una banda de mariachis. Se veía parte del río entre las palmeras y las luces de San Antonio brillaban por todas partes. A pesar de lo duro que habían trabajado había sido un fin de semana increíble, un oasis lejos de la vida real, la que los esperaba a los dos ese mismo lunes.

– ¿Qué va a pasar cuando volvamos a Chivaree el lunes? -preguntó ella con voz suave.

– ¿Que qué va a pasar? Que la vida sigue -dijo dando un sorbo al té-. Si ganamos, volvemos como vencedores.

– ¿Y si perdemos?

Se quedó callado un segundo.

– Entonces no seremos los vencedores y les diremos que esperen hasta el próximo año, como hacen los equipos de fútbol cada temporada.

Shelley se alegró al ver que Rafe podría llegar a aceptar la idea de perder sin tirarse de un puente.

– Pero a mí seguramente me despidan -dijo ella.

– ¿Por qué te iban a despedir? -le preguntó sorprendido.

– Porque soy la jefa y si perdemos será culpa mía. ¿No es así como funcionan estas cosas?

– No te preocupes -la tranquilizó riendo-. No dejaré que te despidan.

– Pero a lo mejor no depende de ti -dijo ella poniéndose cómoda en la silla.

– Te voy a contar un secreto, señorita -explicó con una sonrisa-. La mayor parte de las cosas que ocurren en Industrias Allman depende de mí.

– A lo mejor -prosiguió ella sin querer darle la razón-. Pero tu padre es aún el presidente de la compañía.

– Ya. Y aún piensas que está intentando que Matt ocupe mi puesto para deshacerse de mí, ¿no? -dijo él girándose hacia Shelley-. Estás empeñada en esa idea, ¿verdad?

Estaba sorprendida. No era en eso en lo que estaba pensando, pero ahora que Rafe sacaba el tema, la verdad era que casi todo el mundo en Chivaree pensaba que Jesse Allman quería que fuese su hijo mayor el que se ocupara de la compañía. Durante años, Matt se había librado del asunto yéndose a la Universidad a estudiar Medicina. Mientras tanto Rafe siempre había estado allí, ocupándose de todo.

– ¿Ya no presiona a Matt? -preguntó ella directa.

– Bueno, Matt nunca ha estado interesado en ocuparse de la empresa, pero yo sí. Me gusta -contestó de mala gana.

– Pero tu padre sigue queriendo que sea Matt el que la presida

– Sí, supongo que no es ningún secreto -admitió después de dudar un momento.

– No me digas que eso no te molesta -dijo ella mirándolo a la cara.

Rafe se quedó callado un rato antes de contestarle.

– No creo que molestar sea el verbo adecuado -dijo pasándose las manos por el pelo-. Me encantaría que mi padre fuera más realista, pero también me gustaría que hablara mejor y que dejara de beber tanto whisky. Pero no va a cambiar. Con los años, todos hemos aprendido a vivir con sus peculiaridades.

Shelley lo miró. Sus grandes ojos parecían más oscuros entre las sombras del balcón. De pronto sintió que se identificaba con él. Y también sentía compasión. Siguió preguntándole sobre ese tema, aunque sabía que Rafe no quería hablar de ello. Pero ella no estaba dispuesta a parar. Eran muchas las heridas y los sentimientos acumulados desde su niñez.

– ¿No te gustaría que valorase más el trabajo tan estupendo que estás haciendo al frente de la empresa en vez de estar sólo pendiente de conseguir que Matt se interese por ella?

– Shelley…

– Porque a mí sí me gustaría -lo cortó demostrando su enfado-. Me saca de quicio ver como ignora todo lo que haces. Me dan ganas de darle una patada en el culo.

– No lo hagas. Ya está bastante fastidiado el hombre -dijo él con una breve sonrisa.

Shelley se estremeció. Jesse Allman llevaba tiempo luchando contra un cáncer, pero eso no le daba carta blanca para tratar a su familia con crueldad.

– Pero, ¿no te das cuenta de que todo lo haces para obtener su aprobación y así compensar las otras carencias? ¿No ves que llevas haciendo lo mismo desde que eras un niño?

– ¡Por favor! -dijo él sin darle importancia a sus palabras-. Claro que me gusta tener su admiración, pero eso no me quita el sueño.

– ¿No? Entonces, ¿por qué es tan importante para ti ganar esta competición? -dijo incrédula-. ¿No tiene nada que ver con tu necesidad de demostrarle todo lo que vales?

– Bueno, supongo que hay algo de eso -asintió Rafe después de reflexionar un momento. Shelley asintió con la cabeza-. Pero, ¿qué problema hay? Las cosas son así y puedo vivir con ello -siguió él.

– Pero te fastidia.

– ¡Vale, vale! Sí, me fastidia.

Estaba cansándose de todo aquello y ella lo entendía.

– Ya lo he admitido. ¿Estás satisfecha?

– Sí -asintió poco segura de que así fuera.

El que lo admitiera no cambiaba las cosas, y tampoco sabía muy bien qué la había llevado a esa conversación. Sólo pensaba que Rafe se merecía ese reconocimiento.

Había otro gran motivo que había determinado que él se abriera poco a otras personas: la pérdida de su madre. Pero Shelley no iba a sacar ese tema. No quería hacerle daño. Su madre había sido siempre su fan número uno y, cuando murió, perdió mucho apoyo y tuvo que enfrentarse él sólo a su autoritario padre. Había sido muy difícil para Rafe crecer en una familia tan competitiva.

– Es mucho mejor hablar de todo eso, sacar lo que llevamos dentro.

– No me psicoanalices, señorita Freud -dijo él con un quejido.

Rafe estiró las piernas. Se sentía cómodo allí, a pesar del tema que acababan de tratar. Shelley sintió cariño por él y no entendía cómo siempre le había parecido tan gruñón. No lo era.

– ¿Qué me vas a decir ahora? -dijo él contemplando las luces de la ciudad-. ¿Que todos estos problemas son los que me han llevado a no encontrar una mujer con quien casarme y sentar la cabeza?