– Si no hay más remedio… -le contestó con una mueca.

Pero la verdad era que quería ir. Tomó el viejo ascensor hasta la última planta, donde se encontró con el resto del equipo yendo en dirección contraria a la suya.

– ¡Eh! ¿Ya se ha terminado todo?

– Eso parece -le contestó Candy con una sonrisa-. Pero Shelley está aún allí con tu padre. ¿Dónde estabas?

– Me he retrasado.

– Tienes que ir a la sala de juntas y ver lo bien que queda el enorme trofeo sobre la mesa. ¡Es genial!

– Quedará aún mejor en la vitrina.

– ¿Qué vitrina? -dijo ella frunciendo el ceño.

– La que vamos a construir.

– ¡Ah, claro! -dijo ella riendo mientras Rafe continuaba hacia la sala.

Abrió la puerta. Su padre estaba sentado a la cabecera de la mesa. A pesar de su fragilidad y de su pelo cano, Jesse Allman aún conservaba esa apariencia de fortaleza que siempre había sido su seña de identidad…

– ¡Hola, papá! -lo saludó sentándose a su lado-. Me han dicho que tienes debilidad por ese cacharro de hojalata que te hemos traído.

Miró a Shelley, intentando leerle los ojos y adivinar sus pensamientos. Le sorprendió comprobar que su pulso se aceleraba sólo con mirarla. Estaba de pie, sosteniendo un montón de carpetas en sus brazos como si estuviera a punto de irse. Sus ojos estaban en la sombra y Rafe no supo entender qué le decían. Miró a otro lado con el alma a los pies, ni siquiera se dio cuenta de que su padre le estaba hablando.

– Sí. Habéis conseguido un trofeo precioso entre todos -dijo Jesse Allman sonriente y mirando a Shelley con admiración-. Estoy muy contento. Menos mal que envié a Matt allí para que os echara una mano. Fue la mejor idea que nunca he tenido. Siempre puedes contar con él para solucionar las cosas.

Shelley se quedó de piedra y miró a Rafe durante un segundo. Se preguntaba si debería decir algo, pero no era su guerra, no podía meterse. No podía creerse que Rafe no fuera a decirle nada.

– ¡Espera un momento, papá! -exclamó Rafe sorprendiendo a Shelley-. ¿Por qué piensas que Matt tuvo algo que ver con el hecho de que ganáramos el primer premio?

– Porque lo envié allí, ¿verdad?

– Así es -prosiguió Rafe despacio mirando a Shelley brevemente-. Y verlo aparecer allí fue importante para levantarnos la moral, de eso no cabe la menor duda. Pero él estuvo ocupado con temas personales y no participó en nada relacionado con la competición. Sólo apareció en el último momento para vernos presentar nuestro programa. El mérito de todo lo que allí ocurrió le corresponde a una persona -agregó mirando a Shelley-, y la tienes enfrente de ti ahora mismo.

Jesse parecía molesto.

– Bueno, ya sé que Shelley ha hecho un buen trabajo, ya se lo he agradecido y le he prometido, como al resto del equipo, una bonificación.

– Eso no es suficiente -dijo Rafe sacudiendo la cabeza y clavando su mirada en los ojos de Shelley.

Jesse estaba confundido y enfadado. No estaba acostumbrado a que nadie le llevara la contraria y, mucho menos, uno de sus hijos.

– ¿De qué demonios estás hablando, chico? -dijo con mal genio.

– Hablo de que Shelley Sinclair se hizo cargo de todo, tuvo que aguantar mis pataletas, presentó una idea magnífica y organizó un programa impresionante para el concurso. Demostró que tiene todas las cualidades necesarias para cubrir un puesto de dirección -Rafe seguía mirándola, y Shelley estaba sin aliento-. No vale con una bonificación, merece un ascenso. Tenemos mucha suerte de que trabaje para nosotros -agregó.

Shelley estaba abrumada, por los elogios. Era genial que reconocieran su trabajo, pero también tenía una sensación agridulce. Se dio cuenta de que prefería una sonrisa cálida y cariñosa de Rafe antes que todas las bonificaciones y ascensos del mundo.

– Muy bien, vale -concedió Jesse de mala gana-. Me parece bien. Hablaré con Matt para ver si tiene alguna idea sobre dónde podemos colocarla.

– No -repuso Rafe con voz baja pero firme-. Ya me encargo yo.

– ¡Un momento, chico! Todavía soy el presidente de esta empresa y…

– Y yo soy el director general -dijo Rafe volviendo la mirada hacia su padre-. Y voy a tomar una decisión ejecutiva. Quiero a Shelley al frente del departamento de investigación y desarrollo.

– ¿Qué? ¡No está preparada para ese puesto!

– Papá, ésa es mi decisión -se levantó y se situó al lado de ella-. Y ahora, si nos disculpas, tenemos que reunirnos para hablar de ello. Le presentaré nuestra oferta para ver si la acepta.

Colocó su mano en la parte baja de la espalda de Shelley para acompañarla fuera de la sala de juntas.

– Ya te diré si acepta o no. Hasta luego, papá -se despidió él antes de salir.

Jesse estaba murmurando algo ininteligible pero no se pararon para escucharlo. A Shelley le daba vueltas la cabeza. Estaba muy contenta de que por fin Rafe se hubiera enfrentado a su padre y le hubiera hecho ver que no iba a seguir aguantando sus intimidaciones y amenazas sin más. Era un gran avance. Y estaba encantada de que Rafe se planteara ascenderla y encontrar un puesto mejor para ella, porque hacía tiempo que luchaba para conseguirlo. Pero eso no resolvía las cosas entre los dos. Tenían problemas y, cuando lo miraba a la cara, no podía ver nada en él que la convenciera de lo contrario.

Sabía que Rafe quería conseguir un ascenso para ella, pero no sabía si aún la querría tener entre sus brazos.

Bajaron en el ascensor hasta la planta donde estaba la oficina que Shelley compartía con otras cinco mujeres. Rafe le habló rápidamente, explicándole en pocas palabras las características de su nuevo puesto de traba, jo, sus obligaciones y los detalles de su nuevo salario. Ella asentía con la cabeza pero no consiguió concentrarse en todo lo que le estaba diciendo. Era una oferta fabulosa. Mucho mejor de lo que nunca había soñado. Pero no estaba dispuesta a aceptarla.

Cuando llegaron a su planta y salieron del ascensor, se detuvieron en el desierto vestíbulo.

– ¿Y bien? -le preguntó él-. ¿Qué te parece? ¿Te parece una oferta en la que podrías estar interesada?

Lo miró intentando interpretar su rostro. No podía creerse que Rafe pensara que esa o,*rta iba a compensarla por todo lo que había pasado. Quizás creyera que brindándole esa fabulosa oferta ella la aceptaría y así estarían en paz. Ya no tendría que ocuparse ni preocuparse más por ella. Y podría seguir como si nada hubiera pasado entre ellos ese fin de semana. Así no tendría que abrir su corazón ni comprometerse. No habría riesgos.

Sabía cómo pensaba Rafe porque ella misma había vivido así, a la defensiva, durante mucho tiempo. Pero no era bueno para nadie.

– Es una oportunidad increíble -le dijo-, pero no puedo aceptarla.

– ¿Qué dices?

– No puedo trabajar aquí contigo.

– Shelley -dijo pasándose la mano por el pelo-, pensé que ya habíamos solucionado todos los viejos problemas…

– Y lo hicimos -lo cortó ella-. Pero estos son nuevos problemas.

Intentó sonreírle, pero no lo logró. Había llegado el momento. Se preguntaba si tendría el coraje suficiente para hacer lo que tenía que hacer. Si no lo hacía y dejaba que la oportunidad se esfumara como el humo, se podría arrepentir durante el resto de su vida.

Respiró hondo y levantó la cara. Lo miró a los ojos y rezó para que no se le quebrara la voz.

– Verás, Rafe… Es que… Estoy enamorada de ti.

Su atractiva cara se contrajo por la sorpresa y a Shelley se le cayó el alma a los pies. Estaba claro que Rafe no esperaba tal confesión, por lo que ella intuyó que no era correspondida.

– Y supongo que entiendes que sería muy difícil trabajar aquí contigo dadas las circunstancias. Me refiero al hecho de que tú… Tú no sientes lo mismo.

Rafe la tomó por los hombros y la miró fijamente.

– ¿Quién ha dicho que no te quiero? -le contestó él con voz grave y profunda.

– Bueno, pensé…

– Tienes que perdonarme, Shelley -le dijo-. Pero es que nunca me había enamorado y tengo que acostumbrarme a todo este torrente de nuevos sentimientos.

Shelley se sintió inundada por la deliciosa fuerza de la esperanza, pero aún estaba algo recelosa de lo que estaba pasando.

– ¿Quieres decir que quizás…? -preguntó ella.

La miró con el ceño fruncido, preocupado y eufórico al mismo tiempo. No había salida. Podía negarlo todo lo que quisiera, intentar que no sucediera, pero no podría evitarlo: la amaba. Y sabía que se trataba de amor porque se sentía tonto e indefenso y no podía remediarlo.

– No, Shelley, no he dicho nada de «quizás». No puedo pensar en otra cosa que no sea en ti. Sueño contigo por las noches. Llenas mi cabeza y mi corazón como ninguna mujer lo había logrado antes. Todo lo que quiero es estar cerca de ti y sólo pienso en cómo hacerte feliz. Así que he llegado a la conclusión de que debe de ser amor.

Shelley rió entusiasmada.

– 0 eso o un alarmante proceso gripal -le dijo con cariño-. Pero estoy dispuesta a llamarlo amor si tú también lo haces.

– No tengo otra opción -dijo tomando su cara entre las manos-. Shelley, te quiero.

Shelley dio un grito de alegría y se tiró a su cuello. Rafe la abrazó con fuerza, cubriendo de besos su cara. Después las bocas se encontraron y el recién descubierto sentimiento encendió la pasión que había ido creciendo entre los dos.

Las puertas del ascensor se abrieron de repente y salió Jesse Allman. Se quedó mirándolos mientras daba golpecitos en el suelo con el bastón.

– Ya te dije que estaba de acuerdo con darle un ascenso. Pero creo que estás yendo demasiado lejos, ¿no crees, Rafe?

Se separaron y Rafe miró a su padre con una amplia sonrisa.

– Voy a llevarlo tan lejos como pueda, papá. Voy a casarme con ella o morir en el intento.

Jesse gruñó y prosiguió su camino.

– Será mejor que lo hables con Matt antes de meterte en un lío del que no sepas cómo salir -le dijo mientras se alejaba.

Shelley se quedó pasmada y miró a Rafe pero, al ver como éste reía con ganas, se unió a él. Era demasiado feliz como para dejar que nadie le amargara ese momento.

– Ven -le dijo Rafe abrazándola de nuevo-. Vayamos a algún sitio donde podamos explorar todo esto del amor y sus ramificaciones sin que nadie nos interrumpa.

– Muy bien, jefe -respondió ella acariciando su cara-. Muéstrame el camino.

– ¡Espera un momento! -exclamó él mientras buscaba algo en el bolsillo de su traje-. Se me olvidó darte esto. Ha sido la única que he podido encontrar en este maldito pueblo.

Le entregó una mustia rosa roja con el tallo roto que ella aceptó con cautela.

– ¿De dónde la has sacado?

– ¿Te acuerdas de la señora Curt, la profesora de quinto? -explicó él algo avergonzado-. Pues de su jardín. ¡Y he tenido que luchar con su rabioso perro para poder salir vivo de allí!

Shelley rió con ganas. Estaba algo machacada por el accidentado viaje en el bolsillo de Rafe, pero era preciosa, de un bello e intenso color rojo.

– Pero, ¿por qué lo has hecho?

– Me dijeron que era necesario -explicó inocente-. ¿No te gusta?

Shelley apartó la vista y se mordió el labio.

– Me encanta -dijo con la voz quebrada por la emoción.

Supo que la guardaría siempre como recuerdo de ese maravilloso día. Levantó la vista y lo miró con una sonrisa radiante y los ojos cargados de lágrimas.

– ¡Vaya! Parece que sí funciona, después de todo -dijo con satisfacción-. Se supone que simboliza algo -agregó al darse cuenta de ello en ese preciso instante-: mi corazón. Ahora es tuyo.

Shelley se acercó la rosa al corazón y le dirigió a Rafe una sonrisa llena de amor.

– Gracias -le dijo-. Ésa es una oferta que no voy a poder rechazar.

Morgan Raye

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