Ella hizo una mueca. Rafe hablaba como si se tratara de una competición de levantamiento de tractores o algo así.

– Creo que las mías son bastante buenas -afirmó ella.

– Bastante buenas -la imitó él burlón-. ¿Ves, Shelley? Ése es tu problema. Con ideas que son bastante buenas no vamos a conseguir ganar el concurso. Necesitamos ideas geniales, fabulosas, increíblemente extraordinarias. Con ésas sí puede que tengamos una oportunidad. Me preocupa mucho, Shelley. Tú no tienes el instinto asesino que se necesita aquí.

– Me alegro -contestó ella seria, arrugando un poco la nariz.

– ¿No lo entiendes? El instinto asesino es imperativo para ganar el concurso.

– Vale, vale. Deja de ser tan melodramático. Vamos a hacerlo bien, ya verás.

La miró un instante y gimió, echando la cabeza hacia atrás.

– Shelley, Shelley, Shelley… Tienes que ponerte dura. Te asustas cuando hueles la sangre y eso no puede ser. Hablo metafóricamente, por supuesto. No estás preparada ni motivada para esta guerra, para luchar contra todo lo que se interponga en tu camino -insistió él mirándola fijamente-. Yo sí estoy capacitado. Deberías dejar que me encargara de esto.

Shelley tuvo que controlarse y contar hasta diez para no responderle de forma desmedida. No podía permitírselo, sobre todo cuando Jason McLaughlin estaba sentado a pocas mesas de ellos dos, observándolos atentamente.

– Si quieres puedes ir al equipo B y asesorarlos todo lo que quieras. Eres el jefe supremo de Industrias Allman y tienes derecho a controlamos todo lo que quieras. Pero, en lo que concierne a este equipo y durante los próximos cuatro días, yo soy la jefa. Y vas a hacer lo que yo te diga, Rafe Allanan.

– ¿Es esto una especie de revancha para ti? -dijo mirándola inquisitoriamente.

– ¿Revancha? -exclamó ella-. Eres un hombre exasperante. ¿Es que crees que todo gira alrededor de ti?

– ¿Y no es así?

Lo miró durante un largo rato y se dio cuenta de que hablaba en serio.

– ¿Sabes qué? Sí, me estoy intentado vengar. Por aquella vez que pusiste colorante verde en el champú mientras Jodie y yo nos bañábamos y acabamos con el pelo, la cara y las manos verdes.

Rafe hizo una mueca al recordar el incidente.

– Reconozco que no estuvo bien, pero estabais muy graciosas.

Decidió no ceder ante sus explicaciones. No lo volvería a hacer nunca.

– También me vengo por aquella vez que estaba bebiendo leche en tu casa, sentí que tragaba algo blando y me convenciste de que habías puesto una rana en mi vaso. Me puse tan histérica que casi podía sentir a la imaginaria rana moverse dentro de mí.

– ¡Pobre ranita! -dijo él apenado mirando hacia el estómago de Shelley-. Seguro que aún está ahí dentro.

– ¡No había ninguna rana!

– Bueno, nunca estarás totalmente segura de ello, ¿verdad?

Shelley se preguntó cuántos años le caerían entre rejas por matar a ese hombre. Seguro que el jurado entendería que había sido un crimen pasional. Porque lo odiaba apasionadamente.

Siguió recordando todas las travesuras sufridas con Rafe como torturador hermano mayor. Había conseguido sacarla de quicio tantas veces desde que eran pequeños…

– ¿Y cuando estaba aprendiendo a conducir, pasé por encima de un bache y me hiciste creer que había atropellado a Buster, el perro de Jodie? Estuve buscando al perro y llorando durante horas. Pensaba que a lo mejor estaba entre los arbustos, herido.

– Ya. Bueno, supongo que esa vez me pasé un poco.

– ¡Un poco! -exclamó irritada-. Te odié con todas mis fuerzas.

– Pero, ¿por qué? Sólo era un chaval algo atontado. Igual que tú. ¿Te acuerdas de cuando cambiaste mi bocadillo de atún por uno con comida para gatos?

– Yo no lo hice -dijo intentando parecer inocente-. Además, fue idea de Jodie.

Rafe sonrió y ella no pudo evitar hacer lo mismo. Al poco tiempo llegaron Jim y Jaye y otros miembros del grupo. Shelley se incorporó un poco e intentó recobrar la compostura. No podía seguir perdiendo el tiempo hablando con Rafe como lo había hecho. Era peligroso para su paz interior y probablemente también para su equilibrio mental. Iba a ser un día muy duro y debía concentrarse en la ardua tarea que tenía que llevar a cabo.


Una hora más tarde, Shelley salió a hurtadillas de la cafetería y bajó al aparcamiento por la escalera trasera. Esperaba que nadie la echara de menos durante las reuniones de trabajo. Entre ellas y la sesión de lluvia de ideas esperaba contar con unas dos horas antes de tener que volver al hotel a tiempo para comer con el resto del equipo. Con un poco de suerte, sería capaz de volver con algunas respuestas a sus preguntas.

Se subió al coche y se dirigió, por las familiares calles de San Antonio, hasta el Café de Chuy. Esperaba que su misión secreta, organizada por Matt, el hermano mayor de Rafe, fuera un éxito.

Para ella, Matt era algo así como su propio hermano mayor, el tipo de persona con el que podía contar. Era imposible no apreciarlo. Shelley había ido a la Universidad de Dallas, donde Matt estudiaba Medicina, y había hecho buenas migas con su novia de entonces, Penny Hagar. Las dos jóvenes habían llegado incluso a compartir un apartamento durante un tiempo, lo que hizo que también tuviera mucha relación con Matt. Cuando unos días antes, Matt le había pedido que lo ayudara a localizar a Penny, a Shelley le había faltado tiempo para ayudarlo.

Se dirigía entonces al café donde solía quedar con sus amigos cuando vivía en San Antonio. Esperaba que alguien se acordara de Penny. Sabía que había regresado a esa ciudad después de terminar sus estudios en Dallas tres años antes.

Recordaba que tenía un hermano que se llamaba Quinn y que debía de vivir todavía por ese barrio. Ella y Quinn habían tenido amigos comunes durante su estancia en San Antonio. Tendría que intentar localizarlo. Si lo lograba, la mitad de la misión estaría conseguida.


Poco más de una hora después volvió al aparcamiento del hotel. Se había encontrado con un par de conocidos que estaban desayunando en el Café de Chuy. Habían sido muy amables al proporcionarle algunos nombres y teléfonos que podían serle de ayuda, pero no había conseguido ninguna información en firme que la llevara hasta Penny.

Al menos había vuelto al hotel con tiempo para subir un momento a su habitación y cambiarse antes de bajar a comer con los otros. Entró por la parte de atrás, intentando evitar a los conocidos. Sacó la tarjeta del hotel, la pasó por la cerradura deprisa y entró en su habitación, aliviada por haber podido pasar desapercibida. Encendió la luz de la entrada y pasó a la parte del dormitorio, que aún estaba casi a oscuras. Una voz la paró en seco.

– Bienvenida, Shelley.

¡Era Rafe! Se giró hacía donde estaba él, sentado en un sillón al lado de la ventana. Ella estaba aún sin aliento por el susto.

– ¿Cómo has entrado aquí? -preguntó.

– Verás… -dijo encogiéndose de hombros-. Las empleadas del hotel me adoran y he conseguido convencer a una para que me dejara pasar.

– ¡Ah!

Se dirigió deprisa a la ventana y corrió las cortinas, dejando que la luz inundara la habitación. Después lo miró de nuevo.

– ¿Dónde has estado? -preguntó Rafe.

– Fuera.

– Ya me he dado cuenta. Pero, ¿dónde?

Shelley no le hizo caso. No pretendía contestarle.

– He estado reconsiderando todo esto. Dejé que me superaras anoche y eso no va a ocurrir de nuevo -agregó él.

Se puso de pie, frente a ella para que no pudiera evitarlo de nuevo.

– Si no me equivoco, todavía soy tu jefe. Y como tal, tengo derecho a que respondas a mis preguntas. Y no me digas que no es asunto mío. Al fin y al cabo estás aquí como parte de tu jornada laboral. Así que te lo voy a preguntar de nuevo -dijo fríamente-. ¿Dónde has estado?

– Conduciendo por ahí.

– ¿Por ahí por dónde?

– Por distintas zonas de San Antonio.

– ¿Haciendo visitas turísticas?

Shelley miró para otro lado.

– ¿Qué es lo que estabas buscando? -insistió Rafe.

Cerró los ojos y se mordió el labio inferior. Todo sería más sencillo si pudiera decírselo, pero no podía traicionar a Matt. Abrió los ojos de nuevo y lo miró suplicante.

– Rafe, por favor. No me lo preguntes. No lo hagas, porque no puedo decírtelo.

La observó durante largo rato para después apartar la vista y mirar en dirección a la ventana.

– ¿Seguro que no estuviste conduciendo para poder pensar? -le ofreció Rafe-. ¿Para poder reflexionar sobre tu vida?

Shelley se dio cuenta de que le estaba dando la oportunidad de salir airosa de su escrutinio. Era una cortesía que nunca habría esperado de él. Pero no podía permitirse aceptar su generosa oferta, a pesar de que eso habría podido hacer las cosas más fáciles.

– No -le dijo con suavidad-. Podría mentirte y decirte que sí, pero no lo voy a hacer.

Rafe se volvió lentamente y la miró.

– Es curioso. ¿Sabías que Jason McLaughlin tampoco ha asistido a las reuniones de su equipo esta mañana? -dijo Rafe con tono acusatorio.

– ¡Dios mío! ¿Crees que estábamos juntos? -preguntó ella.

– Quiero pensar que no.

Shelley alzó los brazos en un gesto de incredulidad y Rafe aprovechó para asir sus manos.

– Creo que eres demasiado lista para hacer algo así. Pero tienes que reconocer que es bastante sospechoso.

Se daba cuenta de que tenía razón. Se le nublaron los ojos. Hiciera lo que hiciera estaba abocada a herir a alguien, quizás incluso a sí misma. A pesar de todo, forzó una sonrisa en sus labios temblorosos y le devolvió la mirada. El rostro de Rafe se dulcificó mientras la atraía hacía sí.

– ¡Dios, Shelley! -dijo con voz baja y ronca-. ¿Por qué tenías que convertirte en una mujer tan condenadamente atractiva?

Apenas podía respirar, pero no pudo evitar dirigirle una mirada traviesa.

– Supongo que para fastidiarte. Parece que no me sirve para ninguna otra cosa.

Rafe dudó por un momento, la buscó con la mirada y la besó.

La sorpresa del abrazo inundó todo su cuerpo. No era la primera vez que la besaban. De hecho, había estado con algunos hombres de lo más competentes, pero no había nadie que besara como Rafe. El beso le hizo recordar el anterior, durante la última fiesta de Nochevieja. Pero éste estaba siendo mucho más intenso. Su boca desprendía un calor irresistible que inundaba la de ella y le hacía desear más y más. El apasionado juego de ambas lenguas provocó escalofríos de placer en todo su ser. Estaba tan excitada que sólo podía pensar en cuerpos desnudos, bailando juntos entre sábanas de satén. Rafe tenía magia. Eso era indiscutible.

Cuando finalmente Rafe se separó de ella, murmurando disculpas y sacudiendo la cabeza arrepentido, Shelley tuvo que contenerse para no gimotear pidiendo más.

CAPÍTULO 4

N0 DEBERÍA haberla besado.

Rafe observó el gráfico que Candy Chang había colgado para decirles cuando tenían que presentar su informe. Lo observaba pero su mente estaba en otra parte, aún en la boca de Shelley. Estaba participando en una de las reuniones de trabajo en la habitación de ella. Era una reunión fundamental para la competición y, aún así, no podía pensar en otra cosa que no fuera en besarla de nuevo.

Para él era obvio que Shelley no pensaba lo mismo. Le había faltado tiempo para librarse de él y de sus brazos. Y él había hecho lo que había podido para salvaguardar su maltrecha dignidad masculina.

Estaba enfadado consigo mismo por lo que le estaba pasando… No estaba acostumbrado a ser así. Tenía que conseguir concentrarse. La competición era importante. Y besar a Shelley, desde su punto de vista, no lo era.

Era su turno en la presentación de propuestas individuales para la elección de un plan de acción común. Estaba convencido de la idoneidad de su idea y sabía que ganarían la competición si se hacían las cosas tal y como él las tenía planeadas. Su estrategia era buena y tenía que funcionar.

Shelley ya había presentado la suya. Una idea que le hizo sentir compasión por ella. Consistía en una especie de guardería o algo parecido. Ella lo había denominado «Cambio en los objetivos del departamento de Recursos Humanos para hacer posible que los empleados con hijos puedan compartir su jornada laboral con otros empleados». Según lo que Rafe había entendido, el fin era que los empleados con hijos, normalmente mujeres, no tuvieran que abandonar sus puestos de trabajo al no poder conciliar vida laboral y familiar.

La verdad era que no había estado muy atento a su discurso. Por un lado, el tema no lo seducía y, por otro, estaba obsesionado con sus labios y con cómo se movían al formar palabras. Demasiado obsesionado para fijarse además en el contenido.

Sus labios eran gruesos y carnosos. Tan seductores que Rafe no podía pensar en otra cosa que no fuera en besarlos otra vez.