Se arrepintió de no haberle dicho que no se molestara en presentar su idea. Todo el mundo estaba haciéndole preguntas y, con ello, perdiendo el tiempo. Rafe estaba convencido de que todos quedarían encantados con su plan y olvidarían rápidamente el de ella.

Miró el reloj. Pensó que quizás pudieran terminar pronto la reunión, echar a todo el mundo de allí y disfrutar de un rato juntos antes de que comenzaran las sesiones de tarde. No pudo evitar mirar hacia la cama de forma involuntaria. Se imaginó los dos cuerpos deshaciendo el lecho y arrugando las sábanas. No pudo controlar una sonrisa. Cuando levantó la vista, Shelley lo estaba mirando. Se sonrojó ligeramente y se maldijo por ello. Al lado de ella se sentía como un adolescente de nuevo, a pesar de que, durante esos años, nunca se habría sentido atraído por Shelley Sinclair.

Quizás ése fuese el antídoto. Si pudiera rebobinar y pensar en la Shelley Sinclair de su adolescencia, cuando no la aguantaba, podría dejar de pensar en ella y enterrar su obsesión.

Entrecerró los ojos recordando el último verano antes de que ella se fuera a la Universidad. La primera imagen que se le vino a la mente fue la de Shelley durante la merienda que celebraron el cuatro de julio, la fiesta nacional. Llevaba un precioso vestidito de tirantes, el pelo recogido sobre la cabeza con adorables tirabuzones. Pero todo se fue al traste cuando alguien la empujó al agua mientras estaba en el muelle y salió del lago escupiendo agua. Parecía una rata a punto de ahogarse.

El recuerdo le trajo una sonrisa. Todos se habían partido tido de risa al verla así. El también había reído con ganas hasta que algo llamó su atención y se le congeló la sonrisa. La tela del vestido, completamente empapada, se había pegado a su joven cuerpo dibujando su anatomía. Por primera vez, Rafe se dio cuenta de que ya no era una niña. Recordaba su pecho, la estrechez de su cintura y su cadera, sensual y redondeada. Él seguía considerándola una mocosa, pero Shelley se había convertido en una mujer atractiva y muy bien proporcionada.

– ¿Rafe?

– ¿Qué? -contestó con cara de culpabilidad.

– ¿No tenías una propuesta que hacer para el concurso?

– ¡Ah! ¡Sí! ¡Claro!

Se levantó, preparándose para hablarles. Los conocía a todos, a algunos bastante bien, y estaba seguro de que les gustaría su idea. Así que se dispuso a soltarles su discurso e intentar convencerlos, como buen vendedor que era.

– Espero contar con vuestra discreción en lo que os tengo que decir -dijo mirándolos con seriedad-. He recibido una información hoy mismo que no será anunciada hasta el lunes. El rancho Quarter Season está a la venta.

Rafe observó con satisfacción la sorpresa en la cara de sus empleados. Ese rancho era uno de los más grandes y antiguos de la comarca. ' Su dueño, el nonagenario Jake Quartermain, nunca había querido deshacerse de él. Pero las cosas parecían haber cambiado y el deseo de sus nietos había prevalecido después de todo.

– ¿Qué implicaciones tiene eso para nosotros? -preguntó Candy.

Rafe sonrió y permaneció callado, deleitándose con la expectación creada. Les explicó entonces que esa noticia los debería empujar a trabajar más duro, creando las presiones necesarias para hacerse con ese terreno. Deberían diseñar cuanto antes planes para el uso de esa tierra. Se trataba de una gran extensión de terreno que podría dar cabida a un enorme número de viñedos. La orografía y la composición del suelo eran perfectos para ese tipo de cultivo, donde hasta entonces sólo había habido vacas. Tenían que conseguir que Industrias Allman se hiciera con el rancho, bloqueando así el crecimiento de sus competidores directos.

– Va a ser una lucha encarnizada -advirtió Jerry Pérez, el director de fábrica, algo escéptico-. Habrá un montón de promotores inmobiliarios deseando hincar el diente a esos terrenos.

– Por eso tenemos que ser rápidos consiguiendo apoyo entre las autoridades, para lograr que respalden nuestro proyecto. He estado hablando con algunos contactos míos en Austin esta misma mañana. Pero lo que es importante que sepáis por el momento es que tenemos que ponernos a elaborar nuestro plan de ataque ahora mismo. Y ese mismo plan será el que presentemos como nuestra particular aportación a este concurso -se calló un momento, sonriendo con satisfacción a los presentes-. Es buena idea, ¿verdad? Ya que tenemos que hacer este curso, al menos aprovecharemos el tiempo para adelantar el trabajo. Y, cuando lleguemos el lunes a nuestros despachos, la mitad de la labor estará ya hecha.

Siguió explicándoles los pormenores del plan. Estaba entusiasmado con la idea y veía que su energía estaba siendo contagiosa. Todos lo escuchaban atentos y asentían con la cabeza. Estaba encantado con la idea y creía tenerlos comiendo ya en la palma de su mano.

Al terminar su exposición, los miró con anticipación.

– Bueno, ¿qué os parece todo esto? -preguntó con seguridad.

Todos se quedaron callados durante largos segundos.

– Parece buena idea, Rafe. Pero… -confesó Candy algo indecisa-. Pero será mejor que votemos, ¿no?

– ¿Votar? -dijo encogiéndose de hombros-. ¡Claro! ¿Por qué no? A ver, todos los que estéis a favor de mi plan, levantad la mano.

– ¡Espera! -exclamó Candy mirando a Shelley-. ¿No sería mejor votar en secreto?

Shelley se levantó lentamente. Tenía la cara encendida, parecía enfadada y Rafe no tenía ni idea de por qué se sentiría así.

– Sí -dijo mirando a Rafe desafiante-. Debemos votar en secreto. Me parece lo más apropiado.

Rafe, seguro de que ganaría su idea, suspiró por lo que consideraba iba a ser una pérdida de tiempo.

– De acuerdo -asintió finalmente-. Venga, vamos a hacerlo de una vez.

La cosa llevó su tiempo. Buscaron una libreta con papeles suficientes para todos. Hubo que reunir lápices para cada uno y luego Shelley insistió en que se resumieran brevemente las dos ideas para que todo el mundo lo tuviese claro.

– Mi programa trata de solucionar los problemas a los que se enfrentan los padres trabajadores: quién cuida de los más pequeños, qué hacer cuando se ponen malos y no puedes acudir a tu puesto de trabajo o cómo solucionar quién se queda con ellos después del colegio. Para solventarlo vamos a crear una zona de guardería donde todos los padres podrán traer a los niños y cada padre se turnará en el cuidado de ellos. Se trata de compartir el trabajo y conciliar la vida laboral y familiar. La empresa contratará a un supervisor que coordinará todo esto y proporcionará tiempo libre a cada padre participante.

Shelley resumió después la idea de Rafe, enfatizando sus beneficios de manera honesta. Rafe estaba satisfecho con la definición que hizo de su plan, pero seguía estresado sobre el precioso tiempo que estaban perdiendo con la votación.

Cuando llegó el momento, escribió el nombre de su propio plan en la papeleta, la dobló y se la pasó a Candy. Después se sentó frente a Shelley, desde donde tenía una vista perfecta de sus labios. Ella levantó la vista y lo vio observándola. Rafe sonrió con seguridad. Se había propuesto no ocultarle más que se sentía atraído por ella.

Shelley no le devolvió la sonrisa. Sostenía las papeletas en las manos.

– Gracias a todos por participar -dijo con calma-. Mi plan ha ganado. He elaborado un guión y listas para cada uno de vosotros. Tomad uno de estos papeles al salir de la habitación. Se ha hecho tarde y la próxima conferencia empieza en media hora. Así que si no tenéis ninguna pregunta…

– ¡Espera un momento! -dijo incrédulo-. ¿Qué quieres decir con que tu plan ha ganado?

– He conseguido más votos, Rafe -contestó ella sin miedo tras humedecer sus seductores labios.

– No me lo creo. Déjame verlos.

– Tengo más votos y punto -insistió enfadada-. ¡Déjalo estar, Rafe!

– No puede ser. Mi plan es perfecto.

Ninguno de los empleados lo miró a la cara. Todos estaban demasiado ocupados disimulando su incomodidad. Rafe comenzó a darse cuenta de que las cosas no iban a salir como las había planeado.

– Tu plan es muy bueno -asintió ella-. Pero el mío ha ganado la votación.

A Rafe le pareció reconocer un brillo triunfante en los ojos de Shelley.

– ¿Cuál ha sido el resultado? -le exigió.

– Pero, ¿por qué no lo olvidas y…?

– Quiero saberlo. ¿Cuál ha sido el resultado? -insistió.

– Seis votos para mí, uno para ti -dijo ella suspirando.

Al principio pensó que no la había oído bien, pero luego se dio cuenta de que todos se estaban amotinando contra él. Los miró a todos como a traidores.

– No -dijo sacudiendo la cabeza-. No puede ser que prefiráis el de Shelley por encima del mío. Va en contra de toda lógica.

– Mira Rafe -dijo Candy finalmente-. Es verdad que tu idea tiene mucho potencial, sobre todo desde el punto de vista de los beneficios que podría reportar a la empresa. Si estuviéramos en nuestros despachos estaríamos trabajando en ello. Pero el caso es que hay que pensar en el jurado de este concurso. Ya lo hemos estado hablando nosotros antes de que vinieras -añadió mirando a sus compañeros en busca de apoyo-. Sólo la mitad de los miembros del jurado pertenecen al mundo empresarial. Entre el resto hay un presentador de televisión, un periodista y el presidente de una asociación local de jardinería. Estas personas van a favorecer las ideas que promuevan las relaciones personales por encima de los beneficios económicos. Y el plan de Shelley para el cuidado de los niños se mueve en ese territorio.

Rafe los miró a todos uno por uno y se paró en Shelley. Se sentía furioso, ofendido e incluso traicionado. Sabía que todo eso no hubiera pasado si ella no se estuviera tomando tan en serio su nuevo papel de jefa. Era su particular venganza. Se moría por arremeter contra todos y decirles lo que pensaba de ellos.

Pero no era imbécil. Sabía que sería una pataleta absurda. No lo llevaría a ninguna parte y le haría parecer un mal perdedor. Él sabía que lo era, pero no deseaba que los otros se diesen cuenta.

Intentó calmarse. No era el fin del mundo, y ya encontraría la manera de imponer sus criterios. Así que respiró hondo, se tragó el orgullo y les sonrió a todos.

– Muy bien. ¿Qué tengo que hacer yo?

Shelley levantó una ceja y lo miró incrédula. A ella no podía engañarla. Sabía que no se daba por vencido tan fácilmente.

– Candy va a grabar algunas imágenes que servirán para ilustrar nuestro plan. Un par de personas se encargarán de ayudarla. Ya he hablado con el director de un colegio cercano y me ha asegurado que no habría problema alguno.

– De acuerdo. ¿Y qué hago yo? -insistió Rafe.

El móvil de Shelley sonó antes de que pudiera contestarle. Se disculpó y se acercó a la ventana de la habitación para atender la llamada. Los demás aprovecharon para levantarse, recoger sus listas de tareas y charlar animadamente entre ellos.

Rafe sonreía y contestaba a las preguntas y comentarios, pero estaba demasiado concentrado en Shelley y esa llamada telefónica para participar activamente en la conversación. Consiguió distinguir algunas frases.

– Muchas gracias por la información -dijo ella-. Me pasaré por allí en cuanto pueda.

Se volvió a mirarlo mientras guardaba el móvil. Él sostuvo su mirada, pero no le sonrió.


Shelley sabía que debería sentirse satisfecha. Debería estar dando saltos de alegría. No podía creerse que hubiera vencido la votación contra el gran Rafe Allman.

Ella había sido la primera sorprendida con el resultado de la votación y con el amplio margen a su favor. A todos les había encantado su plan. A todos menos a Rafe, que ni siquiera la había prestado atención durante su exposición. Pero el hecho de que los demás la hubieran votado y apoyado le daba una nueva energía y un poder que no había sentido en mucho tiempo. Parecía que por fin había conseguido hacer algo bien.

Pero al ver cómo estaba Rafe, se le atragantó la victoria. No le gustaba ver a nadie perder. Ni siquiera a Rafe Allman. Sabía que Rafe debía sentirse como si le hubieran quitado la silla para que se cayera. También se temía, conociéndolo como lo conocía, que guardara un as en la manga. No era propio de él rendirse como lo había hecho. Shelley tendría que tener mucho cuidado con él.

A pesar de ello, todo había ido bien. Estaba soportando mejor de lo que pensaba la presencia de Rafe en el equipo.

Sólo había habido un pero: el apasionado beso de esa misma mañana había sido un inoportuno desliz. Pero Shelley se prometió que aquello no se volvería a repetir. De todos modos, tampoco podía permitirse el lujo de obsesionarse con ello en ese momento. Tenía que escaquearse como fuera para intentar localizar a Quinn en la dirección que un antiguo amigo de ella le acaba de proporcionar.

Salió de la sala de conferencias por la parte de atrás y bajó al vestíbulo intentando no ser vista por ningún conocido y sintiéndose como una estudiante haciendo novillos. Al fin y al cabo todas las conferencias hablaban sobre la importancia de hacer las cosas con sentido común. Algo que, según Shelley, ella poseía a raudales.