Avisó desde su móvil al aparcacoches para que dejara su automóvil frente a la entrada. Cuando llegó, la estaba esperando. Le dio una propina al mozo y se metió en el coche. No se dio cuenta de que tenía compañía hasta que el aparcacoches cerró su puerta.

– ¡Rafe Aílman! -exclamó desesperada al verlo en el asiento de copiloto-. Sal de aquí ahora mismo.

– ¿Por qué? -dijo él fingiendo sorpresa e intentando parecer inocente.

Se mordió el labio para no gritarle, y levantó la mano suplicante.

– Porque tienes que asistir a la sesión de la tarde.

– Si tú puedes perdértela, yo también -contestó desconcertado.

– ¡Ah! -exclamó ella cerrando los ojos e intentando controlarse-. Hay algo que tengo que hacer. Volveré en cuanto pueda. Va a ser muy rápido, pero necesito que haya alguien que controle al equipo y se encargue de que trabajen en sus distintas tareas. ¿Por qué no entras en el hotel y…?

– ¡Buen intento, Shell! Pero no cuela. Tú eres la jefa, ¿recuerdas? Además, estamos trabajando en tu idea. Eres indispensable.

– ¿De eso se trata? ¿Estás atacándome porque mi idea ganó la votación? -dijo mirándolo fijamente.

– Claro que no me ha gustado perder. Mi idea era muy buena. Era una oportunidad increíble. Cuento con información privilegiada y creo que deberíamos estar aprovechándonos de ella.

Rafe estaba seguro de que Shelley tendría que reconocer que estaba en lo cierto y darle la razón. Cualquier persona en sus cabales lo haría. A no ser que estuviera influirla por rencores y enfados personales.

– ¡Qué pena! -contestó ella con dureza.

– ¡Venga, Shelley! Sabes que mi idea tendría más éxito que la tuya. Está basada en algo sólido.

Shelley respiró hondo para vencer la tentación de arremeter contra él. Sabía que si se mantenía calmada podría vencer la situación. «¡Relájate, Shelley! ¡Respira!», se dijo.

– Porque creo que la idea de la guardería compartida no es buena -añadió él.

– Pues parece que el resto del mundo no piensa como tú -contestó ella manteniéndose tranquila.

– Ya me he dado cuenta -arguyó Rafe-. Pero ésa no es la cuestión ahora mismo.

– ¿No?

– No. La cuestión es a dónde demonios vas.

Shelley se miró las manos, apoyadas sobre el volante. No podría ir a ningún sitio si no se deshacía de él. Intentó permanecer serena.

– No es asunto tuyo.

– Puede que no lo sea, pero no voy a salir de este coche así que supongo que voy a enterarme pronto.

Shelley lo miró. Estaba exhausta. Había intentado permanecer fría y tranquila, pero no estaba funcionando con Rafe. Intentó entonces cambiar de táctica.

– Rafe. Por favor…

No pudo terminar la frase. El conductor del coche situado tras ellos, cansado de esperar, hizo sonar el claxon. Rafe miró hacia atrás y pidió disculpas con la mano al otro conductor.

– ¡Vaya por Dios! -dijo mirándola burlón-. Parece que vamos a tener que ponemos en marcha. Quieren que te muevas. Estás obstruyendo el tráfico.

– ¡Y tú estás obstruyendo mi libertad! -dijo furiosa mientras encendía el motor.

– Lo siento. Eso es lo que le pasa a la gente que se escaquea…

No podía soportarlo más. Se dirigió hacía la avenida principal. Tendría que renunciar a ocultarle todo a Rafe. De todas formas, la situación se estaba volviendo insostenible, así que comenzó a explicárselo sin mirarlo a los ojos.

– De acuerdo. Te voy a contar lo que estoy haciendo. Pero tienes que prometerme que volverás al hotel.

– Nada de promesas, Shelley. No voy a salir de aquí.

– ¡Aj!

– Tranquila, Shelley. Recuerda que estás al volante. Lo único que haré será acompañarte durante el trayecto. Pero bueno, tampoco estaría mal que me contases de qué va todo esto.

Respiró hondo y soltó el aire poco a poco. No tenía sentido guardar el secreto por más tiempo. Quizá Rafe se mostrara más comprensivo si le confesaba el asunto. Al menos lo iba a intentar. Sabía que, aunque no lo hiciera, él lo acabaría adivinando de todas formas.

– De acuerdo -comenzó de mala gana-. Esto es lo que pasa. Estoy intentando localizar a un hombre que se llama Quinn Hagar.

– ¿Un antiguo novio? -preguntó él despacio.

– ¡Qué va! No es nada de eso. Lo único que necesito es que me dé una información para otra persona.

– ¿Para quién?

– Eso no te lo puedo decir. Ya te lo advertí antes.

– Así que se trata de alguien que conozco. De otra forma, me dirías de quién se trata.

Shelley suspiró. Aquel hombre era imposible. Giró el coche y comenzó a dirigirse hacia los barrios bajos de la ciudad.

Mientras tanto, Rafe seguía especulando.

– Veamos. Me aseguraste que no se trataba de Jason McLaughlin.

– Así es.

– ¿Se trata de…?

– No juegues conmigo, Rafe. Porque no voy a participar -lo cortó ella.

– Haces bien, porque mi lista era bastante larga. Habría sido de lo más aburrido.

Shelley sacudió la cabeza y detuvo el coche ante un semáforo en rojo.

– ¿Por qué me torturas así?

– ¿Y por qué no? ¿A quién voy a torturar mejor que a ti, mi eterna rival? -arguyó sonriente.

Lo miró preguntándose qué había pasado para que su relación llegara a ese punto. Era de lo más extraño. Conocía a Rafe Allman desde siempre y, aún así, sentía que no lo conocía nada. No podía decir si era buena persona o no.

Venía de una buena familia. Al menos su madre había sido un ángel. Su padre era más problemático, pero los hermanos de Rafe eran encantadores. Jodie era su mejor amiga, Matt también era un gran amigo; Rita, la hermana mayor, era la viva imagen de la madre, y David, el pequeño, era un diablillo pero con muy buen fondo. Rafe había sido el único de la familia que le había hecho la vida imposible.

– No soy tu eterna rival -repitió con suavidad.

– Seguramente tengas razón. Eso sería exagerado. Pero éramos enemigos.

– Sí, sí que lo éramos.

Se miraron. Ninguno de los dos iba a comentar nada sobre el beso. El apasionado beso de esa mañana que había cambiado por completo la definición de su relación, pero ninguno de los dos comprendía en qué se habían convertido. El semáforo cambió y Shelley se concentró en la carretera..

– Teniendo en cuenta nuestro pasado, creo que un poco de tortura no está de más, ¿no crees? -preguntó él con ligereza, intentando provocarla.

– Entonces tengo que encontrar la manera de torturarte yo a ti -dijo ella sonriendo también.

– Creo que`te estás pasando con esto de la liberación de la mujer y tus ideas para el concurso. Ya has conseguido arruinar mi fin de semana -aseguró Rafe con un quejido.

– ¿Por qué? ¿Porque te he ganado?

– Sí. Y va a ser un desastre. Tenemos que ganar este concurso y tu idea no lo va a conseguir.

Shelley no entendía por qué la atacaba de nuevo, pero decidió tragar el anzuelo.

– ¿Por qué es tan importante ganar? -dijo tan calmadamente como pudo.

– ¿No lo sabes? -preguntó como si le hubiera hecho la pregunta más obvia del mundo.

– Es por tu padre, ¿verdad? -dijo ella mirándolo de reojo.

– Mira… -comenzó Rafe de nuevo serio.

– Sí que es por él. Tienes que volver y enseñarle un trofeo, ¿verdad?

– No tienes ni idea de lo que hablas -la acusó él moviéndose en su asiento.

– Sí lo sé. Solía formar parte de tu familia, ¿te acuerdas? -dijo ella con un suspiro-. ¿Por qué te empeñas en negarlo? Siempre has sido así con tu padre. Y tu padree siempre lo ha utilizado para que te enfrentaras con Matt…

– ¡Ya vale, Shelley! -exclamó fríamente.

Su voz contrastaba con su interior. Las palabras de Shelley habían conseguido ablandar sus entrañas y hacerle recordar cosas que prefería mantener enterradas. No entendía de qué le podía servir hablar de esos asuntos. Las cosas eran como eran y Rafe estaba decidido a seguir actuando como lo había hecho hasta el momento. Su padre no había sido demasiado comprensivo. Sería mejor que le reconociera sus logros en la empresa de vez en cuando en vez de acudir siempre a Matt, pero Rafe iba a seguir luchando y demostrándole a su padre de todo lo que era capaz. Aunque sólo fuera para llevarle la contraria.

Maldecía a Shelley por haberle hecho recordar todos esos sentimientos. La miró, intentando sentir resentimiento hacia ella, pero no lo logró. Su enfado se desvaneció al verla. Era una visión deliciosa y de lo más apetecible. Al fin y al cabo, lo único que había hecho era soltarle unas cuentas verdades. Y Rafe se dijo que él podía enfrentarse a la verdad. Podía enfrentarse a cualquier cosa.

– Lo siento -se disculpó al sentir sus ojos sobre ella-. Debería aprender a mantenerme calladita, ¿verdad?

Rafe no contestó.

Ella redujo la velocidad. Estaban cerca de la dirección que andaba buscando. Buscó el bolso y él lo tomó, sacando el papel que sobresalía de uno de los bolsillos exteriores.

– Calle Fardo, número 3457, apartamento trece -dijo con una mueca-. Pensé que nunca usaban el trece para numerar casas.

– No sabía que eras supersticioso -contestó ella mientras giraba para entrar en la calle Fardo.

– Soy muchas cosas que no sabes.

– Seguro que sí.

– Ahí está -dijo él leyendo los números de los edificios-. En la acera de la izquierda. Ese edificio naranja y grande.

Shelley giró por completo para aparcar frente al edificio que señalaba Rafe.

– Parece que a tu amigo no le va muy bien -comentó Rafe.

– No lo sé -dijo mientras recogía sus cosas-. Ahora espérame aquí, volveré enseguida.

– De eso nada -contestó saliendo también del coche.

– Rafe…

– No vas a entrar ahí tú sola.

No era el sitio más apropiado para discutir, así que lo miró de mala gana y dejó que la acompañara hasta el portal. Las paredes estaban mugrientas. Algunos buzones estaban abiertos y rotos. Olía a cebollas fritas y se oía a un bebé llorando cerca de allí.

– Allí está. Al final del pasillo -dijo ella señalando el número trece-. Espérame aquí. Tengo que hacer esto yo sola.

Rafe asintió. Después de todo, parecía darse cuenta de cuándo llegaba el momento de retirarse y darle un respiro.

– Pero quédate en el pasillo. No entres dentro sin mí -advirtió él.

Shelley dudó. No era ésa la idea que tenía del encuentro, pero pensó que probablemente fuera lo mejor.

– De acuerdo -asintió mientras se dirigía ya hacia allí.

El sitio era de lo más escalofriante. Estaba algo nerviosa. Recordaba a Quinn como un chico atractivo y despreocupado, con los ojos brillantes y una sonrisa risueña. No había llegado a tratarlo mucho, pero siempre había pensado que era un chico con futuro. Y ese edificio era la pura imagen de la miseria y el fracaso.

Llamó a la puerta. No hubo respuesta. Esperó un poco y llamó de nuevo.

– ¿Quinn? ¿Estás ahí? -preguntó en voz alta.

Nadie contestó. Otra puerta se entreabrió y alguien la miró desde el otro lado. La volvieron a cerrar. Buscó un papel y lápiz en su bolso y se dispuso a escribirle una nota con su número de móvil. La deslizó bajo la puerta y se volvió de nuevo hacia el portal. Sintió alivio al ver a Rafe allí, esperándola.

– No ha habido suerte, ¿verdad? -dijo al verla.

– No está en casa -explicó ella.

Mientras salían fuera, Shelley vio los aparcamientos bajo el edificio. Pensó en entrar para ver si había un coche aparcado en el número trece, pero cambió de opinión.

– He dejado mi número en el piso. A lo mejor me llama cuando lo vea.

– A lo mejor.

Rafe abrió la puerta del coche para que entrara ella.

– ¿Qué haces?

– Intento parecer un caballero -explicó con una sonrisa.

– Supongo que te será muy complicado -repuso ella sonriendo también.

Al verlo allí de pie, con el sol cegando sus ojos, su magnífico pelo oscuro y sus anchos hombros, Shelley pensó que parecía más que un caballero. Parecía un héroe. Sin saber por qué, su corazón comenzó a latir más fuerte y apartó la mirada de él. Y fue entonces cuando vio un coche azul saliendo del aparcamiento.

– ¡Dios mío! -gritó-. Entra. ¡Rápido!

– ¿Qué pasa?

– ¡Es él! ¡Entra!

Rafe se metió en el coche y cerró la puerta mientras ella arrancaba a toda prisa.

– ¡Eh! -dijo alarmado-. ¿Qué haces?

– Tengo que seguirlo -explicó sin quitar la vista del coche e infringiendo el límite de velocidad-. Puede que sea mi única oportunidad.

CAPÍTULO 5

PODÍA sentir la adrenalina corriendo por sus venas, pero se mantuvo con la cabeza fría y en control de la situación.

– ¡Mira! Quinn acaba de girar -dijo observando el coche azul.

– Tranquilízate un poco, Shelley -repuso él mientras se ponía el cinturón de seguridad y luego abrochaba el de ella-. Ya lo verás en otra ocasión, no tiene por qué ser ahora mismo.