Tranquila.
¡Vamos, que el rancho volvería a quedarse sumido en el silencio sepulcral que lo caracterizaba antes de la llegada de Jonas!
¿Era eso lo que quería?
No.
No, no quería volver a aquella vida, no quería volver a estar solo en casa con la señora Carey, sin juguetes de Jonas por todas partes y la risa de Maggie por los pasillos.
Pero la relación que había habido entre ellos se había roto. Entonces, ¿qué les quedaba?
Un niño maravilloso que los necesitaba a ambos.
Si Jonas resultaba no ser hijo suyo, Maggie le habría mentido, sí, exactamente igual que había hecho él con ella. ¿Era la mentira de Maggie mucho más terrible que la suya? ¿Podría aceptar al hijo de otro?
Sería como una adopción, algo muy normal.
Justice se tranquilizó.
Le gustaba la idea.
Al cabo de unos segundos, se puso en pie y se acercó a la ventana, se apoyó en el cristal y se quedó observando la tormenta.
Lo único que tendría que hacer sería aceptar a Jonas y tendría un heredero, un niño al que educar.,-Qué más daría quién lo hubiera concebido si él lo criaba?
«Pues claro que importa», dijo la voz de su orgullo en lo más profundo de sí.
No le podía pedir a Maggie que se volviera a casar con él. Lo suyo se había terminado, pero podían ser amigos.
Podía tener a Maggie y a Jonas, un hijo, si estaba dispuesto a ceder. ¿Lo estaba?
Cuando la puerta del despacho se abrió y alguien entró, Justice no tuvo que darse la vuelta para saber que era ella.
Percibió sus pasos sobre la alfombra y sintió el calor de su cuerpo en su espalda.
– No pienso permitir que me quites a mi hijo -le dijo con mucha calma y una confianza total en sí misma.
Justice siempre había admirado su carácter y su fuerza de voluntad. Se giró hacia ella.
– No te lo voy a quitar -le dijo viendo que sus palabras la confundían. -Llevo todo el día pensando en lo de esta mañana y se me ha ocurrido una idea.
– ¿Qué idea? -contestó Maggie ladeando la cabeza sin convencimiento.
Justice se sentó en el alféizar de la ventana y se cruzó de brazos.
– Quiero que Jonas y tú os vengáis a vivir al rancho.
– Quieres decir cuando lleguen los resultados de las pruebas.
– No, quiero decir ahora mismo.
– Pero si todavía no sabes si es hijo tuyo -objetó Maggie, que no daba crédito a lo que estaba oyendo.
– Me da igual -contestó Justice sinceramente. -Lo puedo adoptar.
– Ya… ¿y quieres que vuelva en calidad de tu esposa?
«Cuidado, Justice, mira bien por dónde pisas», se dijo a sí mismo.
– No -contestó, – estamos divorciados y así está bien. Probablemente, sea lo mejor. Nuestro matrimonio siempre fue explosivo. Estamos divorciados, pero eso no quiere decir que no te puedas venir a vivir aquí, que criemos a Jonas entre los dos y mantengamos una relación platónica.
Maggie se quedó mirándolo con la boca abierta, y Justice sonrió, pues no era fácil sorprender de aquella manera a Maggie King.
– ¿Platónica? -repitió Maggie anonadada. -Entre tú y yo nunca ha habido nada platónico.
– Es cierto, pero las cosas pueden cambiar. Podríamos tener una buena vida, podríamos ser… buenos amigos.
Le iba a costar Dios y ayuda, pero estaba dispuesto a hacerlo con tal de tenerlos a ella y al niño.
– Eso es imposible. Tú y yo no podemos ser amigos y nada más. Hay demasiada química entre nosotros. Además, me doy perfectamente cuenta de lo que estás intentando hacer…
– ¿A qué le refieres? Lo que te estoy ofreciendo es real.
– No, lo que me estás ofreciendo es muy bonito, pero sólo para tapar que te has equivocado. No me quieres pedir que vuelva como tu esposa porque no estás dispuesto a admitir que te equivocaste al dejar que me fuera y, claro, Justice King no comete errores, ¿verdad?
Justice se quedó mirándola estupefacto.
– ¿Cómo has hecho para darle la vuelta a la tortilla de esta manera?
– Te conozco muy bien -insistió Maggie. -Tú no quieres una relación platónica conmigo -añadió riéndose. -Lo que pasa es que te crees que así te sería más fácil convencerme y, luego, cuando ya estuviéramos Jonas y yo instalados aquí, te las arreglarías para volver a acostarte conmigo. A ver si te has creído que me engañas. Está muy claro que me deseas -concluyó triunfante.
– No lo niego -contestó Justice. -Es cierto que te deseo, es obvio, pero podríamos ser amigos.
– No, tú y yo no estamos hechos para ser amigos -insistió Maggie poniéndose de puntillas, pasándole los brazos por el cuello y besándolo apasionadamente.
Justice tuvo la sensación de que un calor abrasador le recorría el cuerpo desde la cabeza hasta los pies. Aquella mujer era fuego, luz, calor y seducción.
Le pasó los brazos por la cintura y la apretó contra su cuerpo. Su entrepierna se había endurecido, demostrándole a Maggie que tenía razón.
– ¿Lo ves? -le dijo muy segura de sí misma. -Tú y yo no somos amigos. Somos amantes -añadió dejando caer los brazos. -Bueno, más bien, lo fuimos. Ahora ya no sé qué somos exactamente. Lo que sí sé es que no pienso perder a mi hijo.
Dicho aquello, se giró y salió del despacho sin mirar atrás.
Lo había dejado todo muy claro.
Justice se sentía frío y vacío sin ella. La verdad era que quería estar con ella. Maggie tenía razón: no eran amigos y no podrían vivir como tales.
¿Entonces?
Bueno, habían sido pareja en el pasado. Tal vez, pudieran volver a serlo.
Siempre y cuando él estuviera dispuesto a olvidarse de su orgullo.
CAPÍTULO 10
– Tú eres tan cabezota como él -comentó la señora Carey mientras revolvía la sopa. -Al pobre niño lo vais a volver loco.
Maggie estaba sentada a la mesa de la cocina, tomándose un té que, en realidad, no le apetecía, y mirando por la ventana, viendo cómo Justice paseaba con Jonas por el jardín. El sol primaveral bañaba la hierba y Ángel y Spike corrían en círculos, haciendo reír a Jonas.
La sonrisa que se dibujó en el rostro de Justice hizo que Maggie se quedara sin aliento. Sin embargo, no se movió del sitio, permaneció en la cocina.
Se sentía desconectada.
Había pasado una semana muy larga y se sentía como si estuviera avanzando por un cable de acero v no hubiera red para recogerla si se caía. Los días se le hacían eternos y era como si Justice y ella vivieran en casas separadas porque llevaban días sin tocarse. Maggie había soñado con él todas las noches y no podía dejar de pensar en él.
Aun así, no había encontrado una respuesta adecuada.
– ¿Y qué puedo hacer si Justice insiste en que quiere que seamos sólo amigos? -se lamentó.
– Es evidente que vosotros dos no estáis hechos para ser amigos -contestó la señora Carey. -En las dos semanas que llevas aquí a todos nos ha quedado claro que entre vosotros sigue habiendo química -añadió sentándose frente a Maggie en la mesa.
Maggie la miró anonadada.
– No me mires así. No soy tan vieja. Sé cuándo una pareja se desea, no estoy ciega -le dijo el ama de llaves.
– Por mucho deseo que haya entre nosotros, Justice quiere a Jonas, pero no me quiere a mí -insistió Maggie mordisqueando una galleta.
– Sabes perfectamente que te quiere.
– Una cosa es lo que sé y otra muy diferente lo que necesito oír-contestó Maggie mirando de nuevo a los dos hombres de su vida.
En ese momento, Justice estaba besando a Jonas en la frente. Maggie sintió que el corazón se le derretía. ¡Cuánto tiempo llevaba soñando con ver algo así! Por fin estaba sucediendo. El único problema era que ella no formaba parte de la escena.
– Maggie, tú mejor que nadie sabes que a Justice le cuesta mucho expresar sus sentimientos -comentó la señora Carey. -Lo quieres, lo sé perfectamente.
– Sí, lo quiero -admitió Maggie, – pero eso no cambia nada.
– ¿Cómo que no? -se rió la señora Carey. -Cariño, el amor lo cambia todo. El amor hace que todo sea posible. No tires la toalla.
– No soy yo la que tira la toalla -se defendió Maggie. -Es Justice el que no quiere ceder.
– Ya…
– ¿Qué quiere decir eso?
– Nada -suspiró la señora Carey. -Estaba pensando que las personas tan testarudas como Justice y como tú tenéis la obligación de emparejaros para, así, librarnos a los demás de tener que aguantaros.
Aquello hizo reír a Maggie.
– ¿Por qué no sales a jugar con ellos un rato?
Maggie quería hacerlo, era lo que más le apetecía en el mundo, pero las cosas entre Justice y ella estaban tan enrarecidas que no sabía cómo la recibiría y, además, Jonas y ella no tardarían en marcharse porque Justice estaba prácticamente recuperado y le parecía justo dejar que pasaran algún tiempo a solas.
La idea de tener que volver a abandonar el rancho, de volver a separarse de Justice era terrible y la posibilidad de que cumpliera la amenaza de quitarle al niño la aterrorizaba. Maggie era consciente de que en un futuro cercano iba a sufrir mucho.
– No, voy a subir a darme un buen baño y a arreglarme para la fiesta de esta noche -contestó Maggie diciéndose que, cuanto antes comenzara a prepararse para lo inevitable, mejor.
Aquella noche iba a tener lugar la fiesta de la asociación Alimentos para los hambrientos, que tenía su domicilio en el rancho King y con la que Maggie solía trabajar mucho cuando vivía allí.
Por eso, cuando Justice le había pedido que lo acompañara, le había parecido una buena idea. Ahora, sin embargo, ya no se lo parecía tanto…
– ¿Seguro que no le importa quedarse con Jonas? Lo digo porque me puedo quedar yo…
– ¿Pensando en echarte atrás en el último momento, gallina? Pues no me vas a poder poner a mí de excusa porque me encanta quedarme con Jonas y lo sabes.
– Menuda amiga tengo en usted…
– Soy tu amiga -contestó la señora Carey poniéndose en pie y abrazándola. -Precisamente porque soy tu amiga, te digo que subas a arreglarte, que te des un buen baño, te maquilles, te peines y te pongas el precioso vestido que te compraste ayer, salgas con tu marido, bailéis, charléis y recordéis lo que tenéis antes de que sea demasiado tarde.
A Justice no le gustaba nada arreglarse.
Se encontraba incómodo de esmoquin, prefería los vaqueros y las botas. Habría preferido entregar un cheque y no tener que ir a la fiesta, pero sabía que no podía ser.
Mientras se peinaba, se fijó en las preciosas rosas blancas que llenaban el florero azul cobalto que había sobre la mesa. Desde que Maggie había vuelto al rancho, todos los floreros tenían siempre flores. Aquel detalle sería uno de los muchos que el echaría de menos cuando se hubiera ido.
Su pierna iba mejor, así que sabía que la partida de Maggie no tardaría mucho en llegar y no iba a permitir que ocurriera. Quería encontrar la manera de convencerla para que se quedara.
Y no era sólo por Jonas, sino por ella, porque sin ella no se sentía un hombre completo.
Consultó el reloj, se ajustó los gemelos y salió al pasillo. Maggie siempre lo había hecho esperar y siempre le había dicho que merecía la pena.
Y tenía razón.
Cuando la vio aparecer, no le cupo la menor duda.
Estaba deslumbrante con el pelo suelto, como a él le gustaba, y un vestido verde oscuro con escote palabra de honor y falda larga que marcaba sus curvas de una manera deliciosa.
Al ver cómo la miraba, Maggie sonrió encantada y se acercó.
Justice se sintió más incómodo todavía con el esmoquin, que le apretaba por todas partes.
– ¿Qué tal estoy? -le preguntó Maggie dando una vuelta sobre sí misma.
Justice se quedó sin aliento. En la espalda, el vestido bajaba hasta casi las nalgas, dejando al descubierto su columna vertebral y la curva de las lumbares. Justice tuvo que hacer un gran esfuerzo para no abalanzarse sobre ella y llevársela a la cama más cercana para desnudarla.
Maggie tenía razón.
No eran amigos.
Nunca lo habían sido.
– Estás guapísima -le dijo sinceramente. -Se van a quedar todos con la boca abierta.
Maggie comenzó a bajar las escaleras lentamente, agarrada a la barandilla con una mano mientras con la otra se levantaba un poco el vestido para no tropezar. Al hacerlo, dejó al descubierto unas preciosas sandalias doradas y una tobillera de oro de lo más sexy.
– No me interesan todos, no me interesan los demás -murmuró cuando llegó junto a Justice.
– Me alegro -contestó él. -Así no tendré que estar toda la velada apartándote moscones.
– Ése es el cumplido más estupendo que me has hecho nunca, Justice.
¿De verdad lo era? ¿De verdad no solía decirle a su esposa lo guapísima que era? ¡Pues debería haberlo hecho! Debería haberle repetido una y otra vez lo importante que era para él, pero no había encontrado las palabras y la había perdido.
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