Ella estaba tumbada con su cabellera pelirroja extendida sobre la almohada, tapada hasta el escote con las sábanas y con una pierna al descubierto.
Justice siempre la recordaría así y lo sabía, como también sabía que aquel recuerdo lo atormentaría para siempre.
– Justice, tenemos que hablar.
– ¿Por qué? -contestó él. Se acercó a la silla donde había dejado los vaqueros y se los puso.
Era mejor estar vestido para hablar con Maggie King.
– No hagas eso.
– ¿El qué?
– No me dejes fuera. No me lo hagas otra vez.
– Pero si no estoy haciendo nada, Maggie.
– Precisamente por eso -insistió Maggie incorporándose sobre el colchón.
Justice se giró hacia ella y sintió la imperiosa necesidad de acercarse y de abrazarla con fuerza, de impedir que hablara y desatara entre ellos una discusión que ninguno iba a ganar.
– No me vas a pedir que me quede, ¿verdad? -le preguntó Maggie apartándose un mechón de pelo de la cara.
Justice pensó que no hacía falta que lo hiciera, que Maggie era su esposa, que él no tenía ninguna obligación de pedirle que se quedara cuando había sido ella la que había decidido irse.
No le dijo nada, se limitó a negar con la cabeza y a abrocharse la bragueta de los vaqueros.
– ¿De qué me serviría pedírtelo si, al final, te vas a volver a ir?
– No tendría por qué irme si tú estuvieras dispuesto a ceder un poco.
– No pienso ceder-le aseguró Justice, aunque le costó porque sabía que la estaba haciendo sufrir.
– ¿Por qué no? -lo increpó Maggie poniéndose en pie y plantándose ante él desnuda y orgullosa.
Justice sintió que se excitaba inmediatamente a pesar de que habían hecho el amor varias veces seguidas.
– Porque no -contestó cruzándose de brazos. -Tú quieres tener hijos y yo, no. Se acabó la historia.
Maggie abrió la boca. Justice sabía que estaba intentando controlar su temperamento inglés, aquel temperamento que a él le había atraído desde el principio aunque, a veces, lo sacara de quicio.
– ¡Maldita sea, Justice! -exclamó Maggie comenzando a ponerse la ropa interior. -¿Estás dispuesto a terminar nuestra relación porque no quieres tener un hijo?
Justice sintió que la agitación se apoderaba de él. No lo pudo evitar. Sin embargo, no estaba dispuesto a volver a discutir sobre lo mismo una y otra vez.
– Maggie, ya te lo dije antes de casarnos -le recordó manteniendo la calma.
Maggie se apartó el pelo de la cara y lo miró furiosa.
– Sí, pero yo creía que te referías a que no querías tener hijos en aquel momento -contestó poniéndose la blusa a toda velocidad. -Jamás imaginé que querías decir que no querías tener hijos nunca.
– Entendiste mal -contestó Justice.
– Y tú no te molestaste en sacarme de mi error -contestó Maggie.
– Maggie, ¿de verdad tenemos que volver a hablar de esto?
– ¿Por qué no? ¿Acabamos de pasar un fin de semana maravilloso y me estás diciendo que no sientes nada?
Claro que sentía algo.
– Yo no he dicho eso.
– Ni falta que hace. Estás dispuesto a dejar que me vaya otra vez. Eso es lo único que importa.
Justice apretó los dientes con fuerza. Maggie creía conocerlo bien, creía saber cómo iba a reaccionar, pero no era cierto. No lo conocía y jamás lo conocería de verdad.
– No estarías dispuesto a dar tu brazo a torcer aunque hubieras cambiado de opinión, ¿verdad? Claro que no, Justice King, el hombre más orgulloso…
– Maggie… -le advirtió Justice tomando aire y cruzándose de brazos.
Maggie levantó una mano para interrumpirlo y Justice optó por callar de nuevo y dejarla hablar.
– ¿Sabes qué? Estoy harta de tu orgullo, Justice. El gran Justice King, el amo del universo. Estás tan ocupado arreglando el mundo para convertirlo en el lugar que tú quieres que sea que no tienes tiempo de comprometerte.
– ¿Y por qué iba a querer comprometerme? -contestó Justice dando un paso hacia ella.
Se paró en seco al comprender que, si seguía acercándose, terminarían de nuevo en la cama. ¿Y de qué les serviría? Absolutamente de nada. Tarde o temprano, volverían a aquel mismo punto, a aquel asunto que había terminado con su matrimonio.
– Porque somos dos -contestó Maggie. -No eres sólo tú.
– Ya -contestó Justice.
No le gustaban las discusiones. No creía que resolvieran nada. Cuando dos personas no estaban de acuerdo en algo, pelear, gritar y alzar la voz no era de ninguna ayuda, pero ya estaba harto de aquel tema.
– ¿Quieres compromiso? ¿Y cómo lo haríamos? Con la idea de ceder cada uno un poco? ¿Eso significa medio hijo?
– No tiene ninguna gracia, Justice -contestó Maggie. -Sabes perfectamente lo que la familia significa para mí. Lo sabes desde el principio.
– Y tú también sabes mi opinión al respecto -contestó Justice mirándola con frialdad. -No pienso dar mi brazo a torcer, no puedo darte lo que quieres y tú no eres feliz si no eres madre.
Maggie sintió que el enfado la abandonaba y era remplazado por una falta total de fuerzas. Justice no podía soportar verla así y sobre todo no podía soportar ser el causante de su dolor, pero no podía hacer nada al respecto.
Ni ahora ni nunca.
– Está bien -suspiró Maggie. -Entonces, todo ha terminado. Final de la historia. Otra vez.
Dicho aquello, se puso los pantalones, se abrochó la bragueta, se metió la camisa por dentro y se calzó las botas. Acto seguido, se peinó con los dedos y se recogió el pelo en la nuca.
Cuando hubo terminado, se quedó mirando a Justice, a quien le habría encantado poder borrar aquella tristeza de su rostro, pero durante el fin de semana se había dado cuenta de que no debía volver a cruzarse en la vida de Maggie. Era más fácil dejar que lo odiara. Lo mejor para ella sería seguir adelante con su vida.
La idea de que siguiera adelante con su vida significaba que, tarde o temprano, encontraría a otro hombre con el que formar una familia, y aquello le rompía el corazón, pero no podía hacer otra cosa.
Maggie recogió su bolso, se lo colgó del hombro y volvió mirarlo.
– Bueno, creo que lo único que me queda por hacer es darte las gracias por el fin de semana.
– Maggie…
Maggie negó con la cabeza y avanzó hacia la puerta. Cuando se colocó a la misma altura que Justice, se volvió hacia él.
– Firma los malditos papeles del divorcio.
– Está diluviando -contestó Justice agarrándola del brazo cuando Maggie comenzó a andar de nuevo. -¿Por qué no te esperas un poco para irte?
– Porque no quiero seguir aquí -contestó ella soltándose. -Te recuerdo que ya no somos una pareja, así que no tienes derecho a preocuparte por mí.
Unos segundos después, Justice oyó que se cerraba la puerta principal de la casa, se acercó a la ventana y miró hacia el jardín. Allí estaba Maggie.
El viento le había soltado el pelo y, para cuando se montó en el coche, estaba prácticamente empapada.
Justice se quedó mirándola. Las luces del coche se encendieron, el vehículo se empezó a mover… Se quedó mirando hasta que las luces rojas desaparecieron en el horizonte.
Entonces, con un nudo en la garganta, dio un puñetazo en el marco de la ventana y soltó todo su dolor.
CAPÍTULO 03
Justice tiró el bastón, que se estampó contra la pared, lo que lo hizo sonreír satisfecho. Odiaba aquella maldita cosa, odiaba no estar como antes, odiaba que lo tuvieran que ayudar y, sobre todo, odiaba que su hermano se lo dijera.
Justice miró a Jefferson, su hermano mayor, y se levantó. Le costó un gran esfuerzo, pero fue capaz de mantener la dignidad mientras caminaba desde su butaca hasta el ventanal desde el que se veía el jardín y por el que entraba la luz del sol.
– Ya te he dicho que puedo andar, que no necesito a ningún terapeuta -le advirtió a su hermano.
Jefferson negó con la cabeza y se metió las manos en los bolsillos del pantalón.
– Eres un maldito cabezota. Seguramente, el cabezota más terrible que conozco, que es mucho decir teniendo en cuenta la familia de la que procedemos.
– Muy gracioso -contestó Justice apoyándose en la pared como quien no quiere la cosa.
Lo cierto era que el esfuerzo que estaba haciendo para apoyarse en la pierna que le dolía lo estaba matando. Claro que no estaba dispuesto a mostrar su debilidad ante su hermano.
– Vete ya -le dijo.
– Precisamente por eso he venido -contestó Jefferson.
– No te entiendo.
– Has echado a tres terapeutas de tu casa en lo que va de mes, Justice.
– Yo no les dije que vinieran -se defendió Justice.
Jefferson lo miró con el ceño fruncido y suspiró.
– Tío, te has roto la pierna por tres sitios. Te han tenido que operar. Los huesos han soldado bien, pero tienes la musculatura débil. Necesitas un fisioterapeuta y lo sabes perfectamente.
– Para empezar, no me llames tío y, para seguir, me apaño solo perfectamente.
– Sí, ya lo veo -contestó Jefferson fijándose en la mano que su hermano había apoyado en la pared y que tenía los nudillos blancos.
– ¿No tienes alguna estúpida película que rodar? -le espetó Justice.
Jefferson era el director de los estudios King y se encargaba de la división cinematográfica del imperio familiar. Le encantaba Hollywood, viajar, firmar autógrafos, buscar nuevos talentos y localizaciones.
Era un hombre completamente desarraigado, todo lo contrario a Justice, que estaba profundamente unido a su rancho.
– Primero tengo que hacerme cargo del idiota de mi hermano.
Justice se apoyó sobre la pared un poco más y pensó que, si Jefferson no se iba pronto, se iba a caer del esfuerzo. Aunque no quisiera admitirlo, la pierna que se había fracturado todavía estaba muy débil, lo que lo irritaba sobremanera.
Y todo por un estúpido accidente, porque su caballo se había tropezado hacía unos meses. Justice había salido disparado por encima de la cabeza del animal y no se había hecho nada, pero el caballo lo había pisoteado. El animal salió bien parado mientras que él lo estaba pasando fatal. El postoperatorio estaba resultando muy duro y le habían metido tanto metal en el cuerpo que seguro que ahora sonaría en los escáneres de los aeropuertos.
– Esto no te habría pasado si hubieras ido en un vehículo todo-terreno en lugar de a caballo -le recriminó su hermano.
– Lo dices como si se te hubieras olvidado cómo se conduce a los rebaños.
– Tienes toda la razón. Hago todo lo que está en mi mano para olvidarme de cómo es eso de salir a conducir los rebaños antes del amanecer y no me interesa lo más mínimo tener que salir de madrugada a buscar una estúpida vaca que se ha perdido.
Precisamente por eso, Jefferson vivía en Hollywood y Justice, en el rancho. Todos sus hermanos habían abandonado aquella tierra en cuanto habían sido lo suficientemente mayores como para perseguir sus sueños, pero él se había quedado porque sus sueños estaban en aquel lugar.
Allí se sentía completamente vivo, allí podía respirar aire limpio y otear el horizonte. Le gustaba el trabajo duro.
– Sabes perfectamente que un caballo es mucho más útil para bajar a los cañones, no hacen ruido y no asustan a las reses. Además, no destrozan los pastos y…
– Ya basta -lo interrumpió Jefferson. -Todo eso ya me lo contó papá.
– Muy bien. Dejemos de hablar del rancho -cedió Justice, – pero quiero que contestes a una pregunta. ¿Quién te ha pedido que te inmiscuyas en mi vida y contrates a fisioterapeutas que yo no quiero contratar?
– Han sido Jesse y Jericho -contestó Jefferson sonriendo. -la señora Carey nos mantiene informados de la situación con los fisioterapeutas. Todos queremos que te pongas bien.
– ¿Y por qué eres el único que ha venido?
Jefferson se encogió de hombros.
– Jesse no quiere dejar a Bella sola en estos momentos. Cualquiera diría que es la única mujer embarazada del mundo.
Justice asintió y pensó en su hermano menor.
– ¿Sabes que me ha mandado un libro que se titula Cómo ser un buen tío?
– A Jericho y a mí nos ha mandado el mismo. Es curioso cómo ha pasado de ser un surfista sin raíces a convertirse en un padre de lo más casero.
Justice tragó saliva. Estaba muy contento por su hermano, pero no quería pensar en que Jesse pronto iba a ser padre, así que decidió cambiar de tema.
– ¿Y Jericho?
– Está de permiso -contestó Jefferson. -Si leyeras el correo electrónico de vez en cuando, lo sabrías. Pronto le asignaran otra misión, así que decidió irse a descansar unos días a México, al hotel del primo Rico.
Su hermano Jericho era militar de carrera y le encantaba aquella vida. Se le daba fenomenal su trabajo, pero a Justice le daba miedo porque le parecía peligroso. Lo cierto era que no había abierto sus correos electrónicos porque, desde el accidente, había estado de muy mal humor. Por supuesto, tendría que haber tenido presente que ninguno de sus hermanos lo iba a dejar en paz.
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