Cuando Jefferson la había llamado para que fuera a ayudar a Justice, Maggie se lo había tomado como una señal. Había creído que ésa sería la manera de volver como pareja. Creyó que había llegado el momento, por fin, de que Justice conociera a su hijo.

Pero, por lo visto, se había equivocado.

– ¿Eres tan cobarde que ni tan siquiera te atreves mirarme? -le espetó a sabiendas de que acusarlo de cobarde lograría llamar la atención de Justice.

Efectivamente, Justice se giró al instante hacia ella, le clavó sus penetrantes ojos azules y Maggie se dio cuenta de que estaba furioso.

Perfecto.

Por lo menos, estaba vivo.

– No me tires de la lengua, Maggie. Por el bien de los dos, no sigas. Si quieres que controle el tono en el que hablo cuando estoy delante de tu hijo, tú debes tener cuidado con no pasarte de la raya.

Sí, definitivamente, estaba furioso, pero debajo del enfado había dolor, y Maggie sintió una inmensa pena.

Justice no tenía motivos para sentirse dolido. Lo que le estaba ofreciendo era su hijo, no la peste.

– Justice -le dijo con amabilidad, acariciándole la espalda al bebé. -Me conoces mejor que nadie. Sabes que jamás te mentiría sobre una cosa así. Si te digo que eres el padre de Jonas, es porque es verdad.

Justice hizo un ruido parecido al bufido de un toro dejando salir el aire por la nariz con fuerza, indicando que no la creía.

Maggie se apartó, dolida e indignada. ¿Cómo era posible que no la creyera? ¿Cómo era posible que la creyera capaz de mentir en una cosa así? ¿Y aquel hombre decía quererla? ¿Aquel hombre creía conocerla y no sabía que jamás intentaría engañarlo con algo tan serio? ¿Qué tipo de marido era?

– Estoy intentando mostrarme comprensiva -continuó haciendo lo posible por no enfadarse. -Entiendo que todo esto te ha tomado por sorpresa.

– Ni te lo imaginas.

– No te lo pienso volver a repetir. No voy a luchar, no voy a pelear. No pienso obligarte a que te hagas cargo de tus responsabilidades…

– Yo siempre me hago cargo de mis responsabilidades, Maggie. Deberías saberlo.

– Y tú deberías saber que yo nunca miento.

Justice tomó aire, ladeó la cabeza y la miró.

– ¿Y entonces? ¿Qué pasa? ¿Estamos empate? ¡Punto muerto? ¿Tregua armada?

– Ni lo sé ni me importa. Llámalo como quieras, pero no pienso insistir más. Si no me crees cuando te digo que Jonas es hijo tuyo, tú te lo pierdes. Hemos concebido un hijo precioso y sano entre los dos y yo lo quiero suficiente por los dos.

– Maggie…

Maggie le puso la mano en la nuca a su hijo y lo abrazó con ternura.

– Por si te preguntas por qué he tardado tanto tiempo en decirte todo esto, te diré que ha sido porque temía tu reacción. Qué raro, ¿verdad? -añadió Maggie con sarcasmo.

Justice murmuró algo que Maggie no llegó a comprender.

– La verdad, te lo digo con tristeza, es que me daba miedo que mi hijo tuviera que enfrentarse a que su propio padre lo rechazara, a que no lo quisiera.

Justice la miró con frialdad y Maggie se estremeció levemente. Pasaron un par de segundos y ninguno dijo nada. Estaban solos en el mundo los tres, pero había un muro invisible que los separaba. De un lado estaban Maggie y su hijo y, del otro, el hombre que debería haberlos recibido con los brazos abiertos.

Justice se volvió hacia el niño, que lo miraba con curiosidad. Maggie se fijó en que la expresión facial de su marido se suavizaba, pero Justice se apresuró a volver a colocar aquella cara de pocos amigos que Maggie conocía tan bien y, cuando habló, lo hizo en un tono de voz tan bajo que Maggie tuvo problemas para oírlo.

– Te equivocas, Maggie. Si este niño fuera hijo mío, lo querría.

A continuación, pasó de largo a su lado y se dirigió a su dormitorio sin mirar atrás.

Maggie sintió que se le rompía el corazón.

CAPÍTULO 05

– Llévate a los terneros y a sus madres a los pastos de la orilla -le indicó Justice a su capataz tres días después. -De momento, deja a los toros jóvenes en los cañones. Procura que no se acerquen a las vaquillas.

– Sí, jefe -contestó Phil dándole vueltas a su sombrero de vaquero.

Estaba de pie delante de la imponente mesa del despacho de Justice. Tenía cincuenta y tantos años y era alto y delgado, aunque muy fuerte. Se trataba de un hombre que sabía hacer bien su trabajo y que no necesitaba que nadie le diera instrucciones. Le gustaba lo que hacía y amaba aquel rancho casi tanto como su jefe. Tenía la cara curtida como el cuero a causa de la cantidad de años que llevaba trabajando al aire libre. En la frente se veía una raya que separaba el moreno de lo blanco, consecuencia de llevar el sombrero siempre bien calado.

Phil se movió incómodo cambiando el peso del cuerpo de un pie a otro, como si estuviera deseoso de volver a salir y subirse a lomos de su caballo.

– La mayor parte del rebaño ya está en los pastos nuevos -comentó. -Se ha roto una valla en el norte, pero tengo a dos de los chicos arreglándola.

– Muy bien -contestó Justice tamborileando con un lápiz sobre la mesa e intentando que el exceso de energía no lo desbordara.

Aquello de estar todo el día sentado lo estaba poniendo de mal humor. Si las cosas fueran como deberían ir, en aquellos momentos estaría él también a caballo, trabajando con el ganado, asegurándose de que las cosas se hacían como él quería. A Justice no le gustaba dar órdenes y esperar sentado a que se cumplieran. Prefería hacer las cosas personalmente.

Phil Hawkins era un buen capataz, pero no era el jefe.

Lo cierto era que su mal humor no procedía de no confiar en su gente. No era cierto. Estaba así porque ya no podía más. Estaba harto de verse recluido en casa.

Llevaba días sintiéndose atrapado. Maggie lo perseguía de un lado para otro, insistiéndole para hacer rehabilitación o para que nadara en la piscina climatizada o molestándolo para que utilizara el maldito bastón que tanto odiaba. ¡Pero si hasta había tenido que darle esquinazo para poder recibir a Phil a solas en su despacho y ocuparse de las cuestiones del rancho con él!

Tenía la sensación de que, fuera donde fuera, allí estaba Maggie. En otros tiempos, le habría encantado. Antes se buscaban y se fundían en abrazos y besos allí donde se encontraran, pero las cosas habían cambiado. Actualmente, Maggie lo miraba romo si fuera un paciente más, alguien que se encontraba mal y a quien compadecía y quería ayudar y cuidar.

Y él no quería que lo cuidara y, aunque hubiera querido, no lo habría admitido. No le gustaba la idea de que Maggie estuviera recibiendo un sueldo a cambio de estar allí. No quería ser su paciente, no quería que lo tocara con indiferencia.

Aquel desagradable pensamiento cruzó su mente en el mismo momento en el que un punzante dolor le atravesaba la pierna como un relámpago. Le dolía tanto la pierna que apenas la podía utilizar. Llevaba tres días soportando las torturas de Maggie y no se encontraba más cerca que antes de recuperarse y de hacer vida normal.

Parecía que Maggie se estaba instalando, decidida a quedarse en el que otrora fuera su hogar. Se estaba incorporando al ritmo de la vida del rancho como si nunca se hubiera ido. Se despertaba al alba lodos los días y Justice tenía la sensación de que se colocaba bien cerca para que la oyera hablar con su hijo todas las mañanas. Justice oía los gorgoritos sin sentido del niño, oía los ruiditos de aquel mundo al que él no pertenecía.

Maggie estaba en todas partes. Ella o el niño. O los dos. Justice la oía reírse con la señora Carey, olía su perfume en todas las habitaciones y la veía jugar con el bebé.

El niño y ella se habían adueñado de su casa.

Prueba de ello era que había juguetes por todas partes, un andador con campanitas, un aparato que silbaba y cantaba canciones infantiles, un pollo chillón, un perro gritón y un osito de peluche que soltaba cancioncitas sobre amor y compartir y cursilerías por el estilo.

Aquella misma mañana había estado a punto de matarse al bajar las escaleras cuando su bastón había tropezado con un balón con cara de payaso.

Y había cuentos de tela y de papel y pañales por todas partes. Por lo que pudiera suceder porque aquel bebé necesitaba mil pañales al día. ¿Y para qué tantos cuentos? ¡Pero si el mocoso no sabía leer!

– Eh, jefe…

– ¿Sí? -contestó Justice saliendo de sus pensamientos. -Perdón, estaba pensando en otra cosa.

– Dime.

Lo que faltaba. Ahora resultaba que estaba pensando en aquella maldita mujer y en su hijo y no podía concentrarse en las cuestiones del rancho.

Phil sabía perfectamente en lo que estaba pensando su jefe, pero fue lo suficientemente inteligente como para no decir nada.

– Los pastos del sector este están muy bien. Todo ha salido bien, como usted dijo.

– Buenas noticias -contestó Justice en tono ausente.

Habían replantado aquellos pastos utilizando una especie de hierba más fuerte. Si todo iba bien, el rebaño podría dar buena cuenta de esa zona en unos meses.

Tener un rancho ecológico era más trabajo, pero Justice estaba convencido de que merecía la pena. Los vaqueros que trabajaban para él pasaban buena parte de la jornada cambiando a los animales de pastos, cuidando la hierba y al ganado. Sus reses no estaban confinadas en pequeños espacios como celdas sin poder moverse y comiendo pienso a la fuerza.

El ganado King vivía al aire libre, como debía ser.

Las terneras no estaban hechas para comer maíz, por Dios. Eran animales destinados a ramonear los pastos, a disfrutar del aire y del sol. Era muy importante que los animales se movieran y se ejercitaran. Así su carne estaba más tierna y sabrosa y se podía vender a un precio más alto.

Justice tenía casi veinticinco mil hectáreas de pastos de primera junto a la costa y otras quince mil junto al rancho de su primo Adam en el centro de California.

Había realizado el cambio hacia la ganadería ecológica hacía diez años, en cuanto se había encargado de la dirección del rancho King. A su padre no le había interesado mucho la diferencia, pero Justice había tenido claro desde el principio que quería hacerlo así.

Estaba seguro de que, con el tiempo, podría expandir el negocio, adquirir más tierra y abrir su propio negocio cárnico.

Ojalá su padre hubiera vivido para ver lo que había logrado, pero sus padres habían muerto en el mismo accidente que a él lo había dejado incapacitado para formar una familia, así que tenía que contentarse con saber que había añadido mucho a lo que había recibido como herencia y que su padre se habría sentido orgulloso.

– Ah, y nos han hecho otra oferta por Caleb -comentó Phil.

– ¿De cuánto?

– Treinta y cinco mil.

– No. Caleb es un semental muy bueno. No vale eso. Si la persona interesada en comprarlo quiere adquirir crías suyas, adelante, pero no le vamos a vender a nuestro mejor semental.

– Eso le dije -sonrió Phil.

Algunos rancheros de la competencia creían que la carne de Phil era mejor porque sus toros eran mejores y se pasaban el día intentando comprarle a los machos. Eran perezosos y estúpidos y no querían darse cuenta de que por tener unas cuantas terneras nuevas no iban a cambiar nada. Si querían obtener los resultados que Justice obtenía, iban a tener que hacer el mismo esfuerzo que él e iban a tener que reconvertir sus propiedades ganaderas extensivas en ranchos ecológicos.

En aquel momento, llamaron suavemente a la puerta, que se abrió casi inmediatamente. Ambos hombres se giraron y miraron a Maggie, que llevaba unos vaqueros desgastados y una camiseta del Rancho King en azul marino que hacía que le brillaran los ojos como zafiros.

– ¿Habéis terminado? -les preguntó mirando a Phil.

– Sí, señora -contestó el capataz.

– No -contestó Justice.

– ¿En qué quedamos? -insistió Maggie mirando a su marido.

Justice frunció el ceño y miró a su capataz con cara de pocos amigos. Phil se encogió de hombros sintiéndose culpable.

– Hemos terminado de momento -admitió Justice a regañadientes.

– Bien. Entonces, vamos a hacer los ejercicios -anunció Maggie dirigiéndose a su escritorio.

– Entonces, me vuelvo al trabajo -se despidió Phil avanzando hacia la puerta. -Me alegro de volver a verte, Maggie.

– Lo mismo digo, Phil -contestó Maggie dedicándole una de aquellas sonrisas radiantes que a Justice no le dedicaba hacía tiempo. -No ha cambiado nada -comentó una vez a solas con Justice.

– Es que tampoco has estado fuera tanto tiempo.

– A mí se me ha hecho una vida entera.

– Ya…

A Justice no le hacía ninguna gracia que Maggie entrara en su despacho. Aquél era su santuario, su lugar privado, la única habitación de la casa que no había quedado impregnada por su olor.