– Entonces, quédate.

– Ven al hotel conmigo, Meredith.

– No puedo. Andrew…

Él se fue hacia su coche.

– Volveré, Meredith. Creo que merece la pena luchar por ti. Lo que tienes que pensar es si de verdad quieres que siga haciéndolo.

Se quedó viendo cómo se iba y de repente la puerta se abrió y apareció Betina.

– ¿Problemas con los hombres?

– ¿Cuándo se calmará mi vida amorosa?

– Prácticamente nunca. ¿Por qué se ha enfadado?

Meri la miró.

– Nunca te ha gustado, ¿verdad?

– No me gusta. Creo que es muy arrogante. Pero es bueno contigo y ha pasado tu rigurosa inspección, así que lo demás no importa.

– Pero no te gusta.

– ¿Tiene que gustarme? -preguntó Betina.

– ¿Te gusta Jack?

– ¿Estás haciendo una comparativa?

– No, es sólo curiosidad.

– Sí, me gusta Jack -contestó Betina después de pensarlo unos segundos.

– A mí también -dijo Meri y, levantando la mano, añadió-: No empieces con que ya sabías que iba a gustarme. No es eso. Esta vez es diferente.

– ¿Qué vas a hacer?

– Nada. Jack y yo somos amigos. La pregunta es: ¿qué quiero de Andrew?

Siguió a Betina al interior, donde el resto las esperaba sentados en los sofás. Había dos fuentes llenas de trozos de papel en mitad de la mesa de café. Eran parte del juego de las verdades.

Puesto que era la primera vez que Jack jugaba a aquel juego, le dejaron ser el primero.

Sacó un papel.

– ¿Has ido alguna vez a una convención disfrazado? -leyó y, girándose a Meri, añadió-: ¿Es esto lo más fuerte que se os ocurre?

Ella rió.

– Para ti no es importante, pero en esta habitación hay gente que se sabe todos los secretos de Star Trek.

Jack dejó el papel.

– No.

– Esa pregunta no era para ti -protestó Colin.

– Lo cual quiere decir que debe de haber otra pregunta sobre hacerlo con unas gemelas.

Meri estiró el brazo y sacó un papel.

– ¿Te han dejado alguna vez plantada?

Todos se quedaron callados mientras Meri recordaba algo que le había pasado con dieciocho años. Aquel día se había puesto su vestido más bonito, aunque de una talla demasiado grande para su corta estatura. Se había arreglado el pelo, se había puesto maquillaje y había acudido al restaurante donde había quedado con un compañero de su clase de Física, que tras dos horas de espera, no había aparecido. Al día siguiente, él se comportó como si nada hubiera pasado y ella nunca tuvo el coraje de preguntarle si se le había olvidado o si lo había hecho a propósito.

Jack se inclinó hacia delante y le quitó el papel.

– No va a contestar esta pregunta. Éste es un juego estúpido.

– No me importa.

– A mí sí. Les contaré lo de las gemelas.

Todos los chicos se inclinaron hacia delante.

– ¿De verdad? ¿Con gemelas? -preguntó Robert.

– Está bien, Jack.

– No, lo que ocurrió es privado.

¿Cómo sabía lo que había pasado? En aquella temporada, él no estaba cerca. De hecho, tras aquel plantón, se había decidido a cambiar y al día siguiente se había apuntado a un gimnasio.

Empezó a contarlo, pero de pronto no pudo hablar. Su garganta se cerró como si tuviera un catarro o estuviera a punto de llorar. ¿Qué le estaba pasando?

– Disculpad -dijo, y salió de la habitación en dirección a la cocina para tomar un vaso de agua.

Era el estrés, se dijo. Estaban pasando demasiadas cosas.

Oyó pasos y, al girarse, vio que Colin entraba en la estancia.

– ¿Estás bien? -preguntó él-. Siento la pregunta. No era para ti. Esperaba que fuera para Betina.

Algo dentro de Meri estalló.

– Ya me he cansado de ti. Mira, eres un hombre adulto interesado en una mujer que piensa que eres fantástico. Por el amor del cielo, haz algo.

Él abrió la boca y luego la cerró.

– No puedo.

– Entonces, no te la mereces.

Capítulo Nueve

Meri necesitaba café más que oxígeno. Había sido otra larga noche, pero no por motivos divertidos. Había dado vueltas y más vueltas, sin saber qué hacer con su vida, algo que no le había ocurrido en años.

Se suponía que todo debía estar en orden ya. Se suponía que tenía que conocer su corazón tan bien como su cabeza. ¿O por ser tan lista estaba destinada a ser tonta en otros aspectos?

El café acababa de romper a hervir cuando alguien llamó a la puerta. No había visto a nadie más todavía, así que fue hasta la puerta y la abrió.

Andrew estaba en el porche. Llevaba una rosa roja en una mano y un mono de peluche en la otra.

– Quizá ayer no me comporté como debía -dijo encogiéndose de hombros-. Quiero que las cosas funcionen entre nosotros.

Meri no sabía qué decir. A pesar de que se sentía aliviada por no tener que discutir, no estaba de humor para arrojarse en sus brazos. Lo que quería decir que tenían muchas otras cosas que arreglar.

– Andrew, estoy muy confundida -dijo-. Tienes razón. Hemos estado separados demasiado tiempo.

– ¿Hay alguien más?

– No -respondió sin pensar, y después tuvo que preguntarse si era verdad.

Jack, no, se dijo. Sí, habían intimado, pero sólo una vez. Él era parte de su pasado. El problema era que Andrew quizá no fuera su futuro.

Andrew le entregó el mono.

– Te he comprado esto. Pensé que te haría sonreír.

– Es adorable -dijo tomando el ridículo muñeco-. ¿Y la rosa?

– Es para mí. Tengo pensado llevarla entre los dientes.

Meri rió. Andrew siempre la hacía reír. ¿Acaso no era eso bueno? ¿No debería desear estar con él?

– ¿Quieres café? -preguntó-. Tengo la cafetera puesta.

– Claro -dijo, pero de repente, su teléfono móvil comenzó a sonar-. Disculpa, es un asunto de trabajo. Dame diez minutos.

Ella asintió y regresó dentro con el mono en las manos. Al llegar a la cocina, vio que no estaba vacía. Colin estaba sirviéndose un café. Llevaba vaqueros y una camisa abierta. Pero no era su inusual atuendo lo que en realidad le llamó la atención. Era su actitud, la manera en que levantaba la cabeza y cuadraba los hombros.

– Colin.

Él se giró y le sonrió.

– Buenos días.

Su tono de voz era diferente. Era calmada y segura. Era un hombre en paz consigo mismo y con el universo.

– Te has acostado con Betina.

– No ha sido sólo sexo, Meri. Ha sido hacer el amor. Es increíble. Es la mujer a la que llevaba esperando toda la vida.

Y con esas, tomó dos tazas de café y se las llevó de vuelta a su habitación.

Meri rió. Dejó el mono en un lado de la encimera, deseando compartir con alguien las buenas noticias. Pero estaba sola en la cocina, así que subió los escalones de dos en dos hasta el despacho de Jack. Estaba hablando por teléfono, pero al verla, enseguida colgó.

– Pareces contenta -dijo-, así que no pueden ser malas noticias.

– Son fabulosas. Acabo de ver a Colin. Parece alguien completamente diferente. Betina y él han dormido juntos y creo que están muy enamorados. ¿No es fabuloso?

– Me alegro por Colin.

– Lo hemos conseguido. Memos conseguido que se unan.

– No hemos sido nosotros. Ellos solos han acabado juntos.

– No seas tonto. Nosotros los hemos animado. Tú también has tomado parte. Estoy tan orgullosa…

– Déjame fuera de esto.

Meri se acercó a la ventana y luego se giró para mirarlo.

– Es maravilloso. A lo mejor se casan. Podemos ir a la boda y llevarnos el mérito.

– Creo que no.

– ¡Anímate! -dijo ella arrugando la nariz-. Son buenas noticias -añadió dibujando un círculo con los brazos y echando la cabeza hacia atrás.

De repente, la habitación empezó a dar vueltas. Perdió el equilibrio y comenzó a caerse, pero Jack la sujetó.

Se cayó sobre él y luego sonrió. Tenía una mirada increíble, pensó distraídamente, bajando la mirada a sus labios. Aquella parte tampoco estaba mal.

– Tienes que tomártelo con más calma.

– De ninguna manera. La velocidad de la luz no es lo suficientemente rápida.

– Vas a hacerte daño.

¿De qué estaban hablando? No lo sabía y tampoco le importaba, mientras él la tuviera en sus brazos.

– Jack… -susurró.

Él la soltó y dio un paso atrás.

– Meri, esto no es una buena idea.

Entonces se dio cuenta. Había buscado a Jack en vez de a Andrew. Aquello no podía ser bueno. ¿Tendría Betina razón? ¿Había habido algo más que venganza para acostarse con Jack? ¿Qué había hecho?

– Tengo que irme -susurró y salió de la habitación.

Corrió hasta su dormitorio, cerró la puerta tras de sí y se recostó en ella. ¿Qué haría ahora?


Jack se sirvió café. Al levantar la taza. Colin entró en la cocina.

Meri tenía razón: había algo diferente en él. Parecía más seguro de sí mismo.

Era el amor de una buena mujer, se dijo Jack divertido.

– ¿Qué tal te va todo? -preguntó Colin.

– Bien. ¿Ya ti?

– Fenomenal.

– Parece que no hay nadie en el comedor -dijo Jack.

– Meri nos ha dado el día libre.

Seguramente para que Betina y Colin pasaran más tiempo juntos.

– Andrew vino antes -le informó Colin.

– ¿Dónde está?

– Se ha tenido que ir por algo de trabajo.

– Pareces aliviado.

– No es mi hombre favorito -dijo Colin encogiéndose de hombros.

– Tampoco el mío.

Eran un grupo interesante aquellos científicos, pensó Jack. Brillantes, humildes, divertidos, decididos y deseosos de hacer el ridículo en las motos acuáticas. Cuidaban de Meri. A Hunter les habría gustado.

– ¿Qué? -preguntó Colin-. Tienes una mirada extraña.

– Estaba pensando en el hermano de Meri. Le habríais caído bien.

– Meri habla de él. Parecía un buen tipo.

– Lo era. Unos cuantos de nosotros nos hicimos amigos en el colegio. Nos hacíamos llamar «los siete samuráis». Era estúpido, pero nos gustaba. Él nos unió y nos mantuvo unidos. Luego murió y cada uno siguió su camino.

Jack pensó en sus amigos, algo que no solía hacer, y se preguntó cómo habrían pasado su mes en la casa de Hunter.

– Es bueno tener amigos como ésos -dijo Colin-. Meri se parece mucho a él. También le gusta mantener unida a la gente. Escogió a cada uno de los miembros del equipo para este proyecto. Se lo permiten porque saben que es brillante.

Jack asintió. El cerebro de Meri estaba fuera de toda duda.

– Ahora es mucho más abierta que antes -afirmó Jack.

– Ha madurado. Para nosotros los raros, eso es difícil -dijo Colin sonriendo-. Así es como nos llama. Todos tenemos problemas de adaptación. Meri quiere que lo olvidemos y que nos enfrentemos a la vida tal cual es. Quiere que miremos hacia adelante y todo ese tipo de cosas.

Había afecto en su voz. Jack se dio cuenta de que los informes le habían dado los detalles, pero no habían logrado darle a conocer a la mujer en que se había convertido Meri.

– Estaba pensando en tu negocio -dijo Colin-. Hay un nuevo software militar que podría ayudarte en los temas de seguridad.

– ¿Software militar? ¿Clasificado?

Colin sonrió.

– Claro, pero conozco al tipo que lo ideó. Hay un par de versiones beta por ahí. Puedo conseguirte una copia para que lo pruebes. Ya sabes, como un servicio a tu país.

– ¡Que suerte! -dijo Jack mirando al otro hombre-. Eres mucho más peligroso de lo que pareces.

– Lo sé -dijo Colin.


– Pie izquierdo verde -ordenó Betina.

Meri miró la alfombra del juego Twister y protestó.

– No puedo doblarme de esa manera.

– Ése es el motivo por el que no puedo jugar a este juego.

– Eres malvada -murmuró Meri-. No se cómo no me he dado cuenta antes. Lo siento, Robert. Voy a tener que pasar por debajo de ti.

Robert arqueó la espalda como pudo.

– Buena suerte. Espero que te des cuenta de que estás a punto de dislocarte el hombro.

Colin miró hacia arriba desde su extraña postura.

– No sé si se lo dislocaría. Técnicamente hablando…

– ¡Calla! -exclamó Meri-. No quiero saber nada técnico ahora mismo. Seamos normales.

– ¿Por qué? -preguntaron Robert y Colin al unísono.

Meri empezó a reírse a carcajadas, lo que hizo que le resultara imposible estirarse. Pero aun así lo intentó, ya que el gran punto verde estaba…

Se tambaleó y se cayó, haciendo que cayeran a la vez todos los demás. Aterrizó sobre Robert y Colin acabó sobre ella.

– No sé si ésa era la postura -dijo Betina-. Colin, ¿tienes algo que confesar acerca de la fidelidad?

– Lo cierto es que no -respondió apartándose de Meri.

– Me sorprende -dijo Robert desde el suelo-. Normalmente los hombres a los que les gusta que los dominen ocupan posiciones de control en sus trabajos. Es un intento de obtener equilibrio y dejar que otro lleve la responsabilidad.