– Esto es una sorpresa -dijo Andrew al abrir la puerta a Jack y a Colin-. ¿A qué debo el honor?

– He venido aquí para echarte de la ciudad -dijo Jack con voz tranquila-. Colin ha venido a verlo.

La expresión de Andrew no cambió.

– No sé de que estás hablando.

– Claro que lo sabes. No sé cómo conseguiste pasar el informe previo. Quizá se te dé bien borrar los rastros. Quizá pagaste al detective de Meri, aunque no pudiste hacerlo con el mío.

Andrew se sentó en el sofá, frente a una pequeña chimenea, y les hizo un gesto para que se sentaran en los sillones.

– Me quedaré de pie -dijo Jack.

– Yo también -repuso Colin.

– Como prefiráis. Tengo que reconocer que todo esto es fascinante. ¿Qué es lo que has averiguado de mí?

– Que estás casado. Que tu esposa y tú estafáis a la gente para conseguir su dinero. Sabes que Meri tiene muchos millones. Debía de ser todo un premio para vosotros.

La expresión de Andrew nunca cambiaba.

– No sé de que estás hablando. Nunca he estado casado.

– Tengo copias del certificado de matrimonio en el coche. ¿Tengo que pedirle a Colin que las traiga? También tengo las denuncias de las personas a las que estafasteis. Por suerte para ti, todavía no has violado ninguna ley. No es un delito ser estúpido.

– Has debido de confundirme con otra persona -dijo Andrew tranquilamente-. Quiero a Meri. Llevamos mucho tiempo juntos y nuestra relación es seria. Y de tus ridículas acusaciones, pregúntale tú mismo. Nunca le he hablado de dinero.

– Era una cuestión de tiempo.

– Es tu palabra contra la mía -dijo Andrew-. Imagino que ya le has contado a Meri todo esto, ¿no es así?

Jack asintió.

– No te creyó.

– Pareces muy seguro -dijo Jack-. Es curioso que no te haya llamado.

– Lo hará.

¿Lo haría? ¿Estaba tan loca por Andrew como para querer volver con él?

No tenía una respuesta, así que hizo lo único que se le ocurrió para protegerla.

– ¿Cuánto quieres? Dame una cifra.

– ¿Quieres comprarme? -sonrió Andrew.

– Si eso es lo que hace falta… ¿Cuánto?

El otro hombre se quedó pensativo y, en aquel momento, Jack supo que tenía razón. Si Andrew hubiera sido el hombre que pretendía ser, habría rechazado cualquier pago.

– Diez millones -dijo-. Diez millones y firmaré lo que quieras.

– Cinco.

Andrew sonrió.

– De acuerdo.

Veinte minutos más tarde, Jack y Colin estaban de vuelta en el coche de Jack.

– Le has dado el dinero. Pensé que tan sólo ibas a asustarlo y acabar con el asunto.

– Habría preferido eso. Pero es bueno en lo que hace. Podía haber ido a buscar a Meri y convencerla de que yo era el imbécil en todo esto. De esta manera, nunca querrá tenerlo a su lado.

Tenía una copia del cheque que le había entregado a Andrew, además de una carta firmada diciendo que aceptaba el dinero a cambio de no volver a ver a Meri otra vez. Para estar totalmente seguro. Jack había insistido en que pusiera la huella de su dedo pulgar bajo su firma.

– Así que todo ha acabado -dijo Colin-. Meri está a salvo.

– Aún no ha acabado -replicó Jack-. Ahora tengo que contarle lo que ha pasado.


La casa estaba en silencio cuando regresaron. Colin desapareció escaleras abajo, seguramente para contarle a Betina lo que había pasado. La brigada de los empollones no estaba trabajando, así que probablemente hubiera sido idea de Meri para tener un tiempo a solas.

Jack subió a la planta de los dormitorios y se acercó hasta la puerta del de Meri. Después de llamar con los nudillos, la abrió.

Estaba sentada junto a la ventana, mirando al lago.

– Vete -dijo sin mirarlo.

– ¿Cómo sabes que no soy Betina o Colin?

– Reconozco las pisadas -dijo girándose hacia él.

Estaba pálida y tenía los ojos rojos e hinchados. Estaba dolida y era evidente.

– Tenemos que hablar.

– No, gracias. No tengo nada que decirte.

– Está bien. Seré yo el que hable. Tan sólo escucha.

Ella se encogió de hombros y giró la cabeza hacia la ventana. Jack no sabía si miraba hacia fuera o no. Tenía la sensación de que estaba llorando, lo que le hizo sentirse muy mal.

– Andrew se ha ido.

– Déjame adivinar. Le has pagado para que lo hiciera.

– No confiaba en que lo hiciera voluntariamente.

– ¿No confiabas en que fuera capaz de resistirme a él? ¿Tan débil piensas que soy?

– Estás muy enfadada conmigo. No sé hasta dónde estabas dispuesta a llegar para castigarme.

Meri se llevó las rodillas al pecho.

– Nunca me iría con un hombre que me ha engañado o que ha tratado de tomarme el pelo.

– No estaba seguro.

– ¿Cuánto?

Podía haber mentido, podía haber dicho que no había habido dinero de por medio. Pero quería ser sincero con ella.

– Cinco millones.

Meri no se sorprendió.

– Le diré a mi contable que te envíe un cheque.

– No tienes por qué pagármelo. Quería que estuvieras a salvo. Es lo que siempre he querido.

– ¿Por tu promesa a Hunter?

– Sí.

– Pero no por mí.

No sabía qué le estaba preguntando, así que no respondió.

– ¿A cuántos hombres más has tenido que pagar? -continuó Meri-. ¿Cuántas otras veces te has inmiscuido en mi vida?

– Dos veces.

– ¿Aquellos que rompieron conmigo sin motivo?

– Imagino, pero no conozco los detalles.

Meri se puso de pie y se enfrentó a él.

– Claro que no. ¿Por que molestarte cuando tienes empleados? Debe de ser muy incómodo estar tan cerca de mí en estos momentos. La distancia hace que todo es más sencillo. No tienes que lidiar con sentimientos.

Meri lo golpeó en el pecho.

– ¡Maldito seas! Odio todo esto. ¿Sabes cuánto lo odio? Para ti no era ni una persona. Ni siquiera te molestaste en involucrarte tú mismo.

– No fue así. Quería que estuvieras a salvo. No quería que acabaras con el hombre equivocado.

– ¿Y sabías quién era el hombre equivocado?

– Sí.

Meri dejó caer los brazos a los lados y lo miró con lágrimas en los ojos.

– ¿Quién es el hombre adecuado? ¿Acaso existe?

– No lo sé.

– Eres tú.

– No, no lo soy.

– Lo eres para mí -dijo y se giró-. No deberías haberlo hecho, Jack. Es un juego de ganar o perder. Todo o nada. No puedes quedarte en el medio. Hunter estaría desilusionado, al igual que lo estoy yo. Habría sido mejor desaparecer. Al menos, eso habría sido honesto. Yo lo habría respetado.

– No necesito tu respeto -dijo, pero de repente se dio cuenta de que no era así.

Por alguna razón, la opinión de Meri le importaba. Al igual que la de Hunter.

Se fue hacia la puerta y se detuvo.

– No sabía cómo estar ahí para ti, Meri. No sabía cómo mirarte junto a la tumba de Hunter y decirte lo mucho que lo sentía. Siempre estuve cuidando de ti.

– Eso no era consuelo cuando estaba sentaba en mi habitación de la universidad, el día de Navidad, sin otro sitio al que ir -dijo-. Y hay algo más aparte de sentirte culpable por la muerte de Hunter. Nunca te gustó que estuviera enamorada de ti.

Jack recordó aquella tarde de su diecisiete cumpleaños y cómo le había abierto su corazón.

– No sabía cómo ayudarte. No podía ser el hombre que querías.

– Dime la verdad, Jack. No podías soportarme porque era fea y gorda.

Su dolor había aumentado. Jack podía sentirlo. No le gustaba que nadie se le acercara demasiado. No quería que nadie supiera la verdad sobre él ni conociera la soledad de su corazón.

Se acercó a ella y la tomó por los brazos, obligándola a mirarlo.

– ¿Se te había pasado por la cabeza que me gustabas mucho? ¿Que veía la mujer en la que podías convertirte y me daba cuenta de que nunca estaría a tu altura? ¿Alguna vez se te ocurrió que al defraudar a Hunter sabía que os perdería a ambos?

Los ojos de Meri se llenaron de lágrimas.

– No seas cruel. No quieras hacerme creer que te importaba.

– Me importabas. Éramos amigos. Siempre me pregunté si podía haber habido algo más entre nosotros, hasta que me di cuenta de que era imposible después de lo que hice. Le defraudé a él y a ti también. Lo sabía y no pude enfrentarme a ninguno de los dos.

Jack se dio media vuelta y se fue a la puerta.

– Te mentí sobre Hunter. Pienso en él todos los días -añadió.

Hizo ademán de agarrar el pomo de la puerta, pero en vez de eso sintió algo cálido. De alguna manera, Meri se había puesto frente a él y le acariciaba el rostro, los hombros y el pecho.

– Jack, tienes que olvidarlo. No hiciste nada mal. Hunter no habría querido que sufrieras de esta manera.

– No sé qué más hacer para arreglarlo -admitió.

– ¿Te vas a estar culpando toda la vida?

Él asintió.

– Tienes razón -susurró Meri-. Soy la más lista en esta relación -añadió y lo besó.

Jack trató de resistirse. Estar con ella era lo último a lo que tenía derecho. Pero su boca era suave e insistente y sus manos lo atraían hacia ella. Era guapa e inteligente, ¿Cómo iba a poder resistirse?

Meri acarició con la lengua los labios de Jack, encendiendo su deseo. Sabía que durante unos minutos podría olvidar el pasado y vivir el presente.

– Eres un hombre difícil de convencer -murmuró tomando la mano de Jack y llevándosela al pecho.

Capítulo Once

Meri sonrió al tomarla Jack entre sus brazos y llevarla a la cama. La dejó, se inclinó sobre ella y la besó con tanto deseo que ella se olvidó de todo, menos del momento y de cómo aquel hombre la hacía sentirse.

Su boca era firme y su lengua, insistente. La acarició por todos los sitios, quitándole la ropa hasta que estuvo completamente desnuda. Luego continuó deslizando una mano por su piel, excitándola con cada roce.

Era como ser atacada por una bestia sensual, consiguiendo lo que quería con sus furtivos ataques. Meri se retorcía de placer, unas veces riendo y otras gimiendo. Por fin lo hizo detenerse, rodeándolo por la cintura con las piernas y manteniéndolo firme sobre ella.

– Estás jugando conmigo -murmuró ella mirándolo fijamente.

– Dime que no te gusta -respondió Jack curvando sus labios.

– No puedo.

– Meredith.

Jack comenzó a besarla. Meri separó las piernas, dando la bienvenida a su lengua y a la excitación que sus caricias le provocaban. Luego, agarró su camisa y se la hizo quitar.

Lo siguiente fueron los vaqueros y después los calzoncillos. Cuando estuvo tan desnudo como ella, Jack abrió el cajón de la mesilla. Los preservativos estaban debajo del libro que Meri estaba leyendo.

Pero en vez de ponerse uno, se colocó a un lado y acarició su pecho derecho con los labios, a la vez que deslizaba una mano entre sus muslos y acariciaba su parte más sensible.

Meri abrió las piernas y trató de mantener la respiración mientras él exploraba su centro. La besó apasionadamente sin dejar de acariciarla. Con cada roce, su cuerpo se tensaba más y anunciaba un orgasmo que haría que el mundo temblara.

Intentó mantener la respiración, pero sentía una presión en el pecho que le hacía difícil respirar. Cuanto más cerca estaba, su corazón más se encogía, hasta que llegó al punto de no retorno.

Meri se estremeció y su orgasmo la hizo olvidar todo excepto una cosa: su amor por Jack. A través de las oleadas de placer, esa verdad se afianzó y se preguntó cómo había logrado convencerse de lo contrario. Claro que lo amaba. Lo amaba desde el primer momento en que lo había visto y durante los once años que habían pasado separados. Nunca había amado a ningún otro.

Su cuerpo se tranquilizó, pero no su mente. Ni siquiera cuando Jack se puso el preservativo y la penetró. Le hizo el amor a un ritmo constante, provocando una sensación de locura en la que deseó perderse.

Pero el sentir el cuerpo de Jack sobre el suyo no era suficiente para despejar su cabeza, ni las oleadas de placer, ni el calor, ni los gemidos.

Meri se aferró a él, deseando que el tiempo se parara. Si al menos eso fuera posible… Pero no lo era. Conocía lo suficiente acerca del universo como para saber que todo estaba en marcha y que no había nada estático.

Lo que quería decir que, con el tiempo, su dolor desaparecería. Porque lo otro que sabía con toda certeza era que Jack nunca la amaría.


Jack inspiró el aroma corporal de Meri mientras acariciaba su cara. Era muy guapa, siempre lo había sido.

Se quitó de encima de ella para no partirle una costilla y dobló el codo, colocando la cabeza sobre su mano y preguntándose qué debía decir. ¿Qué pasaba ahora?

Ella se incorporó y tomó su ropa.

– ¿Adónde vas? -preguntó-. ¿Tienes una cita?

Sonrió mientras hablaba, pero cuando Meri lo miró, su sonrisa se borró. Algo no iba bien, podía verlo en sus ojos azules.