Deliciosamente misteriosa

Deliciosamente misteriosa (2008)

Título Original: In bed with the devil (2007)

Serie: 6º Mult. El millonario del mes

Capítulo Uno

Once años atrás

Meredith Palmer pasó la tarde de su decimoséptimo cumpleaños acurrucada en su estrecha cama, llorando inconsolablemente. Todo en su vida era un desastre. ¿Y si aquello era lo mejor que le iba a pasar?

Debería tirarse desde la ventana de su dormitorio y acabar con todo. Claro que tan sólo estaba en un cuarto piso e iba a ser difícil que se matara. Lo más probable era que acabara con unas cuantas fracturas.

Se incorporó y se secó la cara.

– Teniendo en cuenta la distancia al suelo y la velocidad en el momento del impacto… -murmuró para sí misma-. Dependiendo de la posición… -dijo tomando un trozo de papel-. Si salto de pie… no, es poco probable, pero podría ocurrir. Entonces, la mayor parte de la carrera estaría en mi…

Comenzó a hacer cálculos. Densidad de huesos frente al aterrizaje sobre el duro cemento. Asumiendo un coeficiente de…

Meri dejó el lápiz y el papel y volvió a tumbarse en la cama.

– Soy un completo desastre. Nunca seré más que un desastre. Debería estar planeando mi muerte y no haciendo números. Con razón no tengo amigos.

Los sollozos volvieron. Lloró y lloró convencida de que lo suyo no tenía cura, de que estaba destinada a convertirse en una persona solitaria.

– Tengo que hacerme con un gato -se dijo-. Pero soy alérgica a los gatos.

La puerta de su habitación se abrió y hundió el rostro en la almohada.

– Vete.

– No voy a hacerlo.

Conocía esa voz. Su dueño era el protagonista de todas las fantasías románticas y sexuales que había tenido. Alto, con el pelo moreno y ojos de un azul intenso.

Meri gruñó.

– Que alguien me mate ahora mismo.

– Nadie va a matarte -dijo Jack sentándose en la cama a su lado y poniendo la mano sobre su espalda-. Venga, es tu cumpleaños. ¿Cuál es el problema?

¿De cuánto tiempo disponía? Podía hacerle una lista e incluso, si le daba cuarenta y cinco segundos, traducirla a un par de idiomas y hacerle un índice.

– Odio mi vida. Es horrible. Soy un desastre. Peor, soy gorda, fea y siempre seré así.

Oyó como Jack inspiraba.

Había muchas razones por las que estaba completamente enamorada de él. Era muy guapo, aunque eso era lo de menos. Lo mejor de Jack era que le dedicaba tiempo. Hablaba con ella como si fuera una persona de verdad. Junto a Hunter, su hermano, quería a Jack más que a nadie en el mundo.

– No eres un desastre -dijo él con voz queda.

Reparó en que no le dijo que no era gorda. Era imposible evitar ignorar los veinte kilos que había ganado en su menuda estructura de apenas un metro y cincuenta y cinco centímetros. Por desgracia tampoco le dijo que no era fea. Jack era amable, pero no era ningún mentiroso.

Entre sus correctores dentales, su nariz y su complexión, podía contar con una oferta de empleo permanente en el circo.

– No soy normal -dijo aún hablando con el rostro hundido en la almohada-. Estaba planeando mi propia muerte y he acabado haciendo ecuaciones matemáticas. La gente normal no hace eso.

– Tienes razón, Meri. No eres normal. Eres mucho mejor que la media. Eres un genio y los demás somos unos idiotas.

Él no era ningún idiota. Era perfecto.

– Llevo en la universidad desde los doce años -murmuró-. Es decir, cinco. Si de veras fuera lista, ya habría acabado.

– Estás estudiando un doctorado, por no mencionar… ¿Cuántas eran? ¿Tres especializaciones?

– Algo así.

Incapaz de estar en la misma habitación que él sin mirarlo, se dio la vuelta sobre su espalda.

Era impresionante, pensó mientras sentía presión en el pecho y un vuelco en el estómago.

– Tengo que encontrar la manera de apagar mi cerebro -dijo cubriéndose el rostro con las manos.

– ¿Por qué? ¿Para ser como el resto de nosotros?

– Sí -dijo dejando caer las manos a los lados-. Quiero ser una chica normal.

– Lo siento. Tendrás que conformarte con ser alguien especial.

Lo quería tanto que sentía dolor. Quería que la viera como algo más que la hermana pequeña de su mejor amigo. Quería que la viera como a una mujer.

– No tengo amigos -dijo esforzándose por ignorar la necesidad que sentía de confesarle que lo amaría siempre-. Soy demasiado joven, especialmente en el curso de doctorado. Todos creen que soy una niña engreída. Están esperando que me hunda y fracase.

– Lo cual no va a ocurrir.

– Lo sé, pero entre mi aislamiento académico y la falta de un modelo femenino de referencia desde la muerte de mi madre, las probabilidades de madurar y convertirme en un miembro de provecho para la sociedad son cada día más escasas. Como he dicho antes, soy un auténtico desastre -dijo mientras unas lágrimas surcaban sus mejillas-. Nunca tendré novio.

– Espera un par de años.

– Eso nunca ocurrirá. Y si algún chico siente lástima de mí y me pide salir, tendrá que estar borracho para querer besarme, por no hablar de sexo. Voy a morir virgen.

Los sollozos comenzaron de nuevo.

Jack tiró de ella hasta hacerla sentarse y la rodeó entre sus brazos.

– Vaya cumpleaños -dijo.

– Ni que lo digas.

Ella se arrimó, disfrutando de lo fuerte y musculoso que era. También de su olor. Si estuviera locamente enamorado de ella, aquel momento sería perfecto.

Pero eso nunca ocurriría. En vez de declararle su amor incondicional y arrancarle la ropa, o al menos besarla, él se apartó.

– Meri, estás en un momento difícil. Aquí no encajas y seguramente tampoco lo hagas con los chicos de tu edad.

Quería decirle que tenía casi su misma edad, solo los separaban cuatro años, y que encajaba con el perfectamente. Pero Jack era de la clase de hombre que tenía docenas de mujeres a su alrededor. Guapas y esbeltas chicas a las que ella odiaba.

– Pero lo superarás y entonces la vida será mucho mejor.

– No lo creo.

Él alargó la mano y acarició su mejilla.

– Tengo grandes esperanzas en ti.

– ¿Y si te equivocas? ¿Y si muero virgen?

Él sonrió.

– No, no será así. Te lo prometo.

– Tonterías.

– Eso se me da bien.

Se inclinó hacia ella y antes de que supiera lo que él iba a hacer, la besó. ¡En la boca!

Apenas sintió el roce de sus labios en los suyos y el beso se acabó.

– ¡No! -exclamó sin pensar y lo agarró por la sudadera-. Jack, no, por favor. Quiero que seas el primero.

Nunca antes había visto a un hombre moverse tan rápido. En un segundo, pasó de estar sentado en su cama a estar de pie junto al umbral de la puerta de su dormitorio.

Se sintió avergonzada. Habría dado cien puntos de su cociente intelectual si hubiera podido retirar aquellas palabras.

Su intención no era que se enterase. Seguramente ya habría adivinado que se sentía atraída por él, pero nunca habría querido confirmárselo.

– Jack, yo…

Él sacudió la cabeza.

– Meri, lo siento. Eres la hermana pequeña de Hunter. Nunca podría… No te veo de esa manera.

Claro que no. ¿Por qué iba a querer a una bestia cuando podía tener tantas bellezas?

– Entiendo. Lo entiendo todo. Vete.

Él comenzó a marcharse, pero se paró y se dio la vuelta.

– Quiero que seamos amigos, Meri -dijo y, con aquellas horribles palabras, se fue.

Meri se sentó al borde de su cama, preguntándose cuándo dejaría de sufrir tanto. ¿Cuándo dejaría de amar a Jack? ¿Cuándo dejaría de desear que la tierra se la tragara cada vez que estaban en la misma habitación?

Instintivamente buscó bajo la cama y sacó una bolsa de plástico llena de golosinas. Después de buscar en ella, sacó una chocolatina y la desenvolvió.

Había tocado fondo. Estaba viviendo el peor momento de su vida. Era el fin de la esperanza.

Dio un bocado a la chocolatina. La vergüenza la hizo masticar deprisa y tragar. Cuando el azúcar y la grasa hicieran su efecto, no se sentiría tan mal. Dejaría de sentir la soledad y el rechazo de Jack Howington III.

¿Por qué no podía amarla? Era una buena persona, pero no era rubia ni delgada como las demás chicas con las que él salía y se acostaba.

– Tengo cabeza -murmuró para sí-, y eso asusta a los chicos.

Pronunció aquellas palabras con decisión, pero sabía que era algo más que su increíble cociente intelectual lo que espantaba a los chicos. Era su aspecto. Para ella, la comida lo era todo, especialmente después de la muerte de su madre. Había rechazado la propuesta torpe de su padre de llevarla a un cirujano plástico para que arreglara su nariz. Le había respondido diciendo que si de verdad la quería, que nunca más volviera a hablar del asunto, a pesar de que en el fondo estaba asustada. Tenía miedo de cambiar, a la vez que temía seguir siendo la misma.

Se puso de pie y se quedó mirando la puerta cerrada de la habitación.

– Te odio, Jack -dijo mientras unas lágrimas rodaban por sus mejillas-. Te odio y voy a hacerte sufrir. Voy a madurar y seré tan guapa que querrás acostarte conmigo. Pero me iré y te romperé el corazón. Y si no, al tiempo.


En la actualidad

Jack Howington III había conducido dos días sin parar para llegar al lago Tahoe. Podía haber volado en su avión y luego haber alquilado un coche durante el mes que iba a tener que pasar en casa de Hunter, pero había preferido aprovechar el tiempo del viaje para aclararse las ideas.

Su secretaria se había vuelto loca, incapaz de dar con él en las partes más recónditas del campo, mientras él disfrutaba del silencio. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de silencio en su vida. Incluso cuando estaba a solas, tenía que vérselas con aquellos malditos fantasmas.

Recorrió un largo camino de entrada en dirección a una gran casa. El lugar estaba rodeado de árboles y al fondo se divisaba un lago. Los escalones y los marcos de las ventanas eran de piedra, igual que el de la doble puerta de madera.

Jack aparcó y salió de su Mercedes. La casa de Hunter había sido construida recientemente, casi diez años después de la muerte de su amigo, pero Jack tenía la sensación de que Hunter había dejado instrucciones detalladas del aspecto que debía tener. El lugar le recordaba a Hunter, lo cual era bueno y malo a la vez.

Era sólo por un mes, se dijo mientras iba al maletero y sacaba la maleta y la bolsa del ordenador. Si se quedaba allí un mes, de acuerdo a la última voluntad de Hunter, la casa se destinaría a enfermos de cáncer. Se darían veinte millones a la ciudad o a una obra de caridad o a algo así. Jack no había prestado atención a los detalles, lo único que sabía era que Hunter le había pedido un último favor. Jack le había fallado tantas veces a su amigo que no podía hacerlo una vez más.

Dio un paso hacia la casa y se detuvo al ver abrirse la puerta. El abogado le había prometido en su carta un lugar tranquilo en el que trabajar y un ama de llaves para atender sus necesidades diarias.

Le había parecido algo sencillo en aquel momento, pero ahora, al ver a aquella menuda y guapa mujer en el porche, no estaba tan seguro. Era la última persona a la que esperaba ver.

– Hola, Jack -dijo ella.

– Meredith.

– ¿Me reconoces?

– Claro, ¿por qué no iba a hacerlo?

– Ha pasado mucho tiempo y los dos hemos cambiado.

– Te reconocería en cualquier sitio.

Lo que no era del todo cierto. A través de los años había vigilado a Meri. Era lo menos que podía hacer después de prometerle a Hunter que cuidaría de su hermana. Jack no había sido capaz de ocuparse de ella en persona, pero en la distancia las cosas habían sido fáciles. Por los informes regulares que recibía, conocía su físico, aunque en persona la veía más femenina. También conocía muchos detalles de su vida laboral. Pero lo que no sabía era que iba a encontrarla allí.

– Me alegro de saberlo.

Sus ojos eran tan azules como los recordaba, del mismo color y forma que los de Hunter. Aparte de eso y de la sonrisa fácil, aquellos hermanos tenían poco en común.

Hacía años que no la veía, desde el funeral de Hunter. Y la vez anterior…

Apartó el recuerdo de aquella sincera declaración y la torpeza con la que había reaccionado. Habían pasado muchos años y ambos habían recorrido un largo camino desde entonces.

Había madurado, observó al verla bajar los escalones y detenerse frente a él. La muchacha regordeta había desaparecido y se había convertido en una guapa y atractiva mujer que derrochaba seguridad.

En otras circunstancias, habría disfrutado de aquellos cambios, pero no con ella. No con las promesas que había hecho.

– Evidentemente has recibido la carta del abogado, ya que, si no, no estarías aquí -dijo ella-. Tienes que quedarte un mes. Al final de ese plazo habrá una emotiva ceremonia de cesión de la casa al Ayuntamiento de la ciudad, con entrega de las llaves y del dinero. Los otros samuráis y tú podréis disfrutar y poneros al día. Después podréis iros -y dirigiendo la mirada hacia la maleta, añadió-. Veo que viajas ligero de equipaje.