– Así es más fácil trasladarse.

– No tendrás muchas alternativas para una fiesta sorpresa de disfraces.

– ¿Es que va a haber una?

– No que yo sepa.

– Entonces está bien.

Ella ladeó ligeramente la cabeza en un gesto que él recordó. Era curioso cómo podía ver a la muchacha en aquella mujer. Siempre le gustó la muchacha y no había tenido en mente conocer a la mujer.

La miró de arriba abajo y frunció el ceño. ¿No llevaba unos pantalones demasiado cortos? No es que no le agradara ver aquellas piernas, pero ella era Meredith, la hermana pequeña de Hunter. Además, el top que llevaba era demasiado… revelador.

– Voy a quedarme aquí también.

Su voz era cálida y sensual. Si hubiera sido otra mujer, le habría agradado.

– ¿Por qué?

– Soy el ama de llaves, la que te prometieron. Estoy aquí para hacer tu vida más fácil.

Aquella declaración parecía esconder un desafío.

– No necesito un ama de llaves.

– No tienes opción. Estoy incluida en la casa.

– Eso es ridículo.

Sabía que trabajaba para un gabinete de expertos en Washington D.C. y que actualmente estaba trabajando en un proyecto de JPL y otras compañías privadas para el desarrollo de un combustible sólido para cohetes.

– Eso es lo que Hunter quería. Ambos estamos aquí por él -dijo sonriendo.

Él frunció el ceño. No se creía aquella historia. ¿Por qué iba a querer Hunter que su hermana estuviera en la casa un mes? Claro que había pedido a todos sus amigos que pasaran ese tiempo allí, así que era posible. Además, probablemente Meri no querría estar en la misma casa con él, sobre todo después de lo que había pasado en su diecisiete cumpleaños.

La había herido. No había sido su intención, pero así había sido y en aquel momento no había sabido encontrar la forma de arreglar las cosas. Luego, Hunter había muerto y todo había cambiado.

Quizá estuviera dando demasiada importancia a aquello. Quizá a Meri le diera igual lo que había pasado entre ellos.

– Entremos -dijo ella, mostrándole el camino.

Recorrieron un amplio vestíbulo de suelos de piedra y una gran escalera. El lugar era acogedor y masculino. No era el tipo de casa que él se construiría, pero al menos no se volvería loco con adornos de flores secas y olorosas.

– Harás ejercicio subiendo las escaleras.

– ¿Te quedas aquí abajo? -preguntó él mirando a su alrededor.

– No, Jack -respondió sonriendo-. Estaré en la segunda planta, frente al dormitorio principal. Tan sólo nos separarán unos metros.

A propósito, Meri abrió los ojos como platos y se inclinó hacia él al hablar. Quería que la insinuación quedara clara. Después de lo que Jack le había hecho pasar once años antes, se merecía que lo hiciera sufrir. Antes de darle la oportunidad de contestar, Meri siguió caminando por el pasillo.

– También hay un despacho -continuó-. Puedes usarlo. Cuenta con acceso a Internet y fax. Yo trabajaré en el comedor. Me gusta dispersar los papeles cuando trabajo. Suelo implicarme mucho.

Enfatizó las últimas palabras y tuvo que hacer un esfuerzo para contener la risa. Lo cierto era que se lo estaba pasando mejor de lo que había imaginado. Tenía que haber castigado a Jack mucho tiempo antes.

Al subir la escalera, se aseguró de menear las caderas y de caminar inclinada ligeramente hacia delante para obligarlo a reparar en sus pantalones cortos. Se los había puesto a propósito, al igual que el top de amplio escote que dejaba muy poco a la imaginación. Le había llevado dos días decidir el atuendo perfecto, pero había merecido la pena ese tiempo.

Los pantalones eran ajustados y lo suficientemente cortos como para dejar ver el final de su trasero. Vulgares, pero efectivos. Sus sandalias tenían unos tacones que las convertían en un arma y que hacían que sus piernas parecieran largas, un buen truco para una mujer tan menuda como ella.

El escote era tan amplio que había tenido que cerrárselo un poco con unas puntadas. Se había puesto maquillaje y unos pendientes largos que casi rozaban sus hombros desnudos.

Si sus compañeros del laboratorio de Ciencias pudieran verla en aquel momento, se habrían caído al suelo de la sorpresa. Con ellos, solía llevar trajes y batas de laboratorio. Durante el mes siguiente, vestiría como una tigresa y disfrutaría de cada minuto.

Al llegar al final del pasillo, aceleró el paso y de pronto se detuvo bruscamente. Jack tropezó con ella y alargó la mano para recuperar el equilibrio. Ella había imaginado que eso sería lo que haría, así que se giró, haciendo que la mano de Jack acabara sobre su pecho izquierdo.

Él se enderezó y se apartó tan rápidamente que estuvo a punto de caerse.

– Lo siento -susurró él.

– Jack. ¿No estarás tratando de insinuarte? Tengo que decir que no has sido demasiado delicado.

– No me estoy insinuando.

– ¿De veras? -preguntó poniendo los brazos en jarras al mirarlo-. ¿Por qué no? ¿Acaso no soy tu tipo?

Él frunció el ceño.

– ¿De qué va todo esto?

– De muchas cosas. No sé por dónde empezar.

– Empieza por el principio. A mí suele funcionarme.

¿El principio? ¿Y cuál era el principio? ¿El momento de la concepción, cuando algún extraño gen de los Palmer había decidido dar vida a una niña con un cociente intelectual excepcional? ¿O más tarde, cuando Meri se había dado cuenta de que nunca se adaptaría en ningún sitio? ¿O quizá el día en que el hombre al que tanto amaba la había rechazado de manera tan cruel?

– Vamos a pasar el mes juntos -dijo ella-. He pensado que podríamos divertirnos más si jugáramos. Sé que te gusta jugar, Jack.

– Tú no eres así, Meri.

– ¿Cómo estás tan seguro? Ha pasado mucho tiempo. He madurado -y girándose lentamente, añadió-: ¿No te gustan los cambios?

– Estás estupenda y lo sabes. Así que, ¿cuál es la cuestión?

La cuestión era que lo deseaba desesperadamente. Lo quería rogándole y suplicándole. Entonces, lo dejaría plantado. Ese era su plan.

– No voy a acostarme contigo. Eres la hermana de Hunter. Le di mi palabra de que cuidaría de ti. Eso quiere decir vigilarte, no acostarme contigo.

Su intención era mantener la calma. Lo había escrito en su lista de cosas para hacer, pero le era imposible.

– ¿Cuidarme? ¿Así llamas tú a desaparecer a los dos segundos del funeral de Hunter? Todos os fuisteis, todos sus amigos. Lo esperaba de los demás, pero no de ti. Hunter me dijo que siempre estarías ahí para mí. Pero no fue así. Te fuiste. Tenía diecisiete años, Jack. Era una persona marginada, sin amigos y tú desapareciste. Claro que eso te resultaba más fácil que afrontar tus responsabilidades.

Él dejó el equipaje en el suelo.

– ¿Por eso estás aquí? ¿Para regañarme?

– Es sólo parte de la diversión.

– ¿Serviría de algo si te pido perdón?

– No.

No, nada cambiaría el hecho de que la había abandonado, como había hecho todo el mundo al que alguna vez había querido.

– Meri, si vamos a pasar un mes aquí, tenemos que encontrar la manera de llevarnos bien.

– ¿Te refieres a ser amigos? -preguntó ella recordando cómo le había dicho que sería su amigo, antes de rechazarla.

– Si quieres.

Ella respiró hondo.

– No, Jack. Nunca seremos amigos. Seremos amantes y nada más.

Capítulo Dos

A la mañana siguiente, Meri se despertó sintiéndose mucho mejor. Después de dejar comida hecha para Jack, volvió a su habitación, donde se dio un buen baño y lloró cuanto quiso. Algunas lágrimas fueron por su hermano, pero la mayoría por ella misma, por lo cretina que había sido y por las pérdidas que había sufrido.

Después de que Hunter muriera, su padre había perdido la cabeza. No la había ayudado en nada. En menos de un año, había empezado a salir con muchachas de diecinueve años y en los nueve años que habían transcurrido, todas sus novias habían sido muy jóvenes.

Se las había arreglado sola y había sobrevivido. Había conseguido la ayuda que había necesitado y había salido adelante ¿No era eso lo que importaba?

Encendió la radio y se puso a mover las caderas al ritmo de la música disco. En la pista de baile era muy torpe, pero lo que le faltaba en gracia y estilo lo suplía con entusiasmo.

Después de cepillarse el pelo, se hizo una trenza, se puso una camiseta de tirantes y otro par de pantalones cortos. Por último unos calcetines y unas zapatillas de correr completaron su atuendo.

Canturreando, salió de la habitación, lista para llevar a cabo la siguiente fase de su plan de ataque.

Encontró a Jack en la cocina y se acercó a él sonriendo.

– Buenos días -dijo rodeándolo para tomar la cafetera-. ¿Cómo has dormido?

– Bien -dijo y sus ojos oscuros brillaron, a pesar de que su expresión no varió.

– Estupendo. Yo también.

Meri se sirvió una taza de café, dio un sorbo y lo miró por encima de la taza.

– Así que todo un mes… -dijo ella-. Eso es mucho tiempo. ¿Qué haremos mientras?

– No lo que tienes planeado.

– Recuerdo que eso ya lo habías dicho antes -dijo sonriendo-. ¿Siempre te repites tanto? Te recuerdo mucho más reposado. Claro que por aquel entonces yo era joven y uno suele mirar a sus mayores con cierto idealismo.

– ¿Mayores? -repitió él a punto de atragantarse con el café.

– El tiempo ha pasado, Jack. ¿Qué tienes, casi cuarenta años?

– Tengo treinta y dos y lo sabes.

– Ah, cierto. El tiempo supone un desafío para ti, ¿verdad?

Disfrutaba provocándolo, pensó, consciente de que estaba siendo malvada. Lo cierto era que Jack estaba muy atractivo. Estaba en forma, era sexy… Era un hombre en su mejor momento. Lo bueno era que acostarse con él no iba a ser ningún sacrificio.

– ¿No vas a darte por vencida en eso de seducirme? -preguntó él.

– En absoluto. Me resulta muy divertido.

– No voy a acostarme contigo.

Ella miró a su alrededor y luego volvió a detener la mirada en él.

– Lo siento, ¿has dicho algo? No te estaba escuchando. Venga, ve a cambiarte. Te llevaré a un gimnasio que hay cerca de aquí. Puedes matricularte por un mes. Haremos ejercicio juntos.

– ¿Aquí no hay máquinas?

Ella sonrió.

– Creo que Hunter no estaba en todo. Menos mal que estoy yo aquí.

Él se quedó mirándola.

– ¿Acaso crees que estás al mando?

– Sí.

Jack dejó la taza, se acercó a ella y se quedó mirándola a los ojos.

– Ten cuidado, Meri. Estás jugando a un juego que no conoces. Yo estoy fuera de tu liga y ambos lo sabemos.

¿Un desafío? ¿Estaba loco? Ella siempre ganaba y esa vez también lo haría. Aunque había algo en el modo en que la miraba que la hizo estremecerse, algo que le decía que no era un hombre con el que andar jugando.

Pero era tan sólo un hombre, se dijo. Cuanto antes se lo llevara a la cama, antes podría continuar con su vida.


Jack entró detrás de Meri al enorme gimnasio con vistas al lago. Las instalaciones eran limpias y luminosas y había poca gente haciendo ejercicio. Seguramente se debiera a que era mediodía, pensó mientras se subía a una máquina.

En Dallas solía hacer ejercicio en su propio gimnasio, pero de momento aquél le serviría.

– Podemos hacer el circuito de entrenamiento juntos -dijo, acercándose a él y mostrando una sonrisa burlona-. Se me da muy bien observar.

Estaba tratando de provocarlo. Dijera lo que dijera e hiciese lo que hiciese, Jack estaba decidido a no reaccionar. Meri estaba jugando a un juego que podía resultar peligroso para ella. Quizá no la hubiera cuidado del modo en que debía haberlo hecho, pero la había vigilado. Eso no iba a dejar de hacerlo sólo porque ella estuviera decidida a demostrar algo.

– ¿Quieres que calentemos haciendo un poco de cardio? -preguntó ella-. Podemos correr. Incluso estoy dispuesta a darte ventaja.

– No voy a necesitarla -dijo Jack dirigiéndose a las cintas de correr, sin molestarse en comprobar si ella lo seguía.

– Eso es lo que tú te crees.

Meri se colocó en la cinta junto a la de él y la programó. Él hizo lo mismo.

– No solías hacer ejercicio -dijo él unos minutos más tarde, mientras corrían.

Meri apretó unos botones de su cinta y se puso a su ritmo.

– Lo sé. Lo único que me preocupaba era comer. La comida era mi único amigo.

– Éramos amigos -dijo antes de poder evitarlo.

Meri le caía bien. Era la hermana pequeña de Hunter. La consideraba una más de su familia.

– La comida era el único amigo en quien podía confiar -dijo ajustando de nuevo el ritmo de su carrera-. Al menos no desaparecía cuando más la necesitaba.

No tenía sentido defenderse, puesto que tenía razón. Se había marchado justo después del funeral de Hunter. Estaba demasiado abatido por la pérdida y la culpa como para quedarse. Unos meses más tarde, había decidido asegurarse de que Meri estaba bien, así que había contratado a un investigador privado para que le informara mensualmente. Aquellos informes le permitían conocer aspectos básicos de su vida, pero nada en concreto. Más tarde, al crear su propia compañía, había hecho que sus empleados se ocuparan de vigilarla y había aprendido más de ella. Se había enterado de que había madurado para convertirse en toda una mujer. Evidentemente, no le había hecho ninguna falta tenerlo cerca ocupándose de las cosas.