– Estaba en la universidad. A esa edad los hombres no tienen sensibilidad emocional. De hecho, creo que no la tienen a ninguna edad. Pero la cuestión es que le abriste tu alma y tu corazón, pero él no reaccionó bien. Estoy de acuerdo en que se merece un castigo, pero estas yendo muy lejos. Esto es un error, Meri.

Meri quería a Betina como a una hermana, a veces como a una madre. Sólo las separaban doce años, pero en cuanto a experiencias de la vida, años luz.

Betina había sido la asistente del director del primer proyecto en el que Meri había trabajado.

– ¿No tienes sentido del humor? -le había preguntado Betina a la segunda semana de empezar a trabajar en aquel laboratorio-. No me importa lo brillante que seas, es necesario tener sentido del humor para cualquier relación profesional.

Meri no había sabido qué responder en aquel momento. Tenía dieciocho años y estaba aterrorizada de vivir sola en una ciudad extraña. El dinero no había sido ningún problema. El laboratorio la había contratado con un sueldo más alto del que nunca había pensado en ganar. Además, tenía el fondo familiar. Pero había pasado el último tercio de su vida en la universidad. ¿Que sabía de amueblar un apartamento, comprar un coche y pagar facturas?

– No sé si se me puede considerar divertida -había contestado Meri con sinceridad-. ¿Y el sarcasmo no cuenta?

Betina sonrió.

– Querida, el sarcasmo es lo mejor.

Desde entonces, surgió la amistad.

Por aquel entonces. Betina tenía treinta años, ya llevaba una década viviendo sola y le había insistido en comprar un apartamento en una buena zona de Washington D.C.

Había cuidado de Meri después de sus dos operaciones, le había ofrecido sus consejos en moda, en asuntos de amor y le había conseguido un entrenador personal para ayudarla a estar en forma.

– ¿Por qué es un error vengarme? -preguntó Meri mientras su amiga acababa de deshacer las maletas-. Se lo ha ganado.

– Porque no lo has pensado bien. Vas a meterte en problemas y no quiero que eso te pase. Tu relación con Jack no es lo que piensas.

Meri frunció el ceño.

– ¿Que quieres decir? Soy consciente de mis sentimientos hacia Jack. Perdí la cabeza por él y él me hirió, y por eso he sido incapaz de olvidarlo. Si me acuesto con él, me daré cuenta de que no es tan especial después de todo. Lo bueno es que se quedará deseando tener más.

Betina se sentó a su lado y le acarició su corto cabello.

– Odio viajar. Me quedo hinchada -dijo, y respiró hondo antes de continuar-. No perdiste la cabeza por Jack. Estabas enamorada y todavía lo estás. Tienes una conexión emocional con él, aunque te cueste admitirlo. Acostarte con él tan solo te hará sentirte más confusa. El problema de tu plan es que la persona que acabará deseando más, serás tú.

Meri se sentó y tomó las manos de Betina.

– Te quiero y te admiro, pero estás equivocada.

– Eso espero, por tu bien.

Su amiga parecía preocupada. Meri le agradecía su apoyo, pero nunca estarían de acuerdo en aquel asunto. Era mejor cambiar de tema.

Soltó las manos de Betina y sonrió.

– Así que Colin está en la habitación de al lado.

Betina se sonrojó.

– Baja la voz. Te va a oír.

– Venga, por favor. No se enteraría ni de una explosión nuclear si está concentrado en algo. Al pasar por su puerta, estaba conectando el ordenador. Estamos a salvo. ¿Has visto cómo os he ubicado en la casa mientras todos los demás se quedan en hoteles?

– Sé que algo pasará antes o después. Es un verdadero encanto. Ya sabes lo mucho que me gusta, pero no estoy segura de que yo sea su tipo.

– No tiene tipo, es un empollón. ¿Crees que tiene muchas citas?

– Debería. Es adorable, tan listo y divertido…

Su amiga estaba locamente enamorada, pensó Meri. Y estaba convencida de que Colin también estaba interesado en Betina.

– Tiene miedo de ser rechazado -dijo Meri-. Esa sensación la conozco muy bien.

– Yo no lo rechazaría -dijo Betina-. Pero nunca funcionará. Soy demasiado vieja y gorda para él.

– Tienes seis años más que él, lo que no es nada. Y no estás gorda. Tienes tus curvas y a los hombres les gusta eso.

Meri había pasado la última década viendo cómo su amiga conocía, salía y se acostaba con hombres, y luego los dejaba.

– Pero no a Colin. Apenas me habla.

– Lo que es curioso, porque habla con todos los demás.

Era cierto. Colin parecía quedarse en blanco cuando Betina estaba presente.

Al principio, cuando su amiga le confesó su interés por Colin. Meri se había mostrado protectora con su compañero. Quizá Colin disfrutara con Betina, pero una vez ésta lo dejara, se quedaría con el corazón roto. Pero Betina había admitido que sus sentimientos por él eran profundos.

Después de asimilar la idea de que su amiga se hubiera enamorado, Meri se había mostrado dispuesta a ayudar. De momento, no se le había ocurrido ninguna manera de acercar a la pareja, pero la casa de Hunter le había ofrecido la oportunidad perfecta.

– Tendrás tiempo -dijo Meri-. Jack y yo nunca venimos aquí, así que tenéis toda esta planta a vuestra disposición. Podréis hablar relajadamente, los dos solos, sin tensiones. Será estupendo.

Betina sonrió.

– Hey, yo soy la optimista.

– Lo sé. Me gusta ejercer de mayor. No se me presenta la ocasión muy a menudo.

– Cada vez pasa más.

Meri se inclinó y abrazó a su amiga.

– Eres la mejor.

– Tú también.


Jack levantó la cabeza al oír pasos en la escalera. Unos segundos más tarde, Meri apareció en la oficina.

Se había puesto una falda estrecha y un top ajustado, se había recogido el pelo y se había maquillado.

Mirando en Internet había descubierto que el hombre que había mencionado no era uno de sus científicos. Trabajaba en Washington D.C. y estaba a varios kilómetros de distancia. No es que a Jack le importara, tan sólo tenía que ampliar los informes. Si las cosas se estaban poniendo serias, era su deber asegurarse del bienestar de Meri.

No sabía por qué se preocupaba de que se casara con un cualquiera, pero por algún motivo así era.

– Vamos a salir a cenar -anunció deteniéndose frente a la mesa-. Puede que no lo creas, pero somos un grupo muy divertido. Eres bienvenido si quieres acompañarnos.

– Gracias, pero no.

– ¿Quieres que te traiga algo? La nevera está llena, pero puedo parar a comprarte alas de pollo.

– Estaré bien, no te preocupes.

Meri se giró para irse, pero se detuvo al oírle hablar.

– Deberías haberme dicho que estabas comprometida.

Ella se dio la vuelta.

– ¿Por qué? Estás decidido a no acostarte conmigo. ¿Qué importa que esté comprometida?

– Claro que importa. No te habría besado.

– Entonces me alegro de que no lo supieras -dijo con mirada divertida-. ¿Acaso el hecho de que esté con otra persona me hace más interesante? ¿Será el placer de lo prohibido?

A propósito, Jack evitó sonreír. Siempre había sido muy exagerada.

– No -respondió él-. Lo siento.

– No lo sientes. Además, el compromiso no es oficial. No estaría tratando de acostarme contigo si hubiera dicho que sí.

Una sensación de alivio lo invadió.

– ¿Has dicho que no?

– No he dicho nada. Lo cierto era que Andrew no me ha propuesto nada. Encontré el anillo. No supe qué pensar. Nunca había pensado en casarme. Me di cuenta de que tenía asuntos sin acabar y por eso estoy aquí, seduciéndote.

Él ignoró su comentario.

– Te estás acostando con él -afirmó.

Entendía que estaba claro y que no tenía por qué preguntar.

Ella se inclinó hacia delante y suspiró.

– Te molesta imaginarme en la cama con otro hombre, ¿verdad?

Jack se quedó inexpresivo, pero con sus palabras, Meri había conseguido lo que pretendía.

Tenía que reconocer que había conseguido molestarlo, pero no se daría por vencido.

– ¿Así que no vienes a cenar?

– Tengo trabajo.

– Está bien. ¿Quieres un beso de despedida antes de que me vaya?

Se odió por desearlo. Quería sentir su boca junto a la suya, su piel sobre la suya, acariciarla de tal manera que le hiciera perder el control.

– No, gracias -respondió fríamente.

Ella lo miró durante unos instantes y sonrió.

– Ambos sabemos que eso no es verdad -dijo antes de irse.

Capítulo Cuatro

Meri llegó a casa después de cenar con su equipo, sintiéndose pletórica. Habían ido en el autobús a la ciudad y habían bebido vino. Nadie había tomado más de una copa, puesto que habían preferido mantener una conversación intelectual antes que dejarse llevar por el alcohol.

Pero por una vez, Meri había dejado el vino y había tomado una margarita. Luego había pedido otra más y ahora sentía sus efectos mientras subía la escalera hasta su habitación.

Al llegar al rellano, vio dos puertas y recordó que en aquella misma planta estaba el dormitorio de Jack.

Pasó junto a la puerta cerrada. Allí estaba él, solo. ¿Qué estaría haciendo?

Estaba segura de que estaría tumbado en la cama, viendo la televisión o leyendo. Pero en su estado, se lo imaginó esperándola en la bañera, frente a la chimenea. Porque en su fantasía, la deseaba desesperadamente y a duras penas había logrado sobrevivir los últimos once años puesto que su amor por ella había sido tan grande que lo había paralizado.

– Eso último es una tontería -se dijo para sí misma-. Pero lo anterior es posible.

Se acercó a la puerta, llamó con los nudillos y entró antes de que la invitara a marcharse.

Una rápida mirada alrededor de la habitación le confirmó que la bañera era una fantasía. Seguramente fuera lo mejor. La margarita estaba haciendo sus efectos y ahogarse era una seria posibilidad.

En vez, de desnudo y en el agua, Jack estaba sentado leyendo. Al verla, dejó el libro sobre su regazo y la miró.

Se tambaleó al acercarse a la cama y se sentó en el borde. Se quitó las sandalias y le sonrió.

– La cena ha estado muy bien. Deberías haber venido.

– Creo que podré sobrevivir.

Ella sonrió.

– Eres muy divertido. A veces se me olvida. Creo que es porque eres muy masculino y penetrante. Siempre fuiste peligroso. Antes se debía a tu forma de ser, pero ahora tienes acceso a toda clase de armas. Doblemente peligroso.

– Estás bebida -dijo el entornando los ojos.

Meri agitó su mano izquierda.

– Bebida no. Alegre, mareada. Me he tomado dos margaritas y eso siempre es un error. No suelo beber y no tengo demasiada masa corporal. Podría calcular cuánto alcohol como máximo debería beber por kilo.

– Interesante ofrecimiento, pero no.

Ella sonrió.

– Te asustan las matemáticas, como a la mayoría de la gente. No sé por qué. Las matemáticas son una constante, algo cierto y fiable. Están basadas en principios y, una vez que las aprendes, no cambian. No es como la literatura, que se presta a interpretaciones, las matemáticas son claras. Estás en lo correcto o no lo estás.

– Es tu vena competitiva -dijo él.

Meri se balanceó en la cama.

– ¿Crees que soy competitiva? -preguntó.

– Está en tu sangre.

– Me gusta tener la razón sobre las cosas. Me concentro y puedo ser muy pesada -dijo y sonrió-. ¿Me hace eso más interesante? ¿Cómo puedes soportarlo?

– Me estoy conteniendo para no atacarte en este momento.

– Eres un mentiroso.

Meri se quedó mirándolo fijamente. Si los ojos eran el espejo del alma, la de Jack era oscura y reservada. Todo el mundo tenía secretos, ¿cuáles serían los suyos?

Claro que no se los contaría. Él guardaba esa clase de cosas para sí mismo. Pero si alguna vez se decidía a confiar en alguien, sería para siempre, pensó. Aunque quizá, ésa fuera otra de sus fantasías.

– Tienes que ayudarme con Betina y Colin -dijo-. Tenemos que unirlos.

Jack enarcó una de sus oscuras cejas.

– Creo que no.

– Venga ya, no seas así. Puede ser divertido. Piénsalo, podríamos ser los responsables de una bonita historia de amor.

– ¿Colin y Betina?

– Sí. Betina siente algo por Colin. Al principio yo era escéptica porque Betina cambia de hombre como de camisa. Para ella, una relación duradera es de una semana. Tiene miedo de comprometerse. Hace años estuvo casada y no fue un buen matrimonio. Siente algo por Colin desde hace años y parece serio.

– No quiero inmiscuirme.

– Tienes que hacerlo. Al fin y al cabo, no tienes nada más que hacer con tu tiempo.

– Eso sin tener en cuenta mi trabajo y el esfuerzo que estoy poniendo en evitarte.

– Ah, claro. Ésas son tareas complicadas. Una guapa mujer desesperada por llevarte a la cama. Pobre Jack, la vida es tan dura…

– ¿Te tienes por guapa? -preguntó Jack sonriendo.