– Es una manera de hablar.
– La última vez que hablamos sobre tu aspecto, te considerabas fea.
No quería pensar en eso, pero si él insistía…
– La última vez que hablamos sobre mi aspecto, me diste una bofetada emocional, pisoteaste mi corazón y me dejaste.
– Lo siento -dijo borrando la sonrisa de su rostro-. Debería haber reaccionado de manera diferente.
– Pero no lo hiciste. No te estaba pidiendo sexo en aquel mismo momento -dijo sin querer seguir hablando de aquello-. A lo que voy. Betina está loca por Colin y estoy convencida de que a él también le gusta. Ahí es donde apareces tú en escena. Quiero que lo averigües.
– ¿Cómo? No.
– ¿Por qué no? Eres un hombre y él también. Puedes preguntarle si le gusta Betina.
– No cuentes conmigo.
Recordaba que era terco, pero no tanto.
– ¿Te he dicho ya lo irritante que puedes resultar? Mira, ambos son personas fantásticas, se merecen ser felices. Tan sólo quiero darles un pequeño empujón.
– ¿Necesitaste un empujón con Andrew?
Ella suspiró.
– Me preguntaba cuándo lo sacarías a colación.
– Estás prácticamente comprometida. ¿Por qué no iba a sentir curiosidad?
Meri trató de adivinar lo que Jack estaba pensando, pero, como era habitual, el no transmitía nada. Era una de sus extrañas características.
– Nos conocimos en una subasta benéfica. Había una exhibición canina y, de alguna manera, acabé enredada entre las correas y estuve a punto de caerme. Andrew acudió en mi auxilio. Fue muy romántico.
– Ya me imagino.
Meri ignoró su tono de sarcasmo. Quizá sabiendo que había otro hombre en su vida se mostrara menos arrogante.
– Fue divertido y encantador y me gustó desde el primer momento. Tenemos muchas cosas en común. Lo paso muy bien con él.
Lo había pasado muy bien con Andrew, se dijo pensando en los buenos momentos que había compartido con él. Llevaba seis meses viviendo en aquella parte del país y, aunque apenas se habían visto en aquel tiempo, hablaban con regularidad. Su relación parecía estar en suspenso y evidentemente a ella no le importaba. Algo en lo que iba a tener que empezar a pensar.
– ¿Él también es un genio?
– No, es encantadoramente normal. Inteligente, pero no demasiado. Me gusta eso en un hombre.
– ¿Qué sabes de él? ¿Lo has hecho investigar?
– Claro. Es un hombre normal. No está interesado en el dinero -respondió ella y su buen humor desapareció-. ¿Qué quieres decir? ¿Que nadie puede interesarse por mí si no es por el dinero?
– No, lo único que quiero es que seas feliz.
– Soy feliz. Andrew es mi hombre perfecto. Nos comprometeremos en cuanto vuelva a Washington.
No era cierto, pero sonaba bien.
– Enhorabuena.
Jack lo había echado todo a perder, pensó amargamente mientras se ponía de pie. Su alegría, su maravillosa velada…
– Sólo porque tú no creas en los compromisos no quiere decir que los sentimientos no sean ciertos -dijo ella-. Algunos buscamos un compromiso.
– Espero que eso sea lo que quieres.
– ¿Por qué no te creo? ¿A qué te refieres?
– A que si Andrew fuera tan importante para ti, no estarías seis meses lejos de él.
Meri se dirigió hacia la puerta.
– ¿Quién dice que eso es así?
Y con ésas, salió y cerró la puerta tras ella.
Estaba a tan sólo unos pasos de su habitación y se sintió relajada al entrar. Después de encender algunas luces, se acercó a la ventana y se quedó mirando el cielo.
Hacía una noche perfecta para ver las estrellas, pero no le apetecía. Ni siquiera con su nuevo telescopio. Se sentía dolida y no sabía por qué.
Quizá Jack tuviera razón. Si Andrew fuera tan importante para ella, no llevaría lejos de él seis meses. Pero así era y le había resultado relativamente fácil. Demasiado fácil. Si de veras estuviera enamorada de él, ¿no debería estar desesperada por estar con él?
El encontrar el anillo de compromiso la había sorprendido. No había sabido qué pensar de su proposición. Se había sentido feliz, pero había decidido que había llegado la hora de afrontar lo inevitable.
Se había enterado de que los amigos de Hunter iban a quedarse en la casa. Había aceptado el trabajo de California y se había preparado para enfrentarse al hombre que tanto la frenaba en su vida. Una vez se vengara de Jack, estaría bien.
– Eso es lo que está mal -susurró para sí misma-. Todavía quiero castigarlo. Una vez acabe con Jack, podré entregarle mi corazón a Andrew. Será una semana o poco más. Entonces, seré feliz.
Jack no pudo descansar en toda la noche. Se dijo que sería por haber tomado café, pero sabía que el problema eran las palabras de Meri.
A la mañana siguiente, archivó los documentos en su ordenador y abrió el primer cajón de la mesa de su despacho temporal. Había un sobre dentro, junto a una carta.
La carta llevaba allí desde el primer día en que había llegado. Había reconocido la letra manuscrita como la de Matt.
Por alguna razón, Jack había evitado la carta. Abrió el sobre y sacó la hoja.
Querido Jack:
Cuando leí que Ryan llamaba a este lugar en su nota «la guarida del amor», mi primera reacción fue reírme. Pero ahora que lo pienso, empiezo a creer que el nombre es bastante apropiado. Oh, y tenía razón cuando escribió que estábamos equivocados en las conclusiones a las que llegamos sobre las mujeres cuando estábamos en la universidad. ¿Te acuerdas? Pues ya puedes ir tachándolas. No sabíamos nada de las mujeres.
En cuanto a mí, esto es lo que he aprendido durante mi mes en esta cabaña: el trabajo no es lo más importante, como yo siempre había creído. Hay cosas muchos más importantes. Si tienes la suerte de encontrar a la mujer adecuada, de encontrar el amor, no lo dejes escapar. Llena muchísimo más de lo que el trabajo te podrá llenar jamás.
Que pases un buen mes, chaval.
Jack leyó la nota una vez más. Hacía tiempo que se había dado cuenta de que no sabía nada de mujeres. Tampoco le importaba, puesto que no buscaba una relación. En cuanto a Matt y a sus otros amigos, a veces los echaba de menos. Hunter había sido el que había conseguido mantenerlos unidos y se preguntó qué habría pasado si no hubiera muerto. Sin él, habían seguido caminos separados. Había momentos en que…
Se puso de pie y sacudió la cabeza. Necesitaba tomar más café para despejarse.
Bajó y se sirvió un café. Oyó que Meri y su equipo estaban en el comedor.
– La teoría de cuerdas está echando a perder la física teórica -dijo uno de los muchachos-. Todo tiene que ser definido y explicado, lo que supone perder mucho tiempo. Seguro que hay un por qué y un cómo, pero si no hay una aplicación práctica, ¿para qué molestarse?
– Porque no puedes saber la aplicación práctica hasta que no entiendas la teoría.
– No es una teoría. Son ecuaciones. Compara la teoría de las cuerdas con cualquier otra cosa. Por ejemplo con…
Siguieron hablando sin que Jack entendiera lo que estaban diciendo. Sabía que la teoría de las cuerdas no tenía nada que ver con cuerdas y sí con el universo.
– Todo eso es muy interesante -dijo Meri-. Pero no tiene nada que ver con el proyecto que tenemos entre manos. Vamos, volved al trabajo.
La discusión parecía haber terminado, aunque no estaba seguro.
Jack tomó su taza y salió de la cocina. Hunter podía estar orgulloso de Meri. Se había convertido en una mujer estupenda.
Sacó su teléfono móvil y apretó el botón de rellamada.
– Tienes que dejar de llamarme -dijo ella a modo de saludo-. Me estás empezando a poner nerviosa. Nos las estamos arreglando bien, podemos hacer el trabajo. Estás aburrido, y deja que te diga una cosa: no me gusta que pagues conmigo tus cambios de humor.
Él ignoró sus comentarios.
– Quiero que hagas averiguaciones sobre el hombre que está saliendo con Meri, Andrew Layman. Su dirección está en el expediente. Quiero saberlo todo de él. Al parecer, la cosa va en serio, y quiero asegurarme de que Meri no se involucre con un hombre que va tras su dinero.
– Jack, tienes que dejar de espiar a esa mujer. Si estás tan interesado, sal con ella. Si no, sal de su vida.
– No puedo. Es una rica heredera y eso la convierte en un interesante objetivo. Además, di mi palabra.
Bobbi Sue suspiró.
– Lo haré, pero sólo porque es mi trabajo y porque te respeto.
Él sonrió, imaginando lo mucho que a Meri le gustaría su secretaria.
– Tus alabanzas son lo que cuentan.
– Como si me lo creyera. Me llevará un par de días.
– No me iré a ningún sitio.
– Tienes que salir. Encuentra una mujer, de verdad, Jack. O te lías con Meri o dejas a esa chica en paz. No tienes derecho a hacer esto.
– Tengo todo el derecho.
Aunque Meri no lo supiera, lo necesitaba. Alguien tenía que cuidarla.
Colgó y volvió a la cocina por más café.
– Hola. ¿Qué tal va tu día? -preguntó ella entrando en la despensa-. ¿Has visto el paquete de lápices que puse aquí? A Colin le gusta usar lápices nuevos. Betina lo encuentra divertido, pero he de decirte que esos caprichos me resultan molestos. Había una caja entera por aquí…
Jack la oyó revolviendo y de repente la escuchó gritar. Se asomó a la puerta de la despensa y la vio agachada junto a la última estantería.
– ¿Te has dado un golpe?
– No -dijo ella y lentamente se puso de pie.
Llevaba una caja en la mano, pero no era de lápices. Era una caja de zapatos con pegatinas infantiles de unicornios, estrellas y arco iris.
– Esto es mío -dijo-. Hacía años que no la veía. La había olvidado. ¿Cómo ha acabado aquí?
Al no saber de que estaba hablando, Jack se limitó a encogerse de hombros.
Meri lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
– Son fotos de Hunter y de todos nosotros.
Dejó la caja a un lado de la encimera y la abrió. Había viejas fotos de un Hunter muy joven frente a una iglesia, probablemente en Europa. Tendría unos catorce o quince años y rodeaba con su brazo a Meri.
– Dios, cuánto lo echo de menos… -susurró Meri.
Betina entró en la cocina.
– Lápices, Meri. Se supone que tú eres la más inteligente aquí. No me estarás diciendo que no puedes encontrar un… -Betina se detuvo y miró a Jack-. ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué le has hecho?
– Nada -dijo Meri antes de que él pudiera defenderse-. No es por él. Mira.
Betina se acercó y tomó la foto.
– Eres tú y… ¿Hunter?
– Así es. Creo que estábamos en Francia -dijo sacando más fotos-. No puedo creerlo. Mira lo gorda que estaba. ¿Cómo nadie me aconsejó comer menos?
– La comida es amor -dijo Betina dejando a un lado las fotos-. Estás adorable y Hunter era todo un bombón.
Varios miembros del equipo de Meri entraron en la cocina. Poco después, todos estaban mirando las fotos y hablando de Hunter como si lo hubieran conocido.
Jack se quedó atrás. Por mucho que quisiera ver a su amigo, no deseaba abrir viejas heridas. Por un instante se preguntó si Meri necesitaría consuelo y miró a la gente que tenía a su alrededor. No le necesitaba a él para nada, lo que era lo mejor. No quería implicarse.
Meri pagó al conductor y metió la bolsa de comida china en la casa.
– ¡Ya está la cena! -gritó hacia las escaleras, sin saber si Jack bajaría o no.
Al verlo entrar en la cocina dos minutos más tarde, se alegró.
– ¿Por que no estás fuera con la brigada de empollones? -preguntó el mientras sacaba un par de platos del armario.
– ¿Brigada de empollones? -repitió sonriendo-. Eso les gustaría. Suena muy militar. Van a ir a un club en el lago Tahoe y no me apetece acompañarlos. Además, sabía que estabas solo, así que he preferido quedarme en casa y hacerte compañía.
– No estoy solo.
Parecía molesto, lo que hizo que Meri sonriera. Era muy fácil irritarlo. Si no fuera una persona tan estirada, sería normal. Claro que su actitud machista de querer estar siempre al mando era parte de su encanto.
– ¿Me acercas ésas? -preguntó ella, señalando unas copas que algún idiota había puesto en la balda más alta.
Mientras él las sacaba, ella llevó los platos y la comida a la mesa y luego tomó un par de cervezas de la nevera.
– ¿Te estamos molestando mucho? -preguntó Meri una vez sentados a la mesa.
– ¿Acaso te importa?
Se quedó pensativa unos instantes y luego contestó con sinceridad:
– Realmente no, pero me parece de educación preguntar.
– Me alegro de saberlo. Estoy quitándome trabajo.
– Tu compañía se especializa en proteger empresas en los lugares más peligrosos del mundo, ¿verdad?
Él asintió.
– Interesante -continuó ella-. Claro que tuviste entrenamiento en las Fuerzas Especiales.
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