Otra vez aquella mirada.

– Sí, eso es lo que hace mi compañía. Cuando dejé el ejército, quise crear mi propio negocio. Alguien tiene que reconstruir las carreteras en sitios como Irak y nuestro trabajo es mantener la seguridad de esa gente.

– Suena peligroso.

– Sabemos lo que hacemos.

– ¿No se supone que eras abogado?

– Estuve en el ejército después de que Hunter muriera.

Una manera interesante de sobreponerse a la pena, pensó. Quizá hubiera buscado el modo de estar tan ocupado para olvidar.

– ¿Qué dicen tus padres de esto?

– Todavía confían en que me ocupe de la Fundación Howington.

– ¿Lo harás?

– Probablemente no. No soy partidario de las fundaciones.

Ella tampoco, pero no era una mala opción. Su padre había disfrutado gastándose su dinero con mujeres jóvenes. La fundación de Hunter iba bien. Ella tenía su fondo fideicomisario, que nunca tocaba, y un buen salario que cubría todas sus necesidades. Si Hunter aún viviera…

– Alguna vez tendrás que enfrentarte al dolor -dijo ella.

– ¿Sobre la fundación? Ya lo tengo superado.

– No, sobre Hunter.

– Ya lo hice. Gracias por preguntar.

– No lo creo. Hay mucho más debajo de esa fachada.

Había defraudado a su amigo y eso tenía que incomodarlo. También la había defraudado a ella, pero por una vez no estaba enfadada con él. Quizá porque había llorado después de ver todas aquellas fotos que había encontrado y ahora se sentía mejor.

– En los días malos, me digo que eres un bastardo egoísta que nos engañó a todos. En los buenos, pienso que te quisiste quedar, pero no supiste controlar lo que estabas sintiendo. ¿Cuál de las dos versiones es la correcta?

– Ambas.


Meri esperó hasta la medianoche para subir al despacho de Jack y salir fuera a disfrutar de la belleza del cielo. No esperaba encontrárselo con su ordenador.

– No pensé que estuvieras aquí -dijo ella al verlo-. Es tarde y tienes que descansar.

– Veo que tus técnicas de seducción han cambiado. Por si te lo preguntas, son menos efectivas.

– No he venido a seducirte. Tengo cosas más importantes que hacer con mi tiempo.

– Entiendo -dijo él mirando hacia las puertas de cristal-. Crees que seré una molestia.

– Harás un montón de preguntas y no podrás evitarlo. Yo intentaré ser paciente, pero acabaré saltando e hiriendo tus sentimientos. No me apetece nada soportar tus cambios de humor.

Quería mirar al cielo y dejar que su belleza la impregnara. Sí, llevarse a Jack a la cama era su objetivo, pero ya habría tiempo para ello.

– Creo que mis sentimientos sobrevivirán.

– De ninguna manera. No irás a ponerte mujeriego conmigo.

No debería haber dicho eso y lo sabía. No pretendía retarlo, simplemente estaba impaciente por salir fuera y usar el telescopio.

Jack se puso de pie sin hablar y rodeó la mesa hasta colocarse frente a ella. Meri tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para poder mirarlo a los ojos.

– ¿Crees que soy mujeriego? -preguntó con un tono de voz peligroso.

– En absoluto -dijo rápidamente-. No pretendía decir eso. Se me ha escapado. Ha estado mal por mi parte y entendería que salieras de esta habitación enfadado.

Pero en lugar de hacer eso, él tomó un mechón de pelo de Meri y se lo colocó detrás la oreja.

– ¿Te gusta burlarte de los hombres?

Ella tragó saliva.

– Bastante.

– ¿Te funciona?

– La mayoría de las veces.

– Esta vez no.

Tomó su rostro entre las manos, se inclinó y la besó.

Ella presintió que iba a besarla y pudo haberlo evitado. Era sólo un beso, ¿no? Se habían besado antes y, a pesar de que le había gustado, se las había arreglado para mantener el control. Más o menos.

Pero esa vez no. Al instante en que su boca encontró la suya, comenzó a derretirse por dentro. Técnicamente era imposible, pero así lo sentía. Sintió que un gran calor la invadía y comenzó a acercarse más a él. Cuanto más se acercaba a Jack, más subía la temperatura de sus cuerpos.

Aquel no era igual que el beso que le había dado en el gimnasio. Era diferente. Era un ofrecimiento más que un beso robado.

Sin pensarlo, levantó los brazos y lo tomó por los hombros. Él la atrajo hacia sí hasta que sus cuerpos estuvieron completamente en contacto de hombros a rodillas.

Jack deslizó una de sus manos por el pelo de Meri y con la otra acarició su espalda lentamente. Continuó besándola y ella estuvo a punto de gemir de placer al sentir que le acariciaba con la lengua el labio inferior. Por suerte, pudo mantener el control. Incluso esperó unos instantes antes de separar los labios. No quería parecer demasiado ansiosa. Pero cuando sus lenguas se rozaron, lo último que pudo hacer fue mantenerse impávida. Todo su cuerpo suplicaba por ser acariciado.

La besó más intensamente, explorándola. Ella seguía sus avances, deseando excitarlo tanto como él la estaba excitando.

Inhaló la esencia de su cuerpo masculino y deseó ser capaz, de introducirse en él y conocer cuáles eran exactamente sus sentimientos en aquel momento. En cambio, inclinó la cabeza y continuó besándolo como si ese fuera su plan.

Sintió la firmeza de su erección contra su vientre. La deseaba y allí estaba la prueba física.

Debería haber sido un momento de regocijo. Debería haberse apartado y haber disfrutado de la victoria. Pero aunque se apartó, no dijo nada. Se quedó mirándolo a los ojos, al fuego de su mirada, en consonancia con el fuego que sentía en su interior.

Entonces, hizo lo único que tenía sentido. Se dio media vuelta y salió corriendo.

Capítulo Cinco

Si no hubiera habido veinte millones y una casa en juego, Jack se habría vuelto a Texas a la mañana siguiente. Pero tenía que quedarse allí un mes. Todos los otros muchachos habían sobrevivido su mes en Hunter's Landing y él también lo haría, aunque estaba convencido de que las semanas de sus amigos habían sido mucho más fáciles que las suyas.

No quería recordar el último beso que le había dado a Meri, pero no era capaz de pensar en otra cosa. Había sido diferente. Había sentido con intensidad la fuerza de su deseo hacia ella. La deseaba de una manera que le resultaba muy incómoda.

Meri sólo traía problemas. Había sido mucho más fácil tratar con ella cuando era una adolescente.

Entró en la cocina con intención de tomarse un café y se encontró a uno de los miembros del equipo sirviéndose una taza. Jack frunció el ceño, tratando de recordar su nombre.

– Buenos días -dijo el muchacho, y le dio la cafetera a Jack.

– Buenos días. ¿Colin, verdad? -contestó.

– Así es -respondió sonriendo-. Una casa estupenda.

– Estoy de acuerdo.

– Es de tu amigo, ¿verdad? El hermano de Meri, el que murió.

Era un comentario informal, pero aquellas palabras lo atravesaron como un cuchillo.

– Sí, Hunter hizo construir esta casa.

– Meri contó algo de que esta casa iba a ser donada al Ayuntamiento para destinarla al cuidado y tratamiento de enfermos. Eso está bien.

Así era Hunter. Quería hacer cosas incluso después de muerto.

– ¿Que tal va el trabajo? -preguntó Jack, que no quería seguir hablando de su trabajo-. ¿Algún avance?

– Todavía no. Teóricamente hay una manera de incrementar el empuje dentro de unos parámetros seguros, pero la naturaleza de nuestro planeta hace que al llegar más rápido y lejos siempre se produzca toxicidad. Meri está decidida a cambiar eso. Teniendo en cuenta lo limitado de nuestros recursos y la amplitud del espacio, hemos de llevar a cabo algunos cambios antes de poder salir a explorar el sistema solar, por no hablar de la galaxia.

Colin dio un rápido sorbo a su café antes de continuar.

– Lo cierto es que las próximas generaciones serán como los primeros vikingos. Lanzar cohetes será como las balsas que salían a lo desconocido. Si tenemos en cuenta su carencia de tecnología, la analogía es aún más interesante. Porque nos consideramos a la vanguardia comparado con lo que ahora sabemos de los primeros lanzamientos rusos. Era como si emplearan gomas elásticas y clips para sujetar todo. Pero si no hubiera tomado la iniciativa en el lanzamiento de cohetes, ¿se habría preocupado Kennedy por impulsar los viajes al espacio? Si supieras la cantidad de innovaciones que se deben al programa espacial… -de repente se detuvo, confuso-. ¿De que estábamos hablando?

– De cómo iba el trabajo.

– Ah, sí. Perdón. Me dejo llevar por el entusiasmo -dijo Colin-. Me gusta tu coche.

– Gracias.

Aquel coche deportivo no resultaba práctico, pero era divertido de conducir.

– Me gustaría tener un coche como ése.

– Cómprate uno -dijo Jack.

Alguien con el cerebro de Colin tenía que ganar mucho dinero.

– Me gustaría, pero no es una buena idea. No soy un buen conductor -dijo Colin encogiéndose de hombros-. Me distraigo fácilmente. Voy tan tranquilo y, si de pronto se me ocurre algo del trabajo, ¡zas!, pierdo la atención. Ya he tenido un par de accidentes. Conduzco un Volvo, es más seguro para mí y para el resto del mundo.

– Ya veo.

– Meri me dijo que tienes una compañía que opera en sitios peligrosos -dijo Colin-. ¿Es interesante?

– Es más un reto logístico. La gente necesita poder trabajar en los lugares peligrosos del mundo. Mis equipos se aseguran de que estén a salvo.

– Parece muy emocionante.

– Es una manera fácil de morir. Tienes que saber bien lo que estás haciendo.

Colin asintió.

– De niño, quería ir a West Point. Pero a los trece años ya estaba en la universidad. Además, no creo que hubiera superado el entrenamiento físico.

– Es un asunto de disciplina.

Colin sonrió.

– Quizá para ti. Para algunos de nosotros es un asunto de habilidad natural. Meri habla de ti mucho. Pensé que exageraba, pero veo que no. Es cierto que eres dinámico y poderoso. Seguramente se te dan bien las mujeres.

Colin parecía encogerse mientras hablaba. Jack no estaba seguro de cómo responder a aquellos comentarios. Lo que más le interesaba era el hecho de que Meri le había hablado sobre él. Por desgracia, ésa era una pregunta que no podía hacer.

– ¿Sientes algo por Meri? -preguntó finalmente.

– ¿Cómo? -dijo Colin abriendo los ojos como platos y colocándose las gafas sobre el puente de la nariz-. No. Es estupenda, no me entiendas mal, pero sólo somos amigos. No es el tipo de mujer que me atrae.

El primer impulso de Jack fue tomarlo del cuello y preguntarle qué demonios no le gustaba de Meri. Pero se contuvo.

Su segundo impulso fue marcharse, ya que no le gustaba hablar de temas personales. Pero entonces recordó la insistencia de Meri en que la ayudara a unir a Colin y Betina.

Se negaba a ser un casamentero, pero no pasaría nada por un par de preguntas.

– Tienes suerte -dijo-, al estar rodeado de mujeres guapas.

Colin parpadeó y dijo:

– Betina es guapa.

– Lo es. Meri me dijo que no era científica.

– Ella coordina el proyecto. Es una persona normal. Controla el tiempo y el presupuesto. Ella se encarga de las cosas -dijo con voz alegre-. Siempre huele bien y su piel tiene una calidad que…

– Parece alguien que merece la pena conocer.

– Lo es -dijo Colin, e hizo una pausa antes de continuar-. ¿Que quieres decir?

– ¿Está saliendo con alguien?

– No, no lo creo. Pero Betina sale con muchos hombres, prácticamente con uno diferente cada semana. Es muy divertida, pero no creo que encajarais.

Jack contuvo una sonrisa.

– Seguramente tienes razón. ¿Alguna vez vosotros dos…?

– Oh, no -dijo Colin dando un paso atrás-. Nunca hemos salido juntos.

– ¿Tampoco es tu tipo?

– No, probablemente no.

Colin parecía más resignado que otra cosa, como si hubiera perdido la esperanza.

Jack escuchó el autobús llegar y se disculpó. Subió a su despacho, pero al pasar por el descansillo que daba a las habitaciones, se detuvo. A Meri le gustaba entrar en su habitación sin avisar. Quizá fuera el momento de jugar su juego. El beso de la noche anterior la había puesto nerviosa y debería aprovecharse de esa ventaja.

Se dirigió a la habitación y abrió la puerta sin llamar. Meri estaba junto a la cama.

Las cortinas estaban abiertas y la luz del sol entraba en la habitación, iluminando cada centímetro de ella. El cabello le caía sobre la espalda y su piel brillaba. Tan sólo llevaba un par de diminutas bragas.

Se quedó mirando su cuerpo casi desnudo, reparando en la línea de la cintura, en su estrecha caja torácica y en sus perfectos pechos. Tenía un sujetador en cada mano, como si estuviera decidiendo cuál ponerse.

La miró a la cara. Parecía confundida. No había nada en ella de su habitual descaro.