Recordó el sarcasmo con el que Ryden le apuntara el teléfono, diciendole que podía utilizarlo para cancelar compromisos de trabajo. Como había sido de ingenua al pensar que podría ser una persona amable. Cuando le había visto recoger el camisón que estaba tendido en el suelo que con gran esfuerzo, trataba de alcanzar, llegó a pensar que existía cierta sensibilidad oculta en el corazón de piedra. Lo cierto es que ella debería de encontrarse bajo el efecto de los calmantes, porque le parecía una tarea casi imposible ponerselo.

Entonces, él se ofreció a ayudar.

Pero incluso aunque estuviese totalmente invalida, no tenía la suficiente intimidad con ningún hombre a aceptar dicha oferta.

– Me cambiare la ropa cuando se vaya. De todos modos, gracias.

En este punto se inclinó sobre ella, dispuesto a ayudarla. Ante la negativa, se detuvo por primera vez, el enojo fue sustituido por el desconcierto. Engañada por la reacción que confundió con bondad, Jennifer se sintió obligada a decirle todo.

– Acerca de Noel y yo… – Ryden recuperó inmediatamente la expresión de la agresividad, pero ella insistió: – Mi relación con él era…

– Sé muy bien lo que había entre los dos.

– No hay nada de lo que estás pensando, Ryden. Nos conocimos por casualidad cuando…

– Apuesto que tubo la noche anterior el tiempo suficiente para inventar una bonita historia, ¿no? Si crees que voy a creer una palabra de lo que quieras decir, estás equivocada, joven.

Dejándola aturdida, se apresuró a la oficina. Furiosa, Jennifer pensó en llamar a alguien para que fuera a buscarla, pero sabía que no había ninguna persona en Londres a quien podía apelar. Nunca se sintió tan sola en la vida. Dormir entonces, fue un gran alivio.

Una vez más, se vio la misma situación. No había nadie para ayudarla. Sació la sed con un vaso de agua junto con las pastillas, y diez minutos más tarde, decidió poner a prueba la pierna lesionada.

Después de mucho dolor, se las arregló para llegar al baño. Se sentó en el bidé, agotada, consciente de que había hecho más de lo que debería. Si ls próximas veces eran tan largas y arduas, no serían muy frecuentes.

Entrar en la bañera era aún más complicado. Por el reflejo del espejo, se dio cuenta de cómo estaba de pálida y desaliñada. Después del baño, seguro que se sentiría mejor.

Cuando Jennifer finalmente volvió a la cama, se sentía débil. Había perdido toda esperanza de recuperarse antes de que Ryden volviese.

Suspiró, insatisfecha con su suerte. Recordando cómo se encontraba de mal arreglada, se levantó otra vez para recoger el pincel de la bolsa de viaje. No es que importara mucho lo que podría pensar en su apariencia, pero ella misma se sentiría bien cuando se arreglara. Resolvió pasarse el lápiz labial y colorete también.

Para su sorpresa, Ryden llegó antes de lo esperado.

Sin embargo, cualquier idea que tuviese de que había vuelto a causa de ella, fue descartada de inmediato. Le tomó media hora hasta que llegó a verla.

Jennifer pensó que había gastado todo su tiempo libre para alimentar la ira que sentía por ella. Las sospechas se confirmaron al verlo entrar.

Tomando nota de que se había arreglado, Ryden comentó irónicamente:

– Veo que consiguió levantarse.

A pesar de que se estaba acostumbranda al tono de provocación con que la trataba, Jennifer se arrepintió de haberle dado esta oportunidad.

– Yo sólo podía llegar al baño. Estar atrapada en esta habitación me agrada tanto como a ti.

– ¿En serio? – Ryden miró con aire escéptico. – Debe odiar cada minuto.

La sangre se le subió a la cabeza de Jennifer. Ya era hora de que aquel hombre insoportable notara que existía una gran diferencia entre ella y Gypsys. No soportaba mas ser agredida.

– Mire usted, señor Kilbane! No me interesaría usted, incluso si fuera el último hombre en la tierra.

– Los dos sabemos que estaría interesada en cualquier persona que tenga una cuenta bancaria.

Al ver como se retiraba, se prometió que no le dirigiría más la palabra. Se indignó por la indiferencia que había mostrado por su pierna. Lo cierto es que ni se molestaría si fuera necesaria amputársela.

El enfado se alivió cuando Ryden le trajo una taza de té. Una hora más tarde, mientras disfruta de la maravillosa comida que le sirvió, comenzó a revertir la decisión.

Más tiempo pasó hasta que regresó, diciendo que se iba y le preguntó si necesitaba algo. A medida que la atmósfera entre ellos parecía haber mejorado puesto que iba a pasar allí la noche, Jennifer pensó en revelarle su verdadera identidad.

– No necesito nada, gracias – comenzó con educación, al pasarle el plato vacío. – La cena fue deliciosa. El cocinero está de…

– No fue yo quien lo hizo, son platos congelados.

– Escucha, Ryden, si me das un minuto podré explicarte acerca de Noel…

Al oír el nombre de su hermano, él tiró la bandeja a lo lejos.

– Escucha, no me gusta ni un poco de tenerla aquí, sin embargo, no puedo cambiar la situación. Ya que asumí esta responsabilidad, vas a obedecer mis órdenes.

– Pero yo sólo quería decir…

– En otras palabras, si no quieres que te ponga en la calle como está, tiene que guardarse para sí los trucos que usó para ganar a mi hermano.

– Resulta que Noel…

Ella se interrumpió de nuevo:

– No diga nunca mas el nombre de mi hermano. No puedo soportar a oírlo de la boca de cualquiera como tú.

Jennifer estaba realmente asustada por el tono amenazante. Sólo logró recobrarse quince minutos después de que se fuera. Lo odiaba con todas tus fuerzas.

"¡Idiota!" Él definitivamente no necesitaría mas decirle que se callase, no volvería a intercambiar una palabra con ese imbécil. Mucho menos con relación a Noel. "La justicia es lenta pero segura», pensó. Tomaría llegaría su venganza cuando Ryden, cabizbajo, viniera a pedirle perdón. Sin embargo, sabía que si no le contaba nada nunca sabría que estaba siendo injusto. Era obvio que Ryden no mencionaría su nombre a la única persona que podía decirle la verdad, porque no querría ver sufrir a su hermano, hablandole de su ex-novia.

Estaba entretenida con estos pensamientos, hasta que, alrededor de las once de la noche, el dolor la llevó de regreso a la realidad. Tomó algunas pastillas más, pero no tenía paciencia para esperar a que le hicieran efecto. Se levantó y fue al baño. Mojaba una toalla para hacer una compresa, cuando se ayó que Ryden llegaba.

Muy difícilmente vendría a preguntar cómo se encontraba, seguramente porque estaría furioso. Se equivocó. Estaba de espaldas a la puerta, pero pudo sentir su presencia. Trató de ignorarla, resultó ser imposible, sobre todo por escuchar su voz, libre de la agresividad habitual.

– Todavía te duele mucho?

– Incluso si usted no lo cree que me duele mucho, sí – contestó sin mirarlo. Removiendo la compresa, comenzó a enrollar el vendaje.

– ¿A qué hora tomó el analgésico por última vez?

– Una hora y media. – Incluso cuando se quedó en silencio, Jennifer sabía que la miraba. – No tiene nada mejor que hacer? – Le dijo con irritación. El mismo silencio. Así, llegó a la conclusión de que habla sola, terminó de hacer la cura, apoyó la pierna en el suelo para levantarse. Él todavía estaba allí.

La sorpresa, la desequilibró, el soporte más cercano era Ryden, se aferró a él. De nuevo sorprendida, se dio cuenta de que esta vez no se había movido. Sin embargo, la dignidad no le permitía ser ayudada por el "enemigo". Distanciándose, no queriendo que la viese ir cojeando a la cama, armándose de valor le dijo:

– ¿Te importaría salir de mi camino?

Él se movió, Jennifer trató de dar un paso.

– Esto es estúpido, jovencita…

Un instante después, queriéndolo o no, Jennifer fue cargada de vuelta a la habitación.

Ella hizo todo lo que pudo para mantenerse bien lejos él todo el camino. Sin embargo, cuando la colocaba en la cama, fue incapaz de evitar el contacto. Inmediatamente los dos se alejaron como si hubieran tenido un choque.

Seguro que Ryden había provocado el incidente, Jennifer lo interpretó como un insulto.

– Olvídalo, Kilbane, no va a lograr nada!

Indignado, la dejó caer al instante. Ella gritó cuando la pierna lesionada golpeó el colchón. Ryden suspiró y se fue, dejando en claro que no podía soportar mas la situación.

¿No esperar a verlo esa noche cuando entró llevando una bebida caliente y algunas galletas. El primer impulso fue mandarlo lejos, pero pensó que dormiría mejor si se alimentaba a un poco.

Él la trató con amabilidad exagerada:

– Lo siento, es té de nuevo. No he encontrado el chocolate en la despensa.

Jennifer estaba un poco confundido por el cambio de comportamiento, pero como yo sabía cual era el resultado es siempre trataba de mostrarse amistosa, asumió un tono agresivo:

– Dado que no tiene estricnina, el té parece muy bien.

Esperaba una respuesta en el mismo nivel, pero se quedó desarmada, al notar que Ryden había empezado a reír. Al darse cuenta de lo ridículo de la situación, ella tampoco pudo controlarse.

Sin embargo, su sonrisa desapareció de repente al ver la seriedad en la cara de él, que no desviaba los ojos grises de su boca.

Al darse cuenta de que Jennifer lo había notado, se fue abruptamente.

Esa noche, Jennifer no consiguió dormir bien. Los pensamientos volaron a la imagen de Ryden sonriendo y mirándola, fascinado. Llegó a la conclusión de que era sólo su imaginación.

A la mañana siguiente, parecía distante y serio, le trajo el café yéndose a trabajar, dejando a su desconsolada ante la perspectiva de otro día sin fin, tirada en la cama.

Pero Jennifer tuvo una sorpresa agradable ver que la rodilla mejoraba. Todavía no podía hacer acrobacias, pero sin duda, ir al baño sería menos doloroso.

Estaba aún más optimista al terminar de ponerse la compresa. Incluso se consideró la posibilidad de irse a casa sola.

Sin embargo, todos sus planes se vinieron abajo, cuando intentó ponerse de pie sin apoyo, se cayó. Frustrada, se metió en la cama, tomó dos pastillas para el dolor. Pero no abandonó la idea de irse ahora. Cuando a la hora del almuerzo, Ryden volvió aún taciturno, casi no pudo contener la rabia.

Una vez más friamente le puso delante de una bandeja con sándwiches, café y algunas revistas.

– No había necesidad de preocuparse… – La voz se apagó al verlo salir. En la puerta, Ryden se volvió, demostrando impaciencia, esperando que terminara la frase. – Quiero irme ahor. – Él miró con el escepticismo de otras veces. – Te estoy pidiendo que me lleves a casa!

– Tengo más cosas que hacer que llevarla a pasear.

Jennifer se quedó con los ojos fijos en la puerta, cuando le oyó salir del apartamento, quería tirar la bandeja al suelo. Si tan sólo pudiera seguirlo para poner fin a la conversación… Pero ése era el problema, no conseguía dar un paso.

Si Ryden no estuvo dispuesto a hablar en el almuerzo, por la noche, quien se negó a hablar fue Jennifer. Él fingió no darse cuenta de su mal humor, esperó a que terminara de comer y se fue. Deseando que tuviese una pésima salida, no pudo evitar preguntarse con quien habría salido. Seguramente, con una mujer sofisticada. Pensó que estaba empezando a alucinar cuando se dio cuenta que la imagen que veía en un elegante vestido era la suya. Trató de disipar esos pensamientos. recordando que Noel había dicho que sólo se quedaría en Londres durante la semana. No entendía por que Ryden no viajaba pues estaban a viernes. Tal vez su estancia allí había echado a perder todos sus planes. Empezó a sentirse culpable por ello. Los padres, que tanto ansiaba verlo, estarían decepcionados.

Trató de librarse de la culpa, concluyó que si él hubiera estado de acuerdo en llevarla a su casa, no necesitaba perder el fin de semana.

Cuando llegó Ryden, todavía se sentía deprimida. Pensando en sus padres que le recordaban a su vieja amiga, la señora Gemmill, que hasta hacía poco formaba parte de su vida. Cómo me gustaría que su compañera estuviera a su lado…

– ¿Necesita algo? – Su voz interrumpió sus pensamientos.

Jennifer negó con la cabeza, sin mirarlo mientras las lágrimas rodaban en silencio, no quería que la viese en ese estado.

– ¿Estás bien?

Ella asintió con la cabeza, deseando que saliese. Sin embargo, se acercó a la cama, consolándola:

– Sé que debe doler mucho, pero aguanta, que pronto estarás bien.

La solidaridad inesperada la hizo levantar la cabeza. Los ojos grises transmitían sinceridad. Era el colmo.

– ¡Oh, Ryden – estalló en sollozos.

Quería ocultar su rostro y sintió su brazo sobre su hombro.

– No llores.

Levantó la mirada y trató de sonreír pero no pudo. La proximidad era tal que podía sentir su respiración. El corazón se disparó.