Él asintió mostrando su aprobación.
– Estupendo. Cosas como jugar con los perros y pasear por los jardines, supongo. -Cuando ella arqueó las cejas, añadió-: La vi hoy, durante el té de la terraza. Usted y ese enorme perro estaban pasando un buen rato.
– Sí. ¿Usted no se divirtió?
– Desde luego, no tanto como usted. No fue sólo que me tocó sentarme otra vez entre las casamenteras, sino que no me gusta particularmente el té.
– ¿Ni el brócoli ni el té? -Ella chasqueó la lengua-. ¿Hay algo que le guste, señor Jennsen?
– Los espárragos. El café. -Tomó su copa y la miró por encima del borde-. Me gustan las cosas inusuales. Inesperadas. La gente que posee sentido del humor y que no teme hablar con franqueza. ¿Qué le gusta a usted?
– Las zanahorias. La sidra caliente. La gente que, como yo, se siente… extraña. La gente que posee sentido del humor y no teme hablar con franqueza.
Él esbozó una media sonrisa.
– Parece que he encontrado un espíritu afín. Gracias a Dios. Pensé que iba a tener que sufrir toda la estancia escuchando a Thurston y Berwick hablar de la caza del zorro.
– Es lo que hacen los caballeros en este tipo de acontecimientos. Pasean, comen, duermen, cazan, cuentan historias bellamente adornadas sobre cacerías y presumen de sus éxitos. -Sonrió ampliamente-. Además siempre puede jugar al piquet y al whist con las damas de compañía.
Él fingió estremecerse.
– Gracias, pero no.
– Puede que le guste jugar con lady Julianne y lady Emily. Las dos son expertas jugadoras, como mi hermana. Y aunque no hayan tenido oportunidad de probarlo, le aseguro que las tres son capaces de hablar de algo más que el clima. Simplemente deberá tratar primero ese tema. Uno debe hablar del clima para llegar a temas más interesantes.
– ¿Como cuáles?
– Ir de compras. La moda.
– Dios me ayude.
– La ópera. Ir de caza. -Curvó los labios-. O el matrimonio. En ese tema incluso se le unirán las damas de compañía.
– Me mata, lo sabe, ¿no? -Él introdujo la cuchara en el plato y con aire distraído removió la sopa-. No quería ofender a su hermana o a sus amigas. Lo cierto es que Thurston y Hartley son mortalmente aburridos. Ni siquiera las damas de compañía son tan malas como ellos. Su hermana y sus amigas han sido encantadoras.
– No lo dudo ni por un momento. Son todas muy hermosas.
– Sin duda. Su hermana especialmente.
Sarah sonrió.
– Sí, lo es. Y por dentro también.
– Entonces posee ciertamente una rara belleza. Y es afortunada de tener una hermana que piense tan bien de ella.
Sarah negó con la cabeza.
– Yo soy la afortunada, señor. Carolyn ha sido siempre mi modelo a seguir. Y mi mejor amiga.
Los lacayos quitaron los platos de sopa, luego sirvieron unas finas rodajas de jamón y crema de guisantes.
– Más comida verde -susurró el señor Jennsen, mirando con animosidad los guisantes.
– No se preocupe -le contestó Sarah también en un susurro-. Sólo quedan nueve platos más y acabará la cena.
Él emitió un pequeño gemido, y ella no pudo ocultar una sonrisa.
– ¿Podría recordarme por qué estoy aquí y no en mi casa de Londres donde la comida no es tan verde? -dijo él.
– No tengo ni idea. ¿Por qué vino a Langston Manor?
– Langston me invitó. No sé muy bien por qué, ya que no nos conocemos. Supongo que tiene intención de discutir conmigo algún asunto de negocios. Como ésas son mis conversaciones favoritas, estoy dispuesto a tolerar comidas verdes. -La miró de soslayo-. ¿Puedo suponer que usted vino a Langston Manor para ser una de las candidatas?
Sarah casi escupió la crema de guisantes por encima de la mesa. Después de tragar, le contestó:
– ¿Candidata a marquesa? Cielos, no. Nada de eso.
– ¿Por qué no? ¿Ya está comprometida?
Sarah clavó los ojos en él, para ver sí bromeaba, pero por increíble que pareciera, nada, ni en sus ojos ni en su expresión, delataba que así fuera.
– No, no lo estoy. -Y añadió por lo bajo-: ¿Ha oído que lord Langston ande buscando esposa?
– Es un rumor que circula por Londres. Cuando llegué ayer y vi tan imponente despliegue de hermosas invitadas, sin ningún tipo de compromiso, pensé que el rumor debía de ser cierto. -Luego él sonrió. Una sonrisa muy atractiva, decidió ella, tenía los dientes un poco asimétricos, pero blancos-. Así que no está usted comprometida. A pesar de la comida verde, esta cena mejora por momentos.
Ahora sí que supo que bromeaba.
– Sólo soy la acompañante de mi hermana.
– Y yo estoy aquí porque… Bueno, no estoy seguro. Pero por primera vez desde que llegué, me alegro de estar aquí. -Cogió la copa y la levantó hacia ella-. Un brindis. Por lo inesperado -sonrió de nuevo-, y por los nuevos amigos.
Como había hecho muchas veces desde que se había sentado -y con el ánimo cada vez más contrariado-, la mirada de Matthew se desvió hacia el extremo opuesto de la mesa. ¿Qué demonios pasaba entre la señorita Moorehouse y Logan Jennsen? Ese maldito sinvergüenza la miraba como si fuera un pastelito y él se muriera por el azúcar. Cada vez que Matthew los miraba, o se reían, o sonreían o tenían las cabezas juntas.
– Si no dejas de fruncirle el ceño a Jennsen, vendrá hasta aquí hecho una furia y te plantará cara -susurró Daniel, que estaba sentado a su izquierda-. Ya sabes lo groseros que son esos americanos.
– No estoy frunciendo el ceño -dijo Matthew. Maldición, ¿por qué demonios estaban brindando Jennsen y la señorita Moorehouse?
– Por supuesto que no lo haces. Siempre tienes esa profunda arruga entre las cejas como si estuvieras royendo una piedra. Lo que me gustaría saber es a quién no frunces el ceño… ¿Es Jennsen o la señorita Moorehouse quien te tiene tan malhumorado?
– No estoy malhumorado. Estoy… preocupado. Jennsen está acaparando a la señorita Moorehouse. Esa pobre mujer debe de aburrirse como una ostra.
Daniel miró al otro extremo de la mesa y de nuevo a su amigo.
– No parece aburrida. De hecho, parece estar pasando un buen rato.
Matthew siguió la dirección de su mirada. Sí, ella parecía estar pasando un buen rato.
– También Jennsen parece pasarlo bien.
Sí, maldita sea, eso parecía. Por razones que no podía explicar, Matthew tensó la mandíbula.
– Parece que no te cae demasiado bien -dijo Daniel, acercándose más hacia él para que nadie pudiera oírlos-. ¿Por qué lo has invitado?
En realidad, Jennsen no le había caído mal hasta hacía unos quince minutos.
– Por lo mismo que invité a todos los demás. Porque es rico.
– No entiendo cómo podría serte de utilidad a no ser que pretendas robarle.
– Ni en broma.
– Hummm. Y supongo que eres consciente de que aunque sea rico, la heredera con la que tienes que casarte debe ser una mujer.
– Ya me he dado cuenta, gracias. Lo invité porque posee una brillante mentalidad financiera. Planeo ganarme su amistad y luego solicitar su consejo sobre las mejores oportunidades de inversión.
Sí, ése había sido el plan. En ese momento, sin embargo, sentía enormes deseos de mandar a Jennsen de vuelta a Londres. De inmediato. Antes de que ese bastardo pudiera comerse con los ojos a la señorita Moorehouse otra vez. Demasiado tarde. El bastardo acababa de comérsela con la mirada de nuevo. Matthew sintió que le palpitaba un músculo de la mandíbula.
– Dios mío, hombre, tu cara parece que anuncia tormenta. Si no lo creyera imposible, diría que te sientes celoso de que Jennsen preste atención a la anodina señorita Moorehouse…
La voz de Daniel se desvaneció y Matthew se giró hacia él. Su amigo lo miraba con la mandíbula desencajada.
– Puede que mi cara parezca que anuncie tormenta -dijo Matthew con ligereza-, una descripción con la que no estoy de acuerdo, pero al menos no parezco una carpa con la boca abierta.
Daniel cerró la boca de golpe. Luego susurró:
– ¿Estás loco? Ella es… es…
– ¿Es qué? -preguntó Matthew incapaz de ocultar la frialdad de su voz.
– Bueno… No es una heredera.
– Me doy cuenta de ello. Ya te he dicho que no tengo ningún interés romántico en ella. -Una vocecita interior emitió una tosecilla y masculló algo que sonó muy parecido a «mentiroso».
Maldita vocecilla estúpida.
– Dios mío, hombre, no puedo explicármelo. En especial con una belleza como lady Julianne por aquí. Quien, como recordarás, es la heredera que tanto necesitas. Y, desde luego, no parece ni de lejos una… solterona. -Entrecerró los ojos y lo miró de manera especulativa-. Pero hay algo en la señorita Moorehouse que ha captado tu interés…, algo que no tiene nada que ver con sus secretos. Si eso fuese todo, tus ojos no le lanzarían puñales a Jennsen. Ni la mirarías a ella como si fuera un trocito de fruta jugosa que quisieras comerte.
– Te aseguro que nada hay más lejos de la realidad -dijo Matthew con rigidez.
«Mentiroso», repitió con desprecio la estúpida vocecilla.
– Si tú lo dices…
– Lo digo. Simplemente estoy… sorprendido del interés que la señorita Moorehouse muestra hacia Jennsen.
– ¿Sorprendido? ¿De que una solterona, especialmente una tan simple, centre su atención en un hombre atractivo, soltero y escandalosamente rico?
– Aunque la señorita Moorehouse está soltera, no está… disponible. Siente afecto por un hombre llamado Franklin. -Apretó los dedos involuntariamente alrededor del tallo de la copa.
– ¿Y cómo sabes eso? -preguntó Daniel.
– Vi un boceto que ella dibujó de él.
– ¿Y sus sentimientos son correspondidos?
Una imagen del íntimo boceto surgió en la mente de Matthew.
– Sí, así lo creo. -Frunció el ceño-. Me pregunto qué tipo de nombre es Franklin.
Daniel negó con la cabeza y se rió entre dientes.
– Por Dios, ahora sí que lo he oído todo. Cómo te metes en estos líos es algo que no entiendo.
– Que mostraras un poco de comprensión por mis aprietos financieros y maritales no estaría del todo mal, ¿sabes?
– Oh, créeme, te comprendo. -Daniel levantó la copa y le hizo un brindis-. Te deseo la mejor suerte del mundo, amigo. No dudo que la vas a necesitar.
Sarah abrió silenciosamente la puerta de su recámara y se asomó con cautela. Después de asegurarse de que el pasillo débilmente iluminado estaba vacío salió con rapidez de la habitación. Con el corazón latiendo desbocado, se obligó a caminar despacio y a componer una expresión de absoluta inocencia. En caso de que tropezara con alguien la excusa que tenía preparada para explicar por qué andaba por ahí a esas horas de la noche cuando debería estar acostada era que le había pedido prestado un pañuelo a su hermana y se le había olvidado devolvérselo. Si el hipotético transeúnte sabía que el dormitorio de su hermana estaba en la dirección contraria, simplemente fingiría confusión, se disculparía, y se daría la vuelta.
Pero esperaba no toparse con nadie. Todos los caballeros estaban en la salita, bebiendo brandy o lo que fuera que los caballeros hicieran después de la cena, y todas las damas, incluyendo las de compañía, se habían ido a la cama a dormir. O por lo menos esperaba que las damas de compañía estuvieran dormidas, porque la Sociedad Literaria de Damas Londinenses se reuniría en su habitación a la una de la madrugada. Exactamente dentro de dos horas.
Y tenía que conseguir una camisa antes de que llegaran.
Gracias a la conversación que había mantenido antes de la cena con la muy bien informada Mary, una de las criadas, Sarah sabía cuál era la habitación de lord Langston. Todo lo que tenía que hacer era colarse dentro, coger una camisa y volver a salir con sigilo. Si lord Langston estaba en la salita, y su ayuda de cámara Dewhurst tomaba el acostumbrado té de las once -otra información cortesía de Mary-, ¿qué problemas podría encontrar?
Un momento después, y sin que se encontrara a nadie en el pasillo, se detuvo ante la habitación de lord Langston. Aspiró profundamente y luego llamó a la puerta, dispuesta a jurar y perjurar que creía que era la habitación de su hermana si alguien contestaba a su llamada. Y si alguien lo hacía, rezó para que fuese el ayuda de cámara y no lord Langston, pues parecía estar de mal humor durante la cena. Cada vez que había mirado en su dirección -lo que para irritación suya, ocurría con más frecuencia de la que le gustaría reconocer- tenía el ceño fruncido. Al ver que nadie contestaba a su llamada, asió el pomo de la puerta y la abrió lentamente. Después de otra rápida mirada al pasillo para asegurarse de que no estaba siendo observada, cruzó el umbral y cerró la puerta. Se recostó contra la hoja de roble, esperando unos segundos a que su corazón dejara de latir a un ritmo tan frenético. Cuando inspiró profundamente, sus sentidos fueron invadidos al instante por el olor de él. El olor a ropa limpia y un leve indicio a sándalo. El tipo de olor que le haría exhalar un suspiro femenino… si ella fuera la clase de mujer que hiciera tal cosa, lo que por suerte no era.
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