Levantando el brazo, le agarró la muñeca y la llevó hacia arriba, deslizándola dentro de la bata y arrastrando la palma por su pecho desnudo. Un gemido le retumbó en la garganta y se pasó su mano por el pecho otra vez. Sarah empezó a tocarlo tentativa y lentamente cuando un sonido penetró la neblina de lujuria que lo rodeaba. Un sonido ronco, profundo, parecido a un… «guau».
Maldición. Con un esfuerzo hercúleo, levantó la cabeza. Se la quedó mirando fijamente, cautivado por la visión que ofrecía. Parecía completamente excitada y perdida en la misma neblina nebulosa que lo rodeaba a él. La respiración errática se escapaba de entre sus labios carnosos y húmedos, y tenía los ojos entrecerrados. Él giró la cabeza y le dirigió a Danforth una mirada airada que debería haber hecho que el animal se escabullera de su habitación con el rabo entre las piernas. Pero la mirada de Danforth saltó de él a la señorita Moorehouse, y Matthew casi podía oír a su perro pensando: «Bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí?»
Danforth miró a la señorita Moorehouse con una expresión de adoración, se relamió y emitió otro «guau». Luego pareció como si el can sonriera ampliamente, y con un firme empujón del hocico apartó a Matthew y se coló entre ellos dos. Luego se sentó sobre el pie desnudo de Matthew y procedió a jadear como un perrito contra su pierna desnuda.
Maldición.
Devolvió la atención a la señorita Moorehouse. Ella clavaba los ojos en él con una expresión deslumbrada que se correspondía a la perfección con la manera en que él se sentía. Su mano aún reposaba sobre su pecho, justo encima del lugar donde su corazón latía como si acabara de llegar corriendo desde Escocia.
– Santo cielo -dijo ella con voz jadeante y ronca.
Si él se hubiera sentido capaz de hablar, habría expresado un sentimiento similar, aunque lo que habría dicho él sería algo parecido a: «Por todos los infiernos, ¿qué demonios ha ocurrido?»
– No tenía ni idea -susurró ella-. Me lo había preguntado…, pero jamás lo había sospechado…, ni en mis más descabellados sueños. -Y emitió un suspiro largo y placentero, que rebotó contra su piel-. Oh, Dios…
Él frunció el ceño. Por sus palabras parecía como si ella nunca hubiera sido besada, antes. Pero seguro que una mujer que había dibujado a un hombre desnudo había sido besada. Aunque había algo demasiado inocente en ella. Y la respuesta al beso, aunque innegablemente apasionada, le había parecido poco experimentada. ¿Era posible que hubiera sido la primera vez?
Antes de que él pudiera salir de su ensimismamiento y preguntar, ella parpadeó varias veces, luego levantó la cabeza de la pared y miró de reojo al suelo.
– ¿Supongo que esa masa informe de color café es Danforth?
Al oír su nombre, Danforth emitió otro «guau» ahogado y meneó el rabo sobre el suelo de parqué. Matthew se aclaró la garganta.
– Eso me temo.
– ¿Cómo ha llegado aquí?
– Sabe abrir las puertas. -Le dirigió a su mascota una mirada airada-. Yo le enseñé. -Y ahora mismo deseaba no haberlo hecho. El maldito perro se había pasado de listo. Y tenía un terrible don de la oportunidad.
«¿O había sido perfecto?» Su sentido común le decía que Danforth había salvado la situación. Había interrumpido algo que jamás debería haber empezado. Su excitado cuerpo, sin embargo, disentía por completo. Y una simple mirada a la señorita Moorehouse con los labios húmedos y el pelo suelto lo hacía desear volver a estrecharla entre sus brazos.
La mano de Sarah se apartó de su pecho, y él de inmediato echó de menos su contacto. Con un sonido avergonzado ella se retiró el pelo alborotado hacia atrás.
– Yo… siento la necesidad de decir algo, pero no sé qué.
Dijo esas palabras sin rastro de coquetería o argucia, y él no pudo evitar tomar un mechón suelto de su cabello para colocárselo detrás de la oreja.
– Usted es… magnífico. -Ella asintió con expresión seria-. Sí, quizá sea la palabra correcta. Usted es magnífico.
Él esbozó una sonrisa.
– Gracias. Pero es usted quien es… magnífica.
Lo estudió durante varios segundos mientras la confusión atravesaba sus rasgos. Luego negó con la cabeza.
– No lo soy. Sé que no lo soy. Y esto…, lo que ha sucedido entre nosotros, no debería haber sucedido. No debería estar en su dormitorio y nosotros no deberíamos habernos…
– ¿Besado? -le sugirió amablemente cuando su voz se desvaneció.
– Besado -repitió ella en un ronco susurro que provocó que él cerrara los puños para no agarrarla de nuevo.
Luego Sarah sacudió la cabeza como para despejarla de telarañas, y extendió la mano para coger las gafas del escritorio. Después de ponerse las gafas, lo miró. Todo rastro de deseo y excitación había abandonado sus ojos, reemplazados por la frialdad de alguien a quien no le importaba nada.
– Perdone, milord. No sé lo que me sucedió. No hago esto normalmente… -frunció el ceño y luego continuó en tono enérgico- no me comporto de esta manera. Creo que debemos olvidar lo que ha ocurrido.
– ¿Lo hará?
– Sí, ¿no lo hará usted?
– Creo que tiene razón en que deberíamos intentarlo. Pero, sin embargo, creo que no podremos.
– Tonterías. Uno puede hacer cualquier cosa que se proponga. Y ahora, debo irme. -Se alejó de él y se inclinó para recoger la camisa que se le había caído. Danforth estaba sentado sobre la manga y ella tuvo que tirar con fuerza varias veces para sacar la tela de debajo del perro. Y luego, la mujer que sólo unos momentos antes había temblado entre sus brazos atravesó el dormitorio a paso vivo y abandonó la habitación cerrando la puerta a sus espaldas sin volver la vista atrás.
Él clavó los ojos en la puerta cerrada durante varios segundos, luego con un suspiro se pasó las manos por el pelo y sacó el pie de debajo de Danforth. Quizá la señorita Moorehouse podría olvidar ese beso, pero sabía que él no lo haría.
La pregunta era: ¿qué pensaba hacer al respecto? ¿Y con ella? No tenía ni idea. Y además estaba el hecho de que lo había visto desnudo, y él siempre había creído en el juego limpio.
¿No debería hacer algo sobre eso? Tenía claro lo que quería hacer, Hummm. Parecía que las cuestiones que involucraban a la señorita Moorehouse lo hacían pensar demasiado. Y tenía el presentimiento de que pensar en ella le acarrearía demasiadas dificultades.
Capítulo 7
Diez minutos antes de que llegaran las demás chicas para la cita de la una de la madrugada, Sarah estaba delante del gran espejo de cuerpo entero de su dormitorio clavando la vista en su reflejo. Se había puesto un camisón blanco de algodón y una sencilla bata de algodón blanco que llevaba anudada en la cintura. Luego se había peinado el indomable pelo en una gruesa y sencilla trenza. Estaba igual que todas las noches, completamente normal. Pero no se sentía igual.
Levantó la mano y se pasó la yema de los dedos por los labios. Cerró los ojos y se le escapó un suspiro de placer. Nunca, ni siquiera en sus sueños más descabellados, ni una sola vez en las incontables horas que había permanecido despierta por la noche imaginando que la besaba un hombre, que la tocaba un hombre, había sospechado que la realidad pudiera ser tan increíblemente maravillosa.
Aquella deliciosa sensación de su cuerpo presionando el suyo, de sus labios en los suyos, de su lengua tocando la suya mientras con sus manos le acariciaba suavemente el pelo y le apretaba la espalda para atraerla más hacia él. La embriagadora sensación de la piel de su pecho bajo la palma de su mano, el agitado murmullo de su respiración, la abrumadora sensación de su dureza presionando contra la unión de sus muslos. Un intenso calor la invadió y apretó las piernas en un esfuerzo para reducir el dolorido pálpito donde él había presionado tan íntimamente contra ella, pero fue inútil.
Lo había sentido caliente. Firme y grueso. Ser envuelta por sus brazos era como ser abrasada por una manta suave secándose bajo los cálidos rayos del sol. Su pelo mojado había sido como seda húmeda bajo sus dedos. La había abrazado, la había besado, la había tocado con una ardiente pasión que ella nunca creyó que podría experimentar más allá de su imaginación. Y a pesar de lo activa que era su imaginación, nunca hubiera concebido una escena como la que había compartido con lord Langston.
¿Por qué? ¿Por qué la había besado así? Abrió los ojos para estudiar su reflejo y negó con la cabeza, completamente confundida. Nada de lo que reflejaba el espejo inspiraría la pasión de un hombre. Quizás él había estado bebido, aunque por lo que ella había visto, no olía ni sabía a nada de eso. Lo más humillante era considerar que lo más probable era que él hubiera estado pensando en otra mujer. Fingiendo que ella era otra persona. Que era una mujer hermosa. No había otra explicación lógica. A menos que…
Quizá la había besado para distraerla de que guardaba un cuchillo en el dormitorio, un cuchillo que había presionado contra su garganta cuando la creyó un intruso con intención de hacerle daño, ¿Guardarían todos los caballeros un arma como hacía lord Langston? Quizá. O quizá sólo lo hacían los caballeros que tenían algo que ocultar, Y era justo lo que había estado pensando hasta que… él consiguió que dejara de pensar con un beso.
Se le escapó otro suspiro. No importaba que él hubiera estado pensando en otra persona o tratando de distraerla, ahora ella conocía esa magia de la que sin querer había oído hablar a otras mujeres. Ese encantamiento al que Carolyn tan a menudo había aludido. Era embriagante. Era adictivo. Y, se temía, inolvidable.
¿Lo notarían su hermana o sus amigas? ¿Podrían notar a simple vista ese calor resplandeciente que pulsaba en su interior?
Se acercó más al espejo. No. Con las gafas puestas, aún parecía la Sarah de siempre.
Sonó un suave golpe en la puerta y apartó la mirada del espejo para cruzar rápidamente la habitación. Abrió la puerta para descubrir a Carolyn, Julianne y Emily en el pasillo, agarrando firmemente algo contra las batas.
– Parece ser que todas hemos tenido éxito en el juego de búsqueda -dijo Sarah después de que entraran las tres y cerrara la puerta.
– Sí -dijo Emily, con los ojos brillantes de excitación-. ¿Conseguiste la camisa de lord Langston?
«Entre otras cosas.» El rubor le inundó la cara.
– Sí. -Se aclaró la garganta-. Espero que haya ido todo sobre ruedas.
– Entré en el dormitorio de lord Thurston y estuve fuera, con la corbata en la mano, en menos de un minuto. -Presumió Emily, esbozando una sonrisa al colocar su tesoro sobre la cama-. Fue muy fácil.
– Lo mismo me ocurrió a mí -dijo Julianne, añadiendo las botas de lord Berwick que había obtenido-. No me encontré con nadie, pero el corazón me latía tan rápido que llegué a pensar que me desmayaría.
– Coger los pantalones de lord Surbrooke de su armario fue tan sencillo como coger margaritas en el jardín -dijo Carolyn con una sonrisa, mostrando su prenda antes de colocarla encima de las otras dos sobre la cama.
– Sarah dijo que los hombres eran unos memos -dijo Emily con una sonrisa traviesa-, y parece que, al menos en esta ocasión, está en lo cierto. -Miró a Sarah-. ¿Cómo te fue?
La cara de Sarah ardió todavía más y supo que debía de estar roja como un tomate.
– Bien. No tuve ningún problema. -Al menos ninguno que pensara compartir. Añadió la camisa de lord Langston al montón y luchó para borrar de su mente la imagen de él mojado y desnudo. Intentó concentrarse en la sonrisa de Carolyn.
– Podremos hacer un ejemplar estupendo de nuestro Hombre Perfecto con todos estos artículos -dijo Sarah-. Todo lo que necesitamos es rellenar las prendas con trapos o palos y tendremos al señor Franklin N. Stein.
– Podríamos acercarnos al pueblo y comprar los palos -dijo Julianne-. Los caballeros tienen programado un torneo de tiro con arco para mañana, será el momento perfecto -dijo con una amplia sonrisa-. Me encanta ir de compras.
Todas se rieron, y Emily sugirió:
– Hagamos una lista de las cosas que nuestro Hombre Perfecto diría y haría.
Todas estuvieron de acuerdo. Sarah se sentó detrás del escritorio mientras las demás se sentaban con las piernas recogidas sobre la colcha color marfil de la cama. Con la pluma en la mano, Sarah preguntó:
– Además de estar encantado de acompañarnos de compras, ¿Qué más diría?
Julianne se aclaró la voz y adoptó un tono grave.
– Pasar el día en mi club no es tan importante, querida. Prefiero quedarme contigo.
– Me gustaría bailar otra vez -añadió Emily, imitando también la voz de un hombre.
– Eres la mujer más bella que he visto nunca -fue la sugerencia de Carolyn.
– La mujer más inteligente y con las opiniones más interesantes -agregó Emily.
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