– Podría hablar contigo durante horas -dijo Julianne. Sus palabras acabaron con un suspiro soñador.

– ¿Estás cansada, mi amor? ¿Por qué no te sientas en el sofá y me dejas darte un masaje en los pies?

Todas estallaron en risitas tontas ante la última sugerencia de Carolyn, mientras la mano de Sarah volaba sobre el papel para apuntar todas las ideas.

– Me encanta el sonido de tu nombre -dijo Emily.

Una imagen de lord Langston vestido con la bata, el pelo mojado y la mirada clavada en su cara, pasó como un relámpago por la mente de Sarah. «Recuerdo su nombre…, señorita Sarah Moorehouse».

– Tu pelo es precioso -dijo Julianne.

Sarah detuvo la mano y cerró los ojos, rememorando esas mismas palabras con otra voz.

– Y también tus ojos -agregó Emily.

«¿Nadie le ha dicho nunca lo bonitos que son sus ojos?»

– Hueles muy bien -agregó Carolyn.

– Como las flores del jardín bajo un sol estival -Sarah no pudo evitar que las palabras de lord Langston escaparan de su boca y levantó la cabeza de golpe. Se encontró con que su hermana y sus amigas asentían con aprobación.

Con la cara ardiendo, Sarah centró toda su atención en la lista con celo renovado.

– Creo que él debería decir «quiero besarte» con mucha frecuencia -decretó Julianne.

«Quiero besarla.» Las palabras reverberaron en la mente de Sarah, calentando cada una de sus células. Ella había oído esas mismas palabras hacía un rato. Y lo cierto era que habían sido perfectas.

– También debería repetir continuamente «te quiero» -dijo Carolyn con suavidad-. Son las palabras más hermosas que he oído nunca.

El tono triste en la voz de su hermana devolvió a Sarah a la realidad y le dijo:

– Te quiero, Carolyn.

Como si lo estuviera esperando, su hermana sonrió.

– Yo también te quiero, cielo.

Sarah se ajustó las gafas y preguntó:

– ¿Qué es lo que haría nuestro Hombre Perfecto?

– ¿Quieres decir además de acompañarnos de compras, bailar, hablarnos y decirnos lo magníficas que somos? -preguntó Emily.

De nuevo las roncas palabras pronunciadas por lord Langston invadieron la mente de Sarah. «… Es usted quien es… magnífica.» Se aclaró la voz.

– Sí. Además de todo eso.

– Flores -dijo Julianne-. Debería traer flores.

– Y llevarnos de excursión en plan romántico -agregó Emily.

– Tomarse tiempo para saber qué cosas nos gustan y luego ofrecérnoslas -dijo Carolyn-. No tienen que ser cosas caras ni elaboradas. Sólo… detalles. -Su mirada adquirió una expresión lejana-. De los regalos que me hizo Edward, mi favorito fue un simple pensamiento. Secó una de esas flores, que son mis favoritas, entre las páginas de un libro de poemas de Shakespeare, justo en las páginas de mi soneto favorito. La flor provenía del jardín donde compartimos nuestro primer beso. -Una sonrisita iluminó su cara-. No le costó nada, pero para mí fue de un valor incalculable.

Sarah hizo la anotación en un lado, levantó la vista y preguntó:

– ¿Alguna cosa más?

– Creo que ahora nuestro hombre es realmente perfecto -dijo Julianne-. Lo único que nos queda por hacer es crearlo físicamente.

– Podemos reunimos aquí mañana por la tarde después de ir de compras -sugirió Sarah.

– ¿Vas a venir? -preguntó Carolyn.

– Si no os importa, preferiría quedarme aquí y explorar el jardín para hacer algún dibujo. Las plantas son espectaculares. -Esbozó una sonrisa-. Quizás estas preciosas damas puedan tentar a algún caballero a acompañarlas de compras.

Emily miró al techo.

– Es bastante improbable. Sin duda alguna preferirán cazar algunos zorros. Me senté al lado de lord Thurston en la cena, y ese hombre, aunque es muy bien parecido, es capaz de aburrir a un santo. Fue incapaz de hablar de nada que no fueran caballos.

– Pero no es un hombre desagradable -dijo Julianne-. La verdad, todos los caballeros aquí presentes son agradables. Y el señor Jennsen parecía muy entretenido con nuestra Sarah.

– Yo también lo noté -dijo Carolyn-. Ese hombre no podía apartar la vista de ti.

Fue el turno de Sarah de mirar al techo.

– Estaba siendo educado. Y bastante agradecido de no tener que hablar sobre la caza del zorro con lord Thurston y lord Berwick, como había hecho la cena anterior.

– Lord Langston y lord Surbrooke son también muy amables -admitió Emily-. Por supuesto eso cambiará si mamá y la tía de Julianne, Agatha, no cesan en esos pocos sutiles esfuerzos de casamenteras.

– Esfuerzos que se dirigen también hacia lord Berwick, lord Thurston y lord Hartley -añadió Julianne con un profundo ceño en la frente-. ¿Creéis que alguno de los caballeros presentes podría ser el Hombre Perfecto?

Emily negó con la cabeza.

– No. Tal hombre no existe, de otra manera no habríamos tenido que crearlo. -Emitió un dramático suspiro-. Pero ¡qué maravilloso sería que existiera!

Sí, sería algo maravilloso, aunque poco realista. Sarah recogió las prendas de vestir y las escondió en su baúl de viaje que estaba guardado en el fondo del armario. Las damas se dieron las buenas noches y prometieron encontrarse la tarde siguiente para dar vida a Franklin N. Stein.

Sarah cerró la puerta tras su partida, pero segundos después alguien llamó con un golpe seco. Abrió la puerta y se encontró con Carolyn en el pasillo. Después de que su hermana entrara en la habitación, le dijo:

– Sé que debes de estar cansada, Sarah, pero… -Extendió la mano y tomó la de Sarah-. Quería decirte lo feliz que me siento de que estés aquí conmigo.

Sarah se sintió aliviada de que la razón por la que Carolyn había regresado a su dormitorio no fuera nada malo.

– No más que yo.

– Lo sé, y te lo agradezco. Estas reuniones contigo, Julianne y Emily, y las aventuras de la Sociedad Literaria, son justo lo que necesito. -Una sonrisita apareció en los labios de Carolyn-. Por supuesto, estoy segura de que ya lo sabías.

– No puedo negar que esperaba que te divirtieras.

– Espero que tú también te estés divirtiendo. -Los ojos de Carolyn escrutaron su cara-. Veo que este viaje también ha sido bueno para ti. Confiaba en que ausentarte de tu rutina habitual, y alejarte de mamá, te permitiera extender un poco tus alas -le dirigió una breve sonrisa-. Y sabía que te gustarían los célebres jardines del marqués.

Sarah parpadeó.

– ¿Estás intentando decirme que en vez de venir por ti, como yo pensaba, tú querías venir por mí?

Carolyn sonrió ampliamente.

– Hay un dicho que dice que las grandes mentes piensan igual.

Sarah estaba sorprendida y emocionada, y añadió:

– Cierto. Pero no tienes que preocuparte por mí, Carolyn. Soy muy feliz.

– Sí, eso lo veo. Hay un… brillo nuevo en ti, y me alegro mucho.

Un profundo sonrojo cubrió rápidamente las mejillas de Sarah. Antes de que pudiera añadir nada más, Carolyn la besó en la mejilla y agregó:

– Buenas noches, cielo. Duerme bien. -Y luego se marchó, cerrando la puerta sigilosamente.

Sarah soltó un largo suspiro. Estaba claro que su brillo interior saltaba a la vista, al menos para Carolyn, que la conocía mejor que nadie. Era de agradecer que su hermana desconociera su procedencia. Lo que le hizo recordar la pregunta de Julianne: «¿Creéis que alguno de los caballeros presentes podría ser el Hombre Perfecto?»

Soltó un suspiro exasperado, enfadada consigo misma por ser tan caprichosa y poco práctica. No, el Hombre Perfecto no existía. Era sólo producto de la imaginación. Aunque… lord Langston, no podía negarlo, había sido perfecto tanto besando como preocupándose por ella. Había dicho varias de las cosas de la lista que diría el Hombre Perfecto y cumplía varios requisitos de la primera lista, la de los rasgos del Hombre Perfecto. Además de ser un hombre que sabía besar, lord Langston era guapo, ocurrente e inteligente. Y ella podía dar fiel testimonio de que era sorprendentemente apasionado y de que le hacía sentir mariposas en el estómago. No estaba segura de si era amable, paciente, generoso, honorable y honesto. La verdad era que los dos últimos rasgos podían ser puestos en entredicho, dados los secretos que guardaba. Estaba claro que sabía mucho menos de jardinería de lo que la gente pensaba. Y además, si no llevaba gafas… ¿cómo podía ser perfecto?

Y aun así, si fuera el Hombre Perfecto, ¿de qué le valdría a ella? Nunca sería su Hombre Perfecto, puesto que ella no atraía precisamente a hombres así. Pero mejor que él no lo fuera porque corría el riesgo de enamorarse locamente de él.

Y eso sería un desastre de proporciones gigantescas; simplemente le partiría el corazón en dos.

Pero si después de averiguar más cosas sobre él descubría que estaba cerca de ser perfecto, tendría que dejar de pensar en él inmediatamente. Y tendría que olvidarse de su beso. De la sensación de sus caricias. De la textura de su piel bajo los dedos. De su sabor.

Por desgracia, sospechaba que sería más fácil pensarlo que hacerlo.


– Excelente disparo, Berwick -dijo Matthew cuando la flecha de su invitado cayó en el anillo de nueve puntos de la diana que estaba al otro lado del césped.

Lord Berwick bajó el arco.

– Gracias. Creo que eso me da posibilidades.

– Va mejor que Jennsen, pero a él aún le falta disparar una flecha -le recordó Matthew.

Después de observar la calmada y constante determinación que Jennsen había exhibido durante las dos últimas horas en el campo de tiro con arco, Matthew ya no se preguntaba por qué ese hombre tenía éxito en los negocios. Aunque era el menos experimentado de los arqueros, Jennsen había ido a por sus adversarios uno por uno, nunca había parecido cansado ni sudoroso. Incluso en las ocasiones en que su disparo era menos brillante su absoluta confianza estremecía a los demás tiradores, obligándolos a cometer errores imperdonables. A lo largo del torneo la atmósfera de amigable competencia había desaparecido dando paso a una tensión casi palpable, sobre todo en las dos últimas rondas. Hartley y Thurston se había dejado llevar por la frustración en varias ocasiones; Thurston había llegado incluso a romper una flecha con la rodilla.

Cada una de las rondas había resultado ser muy competitiva. Daniel ganó la primera ronda, y Matthew la segunda. Hartley y Thurston se disputaron la tercera ronda, ganando finalmente Hartley con un tiro perfecto. Jennsen había ganado la cuarta y Berwick la quinta. Todos habían estado de acuerdo en que ésa era la última ronda y ya habían llegado al último tiro.

– Jennsen necesita obtener diez puntos para ganar -dijo Thurston, mirando al americano. Un frío brillo inundó sus ojos-. ¿Alguien quiere hacer esto más interesante?

Logan Jennsen le dirigió una fría mirada a Thurston, luego miró decidido a Berwick.

– Apuesto cinco libras a que hago el mejor tiro.

Berwick arqueó una de sus cejas rubias y esbozó una sonrisa divertida.

– Yo apuesto diez a que pierdes.

– Lo veo -dijo Hartley, mirando al americano con la misma falta de cordialidad que Thurston-. Apuesto por Berwick.

– Yo también -dijo Thurston. Se giró hacia Daniel-. ¿Por quién apuestas, Surbrooke?

Daniel sonrió.

– Por Jennsen. -Matthew detectó la rabia que brillaba en los ojos de Berwick.

– Acabarás arrepintiéndote -dijo Berwick en tono gélido.

Daniel se encogió de hombros.

– No me importa perder.

– ¿Y tú, Langston? -preguntó Berwick, fijando su mirada azul en Matthew-. ¿Por quién apuestas?

Matthew levantó las manos en señal de fingida rendición, esperando aligerar la tensión que crepitaba en el aire.

– Como soy el anfitrión sería descortés por mi parte no demostrar imparcialidad. Por lo tanto, me mantendré neutral y os desearé a los dos buena suerte.

Sin embargo, Matthew apostó mentalmente por Jennsen. La conducta de ese hombre dejaba claro que estaba acostumbrado a obtener lo que quería, y lo que quería en ese momento era superar a Berwick, y reírse de Hartley y Thurston.

Matthew había oído rumores de que la decisión de Jennsen para abandonar su América natal estaba motivada por algo más que el deseo de expandir sus negocios, y que su pasado no era tan limpio como cabía suponer. Había ignorado los rumores porque provenían de los competidores de Jennsen, pero ahora, después de haber visto la fría determinación y el férreo control que exhibía en el campo de tiro, no podía por menos de preguntarse si esos rumores no serían ciertos.

Con la misma serenidad que había exhibido durante todas las rondas, Jennsen levantó el arco y apuntó. Segundos más tarde la punta de la flecha impactaba contra el círculo de diez puntos. Se giró hacia Berwick, y Matthew pudo apreciar que no había ningún brillo de triunfo en los oscuros ojos de Jennsen. Más bien, miraba a Berwick con una fría e indescifrable expresión que Berwick devolvió con la misma frialdad antes de inclinar la cabeza admitiendo su derrota.