Matthew vaciló un instante, maldiciéndose interiormente por no haber preguntado a Paul.

– No.

– ¿Y las straff wort?

– Tampoco. Como tú misma puedes ver, en esta zona del jardín sólo hay una rosaleda.

Ja. Vale. Incluso él sabía lo suficiente sobre rosas para engañar a una autoproclamada experta en jardines.

– Entonces, ¿las tortlingers y las straff wort están en otra zona del jardín?

– Obviamente.

– ¿Estarías dispuesto a enseñármelas?

– Por supuesto. Pero no ahora.

– ¿Por qué no?

– Porque ahora mismo pienso escoltarte hasta la casa y luego volveré a dedicarme a mis asuntos, sean los que sean.

– No harás eso, porque no pienso irme. Lo que vas a hacer es decirme exactamente qué estabas haciendo aquí fuera. Sin mentiras.

– No me gusta que me llamen mentiroso, Sarah.

– Entonces te sugiero que dejes de mentir. -Ella hizo una dilatada pausa, luego añadió-: No existen ni las tortlingers, ni las straff wort.

– ¿Perdón?

Ella repitió sus palabras, con lentitud, como si él fuera corto de mollera.

Matthew se quedó paralizado, luego sin ningún tipo de explicación tuvo el deseo de echarse a reír. No de ella, sino de sí mismo. Maldición. Ella le había dado cuerda y él se había ahorcado como un tonto. No estaba seguro de si debía sentirse molesto, divertido o impresionado.

– Ya veo -dijo él, incapaz de ocultar su admiración.

– Entonces seguro que ahora puedes ilustrarme con una extensa explicación de tus visitas nocturnas al jardín.

– La verdad es que no. Lo que hago en mi propiedad no es asunto tuyo. El hecho de que nos hayamos visto desnudos no quiere decir que esté obligado a darte explicaciones.

– Es asunto mío si pienso que hace varias noches estuviste cavando una tumba para el señor Willstone.

– ¿Es eso lo que crees, Sarah? ¿Qué maté a Tom Willstone? -Antes de que ella pudiera contestarle, él se acercó un paso más a ella-. Porque si yo le maté, sin duda alguna te darás cuenta de que no hay ninguna razón por la que no te mate a ti. -Se acercó un paso más. Ahora estaban separados por menos de cincuenta centímetros-. Aquí y ahora.

Se miraron fijamente a los ojos y durante ese momento Sarah sintió como si le estuviera mirando directamente al alma.

– No creo que tú le mataras -dijo suavemente.

– ¿De veras? Como has dicho antes, me viste con una pala y no hay ninguna excusa para las mentiras que te he dicho sobre mis visitas nocturnas al jardín. ¿Por qué crees que no lo maté?

Ella lo estudió de nuevo durante largos segundos antes de contestar. Y él apretó los dientes para no dejarse arrastrar por aquella mirada profunda.

Al final, ella dijo:

– Porque estoy escuchando a mi corazón. Y mi corazón me dice que eres un hombre de honor. Que no lo has hecho, que no hubieras podido matar a nadie. Que un hombre que aún se siente culpable por la muerte de sus hermanos, que todavía lamenta su pérdida después de tantos años, es incapaz de arrebatar la vida de nadie.

Sus palabras parecieron quemarle. No había duda de lo que había querido decir, y maldita fuera, esa fe incondicional en él le daba una lección de humildad. Lo hacía sentir vulnerable y confundido. Lo habría esperado de Daniel, su mejor amigo, pero no de una mujer que apenas lo conocía. Ni siquiera su padre había creído que fuera un hombre de honor.

Pero ella sí.

Tuvo que tragar saliva para poder hablar, y luego sólo fue capaz de decir:

– Gracias.

– De nada. -Como lo tenía al alcance, le puso la mano sobre el brazo-. Dime qué estás haciendo aquí, por favor.

La duda de si confiaría en ella o no, no duró mucho tiempo, la preocupación que vio en sus ojos, el calor de su mano y el constante cansancio que sentía al mantener sus actividades en secreto tomaron la decisión por él. Si se lo contaba, dada su experiencia con las plantas, podría pedirle ayuda, lo que era exactamente lo que había querido hacer desde el principio.

Después de meterse el cuchillo en la bota y clavar la punta de la pala en la tierra blanda, Matthew inspiró profundamente y comenzó:

– Los años anteriores a la muerte de mi padre, sólo lo vi ocasionalmente, y cada uno de esos encuentros fue tenso e incómodo. Mi padre siempre se aseguró de que fuera completamente consciente de su desaprobación…, de que no era digno del título. Y de que era culpa mía que James, que sí había sido digno y más hombre de lo que yo sería nunca, estuviera muerto.

El simple hecho de repetir las insultantes palabras le producía dolor, el mismo dolor que había sentido cada vez que su padre se las había tirado a la cara.

– Hace tres años, tras una tensa reunión, después de discutir e insultarnos con más escarnio de lo que solíamos hacer, rompimos todo contacto entre nosotros. No lo volví a ver hasta que me reclamó en su lecho de muerte.

Matthew cerró los ojos, la imagen de su padre moribundo, roto por el dolor, permanecía en su mente. El disparo de un salteador de caminos lo había herido de muerte, pero no había muerto de manera rápida y compasiva. Le había llevado más de un día morir, retorciéndose de dolor.

Abrió los ojos, y fijó la mirada en la tierra antes de continuar.

– Cuando llegué a Langston Manor desde Londres, me enteré de que mi padre había dejado la hacienda cargada de deudas. Mi padre siempre fue un jugador, pero al parecer llevaba varios años de mala racha. Había perdido todo el capital y les debía enormes sumas de dinero a los sirvientes y a los comerciantes y tenderos de la zona. Incluso a su propio administrador.

Inspiró profundamente, y entonces, sin levantar la mirada del suelo, añadió en un susurro:

– Cuando llegué junto a mi padre, estaba agonizando. Estaba muy débil y le costaba trabajo respirar. Sin apenas poder hablar me dijo que tenía un importante secreto que contarme, pero que antes de compartir esa información, me exigía que le prometiera una cosa. No sé si fue por culpabilidad, por orgullo o por la necesidad de demostrarle que era honorable, o quizá fue una combinación de las tres cosas, pero le prometí que haría cualquier cosa que me pidiera. -Levantó la vista y añadió-; Me arrancó la promesa de que me casaría en el plazo de un año y que intentaría tener un heredero. Es una promesa que mi honor exige cumplir.

Ella asintió lentamente.

– Por supuesto. -De pronto cayó en la cuenta-. El año está a punto de cumplirse.

– Sí. En veintiocho días.

– Entonces los rumores que dicen que estás buscando esposa son ciertos.

– Lo son.

Matthew casi podía ver los pensamientos que se agolpaban en la cabeza de Sarah.

– Por eso invitaste a mi hermana, a lady Emily y a lady Julianne a tu casa. Para elegir a la que debería ser tu esposa.

– Sí.

Ella frunció el ceño.

– Pero ¿por qué no buscas más? Ni siquiera has ido a Londres… Ha habido infinidad de veladas los meses pasados a las que han asistido docenas de señoritas casaderas.

– No he querido abandonar la hacienda. No he querido quitarle tiempo a mi búsqueda.

– ¿Tu búsqueda?

– Es el gran secreto de mi padre.

Matthew casi podía sentir cómo la débil mano de su padre lo agarraba, intentando transmitirle con los ojos todo lo que quería decirle mientras los estertores finales sacudían sus pulmones y su terror aumentaba al saber que no le quedaba tiempo.

– Con su último aliento me contó que la noche antes de que le dispararan había ganado una enorme suma de dinero jugando…, dinero suficiente para saldar las deudas y poner en orden de nuevo la hacienda. Escondió el dinero aquí, en Langston Manor.

La comprensión agrandó los ojos de Sarah.

– En el jardín.

– Sí. Pero sus palabras fueron tan débiles y entrecortadas que me resultó imposible entenderlas perfectamente. Murió con la palabra en la boca. Luego escribí lo que me dijo lo mejor que pude recordar, y estoy buscando desde entonces, tratando de encontrar dónde está ese dinero para así poder saldar las deudas que heredé a su muerte.

Sarah asintió lentamente, luego se apartó del árbol y se encaminó hacia él. Él dio dos pasos para acercarse a su vez, observando cómo ella asimilaba con claridad todo lo que él le había dicho.

– Creo que ya lo entiendo -dijo ella, mientras continuaba caminando-. Como tienes tan poco tiempo antes de que expire el plazo, no querías abandonar la hacienda y con ello la búsqueda del dinero. Pero incluso aunque lo encuentres, para honrar la promesa hecha a tu padre, tienes que encontrar una novia. Y como estás cargado de deudas y es posible que jamás encuentres la fortuna de la que te habló, es necesario que tu prometida sea una heredera. Razón por la cual invitaste a tres ricas herederas a tu casa, con la idea de escoger a una de ellas mientras buscabas el dinero. -Se detuvo y le buscó con la mirada-. ¿Me equivoco?

– No creo que yo lo hubiera podido expresar mejor.

Ella se ajustó las gafas de nuevo y entonces hizo una pregunta en un suave tono de desaprobación.

– ¿Te vas a casar sólo por dinero?

Él se mesó el pelo.

– Por desgracia no tengo otra opción. No puedo dejar que la hacienda se arruine del todo. Hay muchas personas que dependen de mí. Dependen de mí para su sustento. No puedo ignorar la herencia Langston y esta casa lleva generaciones en mi familia. La carga de esas responsabilidades pesa sobre mis hombros, y me tomo mis obligaciones muy en serio.

Matthew miró a Danforth, que seguía a su lado y luego la miró a ella.

– Estoy seguro de que eres consciente de que muchos matrimonios de la nobleza se basan en las ventajas de combinar título y fortuna en vez de asuntos del corazón.

– Sí. De hecho, Julianne me ha dicho muchas veces que sabe perfectamente que quien se case con ella lo hará por dinero. Y me has contado todo esto, no porque creas que voy a informar a nadie de tus excursiones nocturnas cargado con una pala, sino porque crees que mi conocimiento sobre jardinería puede ayudarte a encontrar alguna pista en las últimas palabras de tu padre. ¿Correcto?

Él asintió.

– De nuevo te has explicado a la perfección. ¿Estarías dispuesta a ayudarme?

En lugar de contestar, le preguntó:

– ¿Le has pedido al encargado de tus jardines, Paul, que te ayude?

– No directamente. Le he hecho preguntas generales y he mostrado interés por la jardinería, pero aparte de eso, no le he pedido a nadie que me ayude. No quería que se corriera la voz. Si se lo hubiera confiado a Paul, éste podría habérselo dicho sin querer a algún aldeano o a los sirvientes, y ya sabes lo que pasaría, todos los que viven en diez kilómetros a la redonda se pondrían a excavar en mi jardín.

– ¿Cómo sabes que yo no lo haré? ¿Cómo sabes que guardaré tu secreto o que no trataré de encontrar yo misma el dinero para quedármelo?

El deseo de tocarla se hizo demasiado fuerte para poder ignorarlo. Extendiendo la mano, le rozó suavemente la mejilla con la yema de los dedos.

– Mi corazón me dice que no serías capaz.

Ella lo miró fijamente durante varios segundos, luego algo que parecía dolor -o quizá decepción- brilló en sus ojos. Luego dio un paso atrás y la mano de Matthew cayó al costado. Ella reanudó el paseo.

– Por supuesto -murmuró ella-. Ahora lo entiendo todo. Por eso has sido tan… atento. Tan encantador. Ésa es la razón de que me besaras. De que me invitaras a tomar el té. De ir a mi dormitorio esta noche. Quieres que te ayude.

Matthew la sujetó del brazo y tiró de ella hasta que lo miró.

– No. -La palabra salió con más fuerza de lo que había querido.

– ¿No quieres mi ayuda?

– Sí que la quiero. Pero no es la razón de que haya tenido atenciones contigo.

De nuevo captó la punzada de dolor y decepción que brilló en esos ojos enormes, haciendo que le flaquearan las rodillas.

– Está bien, milord. Lo entiendo.

– Matthew. Y no. No, no lo entiendes -insistió él, su voz era tan afilada como un cuchillo. Ella no lo estaba entendiendo en absoluto, y él quería, necesitaba, que lo hiciera. Agarrándola del otro brazo, la acercó a su cuerpo-. Se suponía que ésa era la razón -admitió él, odiándose por el daño que veía reflejado en sus ojos-. Tenía que estar contigo, hablar contigo, porque quería información, quería aprovecharme de tus conocimientos sin decirte nada. Pero no funcionó así. Cada vez que hablaba contigo, olvidaba lo que suponía que estaba haciendo. Me olvidaba de todo. Excepto de ti. -Le rozó la suave piel de los brazos con los pulgares-. He tenido atenciones contigo porque no puedo apartarte de mi mente. Te besé la primera vez porque no pude evitarlo. Te invité a tomar el té porque deseaba tu compañía. Fui a tu dormitorio esta noche porque no pude mantenerme alejado. Te toqué por la misma razón por la que te toco ahora, porque no puedo mantener las manos apartadas de ti.