En cuanto estuvieron en la habitación de Daniel, Matthew se apoyó en la repisa de la chimenea y miró con la vista perdida las ascuas candentes mientras su amigo se cambiaba. Cuando Daniel se reunió con él, tenía el pelo húmedo, pero se había puesto unos pantalones limpios de color beige y una camisa blanca.

– ¿Para qué fuiste a mi dormitorio? -preguntó Matthew.

– No podía dormir. Pensé que quizás a ti te pasaría lo mismo y no te importaría compartir un brandy conmigo. -Le dirigió una mirada especulativa a la ropa de Matthew-. Si no estabas en tu habitación, ni fuera, la pregunta es; ¿En qué dormitorio estabas? ¿En el de la bella heredera con la que esperas casarte, y cuya fortuna necesitas con tanta desesperación? ¿O en el de la solterona a la que no puedes quitar los ojos de encima, y que no tiene la fortuna que tú necesitas?

Matthew se apartó de la repisa de la chimenea y entrecerró los ojos. Antes de que pudiera decir una palabra, Daniel alzó una mano.

– No necesitas responder. La respuesta es obvia. Por lo que nos encontramos ante un gran dilema.

– No es lo que piensas.

Daniel le dirigió a Matthew una mirada inquisitiva.

– ¿Piensas tomar a la señorita Moorehouse como amante? Será una situación muy embarazosa siendo como son ella y lady Julianne tan buenas amigas. Francamente, me sorprende que pienses en tal arreglo y me sorprende más aún que la señorita Moorehouse esté de acuerdo.

– No hay ningún tipo de arreglo. Ni tampoco un dilema, porque no tengo intención de casarme con lady Julianne.

Daniel se quedó paralizado.

– ¿Has encontrado el dinero? -preguntó bruscamente.

– No. He decidido buscarme una heredera distinta… si sigue siendo necesario. -Le relató su plan de completar su búsqueda en la rosaleda durante los tres días siguientes y luego ir a Londres si no había encontrado el dinero.

Cuando terminó, Daniel le dijo:

– Puedo asumir entonces que tu marcha a Londres señalará el final de esta reunión campestre que al final ha resultado ser un estrepitoso fracaso.

– Sí. -Frunció el ceño-. Aunque no diría que haya sido un fracaso. ¿Acaso no lo has pasado bien?

– Sí. Pero que yo lo pasara bien no era la razón de esta reunión. Lo era que tú consiguieras una heredera. Supongo que no hace falta decir que si hubieras concentrado tus energías en lady Julianne, ahora mismo estarías a punto de casarte con una mujer por la que la mayoría de los hombres daría uno de sus brazos.

– Pues no, no hace falta decirlo.

– Bueno, no está todo perdido con lady Julianne. Podrías…

– No. -Matthew lo interrumpió en tono seco-. Lady Julianne queda descartada.

– Porque es amiga de la señorita Moorehouse.

– Sí.

– Ya veo -dijo Daniel, asintiendo lentamente-. ¿Le has dicho ya a la señorita Moorehouse que estás enamorado de ella?

Matthew parpadeó.

– ¿Enamorado de quién?

– De la señorita Moorehouse, imbécil.

Durante varios segundos Matthew casi sintió que el suelo se abría bajo sus pies.

– ¿Cuándo dije que estaba enamorado de ella?

Daniel soltó una risita entrecortada.

– No tienes que decirlo. Amigo, eres tan transparente como el cristal, al menos para alguien que, como yo, te conoce al dedillo. Cada vez que la miras, que hablas de ella, te iluminas como si te hubieras tragado un candelabro. Lo que sientes por ella está presente en lo que dices y haces. -Daniel ladeó la cabeza y le dirigió una mirada inquisitiva-. No me digas que no lo sabías.

– ¿Saber qué? ¿Que parece que me he tragado un candelabro?

– No, imbécil. Que estás enamorado.

Matthew lo fulminó con la mirada.

– Es la segunda vez que me llamas imbécil.

– Ya verás como después agradeces mi franca sinceridad.

– No lo haré. -Frunció el ceño y dirigió una mirada perdida al fuego. Las palabras de Daniel hicieron mella en él; la verdad lo aturdió, pero no podía decir que lo sorprendiera. Finalmente, se volvió hacia su amigo y después de aclararse la garganta dijo en tono avergonzado-: Me parece que me he enamorado.

– Al menos, ahora que lo has admitido puedo dejar de llamarte imbécil. ¿Qué piensas hacer al respecto?

– ¿Hacer? -Matthew se pasó los dedos por el pelo-. No puedo hacer nada más de lo que ya estoy haciendo…, seguir buscando el dinero, lo que por desgracia no creo que vaya a encontrar y, salvo un cambio de fortuna en el último momento, casarme con una heredera.

– ¿Y tus sentimientos por la señorita Moorehouse?

Matthew cerró brevemente los ojos y exhaló un largo suspiro. Repentinamente cansado, dijo en un susurro:

– Si no encuentro el dinero, tendré que ignorarlos. Hay cosas más importantes que mis sentimientos. Hice varias promesas. Di mi palabra. Tengo responsabilidades hacia otras personas aparte de mí mismo.

Daniel asintió de manera aprobatoria.

– Una decisión sensata. Como ya te dije una vez, todas las mujeres son iguales, especialmente en la oscuridad. Sobre todo después de varias copas. Por lo que considero una tontería basar el matrimonio en algo que no sean razones puramente prácticas como el dinero, engendrar un heredero, el título, las propiedades. Basarlo en algo tan efímero como los caprichosos anhelos del corazón es una estupidez.

– Cierto.

– Y como no tienes otra opción, si no encuentras el dinero tendrás que casarte con una heredera.

– Correcto. -Por Dios, esa conversación con Daniel lo hacía sentir mucho mejor.

– Además, tampoco es que la señorita Moorehouse se vaya a quedar para vestir santos.

– Exacto. -Frunció el ceño-. ¿Qué?

– No tienes que preocuparte de que la señorita Moorehouse vaya a quedarse sola después de que te cases con otra. Jennsen ya planea visitarla en Londres.

Matthew creyó que echaba humo por las orejas.

– ¿Jennsen? ¿Cómo lo sabes?

– Me lo dijo esta tarde cuando jugábamos al backgammon.

– ¿Y Sarah accedió? -Sólo de pensarlo se le ponía un nudo en el estómago.

– Aún no se lo ha preguntado. Pero lo hará. -Un músculo palpitó en la mandíbula de Daniel-. Tiene intención de pedirle permiso a lady Wingate, así que todo será de lo más correcto.

– Qué bastardo -dijo Matthew.

– Un condenado bastardo -convino Daniel-. Pero como tú estarás casado con otra persona, no puede molestarte que la señorita Moorehouse se consuele con la compañía de otro hombre.

No, no podía. Pero, maldita sea, lo hacía. Con cada parte de su ser. Apretó los puños. Pensar en Jennsen tocándola, besándola, haciendo el amor con ella, lo ponía enfermo. Le hacía querer romper algo. Como por ejemplo la maldita cara de Jennsen.

Daniel se aclaró la voz.

– No creo que sea necesario señalar que te has enamorado de la mujer equivocada. Tu vida sería muchísimo más fácil si te hubieras enamorado de lady Julianne.

– Estoy de acuerdo. Pero como no lo hice, sólo puedo hacer una cosa.

– ¿Qué?

– Rezar para lograr encontrar el dinero.


A última hora de la tarde Matthew se dirigió con largas zancadas a través del césped hacia la vivienda del jardinero jefe. Por fin había dejado de llover y la hierba mojada parecía como terciopelo verde brillando intensamente bajo los intermitentes rayos del sol que se filtraban entre las nubes algodonosas del cielo del atardecer. Tildon estaba haciendo los preparativos para el té, y Matthew quería hablar con Paul antes de reunirse con sus invitados.

Con una invitada en particular.

Maldición, ahora iba a ser más que una tortura mantener su expresión y el tono de voz neutrales; tener que ocultar su deseo.

Su amor.

Cuando se acercaba a la vivienda del jardinero, vio salir a Paul de la modesta casa de una planta donde vivía para abrirse paso por uno de los caminos. Al verlo, Paul se detuvo en seco como si hubiera chocado contra un muro. Lanzó una rápida mirada hacia la casa, luego levantó la mano para proteger sus ojos del sol del atardecer.

– Buenas tardes, milord -lo llamó a gritos, haciendo que Matthew se preguntara si el hombre habría perdido oído…, o si creía que lo había perdido él.

– Buenas tardes, Paul. ¿Qué tal va todo?

– Muy bien, milord -continuó Paul alzando la voz-. Un poco sorprendido de verlo por aquí. ¿Necesita algo de mí?

Matthew observó el rubor que teñía las mejillas del jardinero y la mirada que volvía a dirigir por encima del hombro hacia la casa.

– Me gustaría que me cortases unas flores para unos arreglos especiales que necesito en cuanto sea posible, como muy tarde después de la cena. Unos ramos serán para la mesa del comedor y el vestíbulo, y también quiero un ramo pequeño que aún no sé dónde pondré.

– Muy bien, milord. ¿Quiere algunas flores en especial?

– Sí. Lavanda.

– ¿Y qué más?

– Nada más.

Paul parpadeó.

– ¿Es ése el único tipo de flor que quiere incluir en los ramos?

– Sí. Sólo lavanda.

– Muy bien, milord. Lo haré de inmediato. Las flores estarán especialmente bellas después de la lluvia de anoche. -Se rió entre dientes-. Supongo que usted también se mojó.

Matthew frunció el ceño.

– ¿Por qué?

– Lo vi anoche, excavando en la rosaleda. ¿Puedo suponer que con la lluvia estornuda menos?

Matthew se quedó helado.

– ¿Me viste ayer por la noche cavando en la rosaleda? -repitió, sólo para asegurarse de que había entendido correctamente.

– Sí, milord.

– ¿A qué hora?

Paul frunció los labios y se rascó la cabeza.

– A eso de las tres de la madrugada. La lluvia había amainado un poco a esas horas.

– ¿Y qué estabas haciendo tú en la rosaleda a las tres de la madrugada? -preguntó Matthew como quien no quiere la cosa.

Algo brilló en los ojos de Paul. Antes de que Matthew pudiera decidir qué era, el jardinero se rió entre dientes.

– Ah, usted ya sabe lo que pasa cuando uno no puede dormir. Algunas veces un simple paseo es suficiente para quedar agotado. Como la lluvia casi había amainado, pude dar una pequeña vuelta por el jardín. Si no quiere nada más, milord, iré a por las herramientas para cortar las flores de lavanda que me ha pedido.

– No necesito nada más, Paul. Gracias.

Tras despedirse, el jardinero se dio la vuelta y regresó a la casa. Poco antes de que él entrara, Matthew notó una sombra detrás de las cortinas. Después de que Paul cerrara la puerta, Matthew recorrió lentamente el camino hacia la mansión con la mente centrada en dos cosas. Por un lado, quedaba claro que Paul no estaba solo. Sus gritos habían sido una advertencia para quienquiera que estuviera en su casa. Por otro lado, estaba el perturbador conocimiento de que alguien había estado cavando en la rosaleda la noche anterior. Un hombre que no era él y de quien no conocía la identidad.

¿Quién había sido? ¿Y por qué estaba cavando? ¿Habría encontrado esa persona el dinero? ¿O quien fuera lo había visto a él cavando y había deducido que estaba buscando algo de valor…, algo que el cazafortunas quería encontrar antes?

Las únicas dos personas a las que había contado lo del dinero eran Daniel y Sarah. Sarah había estado con él toda la noche. Y Daniel…

Daniel había estado en la rosaleda. Matthew soltó un largo suspiro y se pasó la mano por la cara. Daniel le había estado buscando. Una actividad que por cierto no requería ningún tipo de excavación. Su amigo no le traicionaría nunca. Lo que quería decir que alguien más debía de haberse enterado de lo del dinero. O al menos lo sospechaba. Y lo estaba buscando.

Por otra parte, Paul también había admitido haber estado en la rosaleda. Y era obvio que el jardinero ocultaba algo.

¿Sabría Paul algo del dinero? ¿Había sido él la persona que lo había estado observando la noche que había sentido que lo espiaban? Pero ¿por qué mencionaría Paul haber visto a alguien si hubiera sido él mismo la persona que había estado cavando? Bueno, había algo que fallaba en la historia de Paul. ¿Quién diantres caminaría bajo la lluvia para poder conciliar el sueño? Quizá Paul sospechara que él lo había visto y le había contado esa historia para explicar su presencia en la rosaleda.

O quizás había alguien más además de Daniel y de Paul en la rosaleda, un lugar demasiado concurrido la noche anterior.

¿Pero quién?

No lo sabía, pero estaba decidido a averiguarlo.

Sin embargo, hasta que lo hiciera, si había alguien oculto en la oscuridad, alguien que sabía o sospechaba que existía ese dinero, cavar con Sarah quedaba descartado. Aunque no le importaba correr riesgos, no iba a permitir que ella los corriera también. Tendría que terminar de cavar la rosaleda él solo. Preferiblemente durante las horas del día. Le preguntaría a Sarah si existía alguna excusa plausible por si alguien le preguntaba; oxigenar las raíces o algún disparate de ese tipo. De hecho, con tan poco tiempo, tendría que dedicarse a excavar inmediatamente después del té. Recurriría a Daniel para mantener ocupados a los invitados mientras él se dedicaba a ello. También le contaría a Daniel las últimas novedades y solicitaría la ayuda de su amigo para descubrir la identidad del misterioso excavador, así como del invitado de Paul.