– Porque parecería condenadamente extraño si sólo invitara a mujeres. De hecho, había pensado invitaros sólo a Jennsen y a tí pero Berwick me envió una carta la semana pasada preguntándome si podía venir a visitarme ahora que estaba por la zona. Pensé que sería de mal gusto ignorar a un conocido de tanto tiempo, así que lo invité.

– ¿Y Thurston y Hartley?

– Vinieron con Berwick.

– Pues bien, andan merodeando alrededor de tus invitadas como buitres carroñeros.

– Al menos entretendrán a las damas, lo cual me deja más tiempo para hacer lo que debo. -Continuó en tono cínico-: Como ostento el título de mayor rango, no me preocupa demasiado no conseguir a la novia que elija. Ser la marquesa de Langston es un incentivo muy atractivo.

– Cierto. Pero es mi deber decirte que los buitres se están lanzando en picado y que no tardarán en publicarse las amonestaciones. Ya me lo agradecerás más tarde. Como tu más viejo y querido amigo, estoy, como siempre, feliz de ayudarte.

– Eres, ciertamente, de bastante utilidad.

Daniel negó con la cabeza y chasqueó la lengua.

– Detecto cierto tono sarcástico en tu voz, Matthew, aceptaré tus disculpas después de que te comente lo que he averiguado mientras estaba jugando. De hecho, mis pesquisas acortarán bastante tu búsqueda.

– Excelente. Es bienvenida cualquier cosa que me ahorre tiempo. Pero primero quiero saber qué descubriste en el pueblo. ¿Hablaste con Tom?

Daniel negó con la cabeza.

– No. Fui a la herrería pero estaba cerrada. Luego fui a la casa de Willstone donde hablé con la mujer de Tom. La señora Willstone me dijo que no sabía dónde estaba su marido. Aunque por su cara pálida y sus ojos enrojecidos, deduzco que estuvo llorando.

– ¿Cuándo fue la última vez que lo vio?

– Ayer por la noche, poco antes de que él saliera a dar un paseo. La señora Willstone me dijo que Tom padece terribles dolores de cabeza y que pasear bajo el aire fresco de la noche lo alivia. Cuando al comenzar la tormenta vio que él aún no había regresado, supuso que se había refugiado de la lluvia en algún sitio. Dijo que no era la primera vez que le había ocurrido algo así. Sin embargo, suele estar en su casa por la mañana, llueva o no, para abrir la herrería.

– Pero esta mañana no -concluyó Matthew.

– Correcto. Acababa de decirme que no podía ni imaginar dónde estaría cuando llegó su hermano, Billy Smythe, y aproveché para ver si podía averiguar algo más. Me dijo que era soldado y que hacía poco que se había mudado a la casa de los Willstone para trabajar con él en la herrería.

– ¿Arrojó Billy alguna luz sobre el paradero de Tom?

– Lo cierto es que ofreció una interesante teoría. Según Billy, Tom se había ido a perseguir faldas. No parecía contento. No le agradaba que su hermana se preocupase ni que a él le tocara hacer todo el trabajo de la herrería.

– ¿Te contó eso delante de su hermana?

– Sí. Ella insistió en que Billy estaba equivocado, y él en que ella era tonta. Dijo que había llegado de Upper Fladersham hacía dos semanas y que allí ya había oído rumores sobre Tom. Luego me contó que después de que Tom arrastrara su culo a casa, tras el último coqueteo, lo obligó a jurar a base de golpes que ésa era la última vez que lo hacía. -Daniel removió el brandy en la copa-. No puedo decir que lo culpe.

– Ni yo. ¿Te dijeron algo más?

Daniel negó con la cabeza.

– Les dije que querías contratar a Tom para algunas tareas de herrajes y le hice prometer a la señora Willstone que lo mandaría aquí tan pronto como pudiera. Hablé con más gente del pueblo, pero nadie ha visto a Tom desde ayer.

Matthew asintió lentamente con la mirada perdida en el brandy, luego levantó la vista hacia Daniel.

– Gracias por hacer todo esto por mí.

No había ni rastro de compasión en los ojos de su amigo, pero Matthew sabía que era sólo porque Daniel mantenía una expresión neutra. Daniel sabía por qué nunca bajaba al pueblo, y era lo suficiente buen amigo para no mencionar jamás la razón.

– De nada. Basándote en lo que te he contado, ¿crees que fue la presencia de Tom lo que percibiste ayer por la noche?

– Eso creo. Sé que había alguien cerca, y él fue al único a quien vi. -Matthew sabía que debía sentirse satisfecho con lo que había descubierto su amigo. Aparentemente, la razón de que Tom estuviera merodeando por su propiedad la noche anterior se debía más a un deseo de aliviar un dolor de cabeza, o algún tipo de dolencia diferente.

Pero había algo que no cuadraba. Resultaba extraño que Tom no hubiera regresado a su casa, dado que se dirigía hacia el pueblo cuando Matthew lo había visto. Quizá se había detenido en otro sitio. En otra casa del pueblo. Quizá tenía un caballo a mano y se había desplazado una distancia mayor.

Sin otra respuesta, no le quedaba más remedio que esperar a que la señora Willstone lo enviara a su casa tan pronto como regresara.

Daniel interrumpió sus pensamientos cuando dijo:

– ¿Y bien?

– ¿Y bien qué?

– ¿No quieres saber lo que descubrí al alternar con tus afectuosas invitadas?

– Sí, claro.

Claramente satisfecho de volver a tener la atención de Matthew, Daniel añadió:

– Antes de comentarte nada más, me gustaría escuchar tus impresiones sobre las hermosas damas que invitaste a tu reunión campestre, y por cierto, esto sería mucho más entretenido si tú participases en las actividades.

Matthew se encogió de hombros.

– Son todas… aceptables.

– Pero seguramente si hubieras pasado la tarde con ellas te habrías formado alguna otra opinión. ¿Qué piensas de lady Emily?

Matthew lo consideró durante varios segundos y dijo:

– Es muy hermosa.

– ¿Y lady Julianne?

– Muy bella.

– ¿Y la vizcondesa Wingate?

– Es imponente.

Daniel lo estudió por encima de la copa.

– ¿Es todo lo que vas a decir?

Matthew se encogió de hombros.

– Hablé del tiempo con lady Emily. No le gusta el frío. Ni la lluvia. Ni el sol… pues hace que le salgan unas horribles pecas, ya sabes. Lady Julianne y yo estuvimos comentando la velada musical anual de los Dinstoy, a la que asistimos los dos la última temporada. Le gustó mucho, mientras que yo me quedé dormido y casi me caí de la silla al inclinarme para apoyar la cabeza contra la pared.

»La vizcondesa y yo debatimos de manera encantadora sobre los méritos de las mascotas domésticas, aunque ella prefiere esos perruchos diminutos que consiguen que Danforth me mire con cara de pena. -Matthew estiró las piernas y cruzó los tobillos-. Como te he dicho, todas son aceptables. Ninguna me interesó más que otra. Así que dime lo que hayas descubierto para inclinar la balanza en una u otra dirección.

Daniel asintió con la cabeza.

– Vale. Pero antes que nada empezaré por decirte que has tomado el camino equivocado. Si quieres conseguir esposa…

– Correcto. Necesito una esposa. Un tipo específico de esposa.

– Exacto. Necesitas una «heredera». Ése es el motivo por el cual invitaste a todas esas hermosas señoritas, aunque ciertamente esas damas pueden acabar con la paciencia de cualquier hombre. Deberías haber invitado a herederas de mayor edad. «Mucho mayores.» De esas que no necesiten que les compres un vestido nuevo cada media hora. De las que agradezcan la atención que les prestes en vez de hacer pucheros cuando las ignores. En mi experta opinión si un hombre debe escoger a una esposa, la ideal sería una que tuviera cien años y una dote de cien mil libras. Y si no habla nuestro idioma, mejor que mejor. Y no importa la apariencia que tenga. Recuerda esto, amigo mío: la belleza dura lo que la llama de una vela. Todas las mujeres son iguales en la oscuridad.

Tras lanzar esa última perla de sabiduría, Daniel levantó la copa a modo de brindis, luego hizo desaparecer el contenido de un solo trago.

– Desafortunadamente, si tiene cien años no valdría, ya que necesito que me proporcione un heredero -dijo Matthew con ligereza-. Y no tenía ni idea de que fueras un experto en escoger esposa. Sobre todo, cuando no tienes ninguna.

– El que no esté casado no quiere decir que no sepa cuáles son los requisitos necesarios que debe reunir. Créeme, no serás feliz con una jovencita que espere que le bailes el agua.

– No tengo intención de bailarle el agua a nadie. Necesito dinero, mucho dinero, y lo necesito ya. Mi intención es escoger a la heredera menos problemática que pueda encontrar, una que no desestabilice mi vida. Luego, tras las nupcias, me embarcaré en la monumental tarea de saldar las deudas de mi hacienda y hacer que sea rentable otra vez.

– Ya te he dicho que puedo prestarte dinero.

Matthew interrumpió a su amigo levantando la mano.

– Gracias, Daniel. Aprecio tu ayuda, pero no. Mis deudas son enormes. Incluso para tus bolsillos.

– Quieres decir las deudas de tu padre.

Matthew se encogió de hombros.

– Sus deudas pasaron a ser las mías cuando murió.

– Los pecados del padre -se lamentó Daniel con una mueca amarga que estropeaba su habitual gesto amable-. Aun así, no hay motivo para que tengas que casarte tan rápidamente. Tómate más tiempo, al menos hasta encontrar una heredera que te sea tolerable.

Matthew negó con la cabeza.

– Se me acaba el tiempo.

– Entonces quizá deberías haberte pasado el último año buscando a esa esposa que tanto necesitas en vez de encerrarte aquí, buscando algo imposible de encontrar. Algo que lo más probable es que ni siquiera exista.

– Puede que tengas razón. Puede que no exista. O que si lo hace, no lo encuentre nunca. Pero dada la libertad que obtendría si lo encontrara, tengo que seguir buscando. Y además…

– Fue algo que te pidió tu padre en su lecho de muerte. Lo sé. Pero, por el amor de Dios, Matthew, ¿vas a dedicar tu vida a satisfacer las egoístas peticiones de un hombre enloquecido por el dolor que se pasó sus últimos veinte años intentando hacerte sentir culpable? -Lo miró fijamente-. La promesa que consiguió arrancarte sobre esa misión imposible es otra manera más de controlarte desde la tumba. Lo que sucedió no es culpa tuya. Has pasado los últimos años pagando por algo que fue un accidente, intentando satisfacer a un hombre para el que ninguna disculpa fue suficiente.

Matthew tensó los hombros en un vano intento de protegerse de la culpa que lo invadió. Imágenes que tan inútilmente se empeñaba en poder olvidar desfilaron como un relámpago por su mente, bombardeándole y atormentándole, y cerró los ojos para intentar borrarlas.

– Tu padre ha muerto, Matthew. -La serena voz de Daniel lo sacó de sus dolorosos recuerdos-. No puedes seguir culpándote eternamente… No hay nada que puedas hacer, salvo vivir tu vida. Como tú desees.

Matthew abrió los ojos y clavó la mirada vacía en el fuego de la chimenea, imaginando que era la entrada al infierno.

– No seré libre hasta que no cumpla las promesas que hice. Hasta que encuentre lo que busco…

– Una tarea imposible… y eso si existe.

– … y casarme antes de un año.

– Una ridícula petición.

– No para mi padre, estaba desesperado por que tuviera un hijo. Soy el último de los Devenport. -Sintió un nudo en el estómago al pronunciar las palabras, casi atragantándose con ellas, y se forzó a alejar la desconsoladora imagen de James de su mente-. Ésa fue la última petición de mi padre.

– Y tan irrazonable como las demás peticiones que te hizo durante años. -Daniel lo taladró con la mirada-. Está muerto, Matthew. No lo sabrá.

Una miríada de emociones abrumaron a Matthew. Se inclinó hacia delante, colocó los codos en las rodillas y se pasó las manos por la cara.

– Me avergüenza admitir cuántas veces me he dicho eso mismo: «no lo sabrá». Pero cada vez que lo hago, mi cruel conciencia interviene, recordándome que yo sí lo sabré. Mi honor y mi integridad pueden estar manchados pero los quiero y los necesito limpios, aún significan algo. Al menos para mí. Hice varias promesas y tengo intención de cumplirlas. Y sé que la única esperanza que me queda para salvar la propiedad es haciendo un buen matrimonio.

Daniel soltó un suspiro.

– Muy bien. En ese caso, déjame contarte lo que he observado a fin de aligerar tu búsqueda. Empecemos por lady Emily.

– ¿Qué has averiguado de ella?

– No servirá. Por medio de una esclarecedora conversación con Logan Jennsen, que no sé cómo se las arregla para conocer la situación financiera de cada hombre de Inglaterra, me he enterado de que el padre de lady Emily (aunque se ha guardado mucho de ocultarlo) lo ha perdido casi todo y está al borde de la ruina. Lo cierto es que ese hombre se encuentra en una situación tan mala como la tuya.

– Maldición. Por supuesto es mucho mejor enterarse ahora, que después cuando no hay remedio. ¿Qué has averiguado sobre lady Julianne?