– Yo debería regresar a mi fiesta-dijo ella, aumentando más su jadeo con cada paso. -Nos separamos y probablemente en estos momentos los demás estarán frenéticos de preocupación.
– También deben estar…
Ella se volvió para escapar, casi esperando que uno de sus poderosos brazos la rodeara otra vez. Una de sus grandes, calientes manos extendida sobre la curva delicada de su mandíbula, para inclinarle la cabeza a un lado y exponer la vulnerable curva de su garganta y entonces él podría inclinarse y hundir su…
– … señorita Cabot, -terminó él.
Caroline se paró en seco, luego se volvió para afrontarlo, incomprensiblemente enfadada porque hubiera visto a través de su pequeña y ridícula máscara.
– ¿Cómo me reconoció?
Apoyando su bastón contra un árbol cercano, cerró la distancia entre ellos en unos pocos y largos pasos.
– Por su pelo. No creo que ninguna otra mujer en Londres tenga el pelo con este matiz. -Alargó la mano para tirar de una hebra de su apretado moño, investigando el mechón entre sus dedos como si fuera la más inusual de las sedas.
– Parece luz de luna líquida.
Desprevenida por la inesperada caricia, Caroline levantó despacio su mirada hacia él. A pesar de la ternura de su toque, sus ojos todavía brillaban por la cólera.
Molesta por el traidor hormigueo que había invocado tanto su toque como sus palabras, rescató el mechón errante y arregló su capucha para cubrirse el pelo.
Aceptando el tácito reproche, él dobló los brazos sobre su pecho.
– Quizás quiera explicarme por qué me seguía y cuando logró despistar a su hermana pequeña y terminó en tal apuro. Pensé que supuestamente era la sensata de la familia.
– ¡Soy sensata! O al menos lo era. Hasta que me encontré… -Se detuvo, mordiéndose el labio inferior- ¿Cuánto tiempo ha sabido que yo le seguía?
– Desde el momento en que su jamelgo se incorporó tras mi carruaje en Berkeley Square. Le sugiero encarecidamente que nunca solicite un puesto en el Ministerio de la Guerra. Parece carecer de la capacidad de esconderse y la habilidad de sigilo requeridas para una carrera en el espionaje.
– ¿Cómo logró desaparecer tan rápidamente? -preguntó.- Me distraje un instante y se había ido.
Encogió sus amplios hombros.
– Nunca sé cuando Larkin y sus hombres me rastrean. Aprendí hace mucho tiempo que perderse entre la muchedumbre es el mejor modo de perder a alguien más. -Ladeó la cabeza.- ¿Es por lo qué me seguía? ¿Le ha ofrecido la policía un puesto bajo nómina?
Caroline bajó la cabeza para evitar su penetrante mirada. Una cosa era permanecer en un salón atestado y admitir en broma que había en Londres quien creía que era un vampiro, otra cosa era estar en un camino desierto con sus dientes blancos brillando a la luz de la luna y confesar, que en algún rincón de su imaginación comenzaba a preguntarse si no tenían razón.
– Ha habido rumores, -murmuró ella.
– ¿Siempre los hay, no es así?
Tragó con fuerza, deseando desesperadamente ser tan buena mentirosa como Portia.
– Estos rumores me dieron motivos para dudar de su fidelidad a mi hermana. Le seguí esta noche porque creí que podría estar involucrado en una cita con otra mujer.
– Estoy involucrado en una cita con otra mujer. -Levantó su barbilla con dos dedos, no permitiéndole evitar su mirada por más tiempo.- Con usted.
El franco desafío en sus ojos la hizo asombrarse de lo que podría haber sucedido encontrándose en esos oscuros y secretos senderos en otras circunstancias, en otra vida.
Encontró su mirada con audacia, la mentira y las verdades a medias fluyendo de sus labios con más facilidad.
– Ahora comprendo qué tonta he sido al escuchar las habladurías. Nunca debería haber dudado de su devoción por mi hermana. Y ciertamente nunca debería haber arriesgado mi reputación para espiarle.
Su boca expresiva se endureció en una línea severa.
– Si yo no me hubiera vuelto para seguirla, aquellos malvados sinvergüenzas se habrían ocupado de que perdiera algo más que su reputación.
Pudo sentir el calor que se eleva en sus mejillas.
– No podemos estar seguros. Con más tiempo, estoy completamente segura de que podría haber razonado con ellos. Después de todo, no eran gamberros comunes, sino caballeros.
– Quizás es hora de que aprenda, señorita Cabot, que bajo el chaleco de seda de cada caballero late el corazón de una bestia.
Con él surgiendo hacia la luz de la luna, con su voz como un ronco gruñido, aquella reivindicación no era difícil de creer.
– ¿Incluso bajo el suyo, Lord Trevelyan?
Él se inclinó aún más cerca, su aliento perfumado de brandy rozando sus labios.
– Especialmente bajo el mío.
Podría haberse inclinado más cerca aún si un trío de familiares voces femeninas no hubiera llegado a la deriva a través de los árboles. ¿Debemos continuar? Estas malditas zapatillas han formado ampollas en mis talones.
– ¡Pobre tiíta! No entiendo. Estaba completamente segura de que vio al vizconde ir por este camino.
– No puedes saberlo todo. Intenté deciros que lo descubrí cerca del Paseo del Ermitaño hace casi un cuarto de hora.
– ¿Por qué deberíamos confiar en ti? Una vez juraste que viste un cocodrilo en el ático de Edgeleaf. ¿Y qué hay sobre todos esos años insistiendo sobre un bebé bajo una hoja de col en el jardín de mamá?
– ¡Oh, no!-susurró Caroline horrorizada. -¡Son la tía Marietta y mis hermanas!
Kane le frunció el ceño.
– ¿Hay alguien más de su familia acechándome esta noche? ¿Un tambaleante tío abuelo o un primo lejano de tercera generación quizás?
Ella agarró su brazo sin darse cuenta.
– Shhhh…si permanecemos muy callados, tal vez den la vuelta y regresen por donde vinieron.
Las voces avanzaron, acercándose a la curva del camino. Parecía que no habría vuelta atrás. Para ninguno de ellos.
– ¿Estás totalmente segura de que este es el camino correcto? -La malhumorada tía Marietta se quejó avisándoles que sería sólo un problema segundos antes de que avanzara vacilando alrededor de la esquina sobre sus tacones de satén, con las hermanas de Caroline a remolque discutiendo.
– ¿Quiere ser usted quien explique a su hermana por qué disfrutamos de una cita en el Paseo de los Amantes? -murmuró Kane, con expresión severa.- ¿O lo hago yo?
De repente Caroline recordó otra cita y una mirada de ojos negros tan llena de placer y pasión que la había hecho correr a toda prisa como un conejo asustado. En el momento en que el desarreglado pecho de su tía apareció, agarró el frente del abrigo de Kane y lo impulsó hacia atrás bajo el velo de sombras de los árboles.
Mirándole fijamente con ojos suplicantes, susurró con urgencia, -¡Hágame el amor!
CAPÍTULO 7
– ¿Perdón?-murmuró Kane roncamente, mientras Caroline se apretaba a él frenéticamente, enterrando las uñas en su chaqueta.
– Si piensan que somos amantes, hay una oportunidad que pasen sin reconocernos.¡Tiene que pretender hacerme el amor!
Kane agitó su cabeza, su respiración se hizo dura y rápida.
– Srta. Cabot, realmente pienso que no es lo más sabio…
Sabiendo que no había tiempo para pensar, Caroline tomó una respiración profunda para darse valor, subió en la punta de sus pies y apretó sus labios contra los de él.
Por varios latidos del corazón se mantuvo de pie tan rígido como una piedra, resistiéndose a su torpe abrazo. Entonces murmuró un juramento y sus brazos la envolvieron. La línea prohibitiva de su boca se ablandó contra la de ella, mientras apretaba el abrazo. Repentinamente ninguno de ellos fingía.
A través de la niebla de esa sensación deliciosa, oyó a Vivienne hablar bruscamente.
– Oh!-exclamó chasqueando la lengua.
– Portia, cubra sus ojos inmediatamente! ¡Y deje de atisbar a través de sus dedos!
El grito asustado de Portia fue seguido por el inconfundible sonido que hace un aficionado cuando encuentra la más sorprendente oferta.
– ¡Oh!-Portia se lamentó. -¡No me cubra los ojos! ¡No puedo ver donde piso!
Entonces, la lengua de Kane dio un golpeo suave encima de los labios de Caroline, persuadiéndola a abrirlos, y al hacerlo, aceleró el pulso de ella ahogándola en un placer profundo pulsando en sus venas y precipitando los erráticos latidos de su corazón.
Cuando el primo Cecil había intentado penetrar sus defensas, ella había cerrado firmemente sus labios y solo había sentido repulsión. Pero Kane tocó las mismas puertas con una dulzura irresistible, seduciéndola. Podía no saber besar, pero él era un maestro más que dispuesto a enseñar. Él frotó sus labios hacia adelante y hacia atrás a través de los suyos, creando una chispa en la fricción que amenazó encenderlos a ambos. Su lengua cavó más profundo en el dulzor virginal de su boca, arremolinándose y acariciando y rogando a su propia lengua para probar su sabor.
Cuando ella se acercó, sus brazos se apretaron acomodándola hasta que la suavidad dolorida de sus pechos se aplastó contra su pecho. Él ahondó su beso bebiendo de sus labios como si no se satisficiera hasta haber consumido su esencia. Caroline se aferró a él sintiendo crecer su deseo.
Apoyados el uno en el otro cuan largos eran sus cuerpos, ella se sentía completamente maravillosa, simplemente sintiendo su calor y su fuerza. Sin incluso comprenderlo, suspiró en su boca, un sonido dulce de abandono.
Él se estremeció contra su boca, al mirarla vio que sus ojos brillaban con hambre primitiva, al instante comprendió que su tía y hermana hace ya mucho tiempo los habían dejado solos en este paraíso a la luz de la luna.
Por primera vez en su vida Caroline entendió por qué hombres y mujeres buscaban la soledad, escapando de la sociedad que siempre estaba acechando, la necesidad de esconderse en las sombras y explorar el señuelo atormentando de lo prohibido. Ella se habría rendido con un solo beso. ¿Qué estaría dispuesta a sacrificar por otro y que más haría por los más provocativos placeres? ¿Su propio respeto? ¿La felicidad de su hermana? ¿Si permaneciera más tiempo en los brazos de este hombre que podría ocurrir?, tuvo miedo de averiguarlo.
Bajó sus ojos y empujó su pecho.
– Creo que se han ido. Podemos dejar de fingir.
Al principio Adrian no se movió, dejándole simplemente saber lo ineficaz de sus forcejeos contra su fuerza. Entonces bajó sus brazos despacio liberándola de su abrazo.
Cuando caminaba alejándose de ella, una ráfaga de viento perfumado revolvió su pelo y alzó la capa de su chaqueta. Su mirada era más inescrutable que antes.
– Ésa fue una actuación muy convincente, Srta. Cabot. ¿Ha considerado la carrera de actriz alguna vez?
– Puesto que me he dado cuenta que no me acomodan los rigores del espionaje, quizás debería…
Enderezó su máscara, esperando que las sombras escondieran el temblor nervioso de sus manos.
– Si no regreso a mi cama antes que Tía Marietta llegue a casa, puedo muy bien terminar vendiendo pasteles de Banbury en alguna esquina.
– Espero que eso no ocurra.
Las palabras de Kane fueron cortantes como el súbito sonido de una rama al quebrarse. Caroline empezó a temer que quizás su tía y su hermana habían regresado ya a casa. Moviéndose rápidamente y con una gracia silenciosa, Kane recuperó su bastón y la colocó detrás suyo, sin advertir en ella su rebeldía. Una vez escudada tras su cuerpo examinó las sombras bajo la luna, su cautela aparentemente iniciada por un sonido inofensivo.
Agarrando la parte posterior de su capa con una mano, Caroline miró con fijeza alrededor de su hombro, recordando el sentido abrumador de la amenaza que había experimentado anteriormente. ¿Había asumido que Kane era quien la seguía, pero si se había equivocado? ¿Y si había algo más en la oscuridad, mirando y esperando? ¿Algo peligroso? ¿Algo hambriento?
Tembló, preguntándose de dónde había venido tal pensamiento descarriado.
– ¿Cuál es él? -susurró.- No piensas que esos brutos han vuelto, ¿qué hacen?-
En lugar de contestar, Kane la asustó jalándola nuevamente dentro de las sombras de los árboles y sujetando una mano firmemente sobre su boca. Los ojos de ella se ensancharon al ver como un hombre venía andando alrededor en una curvatura del camino. Sus retorcijones y gemidos menguaron cuando reconoció al Alguacil Larkin enfermo y desencajado con paso flojo y un cuarteto de hombres con sombreros y capas indescriptibles lo seguían. A una señal discreta de Larkin, se separaron en los bosques en direcciones diferentes, uno de ellos paso cerca de Caroline y Kane.
Cuando estaban todos fuera del alcance del oído, Kane la soltó. Podría haber sido su imaginación demasiado exaltada, pero su mano parecía demorarse contra la suavidad de sus labios por un latido del corazón más largo que el necesario.
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