– ¿Lo haces? -Preguntó, sinceramente curiosa.
Él paso una mano a través de su pelo, encontrando de pronto difícil encontrar su mirada. – En ocasiones, supongo.
– ¿Por qué?
Se encogió de hombros. -¿Por qué bebe cualquier hombre? Para adormecer la sed por algo que quiere desesperadamente, pero nunca podrá tener.
Portia se arrimó casi imperceptiblemente a él, captando atrevidamente su mirada. -Siempre he pensado que si deseas algo lo suficiente, entonces deberías estar dispuesto a remover cielo y tierra para obtenerlo.
Julian miró sus oscuros cabellos y sus labios exuberantes, pensando en lo irónico de que una cara tan angelical le podía traer tal tormento infernal. Con un control que no sabía que todavía poseía, gentilmente acaricio su nariz. -Deberías estar agradecida, ojos brillantes, que no siga esa misma filosofía.
Dando media vuelta, siguió hacia los establos, dejándola de pie a solas con su sombrilla marchitándose bajo lluvia.
Sentada en la silla que había acercado a la cama, Caroline amablemente acarició los rizos dorados de la frente de su hermana. El estado de Vivienne ni había mejorado ni había empeorado a lo largo del día y la noche. Simplemente se veía como si pudiera continuar en ese antinatural sopor para siempre.
El sirviente había regresado al castillo justo cuando caía la noche y cesaba la lluvia con el aviso de que el doctor asistía un parto difícil y no podría llegar hasta la mañana. Portia tomaba una siesta en su cama, mientras el Agente Larkin había insistido en mantener su vigilia en el cuarto de estar que conectaba las dos cámaras. La última vez que Caroline se asomó a él, estaba durmiéndose sobre una taza de té ya fría, sus pies descalzos apoyados en una otomana, un volumen desgastado de Tyburn Gallows: Un Historia Ilustrada tumbada en su regazo.
Vivienne suspiró dormida y Caroline se preguntó si estaría soñando. ¿Soñaba ella con los ojos verdes azulados de Kane bailando a la luz del sol y campanas de boda? ¿O soñaba con oscuridad y rendición y campanas que eternamente doblaban la medianoche? Tal como hizo una docena de veces, Caroline bajo el cuello del camisón de su hermana para estudiar el espacio cremoso de su garganta.
– Deduzco que no encontraste lo que buscabas.
Con esa sombría voz arrastrada, Caroline miró por encima del hombro para encontrar la figura oscura de Kane recortada contra la luz de la luna. ¿Por qué debería asombrarla que él no estuviese de pie en la puerta, sino en la ventana abierta?
– No sé de que hablas, – mintió Caroline, atando con arte la cinta del camisón de Vivienne. Ella había registrado cada pulgada de carne pálida de su hermana, pero no había encontrado ninguna marca, ninguna prueba de juego sucio.
Él avanzo. Caroline se levantó, colocándose otra vez entre él y la cama.
Esta vez no se detuvo hasta que estuvo lo bastante cerca como para tocarla. – ¿Por qué no me dejas acercarme más, Señorita Cabot? ¿Temes por su hermana? ¿O por ti misma?
– ¿Tengo motivos para ello, milord?
Una mirada escrutadora acarició su rostro. -¿Si me crees un villano tan despreciable, entonces por qué no chillas para el Agente Larkin? Estoy seguro que nada le gustaría más que precipitarse aquí dentro y rescatarte de mis miserables garras. -Casi como si no pudiese resistir el deseo, alzo la mano hacia su cara, sus nudillos rozando muy ligeramente la curva del pómulo.
Al principio Caroline pensó que el gemido había salido de sus labios. Luego se percató que fue Vivienne. Volviéndole la espalda a Kane, corrió de regreso al lado de la cama de su hermana.
Vivienne estaba murmurando y agitándose con desasosiego bajo las mantas, su mejillas ya no pálidas, sino moteadas y ruborizadas. Caroline tocó con una mano la frente de su hermana, luego le lanzó a Kane una mirada indefensa. -¡Esta ardiendo de fiebre!
– Tenemos que enfriarla. -Dejando a un lado a Caroline, implacablemente destapó a Vivienne, luego recogió su cuerpo flojo y lo llevó hacia la ventana.
La protesta de Caroline murió en sus labios al ver que él simplemente exponía la carne acalorada de su hermana al aire fresco de noche. Él afirmó una cadera contra la repisa de la ventana, sus brazos firmes acunando a Vivienne con tal cuidado que Caroline tuvo que apartar la mirada.
Ella detectó a Larkin de pie en la puerta, su mirada penetrante viajando por entre los tres. La sombra de reproche en sus ojos podría haber sido una invención de su percepción mordaz.
– Un mensajero acaba de llegar, -les informó de manera concisa. – El doctor está en camino.
Mientras se apiñaban en la salita fuera del dormitorio de Vivienne, esperando que el doctor terminarse su examen, el resplandor nebuloso del amanecer comenzó a suavizar los bordes exteriores del firmamento fuera de la ventana. Portia estaba recostada en la esquina de un sofá adamascado, su expresión inusualmente pensativa. Larkin caminaba desasosegadamente de arriba abajo por el acogedor aposento, sus largas piernas llevándole del fuego de la chimenea a la puerta cerrada de la cámara de Vivienne y de regreso otra vez. Caroline se sentaba rígidamente en una mecedora, sus manos plegadas en su regazo mientras Kane se apoyaba contra la pared de la ventana, perdido en sus pensamientos.
Todos excepto Kane saltaron cuando la puerta se abrió y el doctor emergió, seguido por la joven criada pecosa que Kane había llamado Mattie.
Aunque la mirada fija del médico inmediatamente fue para el vizconde, Caroline se levantó y dio un paso adelante, con Larkin rondando detrás de su hombro. -Soy Caroline Cabot, señor – la hermana mayor de Vivienne.
El doctor Kidwell tenía el tamaño y la conducta de una pequeña rana de mal carácter. La fulminó con la mirada por encima de las gafas de acero en su nariz respingona. -¿Ha estado su hermana expuesta a la intemperie recientemente? ¿Ha sufrido una mojadura quizá?
Estorbada por el cansancio excesivo, Caroline rebuscó en su memoria. -Pues bien, llovía tres noches atrás cuando llegamos al castillo. Supongo que Vivienne podría haberla sufrido.
– ¡Ah ha! -Se jactó, cortándola. – ¡Tal como sospeché! Creo que pude haber encontrado al culpable.
Tomó la última onza de la floja fuerza de voluntad de Caroline, pero logró no mirar a Kane.
El doctor Kidwell chasqueó sus dedos a la asustada criada. Ella avanzo y él cogió rápidamente un objeto de sus manos, sujetándolo en lo alto. Caroline parpadeó, reconociéndolo como uno de los botines de cuero de su hermana. Excitado con el triunfo, el doctor deslizó su dedo entre la suela y el empeine lleno de rozaduras de la bota, exponiendo una abertura enorme.
Caroline y Portia jadearon. Cuando la Tía Marietta había invitado a Vivienne a venir a Londres, ella había heredado todos los preciosos trajes de noche y las zapatillas para el debut de Caroline. Pero no había sobrado más dinero de su escasa asignación para comprar botas nuevas.
– Hay otra como esta remetida debajo de la cama, -informó el doctor, – junto con un par de medias que todavía están húmedas.
Caroline recordó abrirse paso entre el fango de los patios de la posada, sus hombros vencidos por la lluvia torrencial. Ella negó con la cabeza en la súbita desilusión. – Supongo que Vivienne montó por horas sin quejarse ni una vez de los agujeros en sus botas o las medias mojadas.
Larkin apoyó una mano sobre su hombro, dándole un apretón reconfortante.- La Señorita Vivienne parecía perfectamente bien en la cena la noche que llegué. Estaba un poco pálida, pero aparte de eso, no dio señales de desasosiego.
Los ojos hinchados del doctor no eran crueles.- Algunas veces estas cosas están escondidas en los pulmones por un tiempo, agotando la fuerza y el apetito antes de darse a conocer.
Caroline inspiró profundamente antes de hacer la pregunta más difícil de todas. – ¿Se recuperará?
– ¡Por supuesto que lo hará! Es joven y fuerte. Sospecho que volverá a estar de pie en poco tiempo. Voy a dejarle los ingredientes y las instrucciones de una cataplasma de mostaza.
Caroline cabeceó, una oleada de alivio hizo aflojar sus rodillas. El brazo de Larkin rodeó su cintura, vigorizándola.
Portia gateó ansiosamente a sus pies. – ¿Y sobre el baile, señor? El baile de mascaras del vizconde será en menos de una semana. ¿Mi hermana estará bastante bien para asistir?
– Creo que sí, – dijo el doctor- Simplemente aplíquele la cataplasma dos veces al día y abríguela muy bien antes de salir. – Agitó un dedo con reproche bajo la nariz de Caroline. – ¡Y asegúrate que la niña tenga botas nuevas!
– Lo haré, -juró Caroline. Se encargaría de que sus hermanas tuviesen botas nuevas, aun si eso quería decir que tendría arrastrarse ante el primo Cecil.
– ¿Oh, por favor, señor, está despierta? ¿La podemos ver? -preguntó Portia.
El doctor fijo su dura mirada en ella. -Con tal de que prometas no reír nerviosamente y saltar sobre la cama, jovencita.
– ¡Oh, no lo haré, señor! Estaré tan quieta y tranquila como un ratón en la iglesia, – Portia le reconfortó, casi tumbándole cuando corrió desgarbadamente hacia la puerta.
Larkin dio un paso involuntario adelante, luego echo una mirada a Caroline, la incertidumbre reflejada en sus ojos. Ella inclinó la cabeza hacia la puerta, dándole su bendición. Cuando siguió a Portia al dormitorio, Mattie hizo pasar al doctor al corredor, dejando solos a Caroline y Kane en el cuarto de estar.
Caroline recorrió con la mirada para encontrarle examinándola, sus ojos verdes azulados más inescrutables que antes. Se mordió el labio, luchando contra una emoción que se parecía peligrosamente a la culpabilidad. Se había puesto a prueba a sí misma muy deliberadamente para creer lo peor de él. ¿Pero qué otra cosa podía hacer cuando él rechazo defenderse contra la más extraña de las acusaciones? ¿Cómo podía condenarla por traicionar su confianza cuando él nunca se la había ofrecido en primer lugar?
Determinada a encontrar una disculpa, de cualquier manera, insuficiente, se aclaró la voz y dijo, – Parece que le juzgué mal, milord. Creo que le debo una…
– Ahí se equivoca, Señorita Cabot. Usted no me debe nada. – Dando media vuelta, Kane cruzo de una zancada el cuarto justo cuando los primeros rayos del sol de la mañana llegaron derramándose sobre el horizonte.
CAPÍTULO 14
La luz del sol fluyó sobre la pared de piedra que rodeaba el huerto del castillo, transformando las motas de polen en brillante polvo de hadas. Bajo las verdes ramas frondosas de un árbol de tilo, un par de petirrojos brincaban, piando y preocupándose sobre que varitas de leña y trocitos de musgo servirían mejor para los acabados finales de su nido primaveral. Una brisa suave flotó desde el Este, portando en sus alas la fragancia intoxicante de madreselva de la zona.
Mientras Caroline andaba a lo largo del sinuoso camino de guijarros del huerto, deseó girar la cara hacia el sol. Pero su mirada fija continuó volviendo de regreso a la tercera ventana, pasando por alto el huerto. Sólo un cristal dividido por parteluces los separaba, incluso el soleado huerto con su invernadero frondoso y las mariposas podían haber sido un mundo aparte de las sombras del castillo. En alguna parte detrás de esas paredes de piedra de altura imponente, su señor dormitaba sus sueños y sus secretos conocidos únicamente por él.
Kane no había delatado ni un indicio de reproche hacia ella en los días posteriores al ataque de Vivienne. Parecía haber cortado pulcra y cruelmente el cordón invisible que los había atado. Si él todavía sentía su tirón irresistible cuando quiera que ella entrara en un cuarto, entonces lo escondía detrás de una máscara de educada indiferencia. No más contestaciones agudas, ninguna chispa de burla en sus ojos cuando la miraba. Se comportaba con perfecta propiedad, casi como si él fuese ya su cuñado. Uno habría pensado que nunca habían compartido una cita a medianoche en el Camino del Amante o un beso que hacía pedazos el alma.
Aunque ella continuaba cerrando con pestillo de la puerta del balcón cada noche antes de acostarse, Caroline sospechaba que ya no había necesidad de hacerlo. Durmió la noche entera y se levantó sintiéndose despojada, como si alguien querido por su corazón hubiera muerto.
– ¿Por favor, señor, llamarías por algo más de té?
Mientras la voz de Vivienne iba a la deriva hacia sus oídos, Caroline hizo una pausa bajo la sombra del árbol de tilo, su mano se posó en su suave tronco.
Su hermana se reclinaba en un tílburi al pie de la colina, una manta de lana sobre su regazo se plegaba alrededor de sus piernas delgadas. El alguacil Larkin se había levantado de un banco de piedra y se apresuraba hacia la casa. A juzgar por el libro abierto que había abandonado en el banco, aparentemente había estado leyendo en voz alta para Vivienne. Caroline sonrió a pesar de sí misma, preguntándose si él estaba leyendo Tyburn Gallows: Una Historia Ilustrada o quizás The Halifax Gibbet: El Baile De los Malditos.
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