– Por supuesto que tengo sentimientos hacia él -dijo Caroline enérgicamente- El tipo de sentimientos que se espera que tenga hacia un hombre que muy bien puede terminar por salvar a tu familia de la ruina.
Reconociendo el destello de luz en los ojos de Caroline, Portia suspiró derrotada.
– ¿Qué quieres que haga? ¿Quieres que vaya detrás de ti, ondeando el crucifijo y rociando con agua bendita?
– Solamente mantén a Vivienne ocupada y fuera de mi camino.
– Deberías haber dado esa tarea al alguacil Larkin. Dudo que una manada de hombres lobos aulladores le pudieran apartar de su lado. Supongo que debería estar agradecida de que al menos Julian no esté enamorado de ella, también -El casual encogimiento de hombros de Portia realmente no pudo encubrir el dolor que oscurecía sus ojos- Por supuesto, él ha dejado perfectamente claro que no está enamorado de mí tampoco.
Caroline negó con la cabeza impotentemente, deseando tener el poder de desenredar las cadenas que amarraban sus corazones.
– No creo que encuentres al alguacil asociándose con Vivienne esta tarde. Por lo que necesito que conserves un ojo en ella hasta que regrese.
Cuando Caroline pasó rozándola, Portia agarró su brazo.
– ¿Tendrás cuidado, verdad, Caro? Aun si el vizconde no resulta ser un vampiro, todavía podría ser peligroso.
Para ser un lugar con tantos secretos, Trevelyan Castle tenía notablemente pocas puertas cerradas. Caroline vagó por los huecos de la sinuosa escalera y los corredores por lo que pareció una eternidad, sintiéndose un poco como una princesa en uno de los amados cuentos de hadas de Portia. Pero estaba por verse si este castillo estaba encantado o maldecido. O si su invisible captor era un príncipe o una bestia.
El castillo ya estaba agitándose con sirvientes que preparaban sus innumerables cuartos para el flujo de invitados que empezarían a llegar en la mañana. Algunos de los invitados del vizconde se quedarían en posadas cercanas, pero muchos de ellos pasarían la noche en el castillo. Pasando fácilmente entre los sirvientes distraídos, Caroline registró cada piso con precisión metódica, encontrando varias cámaras que ella y Portia habían pasado por alto cuando andaban buscando espejos. Después de una búsqueda fútil de los pisos altos, se encontró de pie ante la puerta de la galería del retrato.
Tocó con las puntas de los dedos la manija, deseando resbalarse dentro y ver si todavía poseía el coraje para aguantar de pie cara a cara con ese guerrero cruel que reflejaba la cara de Kane.
Echó una mirada sobre su hombro hacia la ventana ojival en el extremo más alejado del corredor. Su tiempo se acababa. La luz del día decrecía; la luna se levantaría pronto. Volviendo la espalda a la galería del retrato, se levantó las faldas y se apresuró hacia las escaleras, con pasos aligerados por la urgencia.
No fue tan difícil pasar entre los sirvientes de la cocina hacia el sótano. Estaban por todas partes gritando órdenes y haciendo sonar las cacerolas como campanas mientras pelaban verduras y cocían pan para la extravagante cena que debía ser servida después del baile de mañana por la noche. Se movió rápidamente después de un portal arqueado, haciendo una mueca cuando vio un caldero de cobre lleno de grasa que había estado situado bajo un gancho de hierro para atrapar la sangre de desecación de algún trozo sin identificar de carne.
Dudaba en encontrar alguna cosa significativa fuera del laberinto de cuartos que componían la cocina, pero se quedaba sin lugares de búsqueda. Echó una última mirada detrás de ella para asegurarse que no había sido divisada, y se deslizó hacia un corredor estrecho, dejando atrás el alegre caos.
El corredor tenía el piso inclinado y sucio y el techo de roble bajo. Se agachó rápidamente, una telaraña cosquilleaba detrás de su cuello, haciéndola estremecerse. De no ser por los candelabros oxidados colocados a intervalos regulares a lo largo de las paredes picadas, manchadas por la humedad, hubiera jurado que nadie había usado este camino durante siglos. Las velas de sebo echaban más sombras que luz. Caroline no se percató de que el corredor había dado una vuelta hasta que giró la mirada detrás de ella para descubrir que su boca había desaparecido. Había sólo oscuridad atrás y sombras titilantes delante.
Algo salió del suelo detrás de ella, escarbando con garras afiladas en la suciedad. Dejando escapar un agudo aullido poco digno, Caroline dio un salto hacia adelante, golpeándose de cara en una puerta. Frenética por escapar de lo que temía debía de ser una rata grande, hambrienta, traqueteó sin parar la manija de la puerta, solo para descubrir que finalmente había encontrado lo que había estado buscando, una puerta cerrada.
Olvidándose completamente de la rata, retorció la manija otra vez, probándola en busca de cualquier indicio de vulnerabilidad. ¿Qué pasaría si inadvertidamente había tropezado con la puerta de la cripta familiar? ¿O con esa mazmorra tan acondicionada de la que Kane se había jactado tan locuazmente?
Estaba arrodillada para presionar su ojo en el ojo de la cerradura cuando una voz tan seca como el polvo salió de la oscuridad detrás de ella.
– ¿Puedo ayudarla en algo?
Caroline saltó sobre sus pies y giró rápidamente. Wilbury aguardaba detrás de ella, parecía como si él mismo hubiera salido de la cripta familiar. Su cara estaba seca y pálida como una máscara mortuoria a la luz cetrina.
Llevaba puesto un anillo de llaves de hierro en su cintura, muchas de ellas oxidadas por el desuso.
– ¿Qué? buenas tardes, Wilbury -dijo ella, rebuscando una sonrisa agradable.- ¡Qué oportuno es usted! Justamente deseaba que alguien viniese y abriese esta puerta para mí.
– Ciertamente.
Su respuesta desdeñosa la dejó sin elección excepto perseverar en su fanfarronada.
– Su, su señor me envió abajo para coger algo para mi hermana.
– ¿Lo hizo? ¿Y porque solamente no llamó el mismo?
– Porque él sabía que venía por aquí y no tuvo el deseo de molestarle. -La única reacción del mayordomo fue arquear una ceja nevada. Caroline se acercó más y murmuró- Te convendría ayudar a tu señor a complacer a mi hermana, ¿sabes? Algún día puede ser la señora de este castillo.
Mascullando algo bajo su respiración que sonó sospechosamente a “Disparates”, Wilbury comenzó a tocar a tientas su manojo de llaves. Finalmente localizó la que buscaba y la resbaló en el ojo de la cerradura. Caroline cogió una de las velas del candelabro, con la anticipación aligerando su respiración.
Wilbury abrió la puerta, sus huesos aparentemente rechinaban tan ruidosamente como los goznes antiguos. Muy al tanto de que la acechaba tras ella, Caroline avanzó a rastras adelante, manteniendo la candela en lo alto. En lugar de cadenas manteniendo los restos purulentos de jóvenes vírgenes e ingenuas, la modesta cámara lucía mundanos estantes de madera que alojaban filas y filas de jarras, botellas, y bolsas de lona. Sus etiquetas cuidadosamente inscritas no leían Restos de Lobo u Ojo de tritón, sino Nuez Moscada, Jengibre, y Tomillo.
Parecía que había tropezado accidentalmente con nada más que un sótano de especias.
– Respetamos las viejas tradiciones aquí -le informó Wilbury- En tiempos medievales, era usual que el administrador del castillo guardara bajo llave las preciosas y costosas especias.
Eso sólo habían sido tres o cuatrocientos años atrás. Wilbury probablemente había sido un niño entonces, pensó Caroline sin piedad.
– ¡Ah, allí está! -luchando por disimular su desilusión, cogió la botella más próxima del estante sin molestarse en leer su etiqueta y la guardó en el bolsillo de su falda- Estoy segura que este será justo el té que mi hermana toma.
Cuando Caroline pasaba junta a él, Wilbury dijo:
– Podría querer llevarle algo de azúcar además, señorita.
Caroline se giró, parpadeando
– ¿Y por qué?
Él inclinó la cabeza hacia su bolsillo.
– Camuflará el sabor amargo del láudano.
Caroline estaba sentada sobre su cama, abrazando sus rodillas y observando la puesta del sol en el horizonte occidental. Su último día antes del baile pronto estaría terminado y su búsqueda en Trevelyan Castle la había dejado con más preguntas que respuestas. A pesar de sus atrevidas intenciones, no estaba más cerca de descubrir la verdad acerca de Adrian Kane de lo que había estado la primera noche que puso los ojos sobre él.
– Adrian -murmuró, preguntándose como sería tener el derecho de tratarle por su nombre de pila- ¿Te apetecería algo más de morcilla, Adrian? ¿Planearemos una cena de medianoche para tu cumpleaños este año, Adrian? ¿Como te gustaría llamar a nuestro primer hijo, Adrian?
Asediada por una dolorosa puñalada de soledad, Caroline apoyó su mejilla sobre su rodilla y observó las sombras del crepúsculo avanzar a rastras hacia las puertas del balcón. Quizá tentaría al destino esta noche y las dejaría sin el cerrojo.
Caroline se envaró. Levantó la cabeza, su mirada fija agudizándose en las puertas del balcón. Estaba recordando un paso furtivo, una sombra moviéndose rápidamente a través del cielo de la noche, una tenue niebla saliendo furtivamente de la luz de luna. Levantándose de la cama, se deslizó hacia las puertas, con pasos tan medidos como si hubiera caído en algún tipo de trance hipnótico.
Cuando él apareció fuera de las puertas su primera noche en el castillo, Kane había afirmado que no podía dormir. Que había abandonado su cama y había salido a fumar y pasear. Luego se desvaneció como había aparecido.
Abriendo las puertas, Caroline salió un momento al balcón. El aire fresco de la tarde acarició sus brazos desnudos bajo las pequeñas mangas hinchadas de su traje de Cambray [6], poniéndole la carne de gallina. En todas sus andanzas infructíferas de la tarde, ¿por qué no se le ocurrió nunca simplemente volver a trazar sus pasos?
Recorrió con la mirada el horizonte. Tenía poco tiempo que perder. El sol ya había perdido intensidad hasta una incandescencia nebulosa, bordeando la parte inferior de las nubes de dorado.
Caroline cruzó en silencio las almenas del castillo, pegada a la curva de la pared de la torre para no ser divisada por alguien que pudiera acechar en la parte inferior. Sólo podía rezar para que Portia todavía mantuviera a Vivienne ocupada.
A un lado de la torre ya alcanzada por el crepúsculo, finalmente encontró lo que parecía el principio sinuoso de unas escaleras de piedra. Las siguió hacia abajo, donde conectaban con un puente estrecho, que se extendía a lo largo de la abertura entre las torres norte y sur. Mientras se apresuraba a través del puente, el viento azotaba su delgada falda, haciéndola lamentar haber dejado su capa atrás.
La noche que llegó, Wilbury le había informado que su señor había sido muy explícito en sus instrucciones: la señorita Caroline Cabot debía estar alojada en la torre norte. Mientras Caroline alcanzaba el otro lado del puente y comenzaba a subir las escaleras de la torre sur, hizo un intento en no pensar en las oscuras implicaciones de las palabras del mayordomo. Intentando no pensar en lo fácil que sería para los ocupantes de las dos torres tener un encuentro tórrido sin que nadie más del castillo lo supiera. La petición de Kane probablemente había sido completamente inocente. Después de todo, había presenciado los esfuerzos frenéticos de los sirvientes hoy. Quizá en el momento de su llegada, la torre norte había tenido una de las cámaras habitables.
Pronto se encontró de pie fuera de un par de puertas casi idénticas a las de ella. Ahuecó sus manos alrededor su cara y trató de mirar con atención adentro, pero las pesadas cortinas cubrían el cristal. Miró por encima su hombro. Aunque el sol no había terminado completamente su descenso, las estrellas ya comenzaban a brillar intermitentemente contra la paleta de color añil del cielo del este.
No podía demorarse más tiempo. Mientras cerraba sus dedos helados alrededor del tirador de la puerta, se preguntó si Kane había prestado atención a su propio consejo y había echado el pestillo a sus puertas contra el viento. Si lo había hecho, entonces no tendría más alternativa que volver a rastras a su dormitorio donde pasaría una noche más en una agonía de incertidumbre.
Reuniendo coraje, giró el tirador y le dio a la puerta un empujón suave. Ésta se movió sin nada más que un chirrido de protesta, invitándola a la oscura guarida del vizconde.
CAPÍTULO 15
Caroline se deslizó al interior de la torre, dejando que la puerta se cerrara a su espalda. Sintió su corazón palpitar tan fuerte como para despertar a los muertos. Se estremeció, alejando el desventurado pensamiento.
Vaciló, esperando que sus ojos se adaptaran a la penumbra. Aunque las afelpadas cortinas de terciopelo cubrían las ventanas, la cámara no estaba completamente oscura. Una vela de cera se quemaba en un candelabro de hierro fijado a la pared en el lado opuesto de la torre.
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