Aunque su cara la traicionara con otro rubor, decidió no hacer caso del insulto deliberado.
– No puede negar que tiene los instintos de un asesino. Me tenía sobre mi espalda y con su mano en mi garganta antes de que pudiera juntar aire para gritar.
Arqueando una ceja, él dijo.
– Ahora que lo pienso, no luchaba muy fuerte -se acercó y coloco un cabello fugitivo detrás de su oído- Casi habría jurado que huir era la última cosa en su mente.
El toque de sus dedos en la sensible piel detrás de su oído la hizo estremecer de deseo.
Él retiró su mano, como si también lo hubiera sentido.
– ¿Es lo que cree que soy? ¿Un asesino?
– No sé qué es usted -admitió, su voz temblando por la emoción- Sólo sé que desde del primer momento que puse mis ojos en usted, ya no pude pensar en nada ni nadie más. Sé que cada vez que entra en una habitación, parece que las varas de mi corsét estan demasiado apretadas y no puedo respirar. ¡Sé que no debería estar teniendo pensamientos vergonzosos y sueños con el hombre con quien mi hermana prácticamente se ha comprometido en matrimonio si él no hubiera echado alguna clase de hechizo sobre mí!
– La primera vez que nos encontramos, usted me dijo que sólo los de poca voluntad estaban en peligro de sucumbir a mi encanto.
Una risa desesperada se le escapó.
– Entonces mi voluntad debe ser mucho más débil de lo que pensé.
– ¿Si eso es verdad, entonces qué pasaría si en este mismo momento yo le mandara acercarse? -Se acercó lo bastante para sentir el calor que irradiaba de su cuerpo, oler el masculino almizcle de su piel, sin tocarla- ¿Sería capaz de resistir si le ordenara que me abrazara? ¿Qué me besara?- Su voz se deslizó en una nota ronca- ¿Qué me amara?
Caroline trató de alejarse, pero Kane la agarró por los hombros, obligándola a encontrar su ardiente mirada.
– ¿Y si tiene razón, Caroline? ¿Y si la hubiera hechizado? ¿Y si fuera el hechizo más fuerte de todos? ¿Y si se enamorara de mí?
Sacudió su cabeza en una muda protesta, horrorizada de que conociera su mas profundo secreto. Ninguna cantidad de agua bendita podría quitar tal mancha. No había ninguna cura, ningún remedio, ningun encantamiento para ser roto. Bien podría atrevasar su traicionero corazón con esa estaca.
– Me insulta milord. Nunca le haría eso a Vivienne. No soy esa clase de mujer.
El apretón en sus hombros se había ablandado hasta parecerse peligrosamente a una caricia.
– ¿No cree que sé qué clase de mujer es? Es la clase de mujer que abandonaría sus propios sueños sólo para hacer realidad uno de los sueños de sus hermanas. Pero quizás su corazón no es tan escrupuloso y lleno de abnegación como el resto de usted. Podría insistir egoístamente en seguir su propio camino aun si usted no lo hace.
Ella lo miró fijamente, reteniendo las lágrimas.
– Entonces supongo que merece estar roto, ¿verdad?
– No por un hombre como yo -refunfuñó Kane.
Frunciendo el ceño, recuperó su voluminosa capa de la espalda de una silla y se la colocó alrededor de los hombros.
– ¿Adónde me lleva? -exigió cuando la sujetó del brazo através de la capa y la impulsó hacia las puertas francesas.
– De regreso a su habitación. A menos, por supuesto, que desee que llame a uno de los criados para que la escolte.
Sin esperar su respuesta, la empujó por las puertas francesas y salieron al exterior. El viento se había elevado, colocando jirones fantasmales de nubes atravesando el arco plateado de la luna creciente.
– No me iré tan fácilmente -Caroline insistió mientras la arrastraba rapidamente a por las escaleras hacia el puente. Agudamente consciente de la altura a la que se encontraban, tropezó a su lado, sin aliento por el esfuerzo para mantener el ritmo de sus largas zancadas- Si no es un vampiro, quiero saber por qué duerme todo el día y rechaza mostrarse a la luz del sol. Quiero saber por qué sus antepasados lucen igual a usted. Quiero saber por qué usted deja que la sociedad, y yo, creamos lo peor de usted en vez de defenderse contra sus acusaciones. ¡Y quiero saber por qué no hay un solo espejo en ninguna parte de este maldito castillo!
Mascullando un juramento, Kane la hizo girar para afrontarlo. Elevándose sobre ella, con sus amplios hombros enmarcados por las nubes, mostrando los dientes. La luz de la luna iluminó los planos de su rostro, afilándolos y haciéndolo parecer aún más peligroso.
Antes de que pudiera protestar, su mano se había sumergido en su bolsillo y había surgido con la estaca. Envolviéndo el otro brazo alrededor de su cintura para prevenir su fuga, colocó la estaca en su mano y la forzó a cerrarse alrededor. Por más que se resistió, giró la primitiva arma y la colocó contra su propio pecho.
– Si realmente crees que soy alguna clase del monstruo -dijo, su mirada tan feroz como nunca la habia visto- entonces sigue adelante y estacame. Mi corazón no ha sido mío desde el primer momento en que puse mis ojos en ti, bien podrias terminar el trabajo.
Caroline parpadeó, totalmente confundida por su confesión. En aquel momento, no le preocupó si era un hombre o un monstruo. Sólo quería que fuera suyo. Incapaz de esconder el ansia en sus ojos, se estiró y suavemente acarició la rígida curva de su mandíbula. Sus dedos despacio se relajaron, como hicieron los suyos, soltando la estaca que cayo al suelo.
Rindiéndose, la arrastró contra él, tomando su boca en un beso tan oscuro y dulce como la misma muerte. A pesar del golpe de su cabello en la cara y el salvaje aleteo de la capa en el viento, era como si estuvieran congelados en el tiempo. Para Caroline, no había ningún pasado o futuro. Ninguna Vivienne y ninguna excusa. Sólo este momento, este hombre, este beso.
Una eternidad más tarde, separó su boca de la suya y la miró profundamente. Sacudió su cabeza, pareciendo incluso más impotente de lo que que ella se sentía.
– ¿Sin importar lo que voy a hacer contigo, mi querida señorita Cabot?
– Lo que sea, milord -murmuró ella como si estuviera soñando, sintiendo el toque ferviente de sus labios en su pelo cuando descansó la mejilla contra su pecho.
– Adrian -le susurró, abrazándola.
– Adrian -suspiró.
Estaba tan aturdida por el placer que le tomó un momento entender que el rítmico sonido bajo su mejilla era el palpitar de su corazón. Lanzándole una mirada asustada abrió su camisa y presionó la palma contra la tibia piel de su pecho. El latido casi dobló su ritmo bajo aquel casto toque. Como el resto de él, su corazón estaba caliente, lleno de vida, y demasiado mortal.
– Siempre supe que no eras tan despiadado como aparentas -murmuró ella, echándole una mirada conocedora.
– Supongo entonces que mi secreto esta descubierto. No soy un vampiro.
– Por supuesto que no lo eres -Se rió de él, casi mareada de alivio- ¡No existen tales cosas! No puedo creer que me dejé influenciar por las fantasías ridículas de Portia. Debes pensar que soy una cabeza hueca. Yo nunca debería…
Los brazos de Adrian se apretaron a su alrededor, deteniendo abruptamente su charla. Su sombría mirada se fijó cuidadosamente en ella.
– No soy un vampiro, amor. Soy un cazador de vampiros.
CAPÍTULO 16
Caroline parpadeó hacia Adrian, recordándole a un pequeño búho aturdido.
– No eres un vampiro -repitió despacio.
– Así es.
– Eres un cazador de vampiros.
Adrian asintió con la cabeza.
– Alguien que caza a vampiros.
Él asintió con la cabeza otra vez.
– Y los mata.
– No exactamente. Porque ellos estan ya muertos -explicó suavemente- Lo que hago es destruirlos y envíar las cáscaras desalmadas de sus cuerpos al diablo de modo que ellos no puedan hacer más daño.
Incluso cuando con cuidado se sacó sus armas y comenzó a andar de espaldas hacia el medio del puente, Caroline asintió con la cabeza, como si lo que le decía tuviera perfecto sentido.
– Asi que por eso duermes durante el día. De esa manera puedes salir a cazar vampiros por la noche.
– Eso me temo, ellos no son muy aficionados al sol.
Él casi podía ver los complejos y entramados engranajes de su retorcido cerebro.
– Supongo que no compartes sus otras características. Como, ah… ¿la inmortalidad, por ejemplo?
Él arqueó una ceja.
– ¿Esto es por la galería de retratos otra vez?
Ella asintió con la cabeza.
Él cruzó sus brazos sobre su pecho, apremiado por recordar la ultima vez que se habían sentido tan vacíos.
– Yo no te mentí sobre el fuerte parecido de mi familia. Mi tatara-tartara-tatara-tío una vez engendró a un niño con la criada de su esposa. Fue capaz de negar que el niño era suyo hasta el día que nació con aquella marca reveladora encima de su ojo izquierdo.
– ¿Qué pasó entonces? -preguntó ella, despacio, pero retirándose.
– Mi tatara-tartara-tatara-tía le disparó. Por suerte para mí y el resto de sus descendientes, ella tenía muy mala puntería y sólo logró pegarle un tiro en la espinilla. Él continuó engendrando a más de quince niños, siete de esos en mi tía. Ella estuvo obligada a pegarle un tiro dos veces más antes de que finalmente muriera en su cama a la madura edad de noventa y dos años.
Caroline ladeó su cabeza.
– ¿Y los espejos? ¿Si eres un cazador de vampiro en vez de un vampiro, entonces por qué eres tan contrario a vislumbrar tu reflejo?
Adrian suspiró y pusó una mano sobre su mandíbula. Esta era la pregunta que mas había estado temiendo.
– Si debes saber, él se deshizo de los espejos por mi -Julian arrastró las palabras cuando llegó saliendo de las sombras detrás de ella.
Al mismo tiempo, Adrian soltó un juramento, Caroline colocó una mano sobre su corazón y se giró para afrontar a su hermano.
– ¿Por qué eres contrario a vislumbrar tu reflejo?
– No -Julian contestó, dando otro paso hacia ella- Porque ya no lo tengo.
Caroline se quedo en silencio durante un largo momento antes de hacer silenciosamente una pregunta.
– ¿Y supongo que ya no tienes un alma tampoco?
Julian acarició los bolsillos de su chaleco desdeñosamente correcto, luego sacudió su cabeza tristemente
– No para mí, me temo.
Caroline despacio se volvió hacia atrás a Adrian, el calor de sus ojos enfriandose hasta helarse.
– ¿Cuánto te llevó a ti y a tu hermano para venir con esta pequeña broma cruel y pesada? ¿Pensaste que esto sería una gran diversión para engañar a la muchacha crédula del lugar? ¿Planeastes todo el asunto con una agradable botella en el puerto y algunos puros finos? -Ella levantó su barbilla, pero no podía esconder completamente su temblor- Parece que me equivoqué contigo después de todo, milord. Usted es tan despiadado como quiso que yo creyera que era.
Adrian dió un paso indefenso hacia ella.
– Si sólo me escucharas, Caroline.
– Ah, no -dijo ella, sacudiendo su cabeza- Creo que he oído bastante por una noche. Ahora si ambos están entreteniéndose a mis expensas, creo que volveré a mi cámara.
Con sus hombros delgados, rígidos bajo la capa de Adrian, Caroline comenzó andar hacia el final del puente bloqueado por Julian.
Demasiado tarde, Adrian comprendió lo que su hermano iba a hacer.
Cuando Caroline se acercó a él, un gruñido inhumano salió de la garganta de Julian. Él enseñó los dientes, los fondos de oscuridad en sus ojos se ahuecaron para aparecer los blancos.
Caroline jadeó y fue tropezando hacia atrás. Julian siguió paso a paso, la luz de la luna brillando en las curvas letales de sus colmillos. Él no retrocedería hasta que ella se hubiera apoyado directamente en los brazos de Adrian.
Adrian juntó su cuerpo tembloroso contra el suyo y fulminó con la mirada a su hermano por encima de su cabeza.
– ¡Maldito, Julian! No eres muy oportuno.
Julian se encogió de hombros, su semblante angelical volvió a la expresión arrepentida que siempre le permitía hacer la peor travesura.
– No soy oportuno quizás, pero completamente eficiente.
Adrian tuvo que confesar que no era ningún gran sacrificio tener a Caroline en sus brazos. Todavía fulminando a dagas con la mirada a Julian, él acarició la blandura de su pelo.
– Esta bien, amor. No dejaré que te haga daño ese muchacho repugnante.
Como Caroline siguió boquiabierta de asombro, Julian le ofrecio la clase de sonrisa que uno podía ofrecer a una niña después de cogerla por la barbilla y asegurarle que el monstruo de debajo de la cama habia sido vencido y no habia peligro.
– No hay ninguna necesidad de que esté aterrorizada, señorita Cabot. Puede ser un bocado delicioso, pero a diferencia de mi querido hermano aquí, soy capaz de controlar mis apetitos.
Cuando él miró vió la fija mirada indolente de su hermano a cada detalle indiscutible de su abrazo, incluso Caroline con el pelo caído y con los labios madurados por besos, Adrian dijo.
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