Caroline sacudió su aturdida cabeza.

– ¿Pero qué podría tentar posiblemente a tal monstruo…?

Adrian sólo podía mirar inútilmente cuando su aturdimiento comenzó a endurecerse por el horror.

– Ah, Dios -susurró ella, la sangre que visiblemente desaparecia de su cara- ¿Es Vivienne, verdad? La tía Marietta, dijo que la primera vez que la vio, la miró como si hubiera visto a un fantasma. Larkin trató de advertirme de que tenía un parecido asombroso con Eloisa, pero no le escuchaba. Por eso la entrenaba en como llevar puesto su pelo. ¿El baile, el camafeo…el vestido largo… pertenecian a Eloisa, verdad? ¿Por qué apuesto que ella hasta llevaba puestas rosas blancas en su pelo y tocaba el arpa, verdad?

– Como un ángel -admitió Adrian de mala gana.

Colocando una mano sobre su boca, Caroline se escapó del él. Esta vez cuando la alcanzó, ella retrocedió violentamente.

– Querido Señor -respiró ella, retrocediendo ante él -sólo quiere usar a mi hermana como cebo, nunca sintió cariño por ella en absoluto.

– ¡Por supuesto que siento cariño por ella! ¡Ella es una muchacha muy querible!

– ¿Bastante querible como para atraer a aquel monstruo? ¿Bastante querible para ser conducida como un cordero a la matanza? -La voz de Caroline se elevó, rajándose en una nota ronca- ¡Le dio el vestido de una muchacha muerta! ¿Tuvo la intención de convertirlo en su sudario?

Adrian sacudió su cabeza, desesperado por borrar la angustia de los ojos de Caroline.

– Le juro por mi vida que yo nunca dejaría que se le causara ningun daño. Yo no me habría acercado a ella en absoluto si no creyera que soy lo bastante poderoso para protegerla.

– ¿De la misma manera que protegió a Eloisa?

Adrian cerró sus ojos brevemente.

– Soy mucho más fuerte ahora de lo que era entonces. He gastado cada día desde que murió afinando mis habilidades, tanto físicas como mentales. Incluso entonces, si me hubiera dado cuenta antes de que ella estaba en peligro mortal, yo podría haber sido capaz de salvarla.

– Pero no la salvó, ¿verdad?

Adrian no tenía ninguna defensa contra aquel golpe. Caroline se giró alrededor y emprendió el viaje de regreso a través del puente, con sus puños apretados con determinación. Esta vez Julian no hizo ningún movimiento para pararla.

– ¿A dónde va? -Adrian la llamó.

– A decirle a Vivienne todo sobre su pequeño feo plan.

– ¿Va a contarle sobre nosotros también?

Caroline se congeló en mitad de una zancada. Si no fuera porque el viento movia los pliegues de su capa y estremecía la seda de su pelo iluminada por la luna, Adrian podria haber creído que se habia convertido en piedra.

Ella despacio se dio vuelta para afrontarlo. Esto no era desprecio en sus ojos. Esto era el deseo, la pena. Su voz era suave, tan clara aún como el cristal.

– Sólo cuando comenzaba a creer que no era un monstruo, tuvo que demostrarme lo equivocada que estaba.

Aunque no quisiera nada más que ir detrás de ella, para arrastrarla a sus brazos y pedirle que entendiera, Adrian sólo podía estar de pie y mirar cuando Caroline se fue por el puente, llevándose consigo lo que quedaba de su destrozado corazón.

Caroline entró silenciosamente en la cámara de sus hermanas. Terminando de llorar, sus lágrimas se habían secado finalmente, dejando su cara devastada y sientiendose tan entumecida como su corazón.

Había esperado encontrar a sus hermanas acostadas en sus respectivas habitaciones, pero ambas se habían dormido en la sala. Portia estaba enroscada en una silla de ala sobrerellena, con su gorro de noche deslizandose hacia abajo sobre un ojo, mientras Vivienne estaba tumbada en la chaise delante del hogar, con la mejilla apoyada en sus manos y un edredón descolorido alrededor de ella. El fuego menguante les daba un brillo acogedor a sus caras turbadas por el sueño. Juzgando por el par de tazas de té medio vacías y el plato de loza sucio con migas de galleta que descansaba en el hogar, Portia había hecho bien su promesa de mantener a Vivienne ocupada toda la tarde.

Caroline todavía se tambaleaba al saber que Julian era un vampiro y Adrian era un cazador de vampiros. Pero empequeñeciendo aquellas revelaciones que no podían compararse con el descubrimiento más asombroso de todos: Adrian no lamentaba que Vivienne no lo quisiera.

Durante años jugando en el teatro que hacian para sus padres había sido unida al príncipe sólo porque era la mayor y la más alta de sus hermanas. Ahora había encontrado finalmente a un hombre servicial con quien hacer el papel de princesa sólo para descubrir amargamente que no había ningún final feliz para ellos dos.

Adrian había demostrado ser tan despiadado como Duvalier. Duvalier podía robar almas, pero Adrian se había escurrido por delante de toda su defensa bien afilada para robarle su corazón. Tuvo que cerrar sus ojos contra una oleada de ansiedad cuando recordó aquellos momentos en sus brazos, en su cama, los únicos que conocería.

Estaba a la deriva más profunda en el cuarto, sus zapatillas susurrando sobre la alfombra Aubusson. Como un invitado honrado en una merienda, la caja que contenia el vestido del baile estaba abierta y apoyada en el sofá cubierto por damasco, donde podía ser admirado mejor. Sólo hacía unas pocas horas habia estado tan locamente enamorada de su belleza como sus hermanas. Ahora solo pensar en ello en la piel conmovedora de Vivienne la hizo querer estremecerse. Si el vestido fuera no más que una cubierta, entonces la caja era un ataúd, listo para ser clavada y cerrada con todos sus sueños dentro.

Aún ahora mismo, algo sobre el resplandor del vestido todavía lo hacia irresistible. Caroline de mala gana paso las yemas de los dedos sobre el tul brillante, preguntandose sobre la muchacha que lo había llevado puesto una vez. ¿Se habían acelerado los latidos de su corazón cada vez que Adrian entraba en un cuarto? ¿Había sentido el deseo cada vez que él le mandaba una de sus sonrisas perezosas? ¿Había creído que él se precipitaría y la rescataría hasta aquel mismo momento cuándo encontró su destino impensable en las manos de un hombre en el que había confiado una vez, pero nunca había amado?

Caroline retiró su mano del vestido, mirando a sus hermanas. Parecia sólo ayer que eran niñas, todas con las rodillas raspadas y los rizos sueltos. Ahora vacilaban al borde de ser mujeres cultivadas, aún todavía con sus labios exuberantes encorvados a la mitad con pensativas sonrisas cuando soñaban con vestidos exquisitos y bailes de mascaras y hermosos príncipes que las rescataban de cada peligro.

Llegó al hombro de Vivienne, determinada a sacudirla de aquellos sueños y llevársela de ese lugar antes de que se convirtieran en pesadillas. Pero algo paró su mano.

Todavía podía ver a Adrian de pie en aquel puente, el viento soplando por su pelo. Incluso aunque no fuera un hombre que pedía, había visto el ruego en sus ojos. Pensó en los años que había pasado cazando a Duvalier y a otros monstruos como él, la enormidad de los sacrificios que había hecho para proteger el secreto de su hermano. Mientras otros hombres de su edad y posición bailaban hasta el alba, perdiendo sus fortunas, y seduciendo a mujeres casadas, él había gastado los últimos cinco años, desterrado de su propia clase, viviendo en las sombras justo como las bestias que cazaba.

¿Qué haría ella si sus situaciones fueran invertidas? miró fijamente a Portia cuando suavemente acarició el pelo de Vivienne. ¿Hasta donde llegaría para salvar las vidas de sus hermanas? ¿Salvar sus mismas almas?

Había creído que sus lágrimas estaban todas secas, pero se había equivocado. podía sentirlas picando en sus ojos cuando se dio cuenta exactamente de lo que haría.

Algo.

Algo, imperiosamente.

CAPÍTULO 17

– ¿Que quieres decir con que no puedo ir al baile? ¿Cómo puedes ser tan cruel?

Caroline miró hacia abajo a Portia, endureciéndose ante la mirada de dolorida indignación que vio en los ojos de su hermana. Se sentía doblemente cruel al asestarle este golpe estando de pie en medio de su habitación rodeada por una colorida colección de enaguas, cintas y lazos. Vestida sólo con su camisa y bragas, y con su oscuro cabello peinado en alto con mechones rizados, Portia se veía de doce años. La caja abierta de polvo de arroz que brillaba en la cómoda podía haber sido polvo de hadas, esperando la ocasión de transformar a una difícil jovencita en una hermosa mujercita en la noche de su primer baile.

– No estoy siendo cruel -respondió Caroline- Simplemente estoy siendo práctica. Todavía has de ser presentada en la corte, o nunca tendrás una presentación adecuada. No sería adecuado para ti aparecer en un baile ofrecido por uno de los más ilustres miembros de Theton con tu cabello recogido y tu escote bajo.

– ¡Pero tengo diecisiete años! -gimió Portia- ¡Si no me presento pronto, me alcanzará el momento de volver a encerrarme nuevamente! -Sus ojos se achicaron hasta formar dos rendijas acusadoras- Y además, tú nunca tuviste una presentación adecuada y aún así asistirás al baile.

– No tengo opción. Tú hermana requiere una chaperona.

Portia miró frenéticamente alrededor de la habitación, tratando de idear un nuevo argumento que lanzarle.

– No tienes que tener miedo de que te avergüence. Una de las criadas nos ayudó a Vivienne y a mí e improvisé un perfectamente respetable traje de gala a partir de mi viejo vestido de domingo -Tomó la familiar muselina azul a rayas del respaldo de una silla y la sostuvo delante de su pecho para que Caroline pudiera admirarla, dedicándole una sonrisa esperanzada- ¿No es hermoso? Incluso cosimos una nueva faja y una capa extra de frunces para esconder lo mucho que ha crecido mi busto durante el año pasado. ¡Y sólo dale una mirada a esto! -dijo arrancando de la cómoda una media máscara de papel maché decorada con una impertinente nariz rosa y largos bigotes felinos sosteniéndola frente a su cara- Julian la encontró para mí en uno de los áticos del castillo.

Caroline se puso rígida. Desesperadamente deseaba creer que Julian verdaderamente había rechazado su destino, pero mientras recordaba la oscuridad que se había apoderado de sus ojos y el destello de la luna reflejado en sus garras, sintió que su turbación aumentaba.

Recogiendo la máscara de manos de Portia, Caroline la tiró nuevamente sobre la cómoda.

– Todo es ciertamente precioso y estoy segura de que tendrás ocasión de usarlo muy pronto. Pero no esta noche.

Su sonrisa fue sustituida por un tormentoso ceño, Portia lanzó su vestido sobre la cama en un descuidado montón.

– No entiendo que va mal contigo. Desde que ayer fuiste en busca de Lord Trevelyan no has vuelto a ser tú misma. En un momento estás convencida de que podría ser el mismo demonio encarnado. Y al siguiente me estás diciendo que todo fue una especie de estúpido error.

Caroline recogió un trozo de encaje de la cómoda y lo dio vueltas alrededor de su dedo, evitando la mirada de Portia.

– Lo que te dije fue que el Vizconde y yo aclaramos todos nuestros malentendidos. El no es un vampiro y yo he decidido que será un marido perfectamente aceptable.

– ¿Para Vivienne? -Portia cruzó los brazos sobre su pecho- ¿O para ti?

Sintiendo que sus mejillas se inundaban de color, Caroline alzó bruscamente la cabeza para encontrar la mirada desafiante de su hermana. Debería haber anticipado esto. A pesar de la diferencia de edades, siempre se había sentido más cercana a Portia que a Vivienne. Lo que hacía que mentirle ahora fuera doblemente difícil.

– Para Vivienne, por supuesto, ¡tu pequeña gansa tonta! No sé porque sientes la necesidad de echar a volar tu imaginación con todas estas fantasías románticas cuando no sabes absolutamente nada de lo que ocurre entre un hombre y una mujer.

– ¡Si no me dejas ir al baile, puede que nunca lo descubra! Por favor, Caroline! -Portia unió sus manos, con una atractiva mirada suplicante capaz de derretir un corazón de piedra- Cuando le dije a Julian que las tres solíamos practicar nuestros pasos de baile en el salón de Edgeleaf, me prometió que me reservaría un vals.

Mientras se imaginaba a su hermana dando vueltas alrededor del salón de baile en brazos de Julian, sus blanquísimos dientes a solo pulgadas de la vulnerable curva de su garganta, la turbación de Caroline se convirtió en un pánico total y absoluto.

Antes de poder detenerse, había agarrado a Portia por el brazo dándole una fuerte sacudida.

– No pondrás un pie fuera de esta habitación esta noche, jovencita. Si descubro que lo hiciste, te enviaré de regreso a Edgeleaf por la mañana y nunca jamás volverás a posar tu mirada sobre Julian Kane otra vez. Ni sobre ningún otro hombre.

Liberándose del agarre de Caroline, Portia comenzó a alejarse de ella, con lágrimas bañando sus ojos.