– Puedo llevar puesto su vestido, Adrian, pero no soy Eloisa. Si hubieras sabido que ella estaba en peligro antes de que fuera demasiado tarde, estoy convencida que la habrías salvado. Del mismo modo que vas a salvar a mi hermana. Y a tu hermano -lo miró fijamente, sus labios se torcieron en una trémula sonrisa- Lo creo con todo mi corazón porque tengo fe en ti.
Cuando la sombra de Duvalier cayó, Julian embistió, exponiendo sus dientes con un gruñido
– ¡Ah, esto es mejor! -Dijo Duvalier, con sus labios torcidos en una sonrisa-Prefiero tenerte gruñéndome como un perro loco que encogiéndote en la esquina como un perrito azotado.
Apretando los dientes contra una ronda fresca de frialdad, Julian dijo:
– El único loco por aquí, Victor, eres tu.
Duvalier hecho atrás la capucha de su capa dejando ver su lustroso pelo negro largo. Levantando sus hombros en un encogimiento galo, dijo:
– Temo que la locura, como tantas cosas, esté en el ojo del observador. -Su acento francés sólo se había hecho más profundo en sus años lejos de Inglaterra, ablandando sus consonantes a un ronroneo ronco- Unos podrían considerarlo hasta un regalo, justo como la inmortalidad.
– Considero ambos una maldición -Escupió Julian.
– Por eso soy más fuerte que tú. Mucho más poderoso. He gastado los cinco años pasados abrazándome a lo que soy, mientras tú has gastado los cinco años pasados corriendo de ello.
– En donde estuve de pie, el único que corria eras tu.
La sonrisa de Duvalier ya no se reflejaba en sus ojos.
– Tengo sólo la culpa de esto. Parece que subestimé la persistencia de tu hermano. Pensé que estaría obligado a destruirte o tú lo destruirías.
– Lo que subestimaste es su amor por mí y su determinación de cazarte en los confines de la tierra.
– ¿Si realmente te amara, te aceptaría como eres, o no? -Suspirando, Duvalier sacudió su cabeza- Casi me compadezco de ti. No quieres ser un vampiro, pero no eres un hombre, tampoco. ¿Dime, qué piensas cuándo estás con una mujer? ¿Piensas en el olor de su piel, en la blandura de sus pechos, el placer que puede darte con sus manos, su boca, aquella pequeña hendidura dulce entre sus piernas? ¿O escuchas el latido de su corazón bajo el tuyo cuando entras en ella, el susurro irresistible de la sangre que se precipita por sus venas cuándo la haces venirse?
Julian gimió como si un puñal lo hubiera atravesado. Doblándose, se derrumbo a su lado.
Duvalier se arrodilló al lado de él, su voz suave aún implacable.
– ¿Eres un hombre que adora a las mujeres, o no? Aún en todos estos años, nunca te has permitido una virgen. ¿Por qué es? ¿Piensas que eres indigno para profanar tal tesoro? ¿O tienes miedo que el olor de la sangre de su inocencia pudiera volverte loco? ¿Tienes miedo que pudieras despertarte sin la memoria de cómo la muchacha con la boca floja y ojos muertos llegó a tu lado?
Julian puso sus manos sobre sus oídos, lanzando un quejido.
Duvalier acarició su pelo, su toque casi era suave.
– Pobre muchacho. Lo hice, sabes. ¿Cuándo tu jugabas al cazador de vampiro con tu hermano y su nueva puta, nunca se te ocurrió que yo podría cazarle también?
Julian tenia miedo de pensar, miedo de sentir, miedo de esperar, cuando Duvalier metió una llave en una manilla y luego en la otra. Las esposas de hierro desaparecieron, liberando sus manos del peso de las cadenas.
Julian dió a Duvalier sólo tiempo para elevarse a sus pies antes de embestir hacia su garganta, con los colmillos expuestos. Duvalier salto fácilmente fuera de su alcance, Julian dio tumbos avanzando unos pasos, luego se estrelló en una rodilla. Incluso sin las cadenas, la carga del crucifijo grabado en su pecho conectado con el hambre lo habían dejado demasiado débil para luchar. Débil para hacer algo ahora, sin comida. Pronto sólo tendría fuerzas para morir.
Duvalier cacareó con compasión.
– Quizás es tiempo de que te demuestre que hasta un monstruo como yo es capaz de tener piedad.
Poniendose la capucha de su capa para protegerse de la luz del sol, esquivó la puerta. Reapareció unos segundos más tarde llevando un bulto que se retorcia.
Julian lamió sus labios secos. Quizás Duvalier le había traído una oveja o algún otro animal para sostenerlo. El bastardo era bastante sádico para tenerlo vivo, y prolongar su tortura.
Cuando Duvalier puso la carga a sus pies y sacudió el bulto, la anticipación indefensa de Julian giró a horror.
Portia estaba de pie allí, sus manos ligadas por delante y una mordaza de seda llenaba sus hermosos labios. Su pelo cayó alrededor de sus hombros en salvaje desorganización salvaje y sus mejillas estaban manchadas de suciedad. La muselina azul rayada de su vestido estaba rasgada y manchada en varios sitios, como si hubiera presentado una lucha valiente contra las maquinaciones de Duvalier.
Cuando lo vió, soltó un grito sordo, la esperanza llameba en sus ojos aterrorizados. Ella no tenía ningún modo de saber que afrontaba su destino.
Aunque esto tomara la última onza de su fuerza, Julian logró tambalearse a sus pies.
– ¡No! -él susurró-¡No te dejaré matarla del modo que mataste a Eloisa!
La sonrisa de Duvalier era como la oferta de un amante.
– Ah, no voy a matarla. Tu si.
Mofándose por el triunfo, Duvalier lanzó a Portia directamente en las manos de Julian. Con sus sentidos aumentados por el hambre, podía oler su miedo, oír cada matiz rítmico de la sangre que bombeba su camino por su corazón como una carrera de caballos. Cuando presionó su cuerpo tembloroso contra él, su cuerpo reaccionó con una lujuria tan penetrante como nunca había sentido.
– No -susurró, sintiendo el alargamiento de sus colmillos.
– Cuando la saqué anoche por la ventana de su recamara, me pidió que la tomara. Entonces dije, tengo piedad. -Barriendo su capa alrededor, Duvalier giró para irse.
Tragando las últimas heces amargas de su orgullo, Julian lanzó un gritó:
– ¡No me hagas esto, Victor! ¡Por favor! ¡Te lo pido!
Duvalier se encogió de hombros como si sus palabras fueran sólo una nueva idea.
– Si no quieres matarla, siempre podrías esperar hasta aquel momento precioso cuando su corazón golpea su último latido y sorber el alma directamente. Entonces sería uno de nosotros y podrías disfrutar del placer de su compañía para toda la eternidad.-Tardó sólo un momento para dar a Julian una última sonrisa- Esa es tú opción.
Entonces la puerta se cerró, la llave en el candado se escucho como un estruendo.
Cuando Adrian y Caroline se escaparon por una de las puertas ventana del cuarto de desayuno, procurando evitar los ojos curiosos de los criados, encontraron a Vivienne y Larkin en la terraza esperándolos.
Vivienne llevaba puesto un gorro bastante pequeño y una capa verde forestal, mientras Larkin vestía sport, una pistola y una expresión resuelta.
– Esto no puede ser cierto -dijo Adrian, doblando sus armas sobre su pecho y contemplándolos con los ojos entrecerrados.
Caroline pasó delante de él, fulminando con la mirada a su hermana.
– Si piensas durante un minuto que voy a permitir que nos acompañes, señorita, entonces este pequeño gorro tonto debe estrechar tu cerebro.
Vivienne se preparó con una regia aspiración.
– ¿Y por qué no debería yo de acompañarte? Portia tambien es mi hermana.
Habiendo sido derrotado con el mismo argumento, Adrian disfrutaba del desconcierto de Caroline.
– Tiene un punto válido, querida.
Caroline giró hacia él furiosa.
– ¿Quién te preguntó?
Recordando que iba armada, levantó sus manos en un gesto de rendición y retrocedió, cambiando una mirada cautelosa con Larkin.
Las dos hermanas no quitaron el pie del talón, ninguna vacilación ni signos de retroceder.
– Portia puede estar en problemas -dijo Caroline- No estoy preparada para dejar que te pongas en peligro también. No tengo el tiempo, ni inclinación de rescatarlas a las dos.
– No pido tu permiso -replicó Vivienne- Eres mi hermana, no mi madre.
Larkin tuvo que palmear la espalda de Adrian quien tuvo un repentino ataque de tos.
Despues de un momento de silencio, Caroline respiró.
– ¡Bueno, tu pequeña mocosa desagradecida! Después de que todo que he hecho por ti, todo que he sacrificado, como podría…
Vivienne comenzó a hablar directamente.
– Nadie alguna vez te obligó a desempeñar el papel de madre o mártir. Si no fueras tan orgullosa y tan cabezota, podrías haber sido capaz de pedir una mano de vez en cuando. ¿Todo lo que tenias que hacer era decir, ‘Vivienne, ¿te opondrías a poner el arco en el pelo de Portia hoy?’ o 'Vivienne, por qué no bajas corriendo al mercado y nos escoges un agradable…
– ¡Podría, si, pero tú tenias la sesión probablemente ocupada delante del espejo para peinar tus largos rizos de oro o practicar como puntear las i con pequeños corazones ridículos o probarte todos los vestidos hermosos que Madre había hecho para ti!
Vivienne jadeó.
– ¡Por qué, tu vaca celosa! ¡Yo podría haberte prestado vestidos durante un tiempo, pero al menos nunca por casualidad dejé tu muñeca favorita sentada cerca del fuego!
Caroline se inclinó avanzado hasta que su nariz casi tocó a Vivienne, con una sonrisa repugnante que encorvó sus labios.
– ¿Quién dijo que eso fue un accidente?
Cuando cada una de ellas se lanzó a una nueva diatriba, detallando los defectos de la otra una durante las dos décadas pasadas, Adrian dió un toque a Larkin en el hombro y sacudió su cabeza hacia los bosques.
Ellos habían llegado casi al borde de la maleza cuando la cabeza de Caroline de repente volteó a su alrededor.
– ¿Ustedes dos donde creen que van?
Adrian suspiró.
– A encontrar a Portia y a Julian.
– ¡No sin nosotras! -Agarrando a Vivienne de la mano, Caroline arrastró a su hermana de la terraza y hacia los bosques. -¿Los hombres no son las criaturas más imposibles? Pasas una noche en sus camas y piensan que sólo porque te dieron unas horas de placer indecible, pueden pasar el resto de tu vida decidiendo que es lo mejor para ti.
Vivienne sacudio afirmativamente con la cabeza.
– Son absolutamente insoportables. ¡Por qué, Alastair rechazó dejarme venir hoy hasta que consintiera en llevar puesto un par de sus botas! -Levantó su dobladillo para mostrar las botas desgarbadas.- Tuve que ponerme media docena de pares de medias para que me quedaran. Ahora mis pies parecen grandes lonjas feas de jamón.
– Pobre cordero -canturreó Caroline, uniendo su brazo al de Vivienne-Tan pronto como encontremos a Portia y a Julian, daremos a tus pies un buen remojon frente al fuego.
Cuando pasaron a los hombres, todavía charlando como urracas, Adrian y Larkin intercambiaron una mirada de duda.
– Parecen que encontraron un enemigo en común -murmuró Larkin.
– Sí -suspirando Adrian estuvo de acuerdo- Nosotros.
Anduvieron con dificultad sobre colina y valle, caminaron en el agua en corrientes frias, y esquivaron el alero de ejecución en la horca, pasaron bajo de cuevas y playas, buscando a Julian y sus lugares predilectos de niño, Caroline casi lamentaba no haber tomado prestados un par de las botas de Adrian. Las suelas de sus botas, que llevaba puestas, estaban tan delgadas que podía sentir la mordedura de cada roca y raíz.
Había sufrido un colapso de agotamiento en mas de una ocasión, pero cada vez que tropezaba, la mano de Adrian estaba ahí. Cada vez que su fuerza vaciló, la vista de su cara decidida la aguijoneaba a que continuara.
La estaba ayudando a pasar un tronco caído con una fisura escarpada y rocosa cuándo él murmuró:
– ¿Placer Indecible, eh?
Caroline bajó su cabeza para esconder su sonrisa.
– No tienes que parecer tan satisfecho. Supongo que esto era solo…tolerable.
– ¿Sólo tolerable? -Dió a su mano un tirón, no dándole ninguna otra opción, sólo tropezar contra él. Con la blandura de sus pechos aplastados contra su pecho, la miró fijamente y vió en sus humenantes ojos una promesa.- Entonces parezco que no tendré ninguna otra opción, sólo redoblar mis esfuerzos esta noche.
Esta noche, cuando Portia y Julian estuvieran seguros. Esta noche, cuando estuvieran enroscados en la cama acogedora de Adrian, haciendo planes para su boda, riendose del miedo que sus tontos hermanos les habían dado. Contemplando sus ojos, Caroline podía ver como ambos querian creer en aquel futuro.
Pero cuando el día menguó, sus esperanzas también. El sol desapareció detrás de un velo de nubes y una lluvia ligera comenzó a caer, apresurando la pendiente del crepúsculo. El pequeño gorro animado de Vivienne comenzó a inclinarse. Cuando este sufrió un colapso, lo tiró lejos y desechó con disgusto, poniéndose la capucha de la capa sobre su pelo.
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