Surgieron de las sombras del bosque para encontrarse en un gran claro. Un edificio achaparrado se alzaba en medio de ello, con piedras antiguas e incrustado por el liquen. Una piedra gel montaba guardia sobre la entrada, su cara severa les advierte que este no era ningún asilo para el cansado viajero.

– ¿Qué es este lugar? -Caroline susurró, perturbando el silencio poco natural.

– La cripta de la Familia Kane -murmuró Adrian en respuesta.

Ella tembló, pensando que no era sorprendente que las voces de la vida parecieran tan inoportunas aquí.

Adrian escogió un camino sobre la manta de hojas aplastadas y empapadas, con cautela acercándose a la cripta. El resto arrastradose detrás con renuencia. Pero una vez que él alcanzó la puerta de la cripta, simplemente posó la mirarada fijamente en el mango de hierro ornamentado.

– ¿Qué es eso? -preguntó Larkin, sosteniendo a Vivienne más cerca.

Adrian levantó la cabeza. Caroline podría pensar que era la misma expresión que cuando él estuvo de pie fuera de aquel infierno de juego de azar con el cuerpo de Eloisa dentro y lo miró quemarse.

– La puerta de la cripta nunca ha sido abierta al exterior antes. No tienes que preocuparte de que sus ocupantes escapen.

Caroline sintió los diminutos pelos de su nuca erizarse de temor.

– Apartáos -Adrian mandó, sacando la pistola del cinturón de su pantalón.

Cuando retrocedió varios pasos, el resto lo siguió.

Apuntó y tiró del gatillo, rompiendo el candado de un solo tiro. El sonido agudo de la pistola resonó por el claro. Cuando el humo que se elevó como la niebla despacio se despejó, la puerta de la cripta con un crujido se abrió.

CAPÍTULO 23

Julian entró tambaleándose por la puerta de la cripta, llevando a Portia como a una niña en brazos. Su cabeza colgaba sobre su brazo, sus negros rizos se derramaban hasta sus caderas. Sus ojos estaban cerrados, su piel mortalmente pálida, tan pálida que no había error posible en el par de gemelas incisiones que estropeaban la cenicienta perfección de su garganta.

Un desgarrado sollozo escapó de los labios de Caroline. Las rodillas de Vivienne cedieron y Larkin se dejó caer con ella, abrigándola en sus brazos para amortiguar sus sollozos contra su pecho.

Su cara era incluso más hermosa y terrible que la de un ángel guardando el sepulcro, Adrian buscó dentro de su capa y sacó una estaca de madera.

Empezó a apartarse, pero Caroline le agarró el brazo, contemplándolo.

– No, Adrian -susurró ella con fiereza, clavando sus dedos en su manga-Mira su pecho. ¡Está viva!.

Aunque el movimiento era casi imperceptible, el pecho de Portia subía y bajaba rítmicamente.

Julian se tambaleó hacia ellos, sus lágrimas mezclándose con la lluvia. Caroline jadeó, sin darse cuenta hasta ese momento que él se veía incluso más cerca de la muerte que Portia. Sus ojos estaban huecos, sus mejillas hundidas, su piel tan pálida como el pergamino. Sus dientes se veían espantosamente blancos en comparación a sus azulados labios.

Su voz era poco más que un ronco graznido.

– Solo tomé lo que necesitaba para sobrevivir -Bajó la mirada a la cara de Portia con desgarradora ternura- no lo habría hecho si la pequeña obstinada idiota no hubiese insistido. Intenté advertirle que era demasiado peligroso, que no confiaba en mí mismo para detenerme antes de que fuese demasiado tarde, pero no escuchó.

Cuando se derrumbó sobre sus rodillas, todavía acunando a Portia contra su pecho, todos ellos se pusieron en movimiento. Larkin cogió gentilmente a Portia de brazos de Julian con la ayuda de Viviene mientras Adrian ponía a Julian sobre su regazo.

– Nunca quise que me vieras así otra vez-farfulló Julian a través de sus castañeantes dientes. Se aferró a Adrian, su cuerpo se sacudió con incontrolables temblores- No quiero que nadie ve-e-vea lo que Victor me hizo. Que descubran el terrible m-m-monstruo que soy.

– No eres un monstruo. -Adrian acarició con cuidado el pelo empapado de sudor apartándolo de su cara, su propia mano temblaba.- Si lo fueras, Portia estaría muerta ahora mismo.

Julian parpadeó ante él.

– Si no soy un monstruo, ¿Entonces que soy?.

– Eres lo que siempre has sido y lo que siempre serás -Adrian apoyó su frente contra la de Julian y cerró los ojos, pero no antes de que Caroline pudiera ver las lágrimas brillando en ellos – Mi hermano.

– ¿Cómo está? -susurró Caroline, quedándose en el umbral de la torre sur varias horas después.

Adrian estaba recostado en una silla al lado de la cama en mangas de camisa y pantalón, sus largas piernas extendidas frente a él y su barbilla apoyada sobre su palma. Aunque sus ojos se le cerraban de agotamiento, el brillo de la vela revelaba que no habían perdido nada de su vigilante brillo.

Había insistido en subir a Julian él mismo por esos cinco pisos de escaleras e instalarle en su propia cama. El amanecer se estaba acercando y las pesadas cortinas de terciopelo de la torre habían sido corridas para asegurarse que no había riesgo de que un simple rayo de luz de sol se colara en la habitación.

– Está descansando bien -dijo Adrian cuando Caroline se acercó a la cama. Su cariñosa mirada descendió sobre el dormido rostro de su hermano.- Volverá a criticarme por llevar las corbatas torcidas y me dará una paliza al ajedrez en no mucho tiempo.

Los labios de Julian habían perdido su tono azulado y el color estaba regresando lentamente a sus mejillas. Caroline apartó sus ojos de la copa que descansaba sobre la mesa al lado de la cama, sabiendo que no tenía que preguntar si contenía vino tinto.

– ¿Cómo está Portia? -Preguntó Adrian.

– Positivamente insufrible -le aseguró Caroline.-Continúa exigiendo vasos de agua fresca y pastel de riñones y regodeándose, en que ella y el Dr. Polidori tenían razón, todo este tiempo, acerca de la existencia de los vampiros. Vivienne insistió en hacerse cargo de Portia por un ratito, y no osé negarme.-Hizo una mueca ante el destrozado dobladillo del vestido de Eloisa. – Además, no podía esperar para quitarme este vestido y pedir un baño de vapor.

– ¿Estás segura que no quieres que llame al Dr. Kidwell para que la examine? Puedo encargarme de algunas preguntas embarazosas si tengo que hacerlo. Especialmente con Alastair de mi lado. Las autoridades locales probablemente estarían bastante impresionadas con un policía londinense.

– No, gracias -replicó ella estremeciéndose.- El doctor probablemente solo querría sangrarla.

Adrian vaciló.

– ¿Portia ha hablado acerca de lo que sucedió en la cripta?

Caroline negó con la cabeza antes de decir suavemente.

– No creo que vaya a hacerlo nunca. -Estudió la atractiva cara de Julian, pensando en lo infantil e inocente que parecía en reposo.- Venera el suelo por el que anda. Habría hecho cualquier cosa por él.

Caroline descansó su mano sobre el hombro de Adrian, recordando ese terrible momento cuando éste creyó haber observado como su hermano había asesinado a su hermana…y cualquier esperanza de futuro que quizás hubiesen compartido.

Esperó que Adrian cubriese su mano con la suya. Pero en cambio se levantó de la silla, dejando que su mano pendiese torpemente en el aire.

Caminó hacia las puertas francesas y apartó a un lado las pesadas cortinas, observando en el interior de la menguante noche.

– ¿Qué hay acerca de Duvalier? -preguntó, el nombre un venenoso juramento en sus labios.- ¿Qué ha dicho Portia acerca de él?

Caroline sintió como se le endurecían los rasgos.

– Me dijo que la había raptado antes incluso de que pudiese llegar a la fiesta, que la mantuvo atada en alguna cueva toda la noche, que la arrojó a aquella cripta con Julian como si no fuese nada más que una pedazo de carne cruda.

Adrian soltó un juramento.

– Desde que empezó todo esto, ese bastardo, no se ha atrevido ni una sola vez a enfrentarse conmigo cara a cara. Debería haber sabido que esta vez no sería diferente. Probablemente ahora mismo esté a millas de aquí.

– El día de ajustar cuentas llegará, Adrian. Responderá por cada vida que ha destruido, cada preciosa alma que ha robado, incluyendo la de Julian. Juntos, nos aseguraremos de eso.

Adrian continuó observando la noche.

– Tan pronto como Portia esté lo bastante fuerte para viajar, quiero que la cojas a ella y a Vivianne y dejéis este lugar.

– Estoy segura que el Policía Larkin estaría más que dispuesto a ver a mis hermanas volviendo a la seguridad de la casa de la Tía Marietta.

– Alastair ya ha acordado escoltaros a vosotras tres a Londres.

Caroline sonrió.

– Así que los dos habéis estado conspirando a nuestras espaldas ¿eh? Eso no es muy deportivo de tu parte. Simplemente tendrías que haberle dicho al bueno del policía que no voy a ir a ningún lado sin ti.

– Sí, lo harás. Vas a volver a Londres y vas a pretender que los últimos quince días nunca sucedieron.

Su sonrisa decayó.

– No puedes pedirme eso.

– No te lo estoy pidiendo.-Adrian se volvió para enfrentarla, sus ojos se encontraron con los de ella por primera vez desde que había entrado en la torre. Lo que vio en sus desoladas profundidades la estremeció hasta el hueso.

A pesar de su creciente aprensión, consiguió reírse débilmente.

– Pensaba que ya habíamos aclarado que no tienes derecho a darme órdenes. Eso solo puedes conseguirlo con una licencia especial del Arzobispo.

Él sacudió la cabeza antes de decir suavemente.

– Me temo que no pueda permitirme adquirir esa licencia. No cuando esto podría costarnos tanto a los dos.

– Ese es un precio al que estoy más que dispuesta a pagar.

– Pero yo no. Cuando Julian salió tambaleándose de esa cripta con Portia en sus brazos, ambos medio muertos, me di cuenta que había sido un tonto en creer que yo podría protegeros a alguno de vosotros. Eso es por lo que tienes que irte ahora… antes de que sea demasiado tarde.

– ¿Cómo puedes admitir que me quieres, y al siguiente aliento pedirme que te deje?.

Indicó con un dedo la forma inmóvil de Julian.

– Porque podrías ser tú la que estuviese tendida en esa cama ahora mismo. O peor aún, tendida en tu tumba. Nadie a quien ame estará a salvo hasta que Duvalier esté destruido. Y hasta ese día, no puedo afrontar ninguna distracción más.

– ¿Eso es todo lo que soy para ti?-murmuró Caroline-¿Una distracción?

Avanzó hacia ella, su cara tensa con la angustia.

– Si digo que sí, ¿Te irás? ¿Qué pasa si te digo que la noche que pasamos juntos no fue más que una agradable diversión pasajera? ¿Que eres más fácil de seducir que la mayoría? ¿Que encuentro tu falta de experiencia aburrida y que prefiero mucho más las expertas caricias de una prostituta y bailarinas de ópera que tus torpes manoseos y sobreexcitadas declaraciones de amor?.

Caroline le dio la espalda alejándose de él, incapaz de dejar de estremecerse bajo el látigo cruel de sus palabras.

La cogió por los hombros, sacudiéndola.

– ¿Es eso lo que quieres oír de mis labios? ¿Si te digo que mi única intención desde el principio era seducirte, después descartarte, me odiarías lo bastante para dejarme?.

– No -susurró, mirándolo a través de un velo de lágrimas.- Eso solo me haría amarte más, por que sabría que me amas lo bastante para poner tu propia alma en peligro por decir tan descarada mentira.

Conteniendo un inarticulado juramento, Adrian la liberó y se apartó unos cuantos pasos.

– Quizás tú estés dispuesta a arriesgar tu propia vida para quedarte conmigo, ¿Pero que pasaría si traemos un niño al interior de toda esta locura? ¿Estarías dispuesta a arriesgar su vida, su alma, también?

Caroline se llevó una mano a su estómago.

– ¿Has olvidado que podría ya estar llevando a tu hijo?

Adrian quizás fuese capaz de ocultar su amor por ella detrás de una máscara de decisión, pero no podía disfrazar el desesperado anhelo en sus ojos cuando miró su vientre. Sólo entonces ella se dio cuenta de que había cometido un error táctico.

– Más razón para que te vayas -dijo él suavemente, elevando lentamente los ojos para encontrarse con los suyos.

Sintió las lágrimas que resbalaban por sus mejillas.

– Si haces esto, Adrian, entonces Duvalier ya ha ganado.

Y ella había perdido. Ese conocimiento sabía tan amargo como la ceniza en la boca de Caroline.

Decidida a demostrar que podía ser tan despiadada como él, se paró frente a Adrian.

– Si fuese una prostituta o una bailarina de ópera, me deberías al menos un último beso -Ahuecando su cara en sus manos, se puso de puntillas y presionó sus labios contra los de él, al igual que había hecho esa mágica noche en el Vauxhall donde le había ofrecido tanto su beso como su corazón sin darse cuenta.