Caroline picoteó su codorniz con su tenedor para evitar mirar los hombros fornidos de Kane.
– La chica estaba tan angustiada y aterrada que cayó de rodillas y escondió su cara. Cuando finalmente se atrevió a levantar la cabeza, su compañero se había ido.
– ¿Ido? -La tía Marietta repitió estridentemente, tocándose con una mano su gruesa garganta.
Larkin asintió con la cabeza.
– Desaparecido. Como: sin dejar rastro.
– ¿Dispense, Alguacil Larkin, pero si usted no tiene ningún cuerpo para proporcionar cualquier prueba de juego sucio, entonces cómo sabe que el hombre simplemente no se escapó? -Caroline no podía haber dicho qué la apremió a hablar. Sólo sabía que un silencio cristalino había caído sobre la mesa y todo el mundo clavaba los ojos en ella.
Incluso su anfitrión.
El alguacil despejó su garganta, su mirada estrechándose en su cara como si la viera por primera vez.
– Una pregunta válida, Señorita Cabot, pero con este incidente pegándole en los talones a las otras desapariciones en el área, no tenemos más remedio que tratarlo con igual suspicacia. Especialmente luego de lo que el asaltante hizo después.
– ¿Qué hizo? -dijo renuentemente, preguntándose si era demasiado tarde para saltar a través de la mesa y tapar los oídos de Portia.
Los invitados sostuvieron sus respiraciones colectivas mientras aguardaban su respuesta. Incluso Vivienne le echó una mirada furtiva, sus labios temblando.
Larkin dobló su cabeza, su larga cara taciturna.
– Según la joven, la abordó y le ayudó a levantarse. Su cara estaba en la sombra, pero ella describió que poseía los modales y el comportamiento «de un señor». Le entremetió un soberano de oro en su mano y le dijo que corriera a toda prisa a casa con su madre porque había peores monstruos que él vagabundeando en la noche. Luego se giró, y con un remolino de su capa, desapareció dentro de las sombras.
Kane se puso de pie, dejando claro que tanto su paciencia como su hospitalidad habían alcanzado sus límites.
– Gracias, Alguacil. Fue muy amable de su parte pasar de visita y compartir esta fascinante historia conmigo y mis invitados. Le puedo asegurar que escucharemos su advertencia y tendremos cuidado en evitar Charing Cross después de la puesta del sol.
Larkin se levantó, de cara a él en la mesa.
– Veo que usted lo hace. -Mientras dos lacayos corpulentos aparecían en la puerta, una sonrisa sardónica curvó sus labios-. Aprecio la cortesía, pero creo que puedo encontrar mi propia salida. -hizo una pausa en la entrada como si hubiera olvidado algo tan insignificante como un guante o un pañuelo-Casi me olvidé de mencionar que me topé con un viejo amigo nuestro de Oxford, justamente, el otro día en Covent Garden… Victor Duvalier.
Aunque Julian visiblemente palideció, la cara de Kane pudo haber estado esculpida de piedra.
– Aparentemente, regresó a Londres después de una vasta expedición por los Cárpatos. Me dijo que le diera sus saludos afectuosos y que te dijera que esperaba que vuestros caminos se cruzasen muy pronto.
– Como espero yo -murmuró Kane, algo en su cara impasible envió otro temblor a la columna vertebral de Caroline.
Antes de girar para marcharse, Larkin esbozó una reverencia sorprendentemente graciosa en dirección a Vivienne.
– Señorita Vivienne.
– Sr. Larkin -devolvió, volviéndose de regreso para batir la congelada sopa como si el futuro entero de Inglaterra dependiera de ello.
Flanqueado por los lacayos, el alguacil se fue, dejando un silencio embarazoso en su estela.
– En vez que usted y las señoras nos priven de su compañía para que podamos disfrutar de nuestro oporto, ¿por qué no nos dirigimos al salón para la sobremesa? -sugirió Kane y se inclinó hacia Portia- Si usted desplegará su sonrisa más bonita, querida, podría sencillamente engatusar a Julian en recitar otra estrofa o dos de Byron.
Portia se arrastró ansiosamente fuera de su silla mientras el resto de los invitados se levantaban y comenzaban a caminar sin rumbo fuera del comedor, lentamente para reanudar su charla.
– ¿Puedo hablar con usted, Señorita Cabot? -preguntó Kane mientras Caroline se deslizaba fuera de su silla.
– Desde luego, milord -giró, sobresaltada nuevamente por su tamaño. Dada su estatura, ella no estaba acostumbrada a tener que levantar la vista precisamente para contemplar la cara de un hombre. Siempre había estado realmente a gusto sobresaliendo en altura al primo Cecil por encima de la nariz.
No estaba segura cómo había ocurrido, pero repentinamente ellos dos estaban completamente solos en el comedor. Incluso los sirvientes parecían haber desaparecido. Como si temiesen todos los vestigios de diversión en los ojos luminosos del vizconde.
– Simplemente quise que supiera que soy perfectamente capaz de manejar tanto a Larkin como sus sospechas. No necesito que me defienda.
Desconcertada por la reprimenda, levantó su barbilla.
No defendía a nadie. Hacía simplemente una pregunta, la cual alguien con una noción de sentido común haría.
Él se inclinó más cerca, su humeante voz de barítono lanzada sólo encima de un gruñido.
– Si usted tiene noción del sentido común, señorita Cabot, no se implicará en mis asuntos.
Su boca se abrió involuntariamente, pero antes de que pudiera forjar una réplica, él había trazado una brusca reverencia, girado sobre sus talones, y alejándose andaba a grandes pasos por el cuarto.
Caroline cerró de golpe su boca. El alguacil Larkin podría haber expresado sus advertencias en la urbanidad, pero no podría haber duda acerca de las rudas palabras de Kane.
Ella había sido advertida.
CAPÍTULO 4
La luna cabalgaba baja en el cielo sin estrellas cuando las hermanas Cabot finalmente murmuraron sus despedidas educadas y se fueron de la casa de la ciudad del vizconde. Una niebla fina se pegaba a los árboles y la hierba, nublando los bordes de la noche languideciendo. Aún la incontenible Portia comenzaba a arrastrar sus pies calzados con sandalias. Caroline sospechó que su hermanita estaría profundamente dormida en su hombro antes de que su carruaje se pusiera en marcha. Ahogó un bostezo en su guante mientras la Tía Marietta tomaba la mano del lacayo y se alzaba dentro del carruaje esperando.
– ¿Señorita Cabot? -Las tres hermanas se dieron la vuelta, cuando un hombre se separó de la pared de piedra baja que lindaba con el paseo. Pero fue Caroline quien soportó el peso de su mirada fija marrón-. Perdóneme por asustarla, pero me preguntaba si podría tener un momento de su tiempo.
El alguacil Larkin estaba parado delante de ella, humildemente. Debía de haber estado posado sobre esa pared esperando que ellas aparecieran casi tres horas. A juzgar por las sombras bajo sus ojos, ésta no era su primera noche sin dormir, ni sería la última
Para sorpresa de Caroline, fue Vivienne quién habló.
– Yo no le hablaría si fuera tú, Caro. Es apenas correcto para un hombre abordar a una señorita en la calle.
– Es un policía, querida, no un asesino del hacha -replicó Caroline- ¿Por qué no me esperáis las dos en el carruaje con Tía Marietta? Sólo será un momento.
Vivienne vaciló justamente el tiempo suficiente para echarle al alguacil una mirada desdeñosa antes de subir dentro del carruaje, su boca suave, rosada comprimida en una línea desaprobadora.
Caroline condujo a Larkin unos pocos pasos lejos, asegurándose de que estaban fuera del alcance del oído de sus hermanas. Portia siempre había podido lograr oír una delicadeza jugosa de chismería a cien pasos.
– Apreciaría si usted pudiera hacer esto breve, Alguacil. Necesito regresar con mis hermanas a la residencia de mi tía. No estamos acostumbradas a continuar a horas tan extravagantes.
Aunque hizo un valiente intento, Larkin realmente no pudo esconder el anhelo en sus ojos cuando echó una mirada furtiva al carruaje.
– Puedo ver que usted se toma su responsabilidad por el bienestar de ellas muy seriamente. Lo que es precisamente por qué debía hablarle. Quería advertirle que tenga cuidado en lo concerniente a la Señorita Vivienne. -Todavía evitando la mirada fija de Caroline, volteó su sombrero en sus manos, sus dedos flacos acariciando el ala- Aunque sólo he conocido a su hermana durante poco tiempo, le tengo en muy alto aprecio y yo nunca me perdonaría que cualquier daño le viniera.
– Ni lo haría yo, Alguacil. Lo cual es precisamente por qué debe parar de dejar caer estos indicios espeluznantes y simplemente decirme si tiene alguna evidencia para probar que Lord Trevelyan es un peligro para mi hermana o cualquier otra mujer.
Sacudió con fuerza su cabeza, explícitamente desarmado de equilibrio por su franqueza.
– Quizá usted le debería preguntar qué le sucedió a la última mujer que cortejó. Una mujer que albergaba un parecido más que sorprendente con su hermana.
Cuando divisó por primera vez a Vivienne, se volvió tan blanco que habrías pensado que él había visto a un fantasma.
Mientras la voz chillona de la Tía Marietta resonaba en su memoria, Caroline sintió una onda fría a través de ella.
– Quizá debería preguntárselo a usted.
– Yo no tengo la respuesta. Eloisa Markham desapareció sin dejar señal hace más de cinco años. El misterio rodeando su desaparición no fue nunca solucionado. Su familia finalmente decidió que simplemente debía de haber declinado los afectos de Kane y haberse fugado con su amante a Gretna Green con alguien sin dinero que nunca prosperaría.
Era difícil imaginar a cualquier mujer despreciando los afectos de un hombre como Kane.
– ¿Pero usted no cree esto?
El silencio del alguacil fue respuesta suficiente.
Caroline suspiró.
– ¿Tiene alguna prueba cualquiera que Lord Trevelyan está relacionado con su desaparición o a la de cualquiera de los demás?
Larkin se puso muy silencioso, su mirada se estrechó sobre su cara.
– En lugar de interrogarme a mí, Señorita Cabot, quizá debería preguntarse por qué se siente obligada a defenderle.
Caroline se enderezó. Ésta era la segunda vez que había sido acusada de tal atrocidad en sólo unas pocas breves horas.
– No le defiendo. Yo simplemente me rehúso a estrellar las esperanzas de mi hermana para un futuro feliz y próspero cuando usted no tiene un solo jirón de prueba para condenarle.
– ¿Cómo puedo recabar pruebas de un fantasma? -Percibiendo la mirada preocupada que Caroline lanzó el carruaje, Larkin bajó su voz hasta un susurro feroz- ¿Cómo puedo cazar a un hombre que se mueve como una sombra a través de la noche?
Caroline se rió, diciéndose a sí misma que era sólo la fatiga lo que le daba al sonido un borde histérico.
– ¿Qué está tratando de decir, Alguacil? ¿Que usted, un hombre que aparentemente ha decidido dedicar tanto su vida como su vocación a la inconquistable persecución de la lógica y la verdad, también cree que el vizconde verdaderamente podría ser un vampiro?
Larkin contempló arriba a una de las ventanas oscurecidas en el tercer piso de la casa de la ciudad, en su cara rebosaron líneas sombrías.
– No sé exactamente lo que es. Sólo sé que la muerte le sigue dondequiera que va.
En cualquier otra circunstancia, sus palabras podrían haber provocado más risa. Pero estando parada delante de la casa de un desconocido en una ciudad poco familiar en el frío del preamanecer, Caroline se vio forzada a abrazar su capa más estrechamente alrededor de ella.
– Ese es un sentimiento más digno de la pluma caprichosa de Byron, ¿no cree?
– Quizá Byron esté simplemente dispuesto a recrear la noción que no cada misterio puede ser solucionado por la lógica. Si usted está verdaderamente preocupada por el bienestar de su hermana, entonces firmemente sugiero que haga lo mismo.
Mientras se ponía su sombrero y giraba para irse ella dijo.
– No puedo menos que preguntarme si no hay un motivo más personal detrás de sus sospechas, Alguacil. Mencionó que usted y Lord Trevelyan asistieron a la universidad juntos. Quizás éste es sólo su modo de colocar un rencor contra un viejo enemigo.
– ¿Enemigo? -replicó Larkin, retrocediendo. Incluso mientras una esquina de su boca se inclinaba en una sonrisa pesarosa, una tristeza inefable nublaba sus ojos- Al contrario, Señorita Cabot. Amé a Adrian como un hermano. Fue mi más querido amigo.
Inclinó su sombrero hacia ella antes de alejarse andando, dejándola de pie a solas en la niebla.
– ¡Maldito Larkin hasta el Infierno y de regreso! – juró Adrian, mirando el paso lento del alguacil fuera, como si él no tuviera ninguna preocupación en el mundo.
Caroline Cabot estaba de pie en medio de la calle debajo, viéndose como una niñita perdida. La niebla se arremolinaba alrededor de ella, formando un pliegue ávidamente en el dobladillo de su capa.
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