Mientras Adrian observaba desde las sombras del tejado, ella giró y lanzó una mirada preocupada a la casa de la ciudad. Sus ojos grises observando eran tan claros, tan incisivos, que él casi se zambulló tras una chimenea de ladrillo antes de recordar la capa de oscuridad que le protegía, como siempre hacía.
Ella giró y ascendió al carruaje que esperaba, sus hombros bajando bruscamente con agotamiento. Cuando el carruaje se alejó, Adrian caminó a grandes pasos por el borde del techo, observando hasta que desapareció alrededor de una esquina lejana.
Era justo como él había temido. Larkin había estado al acecho, como una araña astuta, esperando para enredarla en su tela. Hablando en su defensa, se había marcado con la misma mancha fea de sospecha que corrompía todo lo que él hacía. Se había acostumbrado hacía mucho a los susurros nerviosos y las miradas de soslayo que lo seguían a todas partes que iba. No había ninguna razón para que ella no hiciera lo mismo.
– ¡Ahí estás! -exclamó Julian, saliendo de improviso de una ventana del ático como una caja de sorpresa embriagada. Su zigzagueo era explicado por la jarra medio vacía de wisky escocés que agarraba en una mano- Pensé que habías salido.
– ¿Cuál sería el motivo? -Adrian observó el horizonte. En los pocos años pasados, se había hecho un experto en el descubrimiento del cambio más débil de negro al gris.- El sol se alzará en menos de dos horas.
Julian se tambaleó y se hundió abajo en un cañón de chimenea derrumbándose sin huella de la gracia que tanto había deslumbrado a los invitados de Adrian.
– Y no un momento demasiado pronto, hasta donde me concierne -dijo, bostezando ampliamente- No sé qué fue más extenuante… ser obligado a vomitar la poesía sobreexcitada por muchas horas o tener esa mirada fija de la niñita en mí toda la noche como si colgara la luna.
Una sonrisa sardónica tocó los labios de Adrian.
– ¿No lo hiciste?
– No -replicó Julian, levantando la jarra hasta el cielo en un brindis burlón- Sólo las estrellas.
Por encima de sus cabezas, esas estrellas estaban parpadeando una a una, acongojándose la transición de la noche. Las sombras mortecinas sólo ahondaban la palidez de Julian y acentuaban los nichos bajo sus ojos. La mano agarrando firmemente la jarra, traicionaba un pequeño temblor visible.
Adrian cabeceó hacia la jarra, sintiendo su corazón retorcerse con una preocupación que se estaba volviendo excesivamente familiar.
– ¿Piensas que eso es realmente sabio?
– Gana a la alternativa-dijo Julian sarcásticamente, tomando otro profundo trago- Hay sólo un tanto de raro rosbif que un tipo puede estrangular abajo en una noche. Además, tengo todo el derecho para celebrar, como lo hago. ¿No oíste a Larkin? Después de rastrear a Duvalier a través de cada sórdido hueco del infierno en los siete continentes, finalmente tenemos al bastardo en nuestras miras. Cae directamente en nuestra pequeña trampa.
Adrian bufó.
– O tendiendo una trampa propia.
Julian se reclinó sobre sus codos, cruzando sus largas piernas por los tobillos.
– ¿Piensas que la ha visto ya? ¿O fueron justamente los rumores de tu inminente dicha romántica lo que finalmente le tentó de vuelta a Londres?
– Estoy seguro de que el mero pensamiento que yo pueda encontrar la felicidad en los brazos de cualquier mujer le debe impulsar a una demente furia. He tratado de arreglarlo para que no tenga más que un vislumbre suyo hasta la fiesta del baile. Por eso es que hemos estado frecuentando teatros oscuros y cenas privadas. Quiero aguzar su apetito primero, para atraerle tan profundo en nuestra red que escapar sea imposible.
– ¿Qué te hace pensar que agarrará el cebo y nos seguirá a Wiltshire?
– Porque la mitad de Londres nos seguirá a Wiltshire. Sabes tan bien como yo que un baile de disfraces dado por el misterioso Vizconde Trevelyan será lo más buscado después de la invitación de la Temporada. Y Duvalier nunca podría resistirse a una audiencia.
Julian extendió la mano para limpiar una mota de hollín de su bota, explícitamente pesando con cuidado sus siguientes palabras.
– ¿Estoy completamente confiado en tu habilidad para mantener a Vivienne fuera de los agarres de Duvalier, pero no estás simplemente un poquito preocupado acerca de romper el corazón de la chica?
Adrian le ofreció a su hermano una sonrisa pesarosa.
– Podría ser. Si fuese mío para romper. -Julian frunció el ceño por el desconcierto, pero antes de que su hermano le pudiera preguntar más, Adrian continuó hablando de Vivienne, no creo que su hermana mayor estuviera realmente tan enamorada de ti como la joven Portia lo estaba.
Julian puso mala cara.
– Ella era todo almidón y vinagre, eso era.
– Al contrario- dijo Adrian, conservando su cara cuidadosamente impasible.
– Encontré a la mayor de las señoritas Cabot realmente intrigante.
Vivienne había hablado de su hermana mayor con tal afecto desdeñoso que Adrian había esperado una soltera seca, no una belleza delgada, de ojos grises vestida como la misma Afrodita. Si Vivienne era luz del sol, entonces Caroline era luz de luna… rubio plateado, brumoso, efímero. Si se hubiera atrevido a tocarla, Adrian temía que ella se habría derretido como rayos lunares a través de sus dedos.
Julian remató el wisky escocés, luego se limpió su boca con el dorso de su mano.
– No parecía estar particularmente enamorada de ti, tampoco. Si era su bendición lo que estabas buscando, temo que estás condenado a la decepción.
– Dejé de buscar bendiciones hace mucho tiempo. Todo lo que necesitaba era alguna seguridad que no se inmiscuiría en los asuntos de su hermana. Pero gracias al miserable sentido de la oportunidad de Larkin, temo que todo lo que logré hacer esta noche fue avivar su curiosidad.
Julian se incorporó, con el ceño fruncido preocupado arrugando su frente.
– Ahora que sabemos que nuestro plan está en marcha, no podemos permitirnos dejar a Duvalier escabullirse de nuestros dedos otra vez. Tú no piensas que ella podría plantear un problema, ¿verdad?
Adrian recordó aquéllos momentos indefensos antes de que Caroline se hubiera dado cuenta quién era él. Había quedado ciego por el destello pícaro en sus ojos, la salpicadura casi imperceptible de pecas sobre sus mejillas, la plenitud invitadora de sus labios y el destello de sus hoyuelos, tan en contradicción con la pureza angular de sus pómulos altos y su pequeña nariz afilada. Nunca había pretendido que su broma floreciera en un flirteo en toda la extensión de la palabra. Pero todas sus nobles intenciones habían salido volando por la puerta de la terraza cuando ella le contempló como si quisiera que la engullera.
Volvió su mirada hacia el horizonte aclarándose, deseando poder dar la bienvenida a la salida del sol en lugar de temerla.
– No si puedo malditamente evitarlo.
CAPÍTULO 5
– A pesar de ser un vampiro, encontré que Lord Trevelyan es un alma bondadosa anoche -comentó Portia.
– Pensé que los vampiros no tenían almas -refunfuñó Caroline, marcando el paso en el salón octagonal de su tía como si fuera una jaula.
La tía Marietta y Vivienne habían aceptado una invitación para la reunión de cartas de Lady Marlybone, dejando a Caroline y Portia para que hicieran lo que quisieran. Los sirvientes se habían retirado temprano, aliviados por estar libres de las demandas tiránicas de su ama.
Caroline hizo un cambio abrupto en la dirección, casi tropezando con un cabezal sobrerelleno. Los alojamientos de tres pisos de su tía ocupaban exactamente la mitad de una casa urbana estrecha. El saloncito era tan remilgado y ampuloso como la Tía Marietta. Caroline podía alcanzar apenas una taza de té sin enredar su manga en la vara de alguna pastora de porcelana china sonriendo tontamente. Una mareante gran colección de zarazas florales y abundantes brocados cubría los numerosos sofás, sillas, y ocasionales mesas.
Portia estaba enroscada en una de aquellas sillas, sus pies desnudos metidos bajo el dobladillo de su camisón de lino, un libro de los poemas de Byron recostado en su regazo. Sus rizos oscuros se asomaban bajo una gorra revuelta.
– ¿No piensas que Julian sería un vampiro mucho más distinguido que su hermano? Tiene tales manos elegantes y ojos sentimentales… -abrazó el volumen encuadernado en cuero contra su pecho, una sonrisa soñadora encorvó sus labios- No es demasiado viejo para mí, sabes. Tiene sólo veintidós años, cinco años más joven que el vizconde. ¿Si Vivienne consigue casarse con Lord Trevelyan, piensas que ella podría persuadir a Julian para ofrecer por mí?
Caroline cambió de dirección y contempló a su hermana.
– ¿Debo entender que ahora que tú te has encontrado con su oh! tan apuesto y siempre tan elegible hermano, estás dispuesta a pasar por alto el hecho que crees que Lord Trevelyan es un vampiro?
Portia parpadeó.
– ¿No eres tú quién siempre me impulsa a ser más práctica?
Mientras Portia entremetía su nariz de regreso en el libro, Caroline negó con la cabeza y reanudó su paseo. Suponía que no tenía derecho a regañar duramente a Portia por sus ridículas sospechas cuándo comenzaba a sentir como si Adrian Kane hubiera lanzado alguna clase de hechizo hipnótico sobre ella. No había pensado en nada -ni en nadie- más desde el primer momento que le había ofrecido su pañuelo. Ciertamente no podría admitir a Portia que había entremetido ese inofensivo retal de lino bajo su almohada al regresar de la casa urbana del vizconde. O que lo hubiera sacado al despertar para ver si un soplo tentador de perfume de laurel y sándalo todavía se aferraba a sus exuberantes pliegues.
Aunque Kane había sido el perfecto caballero durante la mayor parte de la noche, Caroline estaba todavía embrujada por ese momento en el comedor cuando su máscara de urbanidad había resbalado, revelando que podría ser aun más peligroso de lo que Portia sospechaba. Según el Alguacil Larkin, lo suficiente peligroso como para hacer que una joven que poseía un extraño parecido con su hermana desapareciera del mapa.
Trató de inspirar profundamente, pero la sofocante dulzura del perfume de lavanda de su tía parecía pegarse a cada esquina de la desordenada casa urbana.
¿Y si esa Eloisa Markham se pareciera realmente a Vivienne? ¿Era tan terrible imaginar que un hombre podría ser atraído a una mujer que le recordaba a su amor perdido? Sobre todo si la había perdido por otro hombre.
Caroline había pasado la tarde buscando cualquier signo de una gran pasión entre Vivienne y su vizconde… miradas largas, persistentes, un ligero roce discreto de manos cuando pensaban que nadie estaba mirando, escabullirse detrás de una maceta con palmera para compartir un beso apasionado. Pero fueron el mismo modelo de la decencia. Kane había reído las bromas de su hermana, le dio efusivas alabanzas cuando toco mediocremente el arpa, y frenó de estrujarse el pelo cuando ella dijo algo particularmente sagaz. Parecía que trataba a Vivienne con el mismo afecto cariñoso que podría mostrar a un amado primo o una apreciada mascota.
Caroline frotó su frente surcada de arrugas. ¿Y si los afectos de Vivienne estaban más profundamente comprometidos que los de Kane? A diferencia de Portia, Vivienne nunca había sido alguien que llevara el corazón en la mano. Caroline no podría soportar la idea de romper ese tierno corazón cuando sus únicas armas eran rumores y acusaciones no demostradas. Era también agudamente consciente que el corazón de Vivienne no era la única cosa en juego. No con el primo Cecil amenazando con lanzarlas a la calle si no se comprometía a «mirarle más bondadosamente» en el futuro.
Se estremeció ante ese pensamiento. No estaba aún lista para condenar a Kane. No cuando sabía seguro que el primo Cecil era un monstruo.
¿Pero aun así no podía evitar preguntarse que pecado podría ser tan oscuro como para convertir al mejor amigo de Kane en su enemigo jurado? ¿Y quién era el misterioso Victor Duvalier? El alguacil obviamente había usado el nombre del hombre como una burla. La reacción de la cara pedregosa de Kane sólo le había hecho parecer más culpable, no menos. Especialmente cuando su hermano se había vuelto tan pálido como un cadáver por la mera mención del nombre.
Caroline vagó hasta la ventana. En unos pocos días ella y Portia serían desterradas de regreso a su vieja casa de campo ventosa en Edgeleaf. ¿Pero cómo podía dejar Londres, sabiendo que podría abandonar su hermana a la merced de un villano?
Mientras contemplaba las sombras de la noche, preguntándose qué secretos oscuros soportaban, la advertencia del Alguacil Larkin resonó a través de su memoria: No sé exactamente lo que es. Sólo sé que la muerte le sigue dondequiera que va.
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