Casi agradecida, Lisa cogió el mapa entre la nutrida serie de planos y lo estudió. Pero incluso así, comprobó que prestaba excesiva atención al brazo bronceado con esa muñeca fuerte que introducía los cambios, la mano que vibraba con la palanca. Con disimulo observó cómo se le endurecían los músculos bajo los pantalones vaqueros, mientras trataba de manejar el vehículo. Recordó que a él le agradaba correr, y supuso que esos músculos eran duros y estaban bien entrenados. La tela de la pernera se adaptaba como la cáscara a una naranja.
De pronto comprendió que el vehículo continuaba en el mismo sitio, y apartó sus ojos de la pierna de Sam y comprobó que él había estado observándola- ¿Cuánto tiempo? Sintió que se ruborizaba, y vio que él sonreía perezosamente.
– Veo que ha traído los bocadillos -la cara de Sam Brown aparecía oscura en contraste con el cuello abierto de la camisa blanca, y el espectáculo originaba efectos extraños en la boca del estómago de Lisa.
– Hice lo que me ordenó. ¿Dónde está la Coca-Cola? -consiguió preguntar Lisa con voz extrañamente normal.
Él insinuó un gesto con el hombro y movió la barbilla.
– Detrás. -Sus ojos perezosos provocaron una sensación extraña en Lisa, pero en ese momento la luz del semáforo cambió y el vehículo comenzó a desplazarse. La mirada de Sam se apartó de Lisa, y ella retornó al examen del mapa.
– La salida en la doscientos noventa y uno sur -ordenó Lisa.
– Doscientos noventa y uno sur -repitió Sam.
Después, se oyó únicamente el gemido intenso de las ruedas sobre el pavimento, y el chirrido estremecedor originado en el asiento en el que estaba sentada Lisa, mientras la camioneta se desplazaba en silencio. Ella observó el movimiento de las mangas de la camisa de Sam, agitadas por el viento que entraba por la ventanilla abierta; después, miró el panorama que se desplegaba al lado de su propia ventanilla, tratando de sentirse cómoda en presencia de aquel hombre.
De pronto, la voz de Raquel sonó en la radio.
– Base a unidad uno. Adelante, Sam.
Mirando de reojo, Lisa lo vio descolgar. El dedo índice presionó el botón destinado a activar el aparato, y el micrófono casi le rozó los labios.
– Aquí, unidad uno. Habla Sam. Adelante, Raquel.
– Tengo una llamada de larga distancia procedente de Denver. Es Tom Weatherall, que contesta su llamada; me ha parecido que le podía interesar.
– No es nada importante, es solo sobre una pregunta que le hice acerca de una subasta de equipos que se realizará dentro de un tiempo. Dígale que me comunicaré con él el lunes.
– Muy bien, jefe…cambio y fuera.
– Gracias, Raquel. Unidad uno; cambio y fuera.
La manga de la camisa blanca se cruzó en diagonal sobre el antebrazo de Sam, mientras él colocaba el micrófono en su sitio. Lisa desvió decidida los ojos, y de nuevo resistió el impulso de observar a su jefe. Pero le molestó descubrir que no necesitaba mirar para recordarlo. Él estaba vestido con pantalones azules, camisa blanca y botas de cuero… un conjunto que no era distinto del que usaban miles de hombres en el trabajo todos los días. Sin embargo, tenía mejor aspecto que esos millares de hombres, y esas prendas absolutamente prácticas le conferían una atracción sexual magnética, muy distinta de cuando usaba los pantalones de vestir y la chaqueta deportiva de las primeras veces.
«Walker, concentra la atención en el mapa. Él todavía ni siquiera te ha besado», se dijo Lisa.
Salieron en la doscientos noventa y uno sur según las instrucciones y se internaron por caminos cada vez más estrechos, hasta que llegaron a un sendero cubierto de grava que se internaba en el campo.
– Creo que esta es la ruta. -Lisa señaló una granja abandonada, hacia la derecha.
La camioneta se desvió hacia un lado del camino, y siguió con el motor en marcha pero sin avanzar, mientras Sam ponía el codo izquierdo sobre el volante, descansaba la mano derecha en el respaldo del asiento, y miraba por la ventana. Lisa recibió una sugestiva bocanada de la loción que él usaba, mientras los nudillos de Sam pasaban frente a la cara de Lisa para hacerle una indicación.
– Parece que el lugar comienza precisamente a este lado de los árboles, y después continúa y cruza el campo. Más vale que bajemos y caminemos.
Lisa se alegraba mucho de escapar de la estrecha proximidad con Sam Brown, de modo que saltó de la camioneta con un suspiro de alivio. Se sentó sobre un reborde para quitarse las zapatillas de tenis y reemplazarlas por las botas impermeables color verde oliva, consciente ahora de que Sam la estaba mirando con las manos en la cintura. Lisa metió el borde inferior de los pantalones bajo las botas, pero dejó colgando los cordones amarillos. Permaneció inmóvil, el peso distribuido sobre los dos pies, mientras sentía que la piel se le erizaba a causa de la expectativa. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que un hombre la había visto cambiarse de ropa, aunque se tratase de un artículo tan impersonal como los zapatos; y tuvo la sensación de que ese hombre estudiaba el proceso con excesiva atención. Lisa enderezó el cuerpo, se apretó el cinturón de un tirón para devolverlo a su lugar. La cara de Sam exhibía ahora una sonrisa apreciativa y al mismo tiempo inquietante, y su mirada se centraba en un pequeño retazo de piel de la cintura de Lisa, una imagen que desapareció cuando ella se arregló la camisa.
– ¿Qué está mirando, Brown? -preguntó ella. Pareció que él reaccionaba para regresar al presente.
– Yo diría que los calculistas de las licitaciones tienen diferente aspecto que hace años -dijo burlonamente.
«Más vale mantener la cosa en un tono jocoso», le advirtió su yo más equilibrado, al percibir que el comentario de Sam Brown la excitaba un poco. Lisa mostró un pie, alzándolo frente a ella misma.
– Lo mismo que usted, vaqueros y botas.
Pero cuando los ojos de Sam Brown se deslizaron hacia las botas, Lisa advirtió que, en lugar de desvalorizar su femineidad, este calzado la acentuaba. Vio aliviada que en ese momento la mano de Sam se descargaba sobre su propio cuello, y que pegaba un manotazo al aire, pero no conseguía alcanzar al mosquito que acababa de picarle.
– Acérquese, le pondré un poco de repelente. -Lisa recogió el frasco que había dejado sobre el suelo de la camioneta.
Con una sonrisa él observó:
– Vino preparada, ¿verdad?
– ¿En Missouri y en agosto, la mañana después de una lluvia intensa? -preguntó ella con acento intencionado. Él fue a detenerse frente a Lisa, mientras la joven sacudía el frasco y rociaba a Sam Brown, con largos movimientos que abarcaban desde el cuello hasta las botas; durante ese rápido recorrido observó incluso ciertos lugares donde los vaqueros de Sam estaban más gastados.
«Maldita sea, Walker, ¿qué te pasa?»
– Dese la vuelta, le aplicaré el repelente por detrás. -Pero de espaldas también mostraba un conjunto de músculos tan seductor como de frente. Los hombros eran amplios y firmes, ella los rociaba apuntando el líquido al lugar en que la camisa de Sam apenas formaba arrugas, al desaparecer bajo la cintura angosta de los vaqueros. Tenía el cuerpo tan liso que apenas había curvas bajo la tela. De nuevo Lisa recordó que él solía correr. Le pareció que su cuerpo era inacabable desde el cuello hasta las botas amplias y bien separadas una de la otra.
Sam Brown se volvió para mirar a Lisa por encima del hombro.
– Dese prisa. Esta sustancia hiede.
Cuando ella se incorporó, no pudo resistir la tentación de burlarse.
– No sea tan infantil, Brown. No me parece que este producto huela tan mal. -y como para demostrar la afirmación, le envió un chorro bajo el cuello, y después retiró un poco el frasco y lanzó una nube hacia la nuca de la víctima. Él se dobló por la cintura y lanzó un tremendo estornudo.
Ella rompió a reír mientras él trataba de ponerse fuera de su alcance y giraba sobre sí mismo.
– Maldita sea, si no es una cosa es otra.
Ella esbozó una mueca y fingió que se disculpaba.
– Oh, cuánto lo siento.
Una sonrisa perversa curvó los labios de Sam, que replicó secamente:
– Sí, ya veo cuánto lo siente.
Avanzó amenazador un paso en dirección a la joven, y Lisa retrocedió.
– Vamos, Brown, ¡fue un accidente! -advirtió Lisa, alzando una mano para rechazar al hombre. Pero él avanzó otro paso.
– Esto también será un accidente. -Arrancó el frasco de la mano de Lisa y lo agitó. En sus ojos había un destello amenazador.
– ¡Brown, se lo advierto!
– Usted comenzó, y ahora recibirá su merecido.
Ella no tuvo más remedio que darle la espalda, cerrar con fuerza los ojos y esperar. Él se tomó su tiempo, y entretanto Lisa se sintió cada vez más incómoda. Por fin, notó el rocío sobre la nuca. Después, el repelente descendió y se detuvo en las caderas de Lisa
– Levante los brazos -ordenó Brown. Ella apretó los dientes e hizo lo que le decía, pero al instante comprendió su error, pues cuando levantó los brazos también alzó la camisa. Hubo un silencio prolongado, y ella sintió que comenzaba a sonrojarse. Después, el zumbido del repelente concluyó su descenso por la espalda, y él la tocó con el frasco al mismo tiempo que ordenaba:
– Vuélvase -Lisa se giró, arriesgando una rápida mirada al cabello de Sam, mientras él se ponía de cuclillas frente a la joven. Pero ella se apresuró a cerrar los ojos, cuando la nube de spray se elevó. El ataque se detuvo de nuevo en las caderas y ella soportó un momento de sufrimiento, y se preguntó qué estaría haciendo Brown, cuando en aquel momento un disparo directo la alcanzó en el ombligo.
Lisa pegó un alarido y saltó hacia atrás.
– ¡Maldito sea, Brown!
Él sonrió con malicia.
– No pude resistir la tentación.
Ella lo miraba cuando dobló una rodilla, con los ojos casi al mismo nivel que el cinturón que ella ahora mantenía en su lugar, para protegerse mejor. Estaba luchando sin éxito en un intento de olvidar que Sam Brown era hombre… y él no la ayudaba en absoluto. El único recurso al que podía apelar era la indignación fingida. Le quitó el frasco, se acercó ala camioneta y arrojó el repelente por la ventanilla abierta.
– Brown, tenemos que trabajar. ¡Basta de tonterías!
Felizmente, él la siguió, y los dos se dedicaron a sus tareas. Caminaron entre la hierba que les llegaba a las rodillas, cargados de rocío y adornados con telarañas, a las cuales se adherían gotitas de humedad. Avanzaron con lentitud, y los únicos sonidos fueron los de sus propios pasos caminando sobre la hierba que a veces producía un chasquido al paso de las botas de goma húmedas que calzaba Lisa. Se detuvieron y permanecieron hombro con hombro, cada uno sosteniendo un extremo de los anchos diagramas mientras los estudiaban.
Había que pensar muchas cosas para decidir si convenía o no licitar en una obra como aquella. El primer factor, y también el más obvio, era la cantidad de tierra que habría que mover, adónde podrían llevarla, y con qué medios. Mientras caminaban, examinaron los pros y los contras del asunto, considerando, discutiendo, realizando cálculos mentales. Abandonaron el borde relativamente elevado del maizal y llegaron a un sector de tierra desigual-la mayor parte estaba formado por pastizales- con quebradas y promontorios, muchos salpicados de charcos lodosos después de las lluvias de la noche anterior. La humedad del suelo era otro aspecto importante, y por eso Sam y Lisa a menudo se arrodillaban, uno al lado del otro, y recogían puñados de tierra, comentando si les parecía o no necesario realizar perforaciones de prueba.
Lisa tenía conciencia del olor del líquido repelente y la tierra húmeda, y de la sugestiva fragancia masculina de Sam Brown, mientras se ponían en cuclillas, casi tocándose. Continuaron caminando, siguiendo la ruta que llevaría la cañería, cruzando un terreno cubierto por la pradera ya florecida, hasta que llegaron aun pantano, donde los mirlos de alas rojas estaban encaramados sobre las plantas de espadaña. Los trinos de los pájaros formaban una auténtica cacofonía, mientras Sam y Lisa permanecieron inmóviles varios minutos… solo escuchando y disfrutando del momento que vivían. Todo era pacífico e íntimo. Lisa llegó a tener conciencia de que los ojos de Sam la buscaban, mientras él permanecía detrás con los pulgares metidos en el cinturón. Necesitó hacer un gran esfuerzo para no mirarlo, pero, en efecto, lo consiguió. Adoptando un aire sumamente concreto, Lisa observó:
– Aquí hay muchos pájaros.
Sam dirigió una mirada superficial al pantano y emitió un gruñido de asentimiento; pero casi enseguida volvió los ojos hacia ella.
– El Departamento de Recursos Naturales nos obligará a obtener un permiso antes de venir a perturbar el área ocupada por los nidos. Prepare una nota al respecto.
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