Pero cuando ella comenzó a redactar la nota, se atrevió a dirigir una mirada a Sam, y lo sorprendió mirándola de un modo inquietante. Enseguida consultó una serie de planos, pero la pregunta siguiente de Sam consiguió que olvidara la cifra que tenía ante los ojos.
– ¿Cuánto tiempo lleva divorciada?
El aire parecía inmóvil, todo resplandecía depurado por las lluvias nocturnas que todavía mantenían gotas sobre las hojas y los tallos, convertidas en pequeños diamantes cuando el sol aparecía a veces entre las nubes. Lisa encontró la mirada de Sam y comprendió que si contestaba sería más difícil que nunca volver al trabajo.
– Tres años -replicó.
Pareció que él reflexionaba, hasta que al fin preguntó:
– ¿Vive aquí?
– No.
– ¿En St. Louis?
Aunque formulada en tono casual, la pregunta la obligó a reaccionar.
– Se supone que estamos buscando un límite señalado con una bandera roja -le recordó Lisa.
– Oh. -Sam se encogió de hombros, como si el intento de evasión promovido por Lisa tuviera escasa importancia-. Oh, sí… bien, olvide lo que le he preguntado.
Ella intentó hacer precisamente eso, pero el resto del recorrido la pregunta sin respuesta perduró entre ellos.
Capítulo 6
Cuando terminaron la inspección, el sol estaba alto y golpeaba con fuerza. Habían recorrido un círculo casi completo, que los llevó finalmente al pie de la colina, debajo de lo que habían sido antaño un huerto fecundo y una granja muy activa. Lisa alcanzó a ver el techo a cierta altura sobre los manzanos, y a su derecha divisó el perfil de un establo grande y rústico. Mientras caminaban bajo los árboles en dirección a la cima de la colina, la sombra les parecía refrescante después del calor del sol. El huerto tenía su propio aroma, una mezcla fecunda de abono y frutos maduros. Lisa sintió la acuciante soledad de los lugares que antaño presenciaron períodos de trabajo y prosperidad.
Ante ellos surgió la casa. Lo mismo que el establo, tenía cimientos de piedra. A Lisa le pareció que el lugar era al mismo tiempo hermoso y melancólico, pues los sueños que otrora habían impulsado la construcción de aquel lugar habían muerto mucho tiempo atrás, junto con quienes los habían soñado. Las voces del pasado se habían extinguido hacía mucho. Las ventanas, ahora vacías, antaño habían reflejado un patio colmado por las actividades de cada estación. El ganado vacuno volviendo a casa al final de la tarde, los niños que jugaban…
Esas imágenes le originaron a Lisa una intensa punzada y se llevó la mano al vientre.
– ¿Sucede algo?
– No… ¡no! -Se volvió hacia Sam fingiendo alegría, y aparentó que se frotaba el vientre-. Sucede… que tengo apetito. Eso es todo.
Él miró hacia la camioneta.
– Probablemente pueda conducir por ese viejo camino. ¿Por qué no espera aquí mientras voy a buscar el coche?
Comenzó a alejarse, y ella lo miró hasta que desapareció entre los árboles. La casa abandonada la atraía de forma irresistible, y sus pies se movieron casi contra su voluntad. Se paseó alrededor de la estructura principal, espiando por las ventanas el viejo linóleo, los restos de empapelado, una endeble puerta de alacena, una oxidada bomba de hierro, un orificio en la pared donde antes hubo una chimenea. Descargó un puntapié sobre un jarro de frutas que habían arrojado entre la maleza, y trató de rechazar el dolor intenso que le producía la vieja granja, en la cual todo le traía recuerdos de su propio pasado.
Detrás de la casa, una alegre profusión de lirios se balanceaba sobre los largos tallos. Lisa se sentó al sol y apoyó la frente en los brazos cruzados sobre las rodillas levantadas. El motor de la camioneta arrancó a lo lejos, pero ella apenas lo escuchó. Evocó los recuerdos, los mismos que deseaba desechar, aunque no lo conseguía… el empapelado de otras paredes… otro fregadero de la cocina con las huellas de los pies sucios de un niño lavados allí antes de acostarlo… una mesa con dos personas, y más tarde además con un niño pequeño en una silla alta… la imagen de otra ventana de la cocina… un balancín del cual el niño se caía y llamaba a su madre… otra puerta del fondo con una madre que entraba por allí y venía a calmar los gritos del pequeño… otro jardín con los lirios relucientes bajo la luz del sol…
La camioneta apareció subiendo la pendiente, siguiendo la línea de los surcos con las ruedas despidiendo piedras en todas direcciones, para detenerse al fin bajo los manzanos.
– ¿Lisa? -llamó Sam mientras bajaba de la cabina. La joven irguió lentamente la cabeza y retornó al presente-. Venga aquí. A la sombra se está más fresco. -Como ella no se movió, la mano de Sam se apartó de la puerta y se le endurecieron los hombros-. Eh, ¿ se siente bien?
Caminó hacia ella. De repente Lisa reaccionó y descendió del peldaño, sacudiéndose la ropa con un brío que en el fondo no sentía.
– Sí… sí, por supuesto. -Ella hubiera pasado de largo, pero él le extendió una mano y, antes de que ella pudiera impedirlo, la obligó a volverse y le cogió la barbilla inseguro. La examinó con atención, y después de un silencio prolongado e incómodo afirmó-: Estaba llorando.
Ella contuvo el ansia súbita y abrumadora de arrojarse a los brazos de aquel hombre.
– No es así-declaró obstinadamente.
Sam clavó los ojos en la nariz de Lisa, y ella hizo un esfuerzo para evitar que le temblara. La mirada de Sam continuó descendiendo hasta los labios, que estaban un poco inflamados, y después retornó a los ojos brillantes ya las pestañas húmedas.
– ¿Quiere hablar de eso? -propuso él.
«No… sí… oh, por favor, apártese de mí antes de que yo comience a hablar…» Los ojos de Sam la invitaban a la confidencia, y las comisuras de sus labios se curvaron, mientras ella parecía dispuesta a decirlo todo, una actitud que, de eso estaba segura, habría sido desastrosa.
– No-contestó. Pareció que él reflexionaba un momento, y después retiró la mano, y su voz adquirió un tono alegre y vibrante.
– Muy bien, en ese caso, ha llegado el momento de almorzar. -Se volvió bruscamente hacia el vehículo, introdujo la mano en la cabina, y la retiró con la bolsa de la comida; después, dejó abierta la puerta de la camioneta. Se oyó la radio transmitiendo el programa de una emisora local, mientras él se volvía para examinar el terreno bajo los manzanos-. El suelo quizá está mojado. ¿Por qué no nos sentamos en la parte de atrás de la camioneta?
– Muy bien -contestó Lisa, todavía desconcertada por la súbita flexibilidad de Sam, cuando ella esperaba que él la presionara buscando repuestas. Sam bajó la puerta trasera, depositó la bolsa con la comida, y se volvió hacia ella en la misma actitud despreocupada.
– ¿Necesita que la ayude? -Antes de que pudiera contestar, Lisa se encontró sobre el metal frío y pardo. La camioneta se movió un poco cuando Sam se subió, ella, giró al cuerpo para recuperar la nevera y sacó dos latas de Coca-Cola. Destapó una y se la dio a la joven. Después, abrió su bebida y tragó casi la mitad del contenido antes de lamerse los labios, pasarse una mano por la boca y suspirar satisfecho.
Sam miró intencionadamente la bolsa de los bocadillos que estaba entre los dos, y Lisa comprendió que había mirado a su jefe con absoluta concentración, tratando de aclarar sus intenciones.
– ¡Oh! Sírvase usted mismo -propuso Lisa. -Gracias.
El sacó un bocadillo, le clavó los dientes y movió los pies siguiendo el ritmo de las suaves canciones rurales que sonaban por la radio.
– ¿No come? -preguntó él. La pregunta arrancó a Lisa de su ensoñación, y cuando comenzó a mordisquear el bocadillo descubrió que tenía más apetito de lo que había creído. Pronto los dos estuvieron sentados en amistoso silencio, comiendo y bebiendo, escuchando los pájaros y la radio.
Cuando Sam terminó de comer, se echó hacia atrás apoyando el cuerpo en una mano, enganchó el tacón de una bota en el borde de la puerta trasera, y con un gesto indolente apoyó el codo sobre una rodilla, mientras la lata de Coca-Cola se balanceaba ociosa entre sus dedos. Lisa cobró cada vez más conciencia del examen al que él la sometía, y de la soledad del viejo huerto y de la granja abandonada.
– ¿Todavía mantiene cierta relación con su esposo? -Sobresaltada, Lisa se volvió y descubrió que Sam la miraba fijamente con sus ojos castaños. Sin duda eran muy atractivos, con las pestañas más largas que las de la propia Lisa. Los labios, que no sonreían, tenían una simetría y una plenitud que seguramente habían destrozado más de un corazón.
Desconcertada por la pregunta, Lisa miró a lo lejos y contestó:
– No.
– Entonces, ¿no es por eso por lo que estaba llorando?
Ella renunció a la absurda afirmación de que no había estado llorando.
– Yo… no.
– Entonces, ¿lloraba por otra persona?
– No, no hay nadie más.
Siguió un largo silencio, y ella adivinó que Sam le miraba el cabello, y después el perfil.
– Bien, en ese caso… -La pausa que siguió pareció cargada de electricidad. Ella continuaba sintiendo los ojos de Sam que la observaban, pero temía responder a esa mirada. La mano que sostenía la lata de Coca-Cola se apartó de la rodilla, y después el dedo índice levantó la barbilla de Lisa, hasta que se vio obligada a encarar la mirada del hombre. Ella en silencio, contempló esos ojos castaños, seguros y firmes, y se dijo que lo mejor era apartarse. En cambio, permaneció inmóvil, como si estuviera paralizada, mientras los labios de Brown se acercaban más y más.
– Brown, no -dijo ella en el último momento, desviando la cara. Habló con voz tensa.
– Bien, si no se trata de su ex marido, y tampoco de otra persona, no hay motivo que me impida besarla, ¿verdad?
Había cien motivos para rechazar esa perspectiva, pero todos se le escaparon a Lisa en ese momento, mientras él le levantaba la cara de nuevo. El sol de mediodía enviaba rayos de luz a través de las minúsculas ramas de los árboles, y así llegaban al dominio en que ellos se habían instalado. Eran como diminutos focos verdes y dorados.
A lo lejos se oyó el canto de la alondra.
– Brown, usted es mi jefe y yo no creo que…
El beso de Brown interrumpió el argumento de Lisa. Se inclinó hacia delante presionando una palma sobre el suelo detrás de la joven, y se encontró con los labios femeninos a cierta altura, sobre la bolsa de papel y los restos de la comida. Los labios de Brown estaban fríos por el refresco, pero eran suaves y sensuales. Mientras, él inclinaba la cabeza a un lado y se movía con gestos perezosos y seductores, hacia delante y hacia atrás. La frialdad desapareció de los labios de Brown, reemplazada por la calidez de la propia Lisa.
«Oh, Brown, Brown, qué bien sabes besar.» Lisa al fin recuperó el sentido común y se apartó, pero Sam continuó inclinado sobre ella, en esa postura descuidada. Las manos y la lata de Coca-Cola estaban de nuevo sobre sus rodillas, pero él tenía los ojos fijos en la boca de Lisa.
– He estado pensando en esa boca desde antes del paseo de hoy -dijo.
– No diga eso. -Lisa frunció el ceño para convencer a Sam de que hablaba en serio, aunque sospechó que era ella quien primero necesitaba convencerse, porque de pronto descubrió que le resultaba muy difícil respirar.
– ¿Por qué no? -preguntó él con una sonrisa.
– Porque eso podría provocar innumerables problemas, y yo no estoy en condiciones de resolverlos.
Él se inclinó todavía más.
– No habrá problemas… lo prometo…
Mientras ella aún intentaba encontrar una respuesta racional, él la besó de nuevo, originando minúsculos estremecimientos en los brazos de Lisa y volcando un fuego líquido en sus venas. La lengua tibia le rodeó los labios, y mientras ella se decía que todo aquello era peligroso, que aquel hombre le parecía excesivamente atractivo y demasiado experto, abrió los labios y respondió a la incitación de una manera vacilante. El beso se convirtió en una caricia más cálida e intensa, hasta que la boca suave de Sam Brown anuló la resistencia de Lisa, y ella se inclinó y comprendió cuánto había echado de menos esa sensación.
«Oh, Brown, nunca debimos comenzar esto.» Pero en el mismo momento, la boca de Sam se apartó, y ella observó hipnotizada cómo él retiraba la lata de sus dedos y la depositaba al lado de la suya. Apartó el bocadillo que ahora exhibía dos huellas marcadas sobre el pan. Con movimientos metódicos Sam retiró los restos del almuerzo y puso la bolsa al lado de las bebidas. Cuando se volvió hacia ella, la intención de Sam era evidente.
El pulso latió en el cuello de Lisa, y pareció que una faja le presionaba el pecho, trayendo consigo una dulce expectativa envuelta con el suave perfume del huerto. La mano derecha de Sam se deslizó hacia el cuerpo de Lisa, la izquierda se cerró sobre la cadera, y bajó hasta que ella la empujó con firmeza. Después, la cabeza de Lisa cayó hacia atrás, y los labios cálidos de Sam de nuevo se abrieron sobre ella.
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