Miles de sentimientos extraños se apoderaron de Lisa mientras la mano de Sam pasaba del tórax a su cintura, y los dedos de la joven encontraban la clavícula de Sam. Había pasado tanto tiempo… tanto tiempo. Después, con un movimiento ágil, él la apretó contra su pecho y la arrastró consigo, cayendo sobre el suelo de la pickup, sin preocuparse de si era duro, estaba sucio o hacía frío.
La camisa de Lisa se desprendió mientras la mano de Sam acariciaba la espalda desnuda de la mujer, y con un movimiento hábil adaptó el cuerpo femenino a su atlética musculatura y mientras él la besaba y la tentaba con la caricia de su lengua, algo más adquirió fuerza y dureza sobre el cuerpo de Lisa, el cual a su vez, cobró vida.
Dios mío, era tan maravilloso sentirse sostenida otra vez, acariciada de nuevo. Él deslizó los dedos bajo el sostén, entre el encaje y la piel, aunque las yemas no llegaron a tocar el pezón. Luego, con un gesto, soltó el broche y sus manos tibias se deslizaron entre los senos, liberados, y los acarició lentamente.
Sam se mostró ardiente y persuasivo, y toda su presencia era una tentación allí, yaciendo al lado de Lisa. Ella conocía todos los peligros que corría al sucumbir a su atracción.
De pronto Sam la obligó a acostarse, y su mano buscó la cremallera de los vaqueros que ella vestía. Aquel gesto la devolvió a la tierra.
– Brown, ¡esto es absurdo, basta! -Aferró la mano de Sam que la buscaba, y la llevó a territorio más seguro. En el interior de Lisa las partes de su cuerpo entonaban un coro, y parecían haber enloquecido a causa del deseo inverosímil que él le despertaba. Los ojos de Sam brillaron al mirarla, como si de ellos se desprendieran chispas metálicas oscuras, y sus dedos se cerraron sobre el dorso de la mano de Lisa, hasta que ella murmuró con voz fuerte:
– ¡No!
Para sorpresa y alivio de Lisa, él se apartó y cayó de espaldas sobre el suelo; sus manos se detuvieron con los nudillos apoyados en el metal arrugado que tenía debajo.
– Lo siento, cheroqui.
¡De nuevo ese nombre! Provocaba en su vientre sensaciones increíbles. Lisa se sentó y respiró para tranquilizarse, mientras se preguntaba qué fuerza la había poseído para permitir que las cosas se descontrolaran así. Ahora se sentía muy avergonzada, pues incluso al darle la espalda sentía sus ojos clavados en ella. No tenía otra opción que llevarse la mano a la espalda para abrochar el sostén.
De nuevo Sam Brown adoptó una actitud imprevisiple. Se sentó y deslizó las manos bajo la camisa de Lisa.
– Permíteme. Yo he provocado este desorden. -Con una ausencia total de arrepentimiento, levantó la camisa. Encontró los extremos del sostén y los sujetó de nuevo. El gesto que devolvía las cosas a su estado original produjo un efecto sexual más intenso que el acto anterior, cuando había soltado el broche del sostén. La piel de Lisa se erizó. Tenía más conciencia que nunca de la presencia seductora de ese hombre. Pero él le bajó despreocupadamente la camisa, llevándola hasta la cintura, la devolvió a su lugar y apartó las manos. Pareció que abandonaba aquel juego con una cierta alegría.
– Probablemente tienes razón. Debemos detenernos.
La asombró el cambio drástico de actitud. Quién sabe por qué, ella había supuesto que Sam se enojaría ante el rechazo. Pero ahora permanecía sentado al lado de Lisa, como si a lo sumo hubiera compartido un almuerzo. Por lo menos esa era la impresión que transmitía hasta que retornó su sonrisa torcida y agregó con expresión perversa:
– Pero fue divertido…
Ella contuvo una sonrisa y dijo:
– Brown, ¿usted no tiene ningún tipo de escrúpulos?
– Bien, no me pareció que te manifestaras muy firme en sentido contrario.
– ¿Le parece que no? -Ella enderezó el cuerpo y saltó de la parte de atrás de la camioneta. Después le dijo a Sam desde una distancia segura:
– Creo que ya es hora de que regresemos a la oficina.
Él se limitó a sonreír, unió las manos sobre el borde de la parte trasera, y balanceó las piernas.
– Cheroqui, ¿qué harás este fin de semana?
– Termine con eso, Brown, dije que no quería problemas.
– Tengo otro nombre además de Brown, como bien sabes.
– Justo lo que necesito… un poco más de familiaridad entre los dos, y todos los empleados de la oficina comenzarán a murmurar.
– ¿A qué hora te levantas los sábados?
¿Una mujer podía rechazar una personalidad tan irresistible como esta? A Lisa le costaba mantener la seriedad.
– No es asunto que le concierna. ¿Viene o no?
Él saltó ágilmente de la camioneta, y tres rayas de suciedad marcaban el dorso de su camisa blanca. Mientras cerraba la camioneta, propuso:
– ¿Por qué no alquilamos unos patines y probamos en alguna pista?
– ¡He dicho que no! -agregó ella exasperada-. Dios mío, Brown, tiene tantas rayas como un gato montés. Manténgase quieto mientras trato de sacudirle el polvo.
Ella se puso detrás de Sam con el propósito de eliminar la tierra, pero cuando sus manos golpearon su espalda, él sonrió por encima del hombro… una sonrisa terriblemente encantadora.
– ¿Temiste que lo intentara de nuevo y te sorprendiera en un momento de debilidad?
Ella sintió un sonrojo delator que le cubría las mejillas, y enseguida retrocedió un paso y metió las manos en los bolsillos.
– ¿Sabe cuál es su problema? ¡Mira muchas revistas pornográficas!
Sam se echó a reír y arrancó una manzana de un árbol, y después apoyó los codos en la camioneta, mientras mordía perezosamente la fruta.
– Bien, pensé que, puesto que cambiaste tu marca de perfume…
– ¡Eso no era perfume, sino repelente para los mosquitos!
De nuevo la risa sonora de Sam resonó en todo el huerto, antes de que sus dientes se clavaran en la manzana. Luego la miró con tranquilidad:
– ¿Qué te parece mañana?
Ese hombre era inflexible. ¡Y si insistía, aún lograría convencerla! Golpeó el suelo con el pie y gritó:
– ¡No, no, mil veces no! -Después, se apartó de él, caminó hacia la camioneta y subió al vehículo.
Él arrojó el corazón de la manzana en dirección a los árboles, y se sentó al lado de Lisa, mientras ella se preguntaba frenética cómo eliminar la tensión sexual que se manifestaba entre ellos. Pero cuando Sam puso en marcha el motor, consiguió que se olvidara de estos pensamientos, pues la miró de reojo y se burló:
– Cheroqui, ¿sabes una cosa? Eres mucho más atractiva cuando estás en pie de guerra.
Ella ya no pudo resistir y se echó a reír. Sam Brown tenía buen humor y era una criatura tentadora. Pero también era el jefe de Lisa y el último hombre sobre la tierra a quien provocaría… en el supuesto de que deseara provocar a un hombre cualquiera, que no era el caso. Pero en el mismo momento en que se prometía que evitaría permanecer a solas con Sam Brown, un fulgor de bienestar partió de sus labios sonrientes y le recorrió el cuerpo entero.
Capítulo 7
Lisa pasó la mañana siguiente con la rutina habitual de los sábados, la limpieza de la casa. Había cambiado las sábanas, ordenado la primera planta, pasado la aspiradora por los peldaños, y limpiaba la alfombra de la sala cuando le pareció escuchar la puerta de la calle. Lo oyó de nuevo con más claridad, y, murmurando una maldición, apagó la aspiradora con el pie desnudo.
Abrió la puerta principal y quedó paralizada. Allí, con las caderas apoyadas en la barandilla de hierro forjado, estaba Sam Brown, ¡prácticamente desnudo!
– Hola -saludó jadeando-. Esta es una visita obscena.
Sin previo aviso, Lisa se echó a reír. Se cubrió la boca con ambas manos y se inclinó hacia delante dominada por el regocijo.
– ¡Oh, Brown, le creo!
Después él se sentó; tenía puesto únicamente un par de zapatillas para correr, y vestía unos pantalones cortos blancos con una raya verde y una faja roja. El sudor le caía por el torso agitado y brillaba bajo la luz del sol. Tenía poco vello en el pecho, pero el que había emitía chispas rojas y doradas, mientras los hilos de transpiración descendían por el centro en dirección al ombligo. Tenía las piernas cruzadas en los tobillos, y sus hombros se inclinaban hacia delante, mientras respiraba pesadamente.
– No me diga que corrió todo el camino hasta aquí -dijo Lisa.
Él asintió, tratando de recuperar el aliento.
– iPero son casi trece kilómetros!
– Trece… kilómetros no es nada. Estoy en… buena forma.
– Ya lo veo. -Y así era, a pesar del jadeo. Él parecía una estatua de cobre fundido, húmeda, lisa, ágil y bien esculpida, los músculos de las piernas tan duros como los de un corredor olímpico, los hombros relucientes y bien desarrollados.
– Seguramente he perdido tres kilos hasta aquí.
– Eso también es evidente.
Sam respiró hondo, y su respiración comenzó a regularse mientras el cuerpo descansaba apoyado en la barandilla.
– No le negarás un poco de líquido aun hombre sediento, ¿verdad?
– ¿Y arriesgarme a perder un excelente empleo? -replicó Lisa con expresión impertinente-. Entre.
Sam se apartó de la barandilla y entró con Lisa a la casa; ella se sintió incómoda ante las piernas desnudas y la parte del tórax que quedaba al descubierto. Rechazó la idea de posar una mano sobre el torso desnudo. Acompañó a Sam por el corredor hasta el fondo de la casa, donde la puerta corredera de vidrio de la cocina se abría sobre el patio pequeño y sombreado. Sam permaneció de pie en ese lugar, con las manos sobre las caderas, dejando que la corriente de aire refrescara su cuerpo sudoroso, mientras ella abría el frigorífico.
– Aquí. -Ella se le acercó con dos vasos.
– Gracias.
– Vamos al patio, donde estaremos más cómodos. -Ella abrió la puerta y Sam la siguió. Había una sola silla plegable, y antes de que él pudiera protestar Lisa se dejó caer sobre el cemento, mirando la silla, mientras cruzaba las piernas al estilo indio-. Siéntese -dijo.
– No, mira, tú tienes que ocupar la silla…
– No sea tonto. Usted es quien ha corrido varios kilómetros, no yo. De todos modos, el cemento está fresco.
Sam se encogió de hombros, se instaló en la silla plegable, bebió un sorbo de té, y miró alrededor las macetas sembradas con geranios rojos, helechos y enredaderas. El lugar era fresco y tranquilo a la sombra, pero Lisa se sintió incómoda cuando los ojos de Sam volvieron a mirarla. ¿Qué debía decirle a ese hombre que rehusaba aceptar su rechazo, y se presentaba ante su puerta al día siguiente, con un descaro incorregible… y conseguía que ella se riera?
– ¿Corre todos los días?
– Lo intento.
– No creo que me agradara correr en un día como hoy. Dicen que hará mucho calor.
– Por eso aprovecho la mañana.
– Hum.
– Ella sorbió su bebida, consciente de la mirada de Sam, que inspeccionaba de tanto en tanto los geranios, pero siempre regresaba a las rodillas desnudas de Lisa.
– ¿Interrumpo algo importante? -Miró hacia la casa, donde la aspiradora ocupaba el centro de la sala.
– Solo la limpieza semanal de la casa. -Lisa esbozó una mueca, y después agregó-: ¡Uff!
Sam se echó a reír, y después sus labios conservaron la mueca burlona.
– ¿Limpiar la tienda es un trabajo que le parece desagradable?
Ella no pudo contener una sonrisa.
– Muestre un poco de respeto, ¿quiere Brown?
– Bien, deberías verte tú misma. -Hizo un gesto con la mano-. Sentada con el vaso, las piernas cruzadas y las trenzas colgando sobre la espalda, y tu piel del color de un melocotón demasiado maduro. El nombre de cheroqui es hoy más apropiado que nunca.
Bebió de un trago el resto de su té, y, siempre sonriendo, dejó el vaso.
– Mire -Lisa inclinó la cabeza hacia un lado-. Me extraña que le permita tantas libertades. Si otra persona me dijera esa clase de cosas, le daría un puñetazo en el ojo.
– ¿Recuerdas que una vez lo intentaste conmigo?
– Lo merecía.
Él echó hacia atrás la cabeza, cerró los ojos y cruzó las manos sobre su vientre desnudo.
– Sí, lo merecía.
¿Cómo debía tratar una mujer aun hombre así? Allí estaba sentado, sereno como un potentado. Un observador hubiera sospechado que se disponía a dormir una siesta en el patio.
– Si se ha detenido para descansar un poco, ¿se opone a que termine la limpieza?
Él abrió un ojo.
– En absoluto. -Cerró de nuevo el ojo, y un momento después abrió la puerta de alambre tejido. La aspiradora zumbó, y quién sabe por qué ella sintió deseos de sonreír. No supo nada más de Sam Brown hasta unos quince minutos después, cuando estaba regando las plantas de la sala. Él entró y se detuvo en el vestíbulo, detrás de Lisa.
– ¿Tienes inconveniente en que use tu cuarto de baño antes de regresar?
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