Ella pensó un momento, y comprendió que sentía intensos deseos de abrirse ante él. Pero era difícil explicar una historia que había durado tanto.

– No sé… por dónde empezar.

– Comienza con tu marido. ¿Era blanco?

– Sí. -Bajó los ojos.

– ¿Y?

– Y…

Como ella calló, Sam insistió con ternura.

– Mírame, cheroqui. ¿Y qué?

Los ojos de Lisa eran puntos oscuros cuando él se inclinó en la sombra, y, al advertir la preocupación en la voz de Sam, de pronto se dio cuenta de que deseaba decirle cosas que había prometido no revelar jamás. Pero necesitaba poner cierta distancia entre ella misma y Sam Brown mientras le hablaba, de modo que abrió la puerta y descendió. Él la siguió. Mientras caminaban despacio hacia el coche de Lisa, ella comenzó a hablar con voz entrecortada.

– Joel se casó conmigo en uno de esos… esos rebotes idiotas, después de pelearse con la mujer con quien inicialmente pensaba contraer matrimonio. Una mujer muy blanca aprobada sin reservas por su madre. Él… había reñido con esa mujer, de modo que cuando me conoció fue… -Suspiró y elevó los ojos hacia las estrellas-. Oh, no sé lo que fue. Quizá una mezcla química. Un impulso estúpido. Pero en todo caso no reflexionamos mucho. Sencillamente, lo hicimos. Y lo hicimos con excesiva prisa… -Lisa se encogió de hombros y se apretó los brazos mientras caminaban sobre el césped húmedo-. Nada estuvo bien, desde el principio mismo, excepto quizá el sexo. Pero eso no alcanza para mantener un matrimonio. Después de un tiempo, la desaprobación que yo provocaba en la madre comenzó a influir sobre Joel, él comenzó a criticarme diciendo que yo lo distanciaba de su familia. Un año después de nuestro divorcio se casó con una muchacha que según la opinión de la madre era la esposa ideal. -Se detuvieron frente al automóvil de Lisa-. Ahora sabes por qué no me llevo bien con las madres.

Las luces de la casa proyectaban largas manchas blancas sobre el prado oscuro que se extendía detrás. Sam permaneció de pie con una mano en el bolsillo del pantalón. Lisa esperó su respuesta. Cuando esta llegó, la sorprendió agradablemente. La mano salió del bolsillo de Sam y se agarró del codo de Lisa. Entonces habló con voz suave e insinuante.

– Ahora que eso está resuelto, ven aquí. -Su presión suave la obligó a volverse para verlo; después, él cerró los brazos sobre la cintura de Lisa, hasta que las caderas de los dos presionaron con fuerza una sobre la otra. Y de pronto, ella olvidó el tema de las madres y las historias personales, pues la cara de Sam Brown le sonreía en la noche tibia y perfumada por las flores. Parecía como si las fuentes musicales de Kansas City bailaran en el pecho de Lisa, que ahora esperaba lo único que necesitaba para lograr que ese día culminara en la perfección total. Después, él inclinó los labios abiertos, suaves y tibios, sobre su boca, y ella elevó sus propios labios, apenas entreabiertos, aceptando sin vacilar el contacto de la lengua masculina, un contacto suave y gentil.

«Ah, Brown, qué cosas me haces», pensó. Élla presionó apenas, y solo los pezones de los pechos de Lisa rozaron la camisa de Sam, mientras apoyaba las manos sobre los bíceps masculinos. La lengua de Sam la acarició y atrajo. Lisa respondió al estímulo, y sus dedos se deslizaron bajo la tela de las mangas cortas, en una invasión inconsciente de la piel firme y escondida. El beso fue tranquilo, casi perezoso, una tierna seducción con la lengua, mientras ellos se separaban un poco y comenzaron a balancearse indolentes a un lado y otro. Era una suerte de aperitivo del beso, destinado a abrir el apetito para cosas más sólidas. Pero cuando concluyó, en un abrazo lento y prolongado, evitaron separarse más.

Sam levantó la cabeza con un gesto de amable burla.

– Esto es mejor que la crema helada que venden en Swenson.

Lisa sonrió y se apoyó en el círculo formado por las manos de Sam.

– Hum… y además no te dará dolor de estómago.

Él sonrió perversamente, y apretó con más firmeza su vientre contra el de Lisa.

– ¿De veras?

Pero ella sabía que no era el vientre de Sam lo que le dolía. Podía sentir lo que le dolía, algo que la presionaba con fuerza e intentaba atraerla.

De modo que se sorprendió cuando un momento después comprobó que el honorable Sam Brown la obligaba a darse la vuelta y la llevaba hacia el coche. En resumen, Sam Brown estaba demostrando que era cada vez más honorable.

Capítulo 8

El lunes por la mañana, temprano, trazaron planes para presentar una oferta en relación con la obra cercana al río Little Blue. De nuevo Lisa advirtió la diferencia entre el modo en que se hacían las cosas en Brown & Brown y en Construcciones Thorpe. En la empresa de Sam no solo existía un espíritu permanente de cooperación, sino también una elaboración minuciosa que la sorprendió.

Se obtenían registros exactos de las características del suelo en todos los trabajos principales. Lisa se reunió con la cuadrilla de prospecciones el lunes por la tarde, para tomar muestras del suelo después de realizar el sondeo. Estas muestras fueron pesadas, además las secaron y las pasaron por una serie de cedazos de cobre. Las proporciones de material de distinto calibre retenidas en cada uno de los cedazos se pesaron cuidadosamente y fueron anotadas en un diagrama. Lisa y Sam trabajaron unidos filtrando las muestras y tomando nota de los datos. Compararon sus hallazgos con los de otros trabajos realizados en condiciones análogas del suelo y utilizaron los resultados para estimar el costo de variables como: el secado y los refuerzos destinados a impedir derrumbes.

Se habían reunido a tomar café, Frank estaba encaramado sobre el borde de un mostrador y Sam estaba sentado con las piernas cruzadas y los talones apoyados en una silla vacía. La sensación de formar parte de la empresa inducía aLisa a participar de lleno en la adopción de decisiones. Con gran sorpresa de su parte, la relación personal con Sam apenas influía en decisiones de trabajo.

– ¿Tienes inconveniente en utilizar los servicios de la TriState Drilling para drenar el terreno? -preguntó Sam. Tenía los codos apuntando al techo, y sus manos estaban unidas tras el cuello, mientras se inclinaba cómodamente hacia atrás.

– Había pensado en pedir un presupuesto a Griffin Wellpoint -contestó Lisa-. En otras ocasiones han trabajado bien para mí.

Contuvo la respiración. Era la primera vez que se oponía a los deseos de Sam o de Frank.

Sam solo se encogió de hombros.

– Muy bien. Por nuestra parte hemos tenido buena suerte con la TriState, de modo que puede afirmarse que las dos son muy buenas.

Lisa pidió un presupuesto a Griffin para realizar obras de desagüe, y también consultó con otro subcontratista la instalación de pilotes sobre el área pantanosa, en gran parte formada por turba. Pidió presupuesto a otros contratistas acerca de los trabajos de arado y siembra del terreno, así como de la fertilización. A medida que pasaron los días, y ella recibía las cifras, la calculadora de su escritorio zumbaba sin parar.

Calculó los costos de la mano de obra para la instalación de la cañería, sobre la base de los precios por metro, de acuerdo con la profundidad de la instalación y las condiciones del suelo. Los costos de material fueron divididos para formar precios unitarios -y en el caso de los tubos, precios por metro-. Estas cifras se agruparon para formar sumas globales.

A medida que pasaba la semana y se acercaba el momento de la licitación, los proveedores enviaban precios de tuberías, válvulas, material de fundición y bombas de agua. Durante la semana la tensión aumentó a medida que se aproximaba el día de apertura de las propuestas: el viernes. Como de costumbre, los precios de los subcontratistas llegaban tarde, lo cual por un lado demoraba el trabajo en cierto grado, y originaba una sensación de incertidumbre por otro.

El jueves por la tarde, Sam se detuvo junto al escritorio de Lisa, y preguntó:

– ¿Ya han llegado todos los presupuestos de los subcontratistas?

– Todavía esperamos las cifras de Greenway. Ya sabes cómo es esa firma.

Él sonrió, pero de todos modos era evidente que se sentía tenso, cuando generalmente se mostraba tranquilo y descansado.

– Sí, sé cómo es.

– Estás muy interesado en esta obra, ¿verdad? La mirada de Sam encontró la de Lisa, y, por primera vez en esa semana, pareció expresar pensamientos que sobrepasaban el tema de las evaluaciones de los suelos y los precios por metro lineal.

– Tengo un interés casi personal en esta oferta. ¿Y tú?

El recuerdo del huerto con todo su atractivo y su esplendor retornó a la mente de Lisa.

– Sí, yo también.

Él la miró un momento más, y después pareció salirse de su ensueño para rascarse el cuello y mirar las hojas y los diagramas que estaban encima del escritorio de Lisa.

– De todos modos, nos vendría bien esta obra, porque la de Denver no comienza hasta la primavera. Hay tiempo suficiente para terminarla antes del invierno.

La mañana del viernes trajo el desorden habitual del último momento, una situación que Lisa solía prever en su especialidad. Podía decirse que el espíritu de la competencia nunca se manifestaba en los proveedores hasta un instante antes de la apertura de las ofertas. Faltaban menos de dos horas para que venciera el plazo, y Lisa recibió una llamada del proveedor de tubos, que había decidido rebajar su presupuesto hasta la cifra de doce mil dólares. Fue necesario modificar enseguida los subtotales y los totales en el formulario oficial. Como la llamada llegó alas 11.30 y el límite de presentación de las ofertas era a las 14.00 horas, Lisa suspendió el almuerzo para rectificar las cifras; y al final realizó otra revisión de los datos utilizando la calculadora.

Sam llegó a las 12.45 horas y la encontró sentada frente a su escritorio; sus dedos se desplazaban con agilidad sobre las teclas, los pies descalzos estaban apoyados en el travesaño de la silla.

– ¿Cómo están las cosas? -preguntó Sam.

Ella apenas lo miró.

– ¿Qué hora es?

– La una menos cuarto.

– ¿Quieres verificar las sumas que acompañan estos formularios?

– Por supuesto. -Ella le acercó las hojas sin mirarlo siquiera-. ¿No has almorzado? -preguntó Sam.

Ahora sí lo miró, durante medio segundo.

– No. American Pipe ha llamado para rebajar su oferta en doce mil dólares.

Sam se apresuró a ocupar un asiento en un escritorio próximo, y sus dedos también comenzaron a desplazarse a toda velocidad sobre una calculadora.

– ¿Por qué no has pedido algo?

Ella se interrumpió, miró a Sam, y sonrió apenas.

– De todos modos, estoy demasiado nerviosa para comer. Sam oprimió la tecla destinada a indicar el total, y la máquina quedó en silencio, mientras él sonreía a Lisa.

– Calma, cheroqui, es solamente un trabajo más.

Pero no era eso, y los dos lo sabían. Era el trabajo que ambos deseaban llevar a cabo. El primer esfuerzo conjunto, y algo le decía a Lisa que era necesario conseguirlo. De todos modos, apreciaba el esfuerzo de Sam al apoyarla, y su sonrisa así lo expresó, antes de que los dos retomaran otra vez el trabajo.

Quince minutos después todos los cambios estaban anotados con tinta en la propuesta oficial, y Sam se inclinó sobre el escritorio de Lisa para poner sus iniciales en cada dato, y firmar al lado del sello de la compañía que figuraba en la última hoja. El hombro de Sam casi rozó la barbilla de Lisa cuando se inclinó para garabatear su nombre sobre el papel. Durante la semana ella no tenía dificultades para controlar los sentimientos personales que interferían en las horas de trabajo; pero ahora, con él de pie, allí cerca, con sus manos bronceadas desplazándose sobre el papel blanco, se sentía atraída hacia él por su firmeza de proposiciones. Sam soltó la pluma, se incorporó y sonrío.

– Ya puedes calzarte. Hemos terminado.

Lisa sonrió con timidez.

– De este modo me siento menos presionada.

– Quizá a ti te pasa eso, pero a mí no. -Dirigió una mirada apreciativa a los pies de Lisa en el momento mismo en que un grupo de dibujantes regresaba de almorzar-. Bien, estoy reteniéndote, ¿no es verdad? -Era la una, y ella aún tenía que atravesar toda la ciudad para llegar al edificio del Ayuntamiento.

Lisa respiró hondo, se pasó una mano por los cabellos y ofreció a Sam una sonrisa insegura.

– Bien, allá vamos. La nueva calculista de Brown & Brown recogió sus papeles, guardó la oferta en un gran sobre dorado, lo cerró, levantó los ojos y comprobó que su jefe había estado observando cada uno de los movimientos.

– Buena suerte, cheroqui -dijo en voz baja.

– Gracias, Su Señoría -replicó ella. Después se puso los zapatos, recogió el bolso y salió de la oficina.